—¿Es seguro? —preguntó Salap.
Estábamos sentados frente a la ventana, bañados por la fresca luz verde del exuberante vivero.
—Es lo que él dice —murmuró Lenk.
—¿Qué dice tu investigador? —preguntó Salap.
—Ser Rustin no quiere aventurar una opinión.
—Brion y su esposa han persuadido al ecos para que les proporcione alimento —continuó Fassid—. Libraron Naderville de la peor hambruna que había sufrido, pero según nuestros datos Brion tuvo que afrontar un conato de rebelión. Algunos de los suyos pensaban que se había cometido un sacrilegio.
—No fue lo que dijo Brion —comentó secamente Keo.
—Brion no ha gobernado sin oposición. Pero nuestra información sobre Hsia siempre ha sido fragmentaria —dijo Fassid—. Supimos aún menos cuando Brion delegó casi toda su autoridad en Beys.
Salap sacudió la cabeza, tratando de dejar de lado detalles que él consideraba irrelevantes.
—Ya bastante nos costaba soportar nuestro propio dolor —dijo Lenk con voz trémula.
—¿Sabes dónde está Shatro? —preguntó Randall.
—No —dijo Keo—. Nuestro principal negociador dice que ha ofrecido sus servicios a Brion.
—Ha afrontado muchos problemas —intercedió Salap, como una madre protegiendo a un hijo descarriado. Esta repentina moderación nos sorprendió a Randall y a mí. Salap nos miró con los ojos entornados, recobrando su sonrisa picara.—. Ahora no nos serviría de mucho. Es estrictamente un técnico, y no tiene muchas luces. —Salap hundió las manos en el regazo.
Se abrió la puerta de la habitación y entró un hombre alto y desmañado de mi edad, con el cabello castaño claro y el rostro ancho de carnero; iba seguido por una mujer baja y joven de ojos inteligentes. Fassid presentó al hombre, el principal investigador de Lenk, Georg Ny Rustin. Salap y él parecían conocerse, y Rustin no estaba cómodo en presencia de Salap.
—No hemos aprendido nada nuevo —les dijo Rustin a Lenk, Keo y Fassid—. Nada sorprendente, al menos.
Salap se volvió hacia el investigador de Lenk. Rustin viajaba en el Vaca y hasta ese momento no se habían encontrado.
—Ser Rustin, al parecer trabajaremos juntos.
—No creo haber llegado todavía a mis límites —dijo rápidamente Rustin, mirando a Fassid y Lenk. Comprendiendo que se había puesto en evidencia, añadió—: Por supuesto, acepto tus opiniones.
—¿Tú opinas que este ecos ha comprendido nuestro lenguaje genético?
—En absoluto. Todo lo que nos han mostrado hasta ahora podría ser una imitación, una adaptación. Lo hemos visto antes. La imitación de la forma física externa de los vástagos, pero no de su estructura interna.
Salap ladeó la cabeza.
—Estas formas que parecen plantas terrícolas... ¿son puras imitaciones?
—Sólo he podido realizar análisis preliminares, y esa mujer, Chung, no ha cesado de molestarnos... pero sí, yo diría que son puras imitaciones, con pocas semejanzas en la estructura profunda.
—¿ Los investigadores de Brion han descubierto si estas formas, estas colaboraciones, por así llamarlas... usan nuestros métodos genéticos, una sintaxis genética terrícola?
Rustin sacudió la cabeza.
—No es así. Son megacíticas; poseen tejidos esponjosos y llenos de fluidos en vez de una auténtica estructura celular. Lo hemos confirmado de manera fehaciente con muestras que sometimos a pruebas de laboratorio.
La mujer morena alzó una caja negra que presuntamente contenía los equipos de laboratorio. Parecía ansiosa de hablar, pero el protocolo la obligaba a contenerse.
—¿Has reflexionado sobre lo que Brion se propone hacer con estas nuevas formas?
Rustin negó con un gesto.
—Al margen de lo que me han dicho... no.
—Bien, nunca te ha gustado ir más allá de las pruebas tangibles y sacar conclusiones rebuscadas.
Rustin no sabía si tomárselo como un cumplido.
—¿Estos nuevos vástagos verdes son similares a las variedades alimenticias que según Brion los han salvado?
—No lo sé —dijo Rustin.
—¿Has encontrado clorofila en estas imitaciones?
—Hemos examinado toda la gama de pigmentos. Además de las habituales variedades de pigmento lamarckianas, contienen clorofila alfa y beta. Estos pigmentos no aparecen en otras partes de Lamarckia.
—¿Y eso qué te sugiere?
Rustin pestañeó.
—Es nuevo —dijo—. Es posible que Brion haya logrado... —Alzó la mano en un gesto vago—. Pasarle pistas al ecos. Pero no veo cómo.
Salap miró a la mujer.
—Tú eres Jessica McCall, si no recuerdo mal.
—Tienes una memoria maravillosa —dijo la mujer, obviamente halagada de estar en su presencia.
—¿Qué piensas, ser McCall?
McCall estudió rápidamente los rostros de Fassid y Rustin, y miró de soslayo a Lenk, que nos daba la espalda.
