—De acuerdo, gran señor. Todo de acuerdo, lodo bien. ¿Tú pagar ahora?
—Llevad las células de energía al Ascensor Veintiuno y os daré la mitad de lo prometido. —Luke intentó no pensar en el poco tiempo que quedaba entre el momento actual y las dieciséis horas. Cray iba a ser ejecutada, y él tenía que jugar al tratante de chatarra con los jawas—. Y daos prisa.
—Nosotros ya allí, gran señor. —Los jawas se alejaron a toda prisa por entre la oscuridad—. ¡Nosotros ayer ya allí!
Los rastreadores suspendidos sobre el suelo giraron y zumbaron, dejando colgar sus pinzas de captura con la ciega desaprobación de un autómata.
Luke se apoyó en su bastón. Estaba temblando de fatiga.
—¿Crees que podrás quedarte aquí solo un rato más sin que te ocurra nada?
—Desde luego que sí, señor. Y si me permite decirlo, señor, ha tenido una idea realmente muy brillante.
Luke sacó los controles del trineo de su bolsillo y lo bajó hasta el suelo. Era consciente de que el olor de los jawas se fue volviendo más intenso en la sala cuando bajó la plancha trasera, sosteniéndose torpemente en equilibrio sobre el lado del trineo para sacar de él el Tredwell despanzurrado y los dos androides serpiente Girorueda.
—De acuerdo —dijo, cerrando la plancha con un golpe seco—. Será más difícil de vigilar, pero necesito el trineo. ¿Crees que los rastreadores podrán conseguirlo?
—Durante un tiempo, señor. —El androide parecía un poco preocupado mientras escrutaba aquellas sombras impenetrables, que no eran del todo impenetrables para sus receptores ópticos sensibles al calor—. Aunque debo decir que esos jawas son diabólicamente astutos.
La voz de Callista surgió de las sombras, viniendo del sitio en el que Luke había tenido la sensación de que se encontraba durante toda la conversación, lo suficientemente lejos— y sólo lo suficiente, y ni un centímetro más— para no poder ser vista.
—Bueno, pues nuestro bando tiene mucha suerte de que Luke también sea diabólicamente astuto.
Y Luke sintió lo orgullosa que estaba de él de una manera tan palpable como si acabara de rozarle con la mano.
Los jawas estaban en el Ascensor 21 con las células de energía cuando Luke y sus sudorosamente odoríferas fuerzas llegaron allí. Luke pilotaba el trineo antigravitatorio, agradeciendo enormemente no tener que sostenerse sobre sus pies porque ya empezaba a sentir el insidioso avance del agotamiento y el dolor. «Maldición… —pensó—. ¡Pero si sólo hace unas horas que me administré esa nueva dosis de perígeno!»
Echó un vistazo al cronómetro colocado sobre las puertas del ascensor. Eran las quince y veinte. Una suave voz de contralto bajó flotando grácilmente por el conducto del ascensor desde alguno de los pisos de arriba.
—Todo el personal debe acudir a las pantallas de observación en las salas de su sección. Todo el personal debe acudir a las pantallas de observación en las salas de su sección. El no hacerlo será considerado…
Ugbuz y sus guerreros giraron automáticamente sobre sus talones. Luke bajó de un salto del trineo, torciendo el gesto mientras se tambaleaba al aterrizar, y agarró al capitán por el brazo.
—Esa orden no es aplicable ni a usted ni a sus hombres, capitán Ugbuz.
El jabalí frunció laboriosamente el ceño.
—Pero el no presentarse será considerado como un acto de simpatía con las intenciones de los saboteadores.
Luke concentró la Fuerza sobre la diminuta masa de oscuridad llena de emociones en conflicto que era aquella mente perturbada y dividida.
—Se le ha encomendado una misión especial —le recordó—. Debe cumplir su destino como un jabalí de la tribu de los gakfedds, y sólo así podrá servir a las auténticas intenciones de la Voluntad.
«Qué fácil debió de resultarle a Palpatine maniobrar a los hombres usando únicamente esas palabras y esos pensamientos», pensó con amargura cuando vio cómo el alivio se extendía por los ojos del jabalí.
Y qué fácil debía de resultarle a cualquiera que emplease aquella manipulación el volverse adicto a esa sonriente oleada del poder satisfecho, añadió Luke mentalmente para sí mismo cuando el capitán de las tropas de asalto movió una mano ordenando a sus seguidores que volvieran a las puertas abiertas del pozo.
Unos cuantos minutos bastaron para unir todas las células de energía en serie y conectarlas a los haces de sustento del trineo mediante las largas serpientes verdes y amarillas de los cables reversores. Si forzaba sus percepciones al máximo, Luke podía oír las respiraciones y latidos de los corazones de los centinelas de los niveles superiores del conducto. La débil claridad de su bastón le mostró las zonas fundidas creadas por los rebotes que habían hecho impacto en las paredes del conducto, y las cicatrices negras esparcidas alrededor de las puertas del ascensor sobre el que los klaggs habían hecho prácticas de puntería. El trineo antigravitatorio subiría muy despacio, y los gakfedds serían unos blancos muy fáciles.
