Salap aguardaba como un gato paciente, el rostro distendido pero los ojos alerta. Ambos sabíamos que aquellos hombres podían ordenar a los tripulantes que nos mataran y nos arrojasen al canal en cualquier momento, y habría pocas repercusiones.
Las nubes que se desplazaban sobre el canal rodeaban una espesa silva. Los oscuros riscos eran cada vez más bajos, incluso de menos de doce metros, a medida que el barco avanzaba por el canal, y habían quemado y despejado amplias zonas para instalar granjas.
Los campos gredosos que había al pie de los matorrales parecían poco fértiles para la siembra, sin embargo; al parecer habían abandonado las tierras, dejando cicatrices tristes y desnudas a lo largo del canal.
Un camarero de chaqueta blanca salió de la cabina de proa y nos sirvió vasos de agua y tajadas de una fruta dulce y verde que sabía a melón. Frick insistía en preguntar detalles de Thistledown mientras comíamos.
—¿Cómo es ahora? He tratado de plantearme la posibilidad de demoras temporales en las pilas geométricas. ¿Cuántos años han pasado allí desde que nos fuimos?
No vi motivos para no responder.
—Unos cinco años, en tiempo de la Vía.
A Frick se le demudó el rostro.
—¿Eso es todo? He pasado aquí mi vida entera y tengo menos de cinco años.
—Nadie comprendió a qué nos enfrentábamos, y Lenk menos que nadie —dijo Brion .
—Creo que Hábil Lenk reconoce sus errores —intervino Salap—. Es demasiado tarde para acusaciones y recriminaciones.
—Si evaluamos quién mandará y quién prevalecerá cuando se tomen las decisiones importantes, sin duda debemos juzgar. Los errores pesan.
—Lenk lamenta no haberos enviado más ayuda —dijo Salap.
Brion entornó los ojos y torció los labios con desprecio.
—Fue una decisión calculada, no un descuido. Godwin y Naderville han cuestionado su legitimidad.
—Me interesa lo que vas a mostrarnos —dijo Salap—. Me interesa menos el desacuerdo entre tú y Lenk, o quién prevalecerá sobre quién.
—Agradezco tu franqueza. Es lo que esperaba de ti, ser Salap. Muy poca gente me habla sin rodeos. Me tratan como a un chiquillo terco. No soy tan temperamental. —Pareció relajarse—. No me preocupan mis errores con Lenk, ni los errores de mis predecesores. Aunque ellos consolidaron nuestro aislamiento antes de que yo llegara... Pero quizá tengas razón. Esas recriminaciones no tienen fin. Lenk no es un santo, en absoluto.
Contuve el ansia de preguntar por las órdenes impartidas al general Beys, y si tendría que rendir cuentas. Brion podía tomarse las palabras de Salap con cierta calma, pero quizá no reaccionara igual al oír las mías.
El camarero nos trajo pan y frutas azuladas que parecían uvas.
—Fundamentalmente, hemos entendido mal este planeta —dijo Brion—. Yo soy tan culpable como cualquiera. Lo mirábamos con ojos tendenciosos, esperando relaciones simples entre organismos simples, por grandes que fueran. Pensábamos en autoridades centrales, en una inteligencia o personalidad consciente. No había conciencia ni personalidad en Lamarckia. Había dirección vital, orden, y desde luego cambio; a veces un cambio frenético, pero no lo que llamaríamos un yo.
—¿Cuáles han sido tus errores? —preguntó Salap al cabo de un momento de silencio.
Me pregunté si Salap habría sido una elección tan afortunada. Randall se habría comportado con más discreción. Esperaba que supiera qué se proponía, y cuánto podía costamos.
—Yo lloraba una muerte —dijo Brion—. No actuaba racionalmente. Sentía que no tenía amigos en este mundo, salvo la tierra, el ecos. Me sentía muy cerca de él, y aún me siento así. Mi mayor error.
—¿Una muerte? —pregunté.
—Caitla, mi esposa. La hermana de Hyssha. Nacimos en la misma familia triádica de Tierra de Elizabeth, crecimos juntos, vivimos casi toda nuestra vida juntos. Fuimos los primeros en viajar a las fuentes del canal. Yo dependía de ella.
Frick, sin que Brion lo viera, se llevó los dedos a los labios y meneó la cabeza, instándonos a no tocar ese tema.
De pronto los secretos de Lamarckia dejaron de importarme, como si el interés y la pasión de Brion me hubieran manchado.
Hora tras hora, kilómetro tras kilómetro, el canal continuaba hacia el este, internándose en Hsia con una serie de recodos casi imperceptibles, curvas suaves en este viaje continuo. Las aguas, decía Brion, habían fluido aquí por lo menos diez millones de años. El canal y los cientos de ramificaciones que nacían de aquellas aguas, internándose en la tierra como sangre en un tejido, habían sido parte de un sistema fluvial natural que el ecos había adaptado a sus propias necesidades.
—Hasta hace poco, estas aguas llevaban vástagos de reemplazo en racimos flotantes, semejantes a balsas. El canal estaba lleno de ellos.
Las aguas fluían limpias y vacías.