—Estoy muy preocupada, ser Salap —dijo al fin—. Si el ecos se da cuenta de los beneficios que aportan estos pigmentos fotosintéticos más eficaces...
—Yo también estoy preocupado —la interrumpió Salap—. Ser Rustin, has hecho bien tu trabajo.
—La gente de Brion no colabora demasiado —dijo Rustin. Y añadió, en un arrebato de frustración—: Hyssha Chung se ha puesto muy difícil. Afirma que el vivero es un monumento en honor de su hermana. Se niega a dejarnos realizar estudios exhaustivos sobre los notables vástagos que contiene.
Salap canturreó y cabeceó.
—Hábil Lenk, me gustaría reorganizar este equipo de investigadores, para aprovechar todos nuestros talentos del modo más eficaz.
—¿Por qué? —preguntó Rustin, consternado por la inesperada petición.
Lenk miró tristemente a Salap.
—Si es necesario —dijo.
—Lo es.
Rustin se puso a tartamudear, hablando de su renuncia. Salap le apoyó una mano en el hombro.
—No tenemos tiempo para juegos sociales —le dijo.
—Me he ganado este puesto, y siempre he contado con la confianza de Hábil Lenk —exclamó Rustin, con lágrimas en las achatadas y rojas mejillas.
—Todos podemos ser útiles —concluyó Salap al cabo de un instante de doloroso silencio.
Rustin pestañeó, se pasó la mano por la boca.
—Me sentiría honrado si ser Salap me dijera qué sucede aquí —dijo Lenk.
—Evidentemente, Brion revela sólo parte de la verdad —dijo Salap—. Se ha producido alguna forma de colaboración.
—¿Pueden ir más lejos? —preguntó Fassid.
—¿Qué temes que hagan?
—Mencionaste que la isla de Martha estaba creando vástagos de forma humana.
Salap sacudió la cabeza.
—Es posible que eso no signifique nada aquí. Lo que ha logrado Brion podría ser mucho más peligroso. Brion puede tener razón... podría obtener un triunfo y al mismo tiempo cometer un error.
—No es un hombre fácil de entender —dijo Fassid.
—Yo le entiendo bastante bien —dijo Lenk.
—¿Qué más ha confesado Brion? —pregunté impulsivamente.
Fassid me miró como si yo fuera un insecto molesto.
—Ser Olmy presenció el exterminio de una aldea hace pocos meses —dijo Randall, justificando que hubiese hablado, que no me hubiera sabido mantener en el lugar que me correspondía.
Todos cabecearon comprensivamente, salvo Lenk y Fassid. Había demasiadas cosas tácitas en aquella habitación, y yo no podía detectarlas todas.
Lenk se volvió hacia la ventana.
—Es una buena pregunta —dijo Keo—. Brion ha cedido la autoridad militar, y casi toda la civil, al general Beys. Beys ha tomado la mayoría de las decisiones importantes durante dos años. Empezó a enviar naves para recoger provisiones, es decir, para saquear aldeas, el año pasado. Este año ha acompañado a los piratas personalmente, con el propósito de obligar a Lenk a ceder su autoridad. Ha realizado incursiones en Elizabeth, y robado niños. Construyó barcazas de vela a lo largo de la costa y envió el equipo robado, la comida y los niños a Naderville. Están vivos, dice Brion, y los cuidan bien.
—Sus padres han muerto —dijo amargamente Fassid—. Desprecio a ese hombre.
—¿Por qué se llevó Beys a los niños? —pregunté.
Lenk me miró como para evaluarme nuevamente. Randall y Salap me miraron con una intensidad que podía significar fascinación, o una advertencia.
—Perdieron más de la mitad de sus hijos por culpa de la hambruna —me respondió Keo—. Fue realmente grave.
—Brion no acudió a mí —dijo Lenk—. Si lo hubiéramos sabido, habríamos compartido lo poco que teníamos.
—Él no quería tu ayuda porque lo habría hecho parecer débil —dijo Fassid—. Tal vez Beys no haya actuado obedeciendo órdenes directas, pero sabía lo que quería Brion. Un futuro, un pueblo que gobernar.
—Los niños estaban en el complejo donde hemos pasado la noche —dijo Randall.
—Sí. Algunos niños están aquí —confirmó Lenk, moviendo la garganta, entornando los ojos—. Eso complica las cosas. Hay rehenes.
Los niños no podían ser considerados rehenes a menos que estuvieran presionando a Lenk para hacer o aceptar algo, o a menos que él planeara ejercer sus propias presiones y temiese una negativa de Brion.
—Creo que esta conversación no conduce a ninguna parte —intervino Rustin—. Estamos aquí para hablar del ecos y de los logros de Brion.
—En efecto —dijo lánguidamente Salap.
El rostro de Lenk se aflojó, perdió vitalidad. Recordé los rasgos de aquel soldado en la proa de la chalana. Preso en las garras de una historia abrumadora. Aquí no se decía toda la verdad.
