No siento gratitud. Comprendo el valor de la muerte. Mi cuerpo —el cuerpo que ya no poseo— preparó mi alma mediante su deterioro en el curso de una vida natural. En tantos años de hambre, fuga, pesadumbre y dificultades, mi cuerpo se volvió resistente, y rehusaba morir fácilmente. Pero mi mente conocía el valor de la muerte. No siento gratitud. No siento gratitud si la vida es algo que se me ha devuelto.
Había sobrevivido a dos esposas. Mi pueblo se había asentado en las islas Kupe, frente al cabo Magallanes, al sur de Tierra de Elizabeth. Sólo recuerdo fragmentos: los agentes de Yanosh entrando en mi choza, encontrándome en un jergón de juncos, un lecho especial para morir.
—Elizabeth sabía morir —le digo a Yanosh.
—El ecos —dice él.
—Sí. El ecos. El nombre de mi esposa era Rebecca.
—Se negó a venir aquí —dice Yanosh—. Nos dijo que éramos ángeles y que podíamos llevarte de vuelta al lugar donde habías nacido.
—Sí.
—Era tu tercera esposa.
—Sí. ¿Quieres que te cuente todo lo que sucedió? He vivido mucho tiempo, Yanosh.
Yanosh parece francamente angustiado.
—No era nuestra intención abandonarte, Olmy. Debes creerme. Los naderitas llegaron al poder y no pudimos organizar el proyecto durante años. Cuando los geshels recobraron el poder, los jarts nos obligaron a retroceder. Y cuando al fin regresamos, la pila geométrica estaba aún más enmarañada, y no podíamos abrir una puerta. Creímos que Lamarckia estaba perdida.
—Entiendo —digo.
Aún hablo en el tono de un viejo cansado, aunque mi voz es joven. No me interesa acusar a nadie. He tenido una vida larga y plena. Conocí a Shirla, y después a Sikaya, y al fin a Rebecca. que era una anciana cuando descubrí su belleza y la amé.
Con mi muerte, seré finalmente humano. Sabré dónde estoy.
—Quieres saber qué apariencia tenía —digo.
—El campo y la cúpula ya no existen —dice Yanosh—. Los pilares están desnudos, la cúpula ha desaparecido. La jungla lo invadió todo. Sólo queda lo que has visto y recuerdas.
Él lo llama «jungla», no silva. Y en eso se ha transformado.
—Todo verde. Los últimos vestigios de la antigua Hsia.
Veo fantasmas alrededor de Yanosh, imágenes incorpóreas de otros que escuchan. Se lo estoy contando a todo el Hexamon. Soy una celebridad.
Me acerqué al armazón. Chung se negaba a entrar. Frick siguió a Brion, pues él había estado antes dentro. No le gustaba estar allí, pero era leal a Brion. Salap estaba en éxtasis. Su rostro brillaba de entusiasmo, y sombras pardas le lamían la tez cremosa cuando nubes de tormenta cruzaban el cielo. Me palmeó el hombro, sonrió y atravesó esa membrana semejante a un telón para entrar en la cámara interior. La membrana se cerró detrás de él como la pared invertida de una gruesa pompa de jabón.
La voz habló de nuevo, aguda y perfecta. Brion sollozaba como un niño. Apoyé la mano en la membrana, sentí que me rodeaba los dedos, la muñeca y el brazo como un labio carnoso.
Dentro de la membrana, ella estaba en medio de una masa de lustrosas semiesferas negras, erizadas de pinchos negros y coronadas por arcos negros. Estaba desnuda y su piel ondulaba como si fuera una imagen mal proyectada.
Brion estaba a dos pasos de mí, Frick junto a él. Brion sacudió la cabeza, llorando. Salap se acercó a aquella forma femenina, con la barbilla en la mano, estudiándola. El largo e inmóvil cabello de la mujer, de un rojo lodoso y opaco, bajaba en mechones que le llegaban a los hombros. El rostro estaba modelado toscamente, un rostro de marioneta creado por un aficionado. No les prestaba atención.
