Luke giró sobre sí mismo y se agachó con el mismo movimiento, y ya tenía la espada de luz en la mano con la hoja fuera en el instante en que el extremo lastrado de un palo gaffa surcó el aire y estuvo a punto de dejarle sin cabeza. Los cuatro incursores del Pueblo de las Arenas que habían surgido de la estación de bombeo a su espalda se lanzaron sobre él aullando y gritando. Luke atravesó limpiamente el cuerpo de uno con un mandoble que lo partió en dos mitades desde la cadera hasta el hombro, y dejó sin manos a un segundo atacante mientras estaba alzando su rifle para hacer fuego. «¡Amo Luke! ¡Amo Luke!», gritó Cetrespeó con voz temblorosa al ser derribado en la contienda y quedar inmóvil junto a la pared donde había sido enviado de una patada.
—¡Desactiva tus circuitos! —chilló Luke.
Bajó la hoja de energía una fracción de segundo antes de que un tercer tusken disparase su desintegrador contra él, y el haz rebotó en el núcleo concentrado de luz láser saliendo despedido con un gemido estridente.
Luke saltó por un umbral y dejó caer la mano sobre el sistema de cierre, que se negó a funcionar. Los supervivientes del Pueblo de las Arenas, a los que se habían unido dos nuevos incursores tusken con el griterío de otros ya claramente audible en los pasillos más cercanos, se lanzaron en su persecución. Luke levitó una mesa de trabajo y se la arrojó. Después cruzó corriendo la habitación hasta la puerta del otro lado y dejó caer el puño sobre el sistema de abertura…, que también se negó a funcionar.
Luke maldijo, esquivo un rugiente estallido de fuego desintegrador y volvió a levitar la mesa de trabajo para arrojársela por segunda vez. Otro atacante disparó un desintegrador y el haz rebotó por toda la habitación haciendo vibrar el aire con sus zumbidos y chirridos. Tratar de controlar esa clase de disparos era un truco Jedi muy difícil que no solía dar ningún resultado, pero Luke desplegó su energía mental y empujó el último rebote hacia el mecanismo de la puerta, que estalló entre un diluvio de chispas. La puerta subió medio metro y Luke rodó por debajo de ella, arrastrando su bastón detrás de él y levantándose a toda prisa para iniciar una huida tambaleante.
Al parecer se encontraba en el corazón del territorio de caza del Pueblo de las Arenas. Dos incursores saltaron sobre él desde direcciones opuestas, y su repentino ataque le empujó hacia un rincón. Luke lanzó mandobles y tajos y paró sus acometidas, pegándose a las paredes para que le sostuvieran en pie, y después reanudó su huida, cayendo y levantándose y arrastrando su maltrecho y dolorido cuerpo con un terrible esfuerzo a lo largo de un tramo de pasillo sumido en la oscuridad, mientras las puertas se cerraban con un siseo a ambos lados por delante de él y los roncos ladridos del Pueblo de las Arenas creaban un sinfín de ecos al rebotar contra las paredes.
Luke dobló una esquina y retrocedió, impulsado por sus reflejos justo a tiempo para no ser cortado en dos por una puerta blindada que bajó a toda velocidad. Volvió sobre sus pasos y creyó reconocer las luces de lo que parecía un compartimento de recogida de la ropa sucia, por lo que podía tener un conducto de reparaciones detrás…, para encontrarse con que la puerta se cerraba con un golpe seco delante de él cuando estaba a pocos metros de la entrada. Decapitó a otro tusken que se lanzó sobre él desde el cuadrado de negrura de la puerta de lo que parecía una sala de reunión, saltó por encima del cuerpo y siguió huyendo, arrojándose al suelo y rodando sobre sí mismo justo a tiempo para evitar el que la puerta repentinamente activada le dejara encerrado dentro de aquella habitación.
El corredor en el que se encontró estaba sumido en las tinieblas. Diminutas luces de emergencia anaranjadas formaban un angosto sendero a lo largo de un lado del techo. Luke se levantó y se apoyó en su bastón, tembloroso y jadeante. La pierna le dolía tanto como si el hacha que la había herido estuviera volviendo a golpearla con cada latido de su corazón.
«La Voluntad…», pensó. El peso de la espada de luz tiraba de su mano. La hoja estaba oculta, pero bastaría un segundo para que surgiera de ella. Luke comprendió que el que la Voluntad acabara impulsándole hacia otra escalera protegida con una trampa letal, o de regreso a los brazos del Pueblo de las Arenas, era una mera cuestión de tiempo.
Los gritos guturales de los tusken volvieron a hacer temblar el aire muy cerca de él, y a juzgar por la intensidad del sonido había muchos. Luke recorrió el pasillo con la mirada. Todas las puertas estaban cerradas, y no había entradas de conductos ni nada que pudiera ofrecerle un refugio.
Y entonces una puerta se abrió hacia la mitad del pasillo.