Ya eran las quince y veinticinco.
Luke sacó la bola de guía del fotrinador de su bolsillo. Movió el interruptor de activación y mientras lo hacía desplegó sus sentidos todavía más lejos, concentrando su audición en el hueco del conducto y rezando para que la parrilla de enclisión no hubiera quemado los circuitos del vocalizador.
—¡Nichos!
El grito venía de lejos y estaba envuelto en ecos que lo reducían a un gemido medio inaudible, pero aun así Luke lo oyó y percibió la espantosa tonalidad de terror, desesperación y furia que lo impregnaba. El aliento pareció quedársele dolorosamente atascado en la garganta cuando oyó —medio oyó, tal vez sólo medio percibió— el roce y el estrépito de las botas y el siseo de una puerta.
—Nichos, maldito seas… ¡Actúa como un hombre si es que aún te acuerdas!
Y, de repente y más cerca, la voz de un centinela.
—¿Qué es eso?
Luke no oyó nada, pero otra voz gamorreana habló pasados unos momentos.
—Esa maldita escoria de las charcas está aquí arriba… ¡Los apestosos gakfedds han logrado subir!
Un ruido ensordecedor de pies que huían a la carrera.
—¡Ahora!
Luke conectó los activadores de los motores del trineo en el mismo instante en que dos gakfedds lo empujaban hasta dejar atrás el borde y hacerlo entrar en el conducto del pozo. El trineo se balanceó y osciló como un bote de remos en un torrente. Luke fue graduando el nivel de energía en una lenta curva ascendente mientras los sucedáneos de soldados de las tropas de asalto se iban subiendo al trineo. Era horriblemente consciente de la oscura caída de ochenta metros o más que había debajo de él. El trineo se hundió un poco bajo el peso de los jabalíes, pero enseguida se estabilizó y dejó de bajar. El pozo transmitía pocos ecos, pero si cerraba los ojos y forzaba sus sentidos hasta los límites Luke podía oír a los klaggs maldiciendo mientras seguían al fotrinador a través de salas y almacenes sumidos en el silencio e iluminados únicamente por los casi invisibles circuitos luminosos de las luces de emergencia. Después, igual que un hálito dentro de su mente, casi pudo oír la reverberación de la risa silenciosa de Callista mientras maniobraba el rastreador que avanzaba por delante de ellos, impulsándolo con tanta facilidad como un niño empuja un globo.
Y la voz de Cray volvió a llegar por el conducto, maldiciendo amargamente al hombre que no podía ayudarla mientras la llevaban hacia su muerte arrastrándola por los pasillos.
«No —pensó Luke con desesperación mientras iba incrementando el lento crecer del aflujo de energía a los haces repulsores—. No, no, no…»
Los motores zumbaron durante un momento, luchando desesperadamente contra un peso dos veces superior a su límite de capacidad sobre una columna de gravedad que ya era docenas de veces más alta del máximo ascensional que se había tomado en consideración cuando fueron concebidos.
Luke cerró los ojos y recurrió al poder de la Fuerza.
Concentrar, dirigir y lanzar la energía resplandeciente del universo a través de un cuerpo que estaba a punto de sucumbir a la fatiga y una mente nublada por un creciente dolor era cada vez más terriblemente difícil. Luke tuvo que hacer un esfuerzo gigantesco para convertir en un poder tan nítido como el destello de una joya las silenciosas energías de las estrellas, el espacio y los vientos solares, e incluso las de las criaturas sudorosas, malolientes, enfurecidas y desesperadamente confusas que se apelotonaban a su alrededor, pues la Fuerza también era parte de ellas. La Fuerza era parle de los tripodales, de los jawas, del Pueblo de las Arenas, de los kitonaks… Todos ellos poseían la Fuerza, la potencia deslumbrante de la Vida.
Concentrarse era como tratar de enfocar la luz a través de un cristal sucio y lleno de deformaciones. Luke intentó despejar su mente y expulsar de ella cuanto pudiera recordarle a Cray, a Nichos, a Callista…, y a él mismo.
Y el trineo y su carga empezaron a ascender lentamente.
«El conducto del ascensor y el subir, nada más —pensó Luke—. Son las únicas cosas que existen.»
No había ni antes ni después. Como una hoja reluciente ascendiendo en la oscuridad…
Los gritos de los klaggs se hicieron más ensordecedores.
