Legado (34 page)

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Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Legado
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Randall no tenía palabras para describir lo que habían visto. Entro en la cámara a regañadientes, detrás de Salap. Arriba, haciendo equilibrio sobre las paredes, Shimchisko, el único tripulante presente, me hizo una seña desganada.

—Nunca oí hablar de un ecos que comiera humanos —dijo Cassir con voz queda.

Chapoteamos con cuidado entre montones de huesos pardos y blancos, descoloridos y sin olor. En las paredes, vástagos desconocidos del tamaño de pelotas de fútbol, con las extremidades encogidas y arrugadas como arañas muertas, colgaban de cordeles marrones retorcidos que goteaban.

Salap apartó los montones para ver la cosa que Cassir y Randall habían visto desde arriba. Yacía medio sumergida, las cuencas oculares vacías mirando al cielo, la mandíbula desdentada y caída, con una turbadora expresión jocosa. Salap vaciló antes de agacharse y extender las manos hacia la forma redonda, el montón de huesos rotos y un fragmento de caparazón gris que parecía una coraza manchada y cubría lo que tal vez había sido un pecho o un tórax.

—Es pequeño —dijo Salap—. Mide menos de un metro de longitud.

—Un niño —dijo Randall con voz trémula.

—Imposible —dijo Salap—. No es un niño humano.

—El cráneo —exclamó Shatro, torciendo los labios.

—Los huesos de las piernas y las manos —dijo Cassir.

Me arrodillé junto a Salap y examiné las manos. Tenían cinco dedos, pero los dedos no tenían articulaciones y eran flexibles, como de goma. La muñeca también era de una sola pieza, y la articulación que la unía a un largo antebrazo de dos huesos —los huesos unidos por una especie de nudo cartilaginoso— no era humana.

—He desconfiado de esa mujer desde el principio —dijo Shatro—. ¿Por qué iban a abandonarla aquí? ¿Qué pudieron haber hecho ella y Yeshova... o ella sepultó al esposo?

—Éste no es Yeshova ni ningún otro humano. Aquí no hubo asesinato —concluyó Salap, tosiendo y poniéndose de pie—. Esta criatura no se ha desarrollado. Está inconclusa.

El rostro de Randall palideció aún más. Nos miraba como si fuéramos ángeles espantosos.

—¿Entonces qué es, por Dios?

—Algo fabricado aquí —dijo Salap. Alzó la mano izquierda imperiosamente y tosió de nuevo en la otra. Algo de lo que contenían las aguas turbias le irritaba la garganta. Nos miró y dijo—: Traed los frascos más grandes. Dejad otros especímenes si es preciso. —Maldijo entre dientes y fulminó con la mirada a los hombres y mujeres que estaban de pie sobre la pared y atisbaban por el agujero abierto en la cámara—. Ni una palabra de esto a Nimzhian, y ni una palabra a nadie del barco. Se lo contaremos después de haber estudiado el espécimen, y en el momento oportuno. Randall, ¿me lo garantizas?

Randall cabeceó, aún pálido.

—Bien.

Cavando en el suelo de la cámara, al cabo de una hora habíamos hallado tres vástagos inconclusos, si de eso se trataba. Ayudé a Salap a fotografiar los restos, usando las manos y una cinta métrica para comparar su tamaño por si los especímenes se desintegraban, como ya había ocurrido con algunos.

—Bajadnos cera caliente —ordenó Salap mientras bajaban los frascos de vidrio.

Llené los frascos con agua de la cámara y, uno a uno, levantamos los frágiles restos y los metimos delicadamente en los frascos.

Mientras sellaba los frascos con parafina, Salap me dijo, con una sonrisa de vampiro:

—Una buena imitación, ¿verdad?

Almacenamos los frascos en una cueva volcánica cercana a la playa, lejos del sol, y los cubrimos con lonas húmedas para mantenerlos frescos. Salap y Randall nos dejaron montando guardia y se fueron en bote al Vigilante; pasaron vanas horas a bordo. Shatro y Cassir discutieron sobre el sentido de los restos humanoides. Shatro defendía que se trataba de una especie de conspiración entre Nimzhian y la reina. Había llevado la obsesión del capitán al extremo de la ridiculez.

Me di cuenta de que Shatro se limitaría siempre a repetir las opiniones de los que mandaban, volviéndolas más absurdas en vez de mejorarlas.

Shimchisko permanecía sentado en silencio, la cabeza gacha, mirando la arena. Me senté junto a él, preocupado al ver que su cinismo se había desvanecido por completo.

—Olmy, esto es lo peor que ha podido suceder —me confió.

—¿Por qué?

—Nos dividirá. Salap no puede guardar el secreto para siempre. A Randall no le gusta, a mí no me gusta. —Sacudió la mano, como desechando a Cassir y Shatro—. En cuanto lleguemos a puerto...

Por el momento me contenté con escuchar. Desde luego, yo también estaba pasmado.

—Mi fe se tambalea —dijo Shimchisko—. Primero, descubrimos que la isla ha muerto. Luego, que trata de crear a uno de nosotros... —Se encogió de hombros. Shimchisko era astuto, pero no un pensador ágil si se trataba de temas profundos—. ¿Por qué?

—No sé —dije.

—Siempre envían reconocedores —continuó Shimchisko, frunciendo el ceño—. Se roban entre sí. ¿Ahora piensan robarnos a nosotros?

El capitán llegó a la costa con Salap una hora después. Entraron en la cueva a solas. Salap le mostró los frascos y le describió lo que contenían. Cuando salieron de la cueva, el capitán parecía presa de una fiebre. Rojo y tambaleante, cogió el brazo de Salap, nos miró a Randall y a mí.

—Debemos zarpar dentro de dos días —rezongó—. Iremos directamente a Jakarta. No sabemos lo que tenemos. Podríamos permanecer aquí y estudiar durante años. Ciencia primaria. Pero no podemos permitirnos ese lujo. Anunciad a Nimzhian que partimos. Mañana le entregaremos las provisiones prometidas.

—¿Debemos contárselo? —preguntó Shatro, siempre sospechando una conspiración. Todos lo ignoraron y él bajó la cabeza huraño.

El capitán susurró algo al oído de Randall y éste se volvió hacia Shimchisko y Shatro, alzó la mano y la movió para incluirnos a Cassir y a mí en sus órdenes.

—Volvamos al barco. Debemos hablar en privado.

Thornwheel no parecía contento de quedar excluido.

—Que Olmy se quede —dijo Salap—. Lo necesitaré.

El capitán pestañeó pero no se opuso. Cuando los ojos de Shatro se cruzaron con los míos, los cerró y los desvió con disgusto. Se unió a los otros para subir al bote del capitán.

—Ojalá pudiera hablar con el Buen Lenk o alguno de sus funcionarios acerca de esto —continuó el capitán. Golpeaba la arena negra con el bastón, mirando la azul extensión de mar estéril. La arena emitía chasquidos con cada bastonazo—. Los mensajes por radio dicen que Lenk ha tomado un barco rumbo a Jakarta. El propio Brion se reunirá con él. Habrá una conferencia. Por ahora no podemos hablar con Lenk, aunque el éter esté despejado.

Al parecer Randall estaba enterado de aquello, pero Salap no.

—¿Por qué debemos consultar a Lenk? —preguntó Salap con cautela, intrigado por el razonamiento del capitán.

Keyser-Bach enrojeció.

—Tenemos una responsabilidad, y no sólo como científicos.

Salap pareció comprenderlo, pero yo no lo entendía. No había trabajado mucho tiempo con el capitán y no conocía sus actitudes. Salap me llevaba la delantera, y también a Randall.

—¿Lo consideras una amenaza? —preguntó Salap.

—¿Qué otra cosa habría sido, si el ecos hubiera sobrevivido? Y además, ¿cómo sabemos que no está meramente aletargado? La reina puede estar oculta en alguna parte, enquistada para aprovechar una nueva ocasión...

—No estoy de acuerdo con eso. La arboleda es huérfana de veras.

—El peligro es inmenso —dijo el capitán—. En esta expedición hemos aprendido más que en cualquiera de las anteriores, que en todas las décadas que hemos pasado en Lamarckia. Y lo que hemos aprendido quema, —Tal vez sea inofensivo —objetó Salap, acalorándose.

Randall vio venir la discusión y trató de intervenir, pero Salap y el capitán alzaron las manos, apartándolo.

—Ser Salap, ¿cómo puede ser inofensivo o inocente que un ecos procure imitarnos?

—Siempre han sido curiosos. Somos forasteros, una nueva clase de vástago, pero tenemos reacciones que nos protegen contra los ladrones o espías. No olemos como olería un vástago de otro ecos. Los reconocedores estudian nuestra forma, toman muestras de cada individuo, las llevan a alguna parte, tal vez para analizarlas. Pero estas muestras son mucho más enigmáticas que los tejidos de un vástago de otro ecos. El lenguaje de nuestros genes tiene una estructura muy diferente. Lleva tiempo conocerlo, aun para un experto... o una experta. —Los ojos de Salap ardían de entusiasmo, como si expresara su sueño o pesadilla secreta, tal vez una esperanza religiosa—. En alguna parte hay un componente del ecos, tal vez una reina o madre seminal, o muchas de ellas, examinando el problema, analizando nuestro material genético, estudiando los enigmas del ADN humano, tratando de entender las funciones que codifica y de imitarlas, comenzando por las proteínas más simples. Tienen tantos problemas para resolver... hay un abismo inmenso entre un vástago megacítico y un organismo pluricelular.

Imaginé fábricas clandestinas en las silvas, tal vez en fortalezas orgánicas similares a los palacios, donde inteligencias desconocidas trabajaban infatigablemente durante décadas.

Bien podríamos llamarlas reinas.

—Esto es evidente —dijo el capitán—. Se sienten amenazados por nosotros. Robamos sus vástagos, los talamos y fabricamos barcos con ellos, o los cosechamos para comerlos. Tenemos el potencial para poblar toda Lamarckia y adueñarnos de todos los recursos. Una reina intuiría esto, por instinto. Lo sabría. Ser Salap, ¿no esperabas encontrar algo parecido a los palacios, alguna vez?

—Desde luego, era mi gran esperanza.

—Sé lo que debemos hacer —insistió Keyser-Bach—. No podemos correr riesgos. Debemos asegurarnos de que Martha está muerta.

Salap lo miró con desdén. Caminó por la playa de mal talante.

—¿Pretendes destruir todo lo que hemos estudiado?

—Conservaremos las muestras, para llevárselas a Lenk. Pero incendiaremos la arboleda y trataremos de hallar la reina oculta.

—¡No hay tal reina oculta! —protestó Salap, perdiendo los estribos—. ¡Martha ha muerto!

El capitán se amilanó con este estallido. Apoyó el bastón en la arena y se acuclilló, los brazos en las rodillas. Salap se arrodilló junto a él y le apoyó una mano en el hombro.

—No es necesario actuar con precipitación —dijo Salap, recobrando la calma—. No sé qué se proponía Martha, pero ese proyecto se ha cancelado. Al menos parece estar muerta, o tan débil y reducida que es como si lo estuviera. Tenemos tiempo para reflexionar y deliberar. Iremos a Jakarta, explicaremos nuestros hallazgos a Lenk. Podemos solicitar una audiencia, aunque esté ocupado con Brion. Y podemos preguntar a Lenk y a sus consejeros qué debe hacerse. No pueden negarse. Nuestra curiosidad ya no es un lujo. Debemos encontrar una respuesta a nuestras preguntas. Debemos comprender estos procesos.

El capitán también se había calmado.

—¿Crees que Nimzhian lo sabía? —preguntó.

—Shatro es un tonto. Ella no sabía nada —dijo Salap. Aunque el capitán se había calmado, Salap era presa de un entusiasmo que le costaba disimular. Sabía que podía ganar la discusión y obtener cierta ventaja en una guerra más grande. Se me acercó y dijo en voz alta—: ¿Eres ambicioso, ser Olmy?

—Siento avidez de aprender —respondí.

—Hace diez años que el capitán, Randall y yo tratamos de convencer a los demás de que la ignorancia es peligrosa, de que vivimos en un mundo peligroso, por apacible y benigno que parezca. Hay muchos más peligros que el hambre.

El capitán miró al jefe de investigadores con una mezcla de irritación, asombro y extrañeza, entornando los ojos. Keyser-Bach nunca había sido un pensador político. Salap, en cambio, compensaba sobradamente esa carencia.

—Hemos luchado y nos hemos topado con muchas negativas —continuó Salap—. Nuestra victoria con esta expedición, con un solo barco y una tripulación mal preparada, fue pequeña. Pero Martha nos deja un legado más temible que todo lo que hemos visto en Lamarckia. Y más precioso que una montaña de metales.

El capitán regresó a la nave con Shimchisko, Shatro y Cassir. Salap los había convencido a todos de la necesidad del silencio. Shimchisko recibió esta advertencia con expresión sombría.

Mientras el bote se alejaba, el capitán dijo:

—Despídeme de ser Nimzhian.

—Lo haré —dijo Salap.

—Dile...

—Le diré lo que necesite oír —dijo Salap.

El capitán pareció satisfecho, y aliviado de no haber tenido que decir él mismo esas palabras.

—¿Por qué no quiere hablar con ella? —les pregunté a Salap y Randall.

Randall se encogió de hombros, pero Salap estaba desbordante de energía, y mientras iba a preparar a Nimzhian para nuestra partida me endilgó un largo discurso sobre el carácter del capitán.

—Es un estudioso. Es un hombre tímido, y a veces temible. Lo criaron padres severos, como a mí, pero en general mis padres tenían razón. Los suyos eran un poco locos, a mi juicio. Le gusta buscar motivaciones ocultas, y demuestra esta tendencia en los momentos más inoportunos. Creo que todavía sospecha que Nimzhian está liada en esto.

—¿Cómo podría estarlo? —pregunté.

—Es una opinión que no comparto, así que no la explicaré ni la defenderé —dijo Salap—. Aunque Shatro la expresa sucintamente. A veces Shatro es como una versión más joven y más estúpida del capitán, con pocas de sus virtudes. —Miró a Randall ceñudo—. No debiste traerlo a bordo.

—Bien, quizá ser Olmy compense mi fallo en ese sentido.

—Veremos —dijo Salap.

Nimzhian parecía cogida totalmente por sorpresa.

—Queda mucho para estudiar —le dijo a Salap, el rostro arrugado de preocupación y decepción—. Aún no tenemos una idea de conjunto.

—No —concedió Salap—. Pero se avecinan mayores tormentas. Creemos más conveniente seguir otro rumbo.

Ella caminó hacia la puerta del porche. Por un instante creí que rompería a llorar.

—La mitad de nuestros dibujos y pinturas están todavía aquí.

—Los recogeremos mañana. Y te reaprovisionaremos con las reservas del barco.

—En realidad necesito muy poco. He disfrutado de vuestra compañía y vuestra charla. ¿Iréis a Jakarta?

—Haciendo antes un par de escalas, si la situación lo permite.

Nimzhian se sentó en su silla tejida.

—¿El capitán regresará?

—El capitán expresa su pesar, y dice que jamás olvidará nuestras conversaciones. Tu trabajo enaltece nuestra expedición.

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