—¿Qué ha sucedido con ellos? —preguntó Salap.
—Dejaron de venir hace un mes. Algo está sucediendo, tal vez un flujo. Hace varios meses que no visito el valle del Alba. Dejé a Caitla allí y... supongo que no he tenido valor para regresar. Además, los preparativos para la visita de Lenk me han distraído. Ahora que él está aquí, me pregunto para qué he trabajado tanto.
Frick trató de cambiar de tema, de guiarlo nuevamente hacia los asuntos de Thistledown, cualquier cosa con tal de mantener a Brion alejado de su obsesión, pero de nada sirvió.
—Me he sentido solo sin mi esposa. —Brion me miró con el rostro inexpresivo—. Estar con ella, es otra clase de soledad.
—¿Con tu esposa? —preguntó Salap, desconcertado.
Frick palideció.
—No —dijo Brion con aire distante—. Caitla murió.
—Siento gran curiosidad por la actual actitud del Nexo hacia Lamarckia —dijo Frick, inquieto.
Brion se volvió hacia él con sus grandes y líquidos ojos verdes llenos de dolor, como si Frick lo hubiera insultado. Frick se puso todavía más nervioso. Por un momento pensé que saltaría de la embarcación.
Brion desvió los ojos, me miró a mí.
—Me siento muy mal al pensar en ello —dijo—. Me hace sentir inferior. Y he trabajado con empeño para ganarme este orgullo. Tomé esa nave náufraga que era Godwin, la reparé y la guié en medio de peligrosas tormentas. Es un milagro que estemos vivos... y no es gracias a Lenk.
«Debería tener la libertad de sentirme orgulloso, pero ella, me la ha quitado. Sin duda. Hace semanas que el canal está vacío.
Salap me miró solapadamente. La conversación terminó, para alivio de Frick.
El sol salió de detrás de unas nubes y el aire se volvió denso y húmedo. Habíamos dejado atrás los sembradíos estériles. A lo largo de la costa, los negros riscos de la espesura se elevaban treinta y cuarenta metros sobre el canal, y el agua tintineaba y gorgoteaba internándose en túneles laterales que se la tragaban como gargantas.
El camarero puso esteras acolchadas en cubierta y dormimos bajo el doble arco de estrellas. Miré las estrellas a través de una delgada bruma, preguntándome si soñaría de nuevo al dormir.
Ahora mi madre me reconocería. Indefenso, mortal, durmiendo sin sueños.
Las aguas del canal lamían el casco de la lancha, acunándome. A proa, Brion y Frick dormían, uno de ellos roncando. Salap estaba en el techo de la cabina. Si dormía, no roncaba.
Si no sabes dónde estás, no sabes quién eres.
Yo empezaba a saber dónde estaba.
Despertamos en medio de una niebla dorada. El brumoso aire de la mañana titilaba sobre el canal. El camarero trajo un brebaje caliente y espeso en un recipiente de plata y lo sirvió en tazas, luego sirvió tortas calientes y que crujían para el desayuno. Nos sentamos bajo el dosel mientras se disipaba la niebla, todos menos Brion, quien se quedó solo a proa.
Frick hablaba de temas sin importancia, llenando el tiempo con anécdotas sobre las trivialidades sociales que rodeaban a Brion. Sus anécdotas no me resultaban divertidas, pero nos entretenía a todos sin ofender a nadie.
Me dolía el trasero de estar sentado. Me levanté y me marché a popa, a mirar la estela que dejábamos en las aguas vacías.
Las matas de las costas del canal eran cada vez más nudosas, y sus bordes negros y cortantes se volvieron morados e irregulares. Sólo una vez vi algo que se movía entre las ramas, como una enorme lombriz parda. Salap se me acercó y se quedó sentado junto a mí hasta el atardecer.
—El capitán y yo estudiamos esta costa hace años —dijo—. Aunque nunca remontamos este canal, y nunca llegamos al lago. En los matorrales hay muchos tipos de vástagos. Eso era cuando Lenk trataba de congraciarse con las mujeres que estaban al mando en Godwin. Volverlas al redil... Pero ahora no veo mucha actividad. Tal vez Brion tenga razón, y un flujo sea inminente.
—¿Estás seguro de que no hay más ecoi en Hsia? —pregunté.
—No hemos descubierto ninguno. Este es antiguo, tal vez el más antiguo de Lamarckia. Baker creía que podía ser el primero de todos los ecoi. Creo que cubre el continente entero.
Esa tarde nos cruzamos con una barcaza cargada de montones de tierra oscura, una especie de mineral. Brion se quedó sentado a proa, las rodillas dobladas, y la miró pasar por el canal. Vanos hombres de pecho desnudo saludaron jovialmente desde la barcaza, y Brion les devolvió el saludo.
—De nuevo una carga ligera —le dijo a Frick—. Ella no está produciendo como antes.
Salap se acuclilló junto a mí y frunció el ceño.
—¿Quién es esa «ella» de la que tanto habla? —susurró—. ¿Qué tiene que ver «ella» con esos montones de tierra? Estoy harto de este misterio.
