Luke sintió la sombra de una sonrisa llena de melancolía rozando su pecho.
—Bueno, fue él quien acabó decidiendo, así que tenía que ser la decisión acertada, ¿verdad? Lo siento. Suena horrible, ¿no? Como un reproche lleno de amargura… Casi siempre acertaba. Era un adversario temible. Pero esta vez… Lo presentí. Sabía que en cuanto nos hubiéramos ido ya no podríamos volver. Estuve enfadada durante mucho tiempo.
—Yo estoy enfadado… con él.
Se acordó de cómo había percibido su presencia, de aquella sensación tan débil y tenue, más imperceptible incluso que un fantasma, en la sala artillera. Callista estaba escondida y había ido siendo erosionada poco a poco, y el agotamiento la había desgastado lentamente hasta que ya casi no quedaba nada de ella.
—Me sorprende que me ayudaras.
—No iba a hacerlo —dijo ella. Luke sintió el movimiento de su brazo y cómo se apartaba los cabellos de la cara—. No por odio, de veras, sino por… Todo me parecía tan lejano, tan irreal. Era como ver un enjambre de morrts correteando de un lado a otro por encima de los huesos de la nave.
—Pero te quedaste —dijo Luke, y aún no había acabado de pronunciar aquellas palabras cuando comprendió que estaba soñando y que el calor del cuerpo de Callista, los largos huesos y la cabellera suave y delicada y la mejilla apoyada en su hombro eran los recuerdos que Callista guardaba de su cuerpo, su recuerdo enterrado hacía mucho tiempo y ya casi olvidado de lo que había sentido en momentos parecidos—. Utilizaste tus últimas energías, los últimos restos de la Fuerza, para introducirte en el ordenador del sistema de artillería, para impedir que nadie más pudiera hacerse con la nave. Por lo que sabías, para quedarte allí durante toda la eternidad.
Luke sintió su suspiro en el hombro.
—No podía… permitir que nadie subiera a bordo.
—Todos estos años…
—Al cabo de algún tiempo ya no fue tan…, tan terrible. Djinn nos había enseñado las técnicas para proyectar la mente fuera de nuestro cuerpo e introducirlo en algo que fuese receptivo y que pudiera contener tanto la inteligencia como la consciencia, pero parecía considerarlo como un recurso de cobardes a pesar de que nos había explicado todas las fases de la teoría. Equivalía a tener miedo o no estar dispuesto a dar el próximo paso, a no querer cruzar el vacío para llegar al otro lado. Cuando estuve dentro del ordenador…
Meneó la cabeza, y Luke sintió el gesto de su mano que intentaba expresar una experiencia que se encontraba más allá de lo que él podía comprender.
—Pasado un tiempo empezó a parecerme como si toda mi vida siempre hubiera sido así. Era como si lo que había ocurrido antes: Chad y el mar, y papá y las enseñanzas de Djinn, la plataforma en Bespin y…, y Geith… Era como si todo y todos se hubieran convertido en una especie de sueño. Pero los tripodales… Se parecen un poco a los árboles de mi mundo natal, dulces, inofensivos y llenos de buenas intenciones. Quería ayudarles. Me alegré tanto cuando lo hiciste… Ése fue el primer momento en el que…, en el que realmente pude verte. E incluso los jawas…
Volvió a suspirar y le estrechó con más fuerza, y el brazo que rodeaba la caja torácica de Luke envió una oleada de sensaciones y percepciones totalmente nuevas a través de todo su cuerpo; como si su forma, su fuerza y la presión de su mano tuvieran un significado y una verdad inexplicables que estaban unidos a todas las cosas que llenaban su vida. Luke comprendió por primera vez por qué su amigo Wedge podía escribir poemas sobre los cabellos casi incoloros y tan parecidos a plumas de Qwi Xux. Lo único que importaba, y lo que lo cambiaba todo, era el simple hecho de que fueran los cabellos de Qwi y no los de otra mujer.
—Luke… —murmuró Callista.
Y Luke atrajo su rostro hacia el suyo y la besó en los labios.
Framjen Spathen echó la cabeza hacia atrás en la palpitante oscuridad color índigo hasta que los largos cordones eléctricos de su cabellera resplandeciente rozaron el suelo y alzó un par de brazos que brillaban con la luz de los diamantes cutáneos para que destellaran bajo aquella claridad ensangrentada, y gritó. El alarido pareció alzarle sobre los dedos de sus pies y onduló a través de su cuerpo lleno de músculos en una oleada detrás de otra de sonido, dolor y éxtasis mientras sacudía la cabeza de un lado a otro, meneaba las caderas y estiraba los dedos como si quisiera descoyuntárselos.
—¿Y todos esos músculos eran realmente suyos? —se preguntó Bran Kemple mientras chupaba la boquilla de un narguilé que olía a colada vieja empapada en alcohol.
No apartaba los ojos del holograma, que era extremadamente antiguo. Han lo había visto en docenas de locales baratos desde aquel lugar hasta el Fin de las Estrellas, y siempre con los ojos entrecerrados.
—Desde luego que sí —dijo—. Los pagó a cuatrocientos créditos el kilo, con los gastos de instalación aparte, pero después nadie pudo discutirle nunca la propiedad.
Las siluetas que flanqueaban el holograma de Framjen eran reales. El joven twi'lek que parecía no tener huesos y la hembra gamorreana de pechos colosales bailaban y ondulaban bajo la claridad rojiza de luces en beneficio de sólo media docena de clientes. Resultaba difícil imaginarse un espectáculo menos capaz de despertar la lujuria, ya fuese de la jungla o de cualquier otra variedad. Los buscavidas de varias razas y sexos del turno de día se afanaban en el recinto, dando conversación a la clientela y engullendo vaso tras vaso de licor aguado a precios que deberían haber bastado para que les sirvieran Aliento del Cielo puro. Incluso ellos parecían estar cansados.
Han supuso que tener que escuchar un holograma grabado por Framjen Spathen a los dieciocho años de edad durante ocho horas seguidas bastaba para dejar agotado a cualquiera.
Bran Kemple dejó escapar un ruidoso suspiro.
—Nubblyk el Slita… ¡Ah, él sí que tenía auténtica clase y entendía de negocios! Todo era muy distinto en su época.
Han tomó un sorbo de su bebida. Hasta la cerveza estaba aguada.
—Había mucha animación, ¿eh?
—¿Que si había animación? —Kemple se besó la mano y la alzó hacia el techo, presumiblemente como una señal dirigida al espíritu ya esfumado del Slita—. Decir que había mucha animación es quedarse muy corto. Media docena de vuelos a la semana que nunca llegaban a figurar en los manifiestos del puerto, gente que aparecía y desaparecía por los túneles de debajo del hielo… Bebidas decentes y chicas decentes. ¡Eh, Sadie! —chilló, agitando la mano para conseguir que la camarera de Abyssin volviera su único ojo hacia ellos—. ¡Tráele una bebida decente a mi amigo, por todos los ciclos! Pústulas y verrugas… Esta condenada muchacha ni siquiera sabe distinguir entre un primo y un profesional.
Volvió a menear la cabeza, y se secó la ancha frente color verde pálido con un cuadrado de lino bastante sucio que había extraído de las profundidades de su traje de polifibra amarilla. Su rizada cabellera castaña estaba empezando a rendirse a su destino, y su cuello había adquirido un par de papadas extra durante los años transcurridos desde que Han le había visto por última vez cuando recorría los Sistemas de Juvex a bordo de una nave tan vieja que parecía estar a punto de desintegrarse.
—¿Y qué ocurrió?
—¿Que qué ocurrió? —Kemple le guiñó un ojo a través de la penumbra—. Que acabó dejándolo todo limpio, listaba sacando maquinaria antigua, androides y ordenadores y material de laboratorio de debajo de las ruinas. Supongo que debían de ser unos viejos laboratorios, y Nubblyk decía que había habitaciones enteras llenas de equipo. Bueno, una cosa sí puedo asegurarte y es que Nubblyk…
La abyssina apareció con un vaso lleno de un licor lo bastante potente para dejar sin sentido a un rancor y Kemple, olvidando para quién lo había pedido, lo vació de un solo trago y después recorrió el fondo del vaso con su lengua prensil en busca de las golitas que se le pudieran haber escapado.
—Bueno, el caso es que Nubblyk siempre supo mantener controlada la situación. Se lo quedó todo para él solo e impidió que nadie más metiera las narices en el filón, era su terreno y de nadie más, y no confiaba en nadie. Eh, ¿y por qué iba a confiar en alguien? Los negocios son los negocios. Ni siquiera confiaba en mí. Nunca me contó cómo se las arreglaba para orientarse por los túneles.
—¿Buscaste la entrada después de que se fuera?
—¡Por supuesto que lo hice! —Las pupilas verticales de Kemple se abrieron y se cerraron en una aparatosa exhibición de indignación—. ¿Te crees que soy idiota? —Una nueva pareja de bailarines subió al estrado para flanquear un holograma de Pekkic Blu y los Muchachos Estelares todavía más antiguo y lleno de estática que el de Framjen.
Han torció el gesto—. Registramos a fondo el sótano de este local y esa casa que tenía en la calle de la Puerta Pintada, y acabamos examinando todas las ruinas con un sondeo de alta profundidad. —Kemple se encogió de hombros—. Un cero al lado de otro cero, eso fue todo lo que obtuvimos… Si había oro o xileno, tenían que ser cantidades tan diminutas que el sensor no pudo detectarlas. Ni siquiera pudimos pagar el alquiler del aparato. Supongo que lo dejó todo limpio antes de…
Kemple se calló de repente.
Han enarcó las cejas.
—¿Lo dejó todo limpio antes de irse adonde?
—No lo sabemos. —Kemple bajó la voz y lanzó una mirada llena de nerviosismo a la camarera abyssina, que estaba sirviendo una copa a una joven negra muy alta mientras escuchaba la larga historia de las perfidias cometidas por su último cliente—. Esa mujer que alquila la casa en la calle de la Puerta Pintada dice que la casa de crédito a la que envía el dinero cada mes cambia un par de veces al año, así que eso parece indicar que el Slita sigue en circulación y que continúa huyendo de un lado a otro. Pero antes de irse dijo que…
Se inclinó hacia adelante y bajó la voz hasta convertirla en un susurro.
—Dijo algo sobre la Mano del Emperador.
Mará Jade. Las cejas de Han volvieron a subir. Mará Jade se había olvidado de mencionarle aquello durante su conversación de anoche.
—Oh, ¿sí?
Kemple asintió. Han se acordó de que siempre había sido incapaz de mantener cerrada su enorme bocaza.
—Dijo que la Mano del Emperador estaba en el planeta y que su vida corría peligro. —Después se inclinó un poco más sobre la mesa hasta quedar lo bastante cerca de Han para que éste pudiera adivinar la composición de las tres últimas copas que se había bebido por los olores de su aliento y su sudor—. Creo que se llevó todo lo que pudo y huyó.
—¿Y crees que podría haberse llevado tanto botín?
—¿Quién sabe? —Kemple se irguió y alargó la mano hacia la boquilla de su narguilé—. Si pudo llevárselo todo consigo, eso parece indicar que ya no quedaba gran cosa. Créeme, Han: sondeamos las ruinas, este local y esta casa del derecho y del revés, y un sensor no puede funcionar mal tantas veces.
«Ah, ¿no?», pensó Han, acordándose de las preguntas de Leia sobre aquellas inexplicables y extrañas alteraciones en el comportamiento de los androides.
—Mubbin no opinaba lo mismo.
La nueva voz hizo que Han se volviera rápidamente en esa dirección. La voz pertenecía a uno de los animadores del local, un omwat de aspecto infantil que parecía una pequeña hada azul y cuyos ojos tenían mil años de edad.
—Mubbin, ya sabes… El wífido —explicó—. Otro de los chicos del Slita. Siempre decía que allí abajo había material suficiente para llenar una flota entera de naves…
—Mubbin no sabía de qué estaba hablando —se apresuró a decir el jefe de los bajos fondos de la ciudad con una chispa de nerviosismo y culpabilidad en los ojos—. Sí —añadió volviéndose hacia Han—, yo también le oí hablar de las cantidades de material que seguía habiendo allí abajo.
—Era amigo de Drub McKumb, ¿no?
Han dirigió la pregunta al omwat, no a Kemple, y se acordó del wífido que Chewie había matado, aquella criatura flaca y macilenta que aullaba en la oscuridad.
El muchacho asintió.
—Una de mis amigas estaba con Drub cuando bajó a ese pozo de las ruinas y lo sondeó. Estaba buscando a Mubbin, ¿comprendes? Drub estaba convencido de que había bajado hasta allí para encontrar el material y de que nunca salió. —Miró a Kemple—. Y recuerdo que hubo algunas personas de la ciudad que se negaron a echarle una mano cuando dijo que iría a echar un vistazo.
—Las lecturas no dieron ningún resultado positivo —observó Kemple—. Ceros, sólo ceros… ¡Montones de ceros! Si eso no bastaba para convencer a Drub, entonces me pregunto…
—Un momento —le interrumpió Han—. ¿Me estáis diciendo que hicieron una lectura de signos vitales allí abajo?
—Desde la sala del pozo —dijo el omwat. Al igual que casi todos los miembros de su raza, tenía una voz un poco aflautada, dulce y estridente—. Mi amiga se ganaba la vida buscando tesoros. Tenía un Speizoc g-2000 que había sacado de una Carillion imperial, y ese trasto era capaz de detectar la presencia de un morrt de gamorreano en un kilómetro cuadrado de permacreto.
—Y allí abajo no había nada aparte de kretchs y pozos de moho. —Kemple exhaló una nubécula de vapor—. Drub llevó a cabo dos o tres sondeos, uno para el wífido y uno para averiguar si había xileno y oro. Después repitió la operación desde la casa de la calle de la Puerta Pintada y buscó la entrada de un túnel en esa zona.
—¿Y qué le dijo a la mujer que alquilaba la casa?
—¿A la señorita Roganda? —El muchacho sonrió—. Que habían recibido informes de una «infestación de insectos dañinos» y que estaban inspeccionando todos los viejos cimientos mlukis de la ciudad. Se mostró muy dispuesta a ayudar en todo lo necesario, y les ofreció té.
—¿Roganda? —Han sintió que se le erizaba el vello de la nuca—. ¿Quieres decir que ella es quien alquila la vieja casa de Nubblyk?
—Claro —dijo Kemple, volviendo su atención hacia la pareja de bailarines—. Es una dama encantadora…, y también es una mujer condenadamente guapa. Podría trabajar en este sitio y tendría mucho éxito, aunque ahora en la ciudad ya no hay ningún local que tenga un mínimo de clase. Bueno, por lo menos ella cuenta con alguien que le permite seguir viviendo a lo grande y con elegancia… Surgió de la nada un par de meses después de que el Slita desapareciese y dijo que había hecho los arreglos necesarios para alquilar la casa. Parecía conocerle. —El guiño que dirigió a Han pretendía ser astutamente sofisticado, pero sólo consiguió parecer pueril—. Ah, Roganda Ismaren…