Luke clavó la mirada en el umbral iluminado por la luz anaranjada de las antorchas que iba descendiendo hacia ellos, contemplándolo como si fuera un indicador que no tenía nada que ver con el cuerpo o el alma de Anakin Skywalker, y preparó su mano sobre los controles de los haces repulsores. «Listos idiotas van a saltar sobre los hombros del que tienen delante para ser el primero en llegar a las puertas…»
Eso haría volcar el trineo y provocaría que todos se precipitaran a lo largo de casi cien metros de conducto, pero Luke no podía interrumpir su concentración el tiempo suficiente para decirlo. Lo que hizo fue frenar todavía más el fluir de su mente y acelerar sus percepciones, manipulando los cuatro haces repulsores del trineo por separado para compensar la sacudida cuando —justo en el momento en que Luke había previsto que ocurriría— los gamorreanos saltaron, se agarraron y se montaron los unos sobre los hombros de los otros para ser los primeros en cruzar el umbral, chillando, lanzando maldiciones y agitando hachas y cañones portátiles sin prestar ninguna atención a la forma en que Luke ejecutaba maniobras que habrían hecho palidecer a cualquier técnico en transportes, El trineo se agitó y osciló locamente de un lado a otro, pero nadie se cayó. Los gakfedds, aceptando lo que casi era un milagro de navegación con tanta despreocupación como si fuese algo que ocurriera todos los días, ya habían bajado del trineo y se habían esfumado cuando un auténtico comandante todavía no les habría permitido ni ponerse en pie por considerarlo altamente peligroso.
Luke —jadeando, temblando, sintiendo un frío terrible en cada extremidad y la quemadura del sudor en sus cortes y arañazos— calculó el decrecimiento del flujo de energía para que encajara exactamente con su partida, evitando así que el trineo saliera disparado a través del final del conducto, y después dirigió el transporte considerablemente aligerado hacia el vestíbulo de guardia iluminado por antorchas de la Cubierta 19. Cogió su bastón y rodó sobre el costado, sintiéndose demasiado agotado para bajar la plancha trasera. Después se quedó inmóvil en el suelo e intentó resistir la implacable oleada de la reacción y la debilidad resultado de haber invocado una cantidad de la Fuerza muy superior a la que podía manejar en su situación actual.
El cronómetro de la pared indicaba que eran las trece horas y cincuenta minutos.
«Cray —pensó, tragando una profunda bocanada de aquella atmósfera asfixiante y saturada de humo—. Cray… Y Cray me ayudará a salvar a Callista. Luego pagaré muy caro todo esto.»
Se puso en pie.
«Ahora.»
En cierta manera, concentrar la Fuerza sobre su cuerpo y hacer acudir energías desde el exterior de su ser, canalizándolas a través de músculos que ardían con las toxinas de la fatiga y la infección y de una mente que sólo deseaba descansar, le resultó todavía más difícil que lo que acababa de hacer. Pero Luke también superó ese obstáculo y avanzó con la ágil energía de un guerrero, siendo apenas consciente del torpe peso de su pierna lisiada y la incomodidad del bastón.
Y el pasillo vibró a su alrededor con la repentina cacofonía de la batalla.
Luke se pegó a la pared una fracción de segundo antes de que una confusa masa de gamorreanos surgiera en el pasillo por delante de él, chillando, lanzando golpes y mandobles, disparando casi a quemarropa con desintegradores cuyos haces rebotaban locamente o abrían largas quemaduras en los muros, o desgarrándose unos a otros con los colmillos y las cortas y gruesas zarpas. Después llegaron los gritos, estridentes como el chirrido del metal y la lona al romperse, y las gotas de sangre que escocían como partículas de cobre caliente a la deriva en el aire. Luke se agachó, dobló la esquina y llegó al corazón de la contienda, pero no vio ni rastro del uniforme verde que Cray había estado llevando o de su cabellera dorada y sedosa como una mazorca de maíz. Una visión pesadillesca de Cray desangrándose en el suelo de algún pasillo cruzó velozmente por su cerebro. Un instante después Callista gritó su nombre desde la puerta de un pasillo de cruce, y Luke echó a correr hacia ella manteniéndose lo más pegado posible a la pared y casi sin sentir el dolor que intentaba aserrar su pierna.
—¡Por aquí!
—Todo el personal debe presentarse en las salas de su sección —anunció la voz del sistema de comunicaciones, repentinamente nítida y potente.
«Esta parte de la nave todavía sigue viva —pensó Luke—. La Voluntad está aquí…»
—Todo el personal debe presentarse…
—¡Luke!
Luke se detuvo con un crujido de suelas después de doblar una esquina, y se encontró delante de los dos paneles negros de una puerta cerrada sobre la que estaba escrito castigo 2 y encima de cuyo dintel brillaba una lucecita ambarina. Nichos estaba junto a la pared tan inmóvil como una estatua de plata bruñida, con la desesperada agonía de sus ojos siendo lo único vivo que había en todo su rostro.
Delante de el había un soldado humano con armadura completa cuyas manos sostenían una carabina láser preparada para hacer fuego.
—Quédate donde estás, Luke —dijo la voz de Triv Pothman. El casco la alteraba volviéndola metálicamente inhumana, pero Luke la reconoció a pesar de ello—. Ya sé que sientes lealtad hacia ella, pero es una rebelde y una saboteadora. Si te vas, podré testificar en tu favor.