Yo aspiraba a admirar a Lenk en cierto sentido, por su carácter de líder, por su presencia, como una fuerza de la sociedad divaricata. En cambio me inquietaba. Sentía su poder, respetaba su presencia, pero parecía ser apenas la mitad del hombre que era con nosotros. La otra mitad estaba oculta y quizá no la mostrara nunca.
—No tenemos más reuniones a la vista —dijo Fassid—. Brion ha cancelado la reunión de mañana con Hábil Lenk. Ha sugerido que tratemos ciertos temas con el general Beys.
—No negociaré con ese hombre —dijo Lenk.
—No, hemos acordado que es Brion quien debe hablar con nosotros —suspiró Keo—. Es un hombre enigmático y difícil, y esa mujer, Chung, es otro enigma.
—Os ha escoltado hasta aquí —explicó Fassid—. Caitla Chung, la esposa de Brion, era su hermana. Creo que también es la amante de Brion, aunque es difícil de juzgar... puede que tenga muchas.
El rostro de Lenk sufrió una repentina y brevísima transformación. Entre lo que hasta ahora había sido mera fatiga entreví un espasmo de profunda cólera.
En un santiamén reapareció la fatiga.
Desperté en la oscuridad y no supe de inmediato dónde estaba ni dónde había estado. Recordé un corredor largo y brillante que quizá conducía a otra habitación. Eso era un sueño. Al fin habían comenzado los sueños.
No me agradó recordar que aún estaba en la pesadilla de Brion. Tenía el presentimiento de que pronto se abriría otra puerta y me llevarían ante la ministra presidenta para presentar un informe. Sería una historia sombría, pero no tan sombría como el miedo que yo había sentido en el sueño ante la idea de entrar en esa otra habitación. Rodé en el camastro, me pellizqué el lóbulo de la oreja hasta causarme dolor, procurando recobrar la lucidez de pensamiento.
Una lámpara eléctrica se encendió.
Me senté. La habitación me parecía aún más sórdida e impersonal que la noche anterior. A Salap, Randall y a mí nos habían asignado unos aposentos privados cerca del complejo, a cierta distancia del palacio de piedras y del vivero. No tenía ventanas. Era prácticamente una celda, salvo por el mobiliario, que al menos era confortable.
La luz eléctrica del cielo raso canturreaba. Oí una voz de mujer del otro lado de la puerta.
—Ser Olmy, te esperan.
Era Hyssha Chung.
—¿Quiénes?
—Ser Brion y el general Beys.
Me levanté.
—Voy a vestirme —dije—. ¿Qué hora es?
—De madrugada.
Esta vez, cuando salí por la puerta, Chung me miró con cierto interés.
—Llevas la camisa por fuera detrás —me dijo.
Tratándose de ella, parecía una frase muy afectuosa. Resultaba casi encantadora.
Me metí la camisa por dentro y la seguí hasta un sendero de tierra entre paredes altas de ladrillo. Más allá, comenzaba la densa espesura; entramos en un túnel que la atravesaba. Las paredes del túnel susurraban a nuestro paso, y ramas oscuras y entrelazadas se movían a menos de un centímetro mientras la gran masa de la espesura realizaba pequeños ajustes sobre nuestras cabezas.
—¿Estos túneles vuelven a llenarse alguna vez? —le pregunté a Chung.
—No.
Nos reunimos con Salap y Randall en la confluencia de cuatro túneles. Los acompañaban dos guardias, ambos armados con pistola. Lámparas eléctricas pendían de los techos de los túneles, colgadas de lianas secas y duras, gruesas como la pierna de un hombre. Chung cogió por la izquierda en la bifurcación —me pareció que conducía al sur, pero no estaba seguro— y la seguimos con los guardias detrás.
A cincuenta metros llegamos a un recodo, y más allá vimos la luz del día. El túnel terminó, y salimos al fondo de un cráter de un kilómetro de diámetro en forma de cuenco. Estábamos en una brecha, allí donde la pared del cráter se había derrumbado; la brecha estaba llena de matas.
El aire del cráter era tibio y quieto. Arriba la espesura susurraba como olas en una playa distante.
En el centro del cráter, una masa de semiesferas lustrosas y negras, erizadas de pinchos y rodeadas de arcos, parecía un montón de enormes arañas muertas. Un sendero conducía por el fondo pedregoso del cráter hasta el montón. Chung cogió por aquel sendero, y de nuevo la seguimos. Me pregunté si le agradaba el papel de guía silenciosa.
El cráter parecía yermo. Me recordaba la isla de Martha, pero aquí y allá había hendiduras de las que brotaban vapores y gases sulfurosos.
—¿Vienes aquí con frecuencia? —preguntó Randall.
—Con demasiada frecuencia —dijo Hyssha Chung.
El sendero bordeaba la base de un arco lustroso, curvado entre dos semiesferas negras tan perfectas como burbujas de cristal, y nos detuvimos ante un edificio bajo de piedra blanca que hasta el momento habría permanecido oculto.
—Nosotros construimos esto —dijo Chung.
Abrió una puerta doble de xyla, ingeniosamente disimulada, y entramos en una habitación fresca y oscura que olía a hierba cortada.