Legado (42 page)

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Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Legado
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No nos impusieron ninguna restricción, salvo la de no molestar a Lenk si lo veíamos en cubierta, lo cual era improbable. Pasaba casi todo el tiempo en la cabina más grande, los aposentos del capitán en el castillo de proa, en compañía de sus asesores y diplomáticos, trabajando día y noche, según dijo Keo. Randall y Salap dedujeron que las naves se dirigían, en efecto, hacia Naderville.

Los oficiales y notables se alojaban a popa. Los tripulantes se alojaban en el centro del barco. Todas las literas del Khoragos estaban ocupadas. Nos dieron ropa nueva, y a Randall, Shatro, Salap y a mí nos asignaron un camarote antes ocupado por tres marineros jóvenes. No nos dijeron adonde los habían trasladado. Shirla compartía un camarote con tres marineras.

Nos trataron con notable cortesía, y pronto descubrí por qué. Keo, que debía cerciorarse de que estuviéramos cómodos, nos hizo saber que el Buen Lenk estaba muy disgustado por la pérdida del capitán Keyser-Bach y el Vigilante.

—Cree que el capitán podría habernos abierto los ojos en cuanto a Lamarckia —dijo Keo, de pie en nuestra cabina, dándonos camisas y pantalones. Salap examinó las prendas nuevas con cierto disgusto, pues no eran negras ni holgadas, pero se las puso sin quejarse—. Lenk esperaba recibir noticias sobre los descubrimientos en persona.

—Hemos perdido todas nuestras pruebas —dijo Salap—. Aun así, solicito una audiencia con el Buen Lenk, en nombre del capitán Keyser-Bach.

—Sin duda planea reunirse con todos vosotros —dijo Keo—. Cenaréis con los oficiales y la tripulación esta noche. Esta tarde os traerán comida al camarote, si lo pedís. —Nos sonrió como si fuera un camarero dándonos la bienvenida a un crucero de lujo—. Me alegra saber que no estáis tan mal después de vuestra odisea.

Shatro se acarició el rostro enrojecido e hizo una mueca.

—¿Qué sucederá en Naderville? —preguntó.

Keo sacudió la cabeza.

—No me corresponde a mí decirlo. Con el tiempo, todos regresaremos a Athenai.

Randall terminó de abotonarse la camisa y se incorporó, agachándose para no chocar con las vigas del cielo raso, muy bajo.

—Necesito presentar un informe sobre la pérdida de un barco al capitán y al primer oficial —dijo.

—Desde luego. Organizaré una reunión formal para mañana.

—No hay culpas ni motivos para una investigación —murmuró Randall—. La tormenta hundió el barco. El capitán hizo todo cuanto pudo.

—Sin duda —dijo Keo con toda solemnidad—. Necesitamos evaluar las pérdidas para la junta naviera de Athenai, por supuesto.

Randall asintió sombríamente.

Keo preguntó qué más necesitábamos. Shatro quiso saber si tenían savia de lizbú.

—Para las quemaduras —dijo, tocándose el brazo con otra mueca de dolor. Todos teníamos la piel enrojecida por el sol y la intemperie.

—Seguro que tenemos algo parecido —dijo Keo, cerrando la puerta.

—Es deprimente —comentó Shatro cuando Keo se alejó por el corredor.

Salap palmeó el colchón y las mantas de la litera superior, miró por el ojo de buey, alzó una bacía de cerámica.

—¿Les hablarás de los esqueletos? —preguntó Shatro.

—Sí.

Shatro contrajo la cara y se la cubrió con las manos, sin llorar pero frotándose frenéticamente, como para borrar las quemaduras y todo lo que había sucedido en los últimos días.

—Todo aquello por lo cual trabajamos. Mi educación...

—Tenemos suerte de estar vivos —dijo Randall.

Toqué el brazo de Shatro, sintiendo compasión.

—Déjame en paz —gruñó.

