Las canicas, las «cuquis» y el novio tontito de Mamá (3 page)

BOOK: Las canicas, las «cuquis» y el novio tontito de Mamá