No movía la boca al hablar.
—No conozco nombres.
—¿Puedo hablarle? —preguntó Salap.
Brion cayó de rodillas y tocó el suelo con la cabeza, aplastando las palmas contra aquella superficie irregular que palpitaba como una ola.
—Esto no es lo que él esperaba —dijo Frick.
Salap se acercó a la criatura.
—Mi nombre es Mansur Salap. Me gustaría hablar contigo —dijo, como si se presentara en una fiesta.
La criatura volvió la cabeza, pero sus ojos —azulados, con los párpados fijos e inexpresivos— no podían encontrar los de él. Carecía de refinamiento y no podía expresar nada humano salvo a grandes rasgos. Si algo había aprendido, era de forma totalmente parcial.
—Representas a otra, ¿verdad? —preguntó Salap.
—Brion no con nombres —dijo la voz, que venía de todas partes. Las paredes del armazón vibraban como diafragmas, y esos sonidos y otros parecían ráfagas de susurros, un gruñido constante y difuso.
—¿Reconoces a Brion? —preguntó Salap.
—Habla.
—Hablo y mi nombre es Salap.
—Traje a Caitla aquí. ¿Dónde está? —preguntó Brion.
Otra membrana de tejido se retiró, y vimos el cadáver sobre una protuberancia del cuerpo viviente, carcomido por meses de deterioro.
—Tú nos comprendes —dijo Salap.
Chung había entrado sin que yo la viera y estaba un paso detrás de mí.
—¡Por la Estrella, el Hado y el Hálito! —exclamó.
La criatura se volvió hacia su voz.
—Dos hablas dieron a usar lo que usar. Dos ahora aquí.
Chung se sorprendió de que la confundieran nuevamente con su hermana.
—No soy Caitla —dijo—. Tú has tratado de convertirte en Caitla. —Y le gritó a Brion—: Ella está muerta, y has querido traerla de vuelta.
Brion dejó de llorar y examinó críticamente a la criatura.
—Podrías intentarlo de nuevo. Más trabajo, más detalle.
—Tardará mucho en comprendernos —dijo Salap.
—¿Por qué? —preguntó Brion—. ¿Por qué necesita tanto tiempo? Ella toma muestras de nosotros, debe saber cómo somos.
—Nos hemos equivocado —dijo Salap.
Noté que la criatura no había avanzado un paso. Crecía del suelo y no podía alzar los pies. Era apenas un poco más refinada que los hollejos desechados que habíamos visto antes.
—Caitla y yo le dimos la clorofila —alegó Brion—. Ella tomó el frasco y lo utilizó. Le hizo a Caitla plantas para su jardín, trabajando con las plantas reales que Caitla le mostraba.
Salap me miró.
—¿Puedes decírselo, ser Olmy? ¿Puedes aportar la sofisticación de Thistledown a este pequeño ejercicio de monstruosidad?
Por un instante no supe qué quería Salap de mí. Entonces afloró un pensamiento que durante meses había retenido en el fondo de mi mente.
—Nunca tomaron muestras de nuestra estructura genética.
—¿Sí? —me alentó Salap, el rostro reluciendo de nuevo como un faro.
La criatura tembló haciendo un rudimentario ajuste.
—El muestreo es una manera de identificar otros vástagos. Cada ecos lleva sus propios marcadores, su propio esquema químico. Nosotros no encajamos en ningún esquema. No provenimos de otros ecoi. No pueden analizar nuestra estructura desde el nivel de nuestro material genético. Así que tienen que copiarnos a partir de lo que les indican otros sentidos.
—¿Pero qué hay de la clorofila? —insistió Brion.
—Ella comprende la química —dijo Salap—. Puede analizar y utilizar sustancias orgánicas. Tú debes haberle proporcionado las pistas definitivas que necesitaba... le has dado los pigmentos en un contexto que ella podía entender. Pero no puede descifrar nuestro código genético. Somos demasiado diferentes.