—Brion dirige esta función —respondí, y pensé en el Mar Sin Peces y su enigmática atracción.
Al atardecer nos cruzamos con otra barcaza, medio cargada con troncos marrones y rojos, como montones de salchichas.
—Comida —dijo Frick—. Más de la que nosotros podríamos cultivar.
Pero algo de lo que vio en la barcaza le molestaba, y se aproximó a Brion. Hablaron en murmullos un rato; Brion se impacientó y acabó alejando a Frick.
Más adelante el canal se ensanchó formando un pequeño lago. En la costa, se internaban en el agua largas y oscuras estructuras como capullos enormes de fibrosas paredes grises. Entre los capullos había espacios abiertos, y en uno de esos espacios una grúa flotante con pala cargaba cuatro montones de mineral en una tercera barcaza. El mineral se amontonaba escasamente en un claro que antes habría contenido docenas de montículos del mismo tamaño.
—¿Sentís curiosidad? —preguntó Brion.
—Mucha —respondió Salap.
—Que aumente, que aumente. Rara vez tengo tantos testigos inteligentes. Permitidme un poco de dramatismo.
Salap tamborileó con los dedos en la borda, la cabeza gacha.
—Ten compasión de nosotros, ser Olmy. Lenk siempre se ha comportado como un niño, Brion es otro.
Había una máxima que nos enseñaban en las clases de ciencias políticas de Thistledown: los gobernados modelan a sus gobernantes. Esto no era lo mismo que decir que el pueblo obtenía el gobierno que se merecía, pero apuntaba en esa dirección. Lo que me exasperaba era el dolor y el sufrimiento de los inocentes, los que eran demasiado jóvenes para elegir, los nacidos en Lamarckia.
Pero Brion había sido uno de ellos.
—Si yo hubiera sido científico en Thistledown, o en la Vía —dijo Salap—, ¿cuántos hombres y mujeres más inteligentes y más capaces estarían por encima de mí, ocupando los mejores puestos, realizando los más grandes descubrimientos?
—¿Entonces? —pregunté intrigado.
—Me conozco, ser Olmy. Soy una de las personas más inteligentes de este planeta.
—Y eso te preocupa.
—Me aterra. Echo de menos el estímulo de otras mentes. —Miró las tranquilas aguas de aquel extraño lago—. ¿Quién explota esos filones? ¿De dónde viene el mineral?
—Ella —sugerí—. Su esposa muerta, Caitla.
—Estamos en una tierra de sueños, ser Olmy —reflexionó Salap.
El lago quedó atrás, el canal se hizo más estrecho y más profundo, y no vimos más barcazas ni otras embarcaciones. El piloto nos guiaba por esas aguas lentas con un ronroneo de motores eléctricos. Las hélices dejaban una estela vibrante, incrustada con las gemas del sol poniente.
La luz del ocaso convirtió a Salap en un pirata broncíneo. Hablábamos poco.
Creo que ambos esperábamos morir pronto. O bien la premonición de Brion acerca del cambio era acertada, y ese cambio nos mataría, o bien el mismo Brion cambiaría y nos mataría...
No parecía que tuviéramos muchas oportunidades.
Pensaba a menudo en Shirla, y esperaba que la trataran bien, pero a decir verdad toda la gente que habíamos dejado atrás —muerta o viva— parecía alejarse no sólo en el tiempo sino en la memoria. Mi universo se limitaba a la lancha, el canal, Salap y Brion. Todo lo demás —incluso Frick y los tripulantes— era accesorio.
Frick se acercaba a menudo a popa para hablar con nosotros. Parecía aún más consciente de su mortalidad. Su nerviosa cháchara se convirtió en una molestia, y rara vez era informativa. No respondía preguntas directas, y prefería respetar la falta de claridad de Brion, que iba sentado a proa como un mono triste e inquieto.
Antes de la cena, fui a proa y me acerqué a él. La actitud de Salap se me estaba contagiando, y empezaba a perder los estribos. Él me miró con expectación.
—Nos pones nerviosos a todos —murmuré—. ¿Es lo que deseas?
—Soy un hombre poderoso, ser Olmy. Pero no soy caprichoso. He gobernado esta parte de Lamarckia con mano firme y lo hice bien, dadas las circunstancias. Los tiempos duros requieren decisiones duras.
—A riesgo de disgustarte, me gustaría que describieras lo que vi cerca de Calcuta.
Brion desvió los ojos.
—Sin duda las andanzas del general Beys.
—No uno de sus éxitos.
—No he hablado de esas cosas con el general Beys.
—¿Le ordenaste buscar recursos, recoger niños y equipo en aldeas indefensas?
—Le conozco bien. No es un monstruo. Lo designé después de la peor hambruna; él había perdido esposa e hijos, ya no tenía familia. Su expresión me decía que nos sería útil. Le quedaba muy poco por lo que vivir.
—Llegué a Lamarckia por una aldea llamada Claro de Luna. Habían matado a casi todos sus habitantes. No habían accedido a entregarle a Beys pequeños depósitos de mineral. Supongo que Beys quería apoderarse de los minerales sin tratar con Lenk... y que los minerales que obtenéis aquí no son suficientes.