No hubo ningún siseo, y el panel no subió con la fluida velocidad habitual. Los laboriosos crujidos y chirridos que acompañaron la apertura parecían indicar que alguien estaba manejando la rueda manual. La puerta siguió moviéndose hasta haber creado un rectángulo de sucia luz anaranjada de emergencia que tendría unos treinta centímetros de altura, y después se quedó inmóvil.
Luke contempló el muro blindado que obstruía un final del pasillo y la oscuridad que se acumulaba al otro extremo y que aullaba con los gritos de los cada vez más cercanos incursores del Pueblo de las Arenas. Y entre una cosa y otra sólo estaba él, lisiado, sin aliento, un blanco tan fácil como indefenso…
Y ese rectángulo irregular de luz anaranjada.
Y la sensación de espera que parecía caer sobre él desde la oscuridad como la atenta e implacable vigilancia de una mente que no podía ser vista.
Pero lo más extraño de todo era que no sentía ningún temor.
Dio un paso hacia la puerta. El hueco le permitió ver los ojos vacíos de las hileras de pantallas oscuras de una de las cámaras artilleras de los niveles inferiores, los semicírculos de las consolas, las sombras tenebrosas y la reluciente oscuridad metálica de las palancas.
Todo había vuelto a quedar en silencio, pero Luke podía sentir la presencia cada vez más cercana del Pueblo de las Arenas y sabía que no tardarían en llegar.
Y en ese silencio creyó oír una melodía casi susurrada, un canturreo tan débil que apenas podía ser percibido:
La reina tenía un halcón y la reina tenía una alondra, la reina tenía un ruiseñor que cantaba en la oscuridad…
Luke volvió la cabeza para contemplar la oscuridad, y después se apresuró a cruzar el umbral.
La puerta se cerró detrás de él.
Durante unos momentos el único sonido que llegó a sus oídos fue el de su propia respiración, que se fue haciendo más lenta y regular a medida que iba recobrando el aliento. Las sombras se agolpaban a su alrededor, ocultando el otro extremo de la larga habitación como si fuesen un telón negro. Un instante después oyó el chirriar de metal moviéndose sobre metal, y el veloz susurro de unos pies al otro lado de la puerta.
Luke se apoyó en la consola más cercana y alzó su espada de luz, todavía no iluminada, sosteniéndola firmemente en su mano.
Oyó el
gronch
áspero y gutural de las voces del Pueblo de las Arenas medio ahogadas por el grosor de las paredes, y el estrépito de los palos gaffa chocando con las otras puertas del pasillo. Había un mínimo de seis tusken. Si la puerta detrás de la que se encontraba volvía a abrirse Luke probablemente podría matar a dos o tres, pero a los supervivientes les bastaría con disparar por el hueco para acabar con él. Luke recorrió el recinto sumido en la oscuridad con la mirada. Incluso las sillas estaban atornilladas al suelo.
La puerta que tenía delante tembló bajo el impacto de una serie de golpes, pero aguantó.
Si la Voluntad quería que se abriera, algo estaba impidiéndole hacer cualquier cosa al respecto.
Luke pensó que la Voluntad había logrado dejarle atrapado allí. Lo único que necesitaba hacer a continuación era no volver a abrir la puerta de la cámara artillera… nunca.
El silencio volvió y se fue prolongando. El dolor que roía la pierna de Luke se fue incrementando poco a poco, acompañado por la ya inconfundible sensación de profunda quemadura interna de la infección. Levantó el parche de la pierna de su mono, manteniendo todos sus sentidos en tensión y obligando a su mente a que concentrara toda su atención en el pasillo mientras lo hacía, y adhirió una nueva dosis de perígeno a la herida aunque sus reservas de medicamento estaban empezando a bajar peligrosamente. Luke estaba decidido a hacer lo que fuese con tal de mantener a raya al dolor y dejar libre su concentración para permitirle el uso de la Fuerza. El agotamiento y la fiebre que el perígeno estaba conteniendo a duras penas hicieron que se sintiera mareado, y notó que le daba vueltas la cabeza. Se dio cuenta de que ya llevaba bastante tiempo sin comer ni dormir, y cuando se irguió para apoyarse en el bastón vio que le temblaba la mano.
La puerta se abrió pasado un rato muy largo, nuevamente con ese angosto hueco y ese lento arrastrarse hacia arriba, como si estuviera luchando contra el poder de la Voluntad.
Luke aguzó el oído, dejó escapar el aire que había estado conteniendo dentro de sus pulmones y desplegó todos sus sentidos. Todavía podía captar la lejana pestilencia de los affitecanos muertos, pero no había ni la más pequeña sombra de olor del Pueblo de las Arenas. Fue cojeando hacia la puerta con la espada de luz todavía en la mano.
Un movimiento repentino atrajo su atención. Luke se sobresaltó y giró sobre sí mismo, pero no era más que su reflejo en el espejo oscuro de la pantalla del monitor más próximo. El reflejo le devolvió la mirada: rostro pálido surcado por una cicatriz, cabellos rubios, el mono gris lleno de manchas de un mecánico de la Flota Estelar.