—Por favor —dije—. No te frotes la cara así.

—¿Qué te importa? —preguntó, levantándose y golpeándose la cabeza contra la baranda de la litera.

—Ya basta —dijo Salap—. ¿Por qué estás tan furioso con este hombre?

Shatro guardó silencio.

—Ahora somos todos iguales —dijo secamente Randall—. Tratemos de no empeorar las cosas.

—Pasará mucho tiempo hasta que regresemos a Calcuta —dijo Salap.

Shatro se acercó al ojo de buey y miró el mar, el rostro rojo como un melocotón en el resplandor.

—Solicito la rescisión de mi contrato —dijo—. Puedo buscar empleo en Naderville. —Nos miró a todos—. Sin duda necesitan investigadores.

—Tal vez —convino Randall—. Aunque no creo que el Buen Lenk te lo agradezca.

Shatro hizo un gesto despectivo.

—Él va a Naderville para rendirse. Brion no va a él.

Una vez más, Shatro declaraba lo que parecía obvio para todos.

Por la tarde, después de almorzar auténtico pan de trigo y queso salado de zarzarroja —un manjar de la silva de Tasman—, caminé con Shirla por el barco, repasando las elegantes líneas del Khoragos, admirando la belleza artesana de la nave personal de Lenk. Se decía que Lenk había ignorado a sus consejeros cuando le sugirieron que se permitiera aquel lujo, y que habían tardado años en convencerlo. Precisaba viajar cómodamente con la gente necesaria para el creciente gobierno, del cual aún era el líder político y espiritual. Su presencia en el barco infundía al Khoragos un aura especial de la que carecía el Vigilante, un aura de imponencia, aunque no había grandes diferencias entre ambas naves, dejando al margen la suntuosidad.

En realidad, yo prestaba más atención a Shirla que a los detalles del barco. Parando de vez en cuando para charlar con tripulantes curiosos que nos saludaban y se interesaban por nuestra salud, caminamos en silencio, hombro con hombro. Ya no había un Soterio que nos sorprendiera «remoloneando» ni una Ry Diem que nos impusiese su pudor, y no había sentido de la oportunidad ni del deber; nos habíamos librado de eso.

La cercanía de la muerte había activado en mí algo que no podía negar ni justificar, una necesidad inmediata de confirmación. Mi vida era demasiado frágil para renunciar a lo básico, y Shirla satisfacía una necesidad básica: la de compañía femenina.

No me planteé demasiado hasta dónde llegaríamos. La dirección parecía obvia. Cuando llegara el momento oportuno, haríamos el amor.

Mientras caminábamos, examiné a Shirla con otros ojos. No era bella ni fea. Rostro y brazos enrojecidos por la intemperie, cutis embadurnado de ungüento que comenzaba a pelarse, caderas anchas, piernas cortas pero bien formadas, tronco largo, cuello largo, cabeza y cara redondas, cabello desgreñado, ojos castaños pequeños pero intensos. En todo momento parecía dispuesta a ser satírica o crítica, pero no lo era. Por sus movimientos y las pocas palabras que pronunciaba parecía muy vulnerable, muy abierta.

En la proa, lejos de la actividad general, miramos el ancho océano azul y el cielo nublado y lechoso, la esfera borrosa del sol.

—¿Alguna vez has pensado que debimos morir? —me preguntó, torciendo los labios en una mueca.

—¿Porqué?

—Ellos eran nuestros camaradas. Nuestro capitán murió.

—No hay motivo para seguirlos —dije, tal vez con excesiva precipitación.

—Me pregunto...

—No te preguntes nada. Así sólo empeoras las cosas. Estamos aquí porque sobrevivimos, gracias al azar y a nuestros esfuerzos. Nadie puede culparnos de esas muertes.

—¿Alguna vez formarás parte de algo? —me preguntó, mirándome con ojos inquisitivos.

No pude darle una respuesta franca.