—Nombres —dijo la criatura—. Nombres no conozco.
Chung estaba estupefacta.
—¿De veras entiende lo que decimos? ¿O sólo trata de hilar las palabras?
—Las entiende —dijo Brion.
—Eso ya es un milagro —dijo Chung. Se acercó más a la criatura y a Brion, superando en parte su repugnancia.
—¿Con qué hablabas antes? —le preguntó Salap a Brion, señalando la criatura: antes de que creara, esta cosa.
—Cuando Caitla y yo veníamos aquí, esta cámara interior estaba llena de tejidos... herramientas. Era una fábrica de prototipos. Se generaba parte de un vástago aquí, parte allá. Vimos zarcillos gigantes que los desplazaban por la cámara y los ensamblaban con otras partes. Y vimos cómo los disolvían en grandes estanques, convirtiéndolos en gelatina o cieno. Rechazados.
«Caitla comprendió de qué se trataba. Dijo que estábamos en una enorme célula, con todas sus partes agrandadas, pero por eso mismo no era una célula. Ignorábamos por qué nos habían permitido entrar aquí. En nuestra última visita, antes de que Caitla enfermara, la madre seminal... —Señaló la cámara—. La madre seminal nos mostró los mejores vástagos con forma humana, aún más toscos que éste. Sólo podía tararear y silbar y pronunciar palabras a medias. Caitla pasó una semana enseñándole a hablar antes de que tuviéramos que regresar a Naderville. Sabíamos que ella quería comunicarse con nosotros directamente.
—Traed —dijo la voz—. Traed nombres para conocer.
—Traje a Caitla aquí cuando agonizaba. Caitla me dijo que la dejara aquí. «Déjame donde dejamos mis plantas», dijo. Sabíamos que ella podía hacer algo mejor.
Brion miró las paredes rojas del armazón. No sabía si interpelar a la criatura directamente o si hablarle al armazón, a toda la semiesfera.
—¡Puedes lograr mucho más!
—No hacer más para este hijo —dijo la voz; su timbre era vibrante y había adquirido un matiz que, de haber sido humana, yo habría interpretado como convicción—. Nuevos nombres, no hacer más, no hacer más para este hijo.
—¿Por qué? —preguntó el consternado Brion.
La criatura se hinchó de nuevo, llenándose de fluidos frescos que venían de abajo. Alzó los brazos. El color de su cutis mejoró, y los movimientos de la piel se redujeron y coordinaron, pareciéndose más al movimiento de los músculos. Miré con turbada fascinación el desarrollo de sus rasgos faciales, el refinamiento del abdomen y los pechos, que todavía parecían de muñeca pero eran una mejor imitación de Caitla. O de Hyssha.
—Está aprendiendo de ti —le dijo Salap a Chung.
Ella escrutó las sombrías alturas del armazón, buscando ojos entre los resplandores y fulgores. Brion pareció contrariado por esto. Retrocedió un paso.
—No es Caitla —dijo.
—Nunca lo será —dijo Salap—. Has interpretado mal lo que el ecos puede hacer. Todos hemos proyectado nuestras pesadillas y esperanzas.
La criatura movió la cabeza, abrió la boca. Ahora la voz salía de la boca.
—Sonidos como olores, nombres más profundos de lo que conozco. Dos son una, pero permanecen. Hago tercera, pero dentro. Tercero es hijo, pero no como este hijo. No de mí, ni de ningún yo, de dónde.
Luego añadió el signo de interrogación:
—¿De dónde"?
Ninguno de nosotros comprendía.
—No somos de este planeta —murmuró Brion, como si se tratara de una confesión devastadora. Creo que trataba de renunciar a su última esperanza de recobrar a Caitla, y pagaba un alto precio. Aún le quedaba cierta valentía o cierta curiosidad que le permitía hablar con la criatura.
—Sólo esto es. Sólo esto es.