Y a su lado, detrás de él y tan cerca de su hombro que casi lo rozaba, vio otro rostro. Era el rostro de una mujer joven, y estaba enmarcado por una nube de cabellos color castaño humo tan espesa como el follaje de un árbol en el verano, y sus ojos grises estaban mirándole fijamente.
Luke se dio la vuelta pero, naturalmente, no había nadie detrás de él.
—¿Qué pasa? ¿Quién…?
Leia puso la mano sobre el hombro de su esposo.
—Ya te dije que tendrías que haber esperado que te devolviera la llamada. —Se volvió hacia la imagen holográfica de la mujer que permanecía inmóvil en el centro del campo, con su cabellera llameante despeinada y sus ojos verdes parpadeando bajo la tenue claridad de las luces de su extremo de la transmisión. Llevaba una cadena de oro alrededor del cuello y una camisa que Leia reconoció como perteneciente a Lando Calrissian—. Lo siento, Mará…
—No te preocupes. —Mará Jade se frotó los ojos con un veloz ir y venir de la mano, y eso pareció acabar con cualquier residuo de somnolencia de una forma tan rápida y total como si hubiera movido un interruptor—. Debo de parecer una de las Hermanas de la Noche de Dathomir. ¿Qué hora es ahí? ¿Qué ocurre? ¿Hay algún problema?
—No lo sabemos con exactitud —dijo Han, apartando la toalla de sus cabellos todavía mojados—. Sabemos que tenemos un problema, desde luego, pero no estamos muy seguros de qué significa. ¿Qué puedes decirnos sobre Belsavis?
—Ah. —Mará se recostó en el cuero blando de su sillón, que se agitó a su alrededor como una flor. Después alzó sus largas piernas y juntó las manos alrededor de las rodillas. Sus ojos se entrecerraron, como si estuvieran contemplando las imágenes que desfilaban por alguna pantalla interna: pensamiento, recuerdo, conjeturas—. Belsavis… —dijo con voz pensativa—. ¿Habéis averiguado qué era lo que el Imperio consideraba tan importante de ese sitio?
—¿Te refieres a los hijos de los Jedi? —preguntó Leia.
—¿Se trataba de eso? —Sus oscuras cejas se enarcaron. Mará pensó en silencio durante unos momentos, y una comisura de sus labios descendió en una mueca entre especulativa y sarcástica—. Sí, tiene sentido. Veréis, el expediente fue cerrado por motivos de seguridad cuando empecé a trabajar para el Emperador… De hecho, no sólo quedó cerrado sino que también lo protegieron con no sé cuantos bloqueos distintos.
Mará Jade se encogió de hombros.
—Bien, ese tipo de archivos siempre han producido el mismo efecto sobre mí —siguió diciendo—. Pero en este caso no pude encontrar nada ni siquiera cuando por fin logré acceder a él, aparte de que al final de las Guerras Clónicas hubo alguna clase de misión secreta que tenía como objetivo uno de los valles volcánicos de Belsavis. Las medidas de seguridad fueron tan estrictas que ni siquiera los que trabajaban en ella sabían qué estaba ocurriendo. Si se trataba de una acción contra los Jedi, contra sus familias y sus hijos, entonces no me cuesta nada comprender por qué obraron de esa manera.
Permaneció callada durante un momento, y una diminuta arruga vertical surgió entre sus cejas mientras hacía que los viejos datos volvieran a su mente. A través de los postigos metálicos que impedían que la claridad de las luces de los huertos entrara en el dormitorio, Leia pudo oír cómo los trinos soñolientos de los pájaros pellata y los manolios resonaban entre los árboles mientras llevaban a cabo el último recorrido de sus territorios y volvían a marcar sus límites antes de ir a pasar la noche en sus nidos. Chewie, oliendo como sólo un wookie mojado puede llegar a oler, interrumpió el concienzudo cepillado de su pelaje y dejó escapar un suave gruñido.
—Un ala de cazas fue enviada a Belsavis: el grueso del contingente estaba compuesto por interceptores, aparatos veloces pero ligeros —acabó diciendo Mará—. También montaron toda una cadena de estaciones relé del tipo gatillo-a-distancia, la mayoría en satélites o en puestos de superficie escondidos. Estaban completamente automatizadas, pero nunca logré averiguar qué se suponía que debían activar o a qué debían enviar su señal. El expediente de la misión fue destruido. Pensé que se suponía que tenía que haber una conexión con algo que nunca llegó a ocurrir, y que ese algo hubiese sido realmente grande. Pero después conseguí copias de algunas de las comunicaciones privadas del Emperador, y me enteré de que por esas fechas el Imperio pagó varios millones a un ingeniero llamado Ohran Keldor…
—Sé unas cuantas cosas sobre Ohran Keldor —dijo Leia en voz baja. Ya habían pasado muchos años, pero su cuerpo volvió a arder con la sola mención de su nombre y Leia sintió como si mil agujas estuvieran subiendo lentamente a través de su piel—. Estudió con Magrody, y fue uno de los que diseñaron la Estrella de la Muerte. Keldor era uno de los profesores de la plataforma orbital de Omwat que produjeron el resto de esos planos.