—Siempre has sido un riesgo terrible, ser Olmy —dijo ella, desviando los ojos.

Traté de cambiar de tema.

—En realidad, he tenido una suerte increíble.

—¿Por qué suerte? ¿Y por qué nunca...?

—Tuve suerte de encontrar un puesto en el Vigilante. Tuve suerte de sobrevivir al naufragio. Y ahora tengo la suerte de navegar hacia Naderville con Hábil Lenk.

Ella no podía adivinar hasta qué punto esto era verdad. Si yo debía estar en el centro de las cosas, había estado con frecuencia en las circunstancias más apropiadas. El abrepuertas había encontrado su marca con habilidad sobrenatural.

Ella hinchó los carrillos dubitativamente.

—Estás diciendo tonterías.

—Tengo suerte de estar contigo.

Nuestros escarceos se reiniciaban.

—¿Quieres verme los pechos? —preguntó ella, con absoluta seriedad.

De nuevo reí, y esta vez ella entornó los ojos dolorosamente.

—Eres un caso —dije.

—¿Sabes qué quiero decir cuando digo eso? —preguntó.

—No.

—Es evidente. Estoy bromeando. Y esta vez no estoy bromeando, ¿de acuerdo?

Me dejó desconcertado.

—Ser Olmy, seas quien seas, y quieras lo que quieras, creo que sé algo sobre ti, algo seguro. Estuvimos a punto de morir. Eso nos estimula. Tu cuerpo me desea. Quieres llevarme a un lugar íntimo pero primero ejecutaremos nuestra danza social en cubierta. Mentalmente crees que con un mínimo compromiso bastará, que soy débil y que mi cuerpo te desea lo suficiente para que así suceda. —Sonrió mientras decía esto—. Y no te equivocas.

—¿Tu cuerpo me desea?

Ella asintió.

—Cuando llegue el momento oportuno. No ahora, porque estamos muy cansados, y estoy triste. Pero lo superaré. Y cuando lo supere, será mejor que digas que sí y no desperdicies la oportunidad, porque no habrá otra.

En mi experiencia con las mujeres, nunca había afrontado un abordaje tan analítico y verbal. En Thistledown, los refinamientos de siglos de civilización espacial, la alta tecnología, la estrecha cercanía y la sutil educación habían facilitado muchas maneras de que las parejas se unieran en el acto físico del amor, hasta el punto de que, en cierta medida, había perdido el interés.

Por primera vez comprendí por qué había roto mi vínculo en Alexandria.

Miré por la borda.

—Te he desconcertado —observó Shirla.

—No por primera vez.

—Mis pechos no son lo mejor de mí.

—¿Qué es lo mejor de ti?

—Mi corazón. Es un corazón fuerte. Podría latir con el tuyo.

La calidez se difundió desde mis mejillas al centro de mi pecho y a mi entrepierna. Estaba en presencia de un genio natural.

Éramos parias a quienes trataban con delicado respeto, como si fuéramos fantasmas o deidades de mal agüero. Los náufragos rara vez sobrevivían en Lamarckia. Los humanos eran escasos en aquel mundo. Perder un barco equivalía a perder la vida. Aun así, los oficiales y políticos nos trataban con bastante amabilidad, y durante nuestra primera cena en el comedor de oficiales, Randall contó nuestra historia a los presentes.

El capitán, Lenk y la mayoría de sus ayudantes estaban ausentes, pero Lenk había delegado en su lugarteniente, una mujer esbelta y madura llamada Alinea Fassid, que escuchó el relato de Randall completamente fascinada.

Randall no mencionó los esqueletos humanoides, según lo acordado con Salap, que pensaba que esa noticia debía reservarse para los oídos de Lenk. Sospecho que todavía creían que podían iniciar una nueva expedición en cuanto se solucionaran aquellos problemas. Finalizado el relato, la primera oficial, una mujer alta y robusta llamada Helmina Leschowcz, pidió un brindis por los supervivientes.