La criatura alzó un pie, giró levemente sobre el otro y bajó el pie libre torpemente, inclinándose hacia delante para conservar el equilibrio. Volvió a su postura original, pero quedó una mancha allí donde había levantado el pie. Aunque sabía que esa imagen de Caitla/Hyssha nunca pasaría desapercibida dentro de un ecos humano, quería terminar aquel vástago peculiar, el comunicador para satisfacer su curiosidad eterna e impersonal, el más puro y biológico afán de saber.
—Hay más —susurró Brion—. Planetas y planetas y planetas. En el cielo. Dondequiera que haya estrellas.
Ante la mención de las estrellas, las luces del armazón interior se multiplicaron sobre los soportes y paredes, azules y blancas, brillando con repentino esplendor.
—Estrellas —dijo la criatura.
Brion se volvió hacia Frick y Chung.
—Sé que no es Caitla. Sé que nunca más veré a Caitla. Pero podría quedarme aquí para guiarla. Sería feliz haciendo eso.
Frick se frotó las manos, diciendo a su pesar:
—Ser Brion, te necesitan. Te necesitamos.
El breve asomo de esperanza de Brion se marchitó. Arrugó la cara y también se frotó las manos, se apretó la nariz con la punta de los dedos.
—Beys puede encargarse de esas cosas —dijo.
—Delegas demasiado en Beys —dijo Chung—. Algún día descubrirá que no nos necesita.
Brion gesticuló bruscamente, como si fuera a replicarle, pero se volvió hacia la criatura y perdió toda expresión.
—Tienes otras responsabilidades —afirmó Salap en tono conciliador—. Aquí todos tienen otras responsabilidades. Disculpa, ser Brion, pero ninguno de vosotros está preparado para estudiar y enseñar aquí. Yo sí.
—¿Qué le enseñarías? —preguntó Brion con resentimiento, reacio a abandonar aquella última posibilidad de plenitud, de paz.
—La estudiaría —dijo Salap—. Y luego la miraría morir. No creo que este palacio, este campo, permanezca vivo mucho más tiempo, ni ninguno de su especie en Hsia. Tú y Caitla le disteis un «nombre» muy poderoso. Creo que usa «nombre» para referirse a la clorofila que le regalasteis. Ella usó el nombre. Y eso lo cambia todo.
—Los globos —dije.
Salap asintió.
—Llevan madres seminales larvarias, no sólo vástagos. Si estoy en lo cierto, dentro de pocas semanas todo esto se marchitará.
—Viejos nombres mueren —dijo la criatura.
—Una pesadilla —dijo Brion con abatimiento—. Es una pesadilla. —Se volvió hacia mí—. Ser Olmy, tú sabes historia. Sabes que el exceso de cambio significa muerte y destrucción por doquier. El Hexamon debe venir. Lo he dicho, lo he sentido. Debes reparar la clavícula de Lenk, contarle al Hexamon lo que ha sucedido aquí.
No había nada que yo pudiera decirle. Parecía ridículo que Brion hablase en nombre de los humanos de Lamarckia. Pero tenía razón. Quedaba una última cosa por hacer: encontrar la clavícula y ver si era posible repararla.
Brion se acercó a la criatura y le tocó la cara. La criatura no reaccionó, pero mientras él la acariciaba dijo:
—¿Hay más nombres? Traed más nombres.
Dejamos a Salap con provisiones para varias semanas, sacadas de las dos lanchas, la de Brion y la de Hyssha Chung y sus ayudantes.
—No me moriré aquí, no temas —me dijo Salap, regresando conmigo por el mar de verdor—. Soy un buitre viejo y resistente, como bien sabes. Brion, en cambio...
Brion había regresado a la lancha como obnubilado, ignorándonos, y estaba acuclillado a proa, mirando el canal. Se había desatado el cordel; lo llevaba entre el pulgar y el índice y lo dejaba caer sobre la bruñida cubierta de xyla pintada.