El capitán recorrió de un salto el más de metro y medio de distancia que separaba su asiento del suelo y le devolvió nuevamente el saludo a Luke. Fueran cuales fuesen las criaturas en que confiaban los affitecanos para que se encargaran de su polinización, estaba claro que encontraban atractivas algunas enzimas bastante extrañas: cuando se movían, los affitecanos desprendían toda una galaxia de hedores que iban desde lo acre hasta lo amoniacal pasando por un almizclado gomoso. En un recinto donde el sistema de aire acondicionado funcionaba tan mal como en aquella sala de la Cubierta 15, el efecto resultaba abrumador.
—Puede contar con nosotros, mayor. Muchachos…
Los affitecanos abandonaron la batalla a mitad de una maniobra y se alinearon en el centro de la sala, poniéndose rígidamente firmes mientras su capitán les explicaba la misión y les daba ánimos con un discurso digno de la gran general Hyndis Raithal.
—El ingenio de la especie humana nunca cesa de asombrarme, señor —dijo Cetrespeó mientras el exuberante pelotón de affitecanos salía corriendo de la sala—. Diga lo que diga la doctora Mingla, y puedo asegurarle que no pretendo criticarla ni a ella ni a sus preceptores, todavía no me he encontrado con un programa de androide capaz de ejecutar la clase de pensamiento lateral que se ve en los seres humanos.
—Esperemos que no exista —respondió Luke en voz baja—. Porque en esta nave nos estamos enfrentando precisamente a eso: un programa de androide. Nuestro enemigo es toda una inteligencia artificial.
Avanzaron en silencio durante un rato en dirección al compartimento de recogida de la ropa sucia donde el conducto de reparaciones subía para llevarles hasta la Cubierta 18. Mientras esperaban el juicio de Cray, Cetrespeó había cambiado los vendajes de la herida de hacha en la pierna de Luke, y aunque la infección parecía estar contenida, Luke tenía la impresión de que el dolor estaba volviendo a empeorar rápidamente.
—He observado, señor —dijo Cetrespeó pasados unos momentos— que desde la… transformación de Nichos —el que Cetrespeó titubeara antes de pronunciar una palabra era un acontecimiento extremadamente raro—, él y yo tenemos mucho más en común de lo que jamás tuvimos cuando era… como era antes. Siempre fue un ser humano agradable y encantador, pero ahora es mucho menos humanamente impredecible, si me disculpa que exprese una opinión puramente subjetiva basada en datos incompletos. Espero y confío en que la doctora Mingla lo considere una mejora.
«Espero y confío», pensó Luke. La programación de lenguaje de Cetrespeó incluía determinadas construcciones lingüísticas que pretendían hacer que pareciese más humano, pero Luke sabía que en realidad el siempre pesimista androide no albergaba ninguna confianza o esperanza en nada. Un instante después se preguntó si a Nichos le ocurriría lo mismo.
—Vamos —murmuró—. Encontremos a un PU y veamos si puedes convencerlo para que se convierta en un rastreador.
Luke había pasado toda su vida rodeado de androides, y había crecido con ellos en la granja de su tío. Como decía Cetrespeó, los androides eran excelentes en todo lo que habían sido diseñados para hacer de una manera excelente pero, a diferencia de los humanos, eran un cien por cien ineficientes en todo aquello en lo que no eran excelentes. Y Cray, estuviera donde estuviese, lo estaba descubriendo de la manera más cruel posible.
Luke esperaba poder llegar hasta ella a tiempo.
La parte de la Cubierta 18 que rodeaba el conducto de recogida de la ropa sucia al que les había llevado el pozo de reparaciones tenía los techos muy altos, casi al doble de distancia del suelo que los de otras cubiertas. Las paredes eran del mismo color gris oscuro que Luke había visto en el fondo de las imágenes de la aldea de los klaggs y el Puesto de Justicia. En cuanto se hubieron alejado un poco del conducto de recogida vieron que todos los pasillos carecían de iluminación. Las compuertas y los paneles murales estaban abiertos, derramando chorros de cables y alambres que hacían pensar en las entrañas de animales descuartizados. Luke no necesitaba ver las sucias huellas dactilares apiladas a su alrededor para adivinar quiénes eran los responsables de todo aquello.
Un PU-80 estaba tozudamente absorto en la tarea de eliminarlas. El androide no interrumpió su labor cuando Luke abrió la placa de su costado y conectó el cable de comunicaciones del androide en la parte posterior del cráneo de Cetrespeó. A lo largo de los años que había pasado en Tatooine, el tío Owen había tenido un mínimo de cinco modelos PU distintos que Luke pudiera recordar, y a los catorce años Luke ya era capaz de desmontar, limpiar, reparar, recargar y volver a montar un PU en cuatro horas. Una reprogramación llevada a cabo por un androide traductor que ya había tenido acceso a biocódigos e índices seriados iba a ser coser y cantar.
El PU empezó a avanzar por el pasillo casi antes de que Luke hubiera podido desconectar su cable de comunicaciones, y tuvo que apretar el paso para poder alcanzarlo y cerrar la placa lateral. El pequeño androide seguía manteniendo el brazo limpiador y la esponjilla de absorción por vacío extendidos delante de su morro, y por alguna razón inexplicable Luke se acordó de los kitonaks, que aguardaban pacientemente a que las orugas chooba llegaran arrastrándose hasta ellos a través de años luz de hiperespacio para meterse en sus bocas.
—¿Crees que ha captado olor de klaggs en esta cubierta? —preguntó Luke en voz baja mientras cojeaba detrás del lento avance del PU con Cetrespeó zumbando junto a él—. ¿O puede captar el olor que ascienda por una escalerilla?
—Oh, el mecanismo sensorial de un PU de limpieza es perfectamente capaz de detectar moléculas de grasa en una concentración a diez mil por centímetro cuadrado, en un área de un cuarto de centímetro cuadrado, a una distancia de cien metros o más.
—La madre de Biggs también era capaz de hacer eso —observó Luke.
Cetrespeó guardó silencio durante unos momentos antes de responder.
—Con todo el respeto debido a la señora Biggs, señor, tengo entendido que incluso si un humano nace con un centro olfativo realmente excepcional en el cerebro, es necesario un implante Magrody y un considerable adiestramiento durante la infancia para desarrollar tal habilidad, aunque tales capacidades son de lo más comunes entre los chadrafans y los ortolanos.
—Bromeaba —dijo solemnemente Luke—. Me estaba haciendo el gracioso.
—Ah —dijo Cetrespeó—. Claro.
El PU se detuvo delante de una compuerta blindada cerrada que impedía seguir avanzando por el pasillo. Luke dio un paso hacia adelante y puso la palma de la mano sobre el sistema de apertura sin obtener ningún resultado.
—Realmente, amo Luke, hay algunos momentos en los que casi estoy de acuerdo con la actitud general de Ugbuz hacia los jawas —dijo Cetrespeó.
Los cuatro diminutos pozos sensores del PU se curvaron y se movieron a un lado y a otro, y torrentes de números amarillos desfilaron velozmente a través de su pequeña pantalla. Después el androide se dio la vuelta, retrocedió hasta un pasillo de intersección que se encontraba unos cuantos metros detrás de ellos y siguió avanzando por el laberinto de puertas cerradas y recintos de almacenamiento oscuros y cavernosos.
Luke no dijo nada, pero la sensación de estar siendo vigilado y observado desde la oscuridad hizo que se le erizara el vello de la nuca. ¿Jawas? Tal vez no poseyera los detectores olfatorios de un PU-80, pero si hubiese jawas cerca Luke lo sabría, al igual que sería capaz de detectar la presencia del Pueblo de las Arenas.
Aquello era algo distinto.
Otra puerta blindada. El PU llevó a cabo una recalibración y alteró su curso para cruzar un gran almacén lleno de cajas y embalajes medio destripados cuyos contenidos —cascos de la armada imperial, monos, corazas gris verdoso y mantas— estaban esparcidos por el suelo. Algunas secciones de los mismos recipientes habían desaparecido, y Luke se dio cuenta de que los que seguían enteros estaban marcados con la leyenda importaciones sorosub. Los muros revelados por la luz oscilante del bastón de Luke eran de un color oscuro y parecían inacabados, con vigas desnudas extendiéndose de un lado a otro sobre su cabeza y remaches que relucían entre las sombras. La puerta de un hangar de reparaciones estaba abierta. Luke miró por encima de su hombro y vio que la entrada del corredor, por el que habían venido hacía tan sólo unos momentos, estaba cerrada.
«Es la Voluntad —pensó—. Nos está guiando como si fuéramos ovejas… Nos empuja hacia la dirección que quiere que tomemos.»
El PU-80 avanzó por un largo pasillo en la parte de estribor de la nave, moviéndose rápidamente entre suaves tintineos y crujidos metálicos. No se veían daños causados por los jawas, pero las luces de aquella sección tampoco funcionaban; y a medida que él y Cetrespeó se iban alejando cada vez más de la zona iluminada y los reflejos de su claridad se debilitaban progresivamente, Luke percibió con una intensidad todavía más potente que antes la presencia de una entidad desconocida que no dejaba de observarles ni un solo instante. Se mantuvo lo más cerca posible de Cetrespeó, y procuró acompasar sus vacilantes zancadas a las del androide y asegurarse de que nunca hubiera un espacio entre ellos cuando pasaban por debajo de las compuertas blindadas abiertas que se iban sucediendo en su camino.
El PU-80 dobló una esquina. Una escalera subía hacia una noche impenetrable. Luke oyó el siseo-zumbido-golpeteo producido por las cortas patas del androide cuando empezó a escalar los peldaños, y extendió el brazo para detener a Cetrespeó e impedir que siguiera a la pequeña máquina. El horrible cosquilleo interior que le advertía de la presencia de una trampa se había vuelto tan fuerte que no dejaba espacio a ninguna otra sensación.
Luke alzó el bastón y dirigió la débil claridad de las varillas luminosas hacia el cuadrado que formaba la abertura de la escalera. La luz fue rechazada por tenues tiras de un material opalescente, un enrejado de grosor y delgadez que se iba alternando para formar un extraño cuasi-dibujo que se prolongaba hacia arriba hasta acabar desvaneciéndose en la oscuridad.
Luke alzó la mirada. El techo de aquel pasaje estaba puntuado por los fríos cuadrados perlinos de la variedad más habitual de parrilla de enclisión.
El PU continuó subiendo sin sufrir ningún daño hasta que Luke ya no pudo seguir viéndole.
—Cielos. —Cetrespeó dio un paso hacia la puerta—. No cabe duda de que es alguna clase de parrilla de enclisión, señor. Pero resulta obvio que está desactivada. Posiblemente sea cosa de los jawas…
—No. —Luke se apoyó en la pared. Su pierna estaba empezando a arder con un doloroso palpitar a medida que el alivio inicial del perígeno se iba desvaneciendo—. No. la Voluntad nunca nos habría llevado hasta una escalera cuya trampa no funcionara. Está esperando hasta que hayamos llegado demasiado arriba para poder volver atrás.
El lento y ruidoso caminar mecánico del androide PU se fue esfumando poco a poco. El peso de la nave parecía oprimirles en la oscuridad mientras aguardaba a que siguieran al PU-80 por la escalera que ocultaba aquella trampa letal. Luke apretó el paso, intentando volver a la zona iluminada lo más deprisa posible.
Los affitecanos estaban esperándoles bajo la cálida y potente iluminación de la Cubierta 15, como un jardín ambulatorio de enormes flores levemente pixiladas.
—Hemos localizado los vehículos de transporte, señor —dijo el capitán. El rango parecía haber pasado a un affitecano tubulado de tallos azules y blancos—. Hay dos Telgorns de la clase Beta con una capacidad de ciento veinte plazas en los hangares de babor de la Cubierta Dieciséis. —El nuevo capitán saludó marcialmente a Luke—. El doctor Breen ha estado trabajando en la reparación del programa esquemático.
El antiguo capitán amarillo y anaranjado también saludó a Luke.
—Una simple trasposición de números, señor —dijo—, probablemente debida a un error del operador del sistema. Puede remediarse sin demasiadas dificultades.
«¿El doctor Breen?», pensó Luke.
—Por aquí, señor.
—Aun suponiendo que pueda pilotar uno de esos transportes, o los dos —protestó vacilantemente Cetrespeó—, ¿cómo evitará que las defensas del
Ojo de Palpatine
los destruyan como destruyeron nuestro navio de exploración, señor? Usted mismo dijo que su nivel de puntería era casi humano. Y, aparte de eso, ¿cómo vamos a conseguir que los klaggs y los gakfedds suban al transporte para sacarlos de la nave? Por no hablar de los kitonaks, naturalmente…
Luke se sorprendió un poco cuando se encontraron con un grupo de aquellos rechonchos alienígenas color masilla andando con una increíble lentitud por el pasillo que se extendía sobre la pasarela de comunicación con la Cubierta 16. Los kitonaks estaban conversando entre ellos con un parsimonioso y casi inaudible intercambio de silbidos, gruñidos ahogados y burbujeos. Luke se sintió incapaz de imaginar una forma de convencer a esas torpes criaturas para que subieran a la lanzadera, o de conseguir que permanecieran dentro de ella después. Y en cuanto a reunir a los tripodales, o a los jawas…
—No lo sé. —Se preguntó cómo se las había arreglado para autoelegirse salvador de aquella nave repleta de seres incomprensibles—. Pero si voy a destruir la nave antes de que ataque Belsavis, Cetrespeó, he de sacar a todos estos alienígenas de aquí de alguna manera. No puedo dejarlos a bordo. Ni siquiera a los jawas, ni siquiera a…
Doblaron una esquina y Luke se quedó inmóvil, perplejo y horrorizado. El pasillo que se extendía ante ellos, de techo bajo y paredes surcadas por los gruesos toneles de uno de los conductos principales de circulación hidráulica de la nave, estaba lleno de affitecanos desmembrados y hechos pedazos. Los icores y la savia habían manchado las paredes y el suelo con chorros pegajosos de color verde y amarillo que desprendían sus acres olores, y el polen derramado y las semillas flotantes estaban esparcidos por todas partes. Los miembros y troncos desgarrados formaban un horrible arcoiris, como si alguien hubiera volcado un cesto para la ropa lleno de sedas multicolores. Los enjambres de androides-ratón iban y venían por todas partes, y todo el pasillo hedía con la potente pestilencia entre rancia y almizclada de los cuerpos affitecanos.
El capitán azul y blanco y sus seguidores continuaron andando a través de la carnicería como si allí no hubiese nada.
—Ha sido muy inteligente por su parte querer asegurarse de la situación de los transportes, mayor —estaba diciendo el capitán. Luke vio cómo pasaba por encima de la mayor parte del torso de lo que había sido el capitán color magenta de la lavandería—. Siempre me han gustado mucho las Telgorn clase Beta. Dos o tres naves de ese modelo, más una escolta de cañoneras, deberían bastar para resolver cualquier pequeño problema que pueda surgir sin importar…