Tres camareros limpiaron las mesas y sirvieron un picante vino de Tasman en copas de cristal. Yo todavía no había cultivado el gusto por las bebidas alcohólicas de Lamarckia, pero Salap, Randall y Shatro paladearon el suyo con una delectación que hizo sonreír a los presentes. Shirla aceptó una copa, pero apenas la tocó.

Las luces se mecían en el suave mar. En torno a las paredes, algunos marineros y aprendices se habían reunido para escuchar la historia.

—Es una historia estremecedora —dijo Fassid, mientras nos preparábamos para otro brindis tradicional—. Vuestra supervivencia es un don del Hado. Vuestro coraje es un ejemplo para todos.

Alzaron las copas.

—Al margen de la pérdida de humanos de valía, la pérdida peor es la de inteligencia y conocimientos —continuó—. El propio Lenk financió las empresas del capitán Keyser-Bach.

Estudié a Fassid, pero era demasiado diestra para revelar demasiado sobre sí misma. Como los mejores políticos que he conocido, parecía presente y real, pero brindaba poca información útil. Había aprendido su oficio en tiempos difíciles, junto a un maestro.

Al dejar el comedor, se acercó a Salap, le susurró algo al oído y se retiró. Salap se acercó a Randall, que estaba con Shirla y conmigo en un rincón. Shatro estaba a la sombra de un dintel. Cuando estuvimos a solas en cubierta, envueltos en una brisa fresca, Salap dijo:

—Hábil Lenk solicita nuestra presencia hoy a medianoche.

Shirla suspiró. Todos estábamos muy cansados.

—Desea nuestro consejo —continuó Salap—. Hay noticias inquietantes de Hsia, de Naderville. Lenk sólo trajo un investigador experimentado consigo, pensando que sería un viaje de carácter puramente político. Podemos ser útiles.

—¿Contaremos esta noche lo que hemos visto? —preguntó Randall.

Salap frunció el ceño y ladeó la cabeza.

—No sé. Nada de esto parece correcto.

Acabada la cena, faltaban cuatro horas para nuestra cita con Lenk. En cubierta había pocos tripulantes de noche, con tan buen tiempo. Shirla y yo recorrimos de nuevo la cubierta, hablando poco pero tratando de evitar intrusiones. En la proa, detrás de un armario, había un rollo de fibra en las sombras. Las lunas estaban bajas y nos sentamos a la luz de las estrellas; al cabo de cinco minutos de charla nos desvestimos hasta donde lo permitían la cautela y la necesidad.

Me aceptó con una tensa avidez que me resultó muy excitante. Rara vez había hecho el amor con tanta sencillez y celeridad. En Thistledown las modas y los siglos de desarrollo habían dado a la sexualidad un alambicado estilo ceremonial. Shirla no sabía nada de esto. Como ella había dicho, su cuerpo me deseaba, y eso era más que suficiente. Cuando terminamos, ella tenía el rostro brillante de sudor y lágrimas que brillaban a la luz de las estrellas. Contuvimos el aliento, nos vestimos en la oscuridad.

—Hace mucho que no lo hacías —dijo ella.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Es verdad?

—Sí.

—No te lo he enseñado todo.

—¿Te refieres a tus pechos? —pregunté, pero mi rostro estaba en sombras y ella no pudo ver mi sonrisa.

—No, idiota —murmuró—. En mi aldea, cuando una mujer escoge a un hombre...

—¿No al revés?

Me apoyó un dedo en los labios.

—Cuando eso sucede, preparamos una merienda y la llevamos en un cesto a la silva, encontramos un claro, tal vez debajo de un árbol-catedral, tendemos una manta... Yo pregunto por tu familia, y tú por la mía. Hablamos de los amigos comunes, de nuestros planes. La regla es que pronto tendremos hijos. Hablamos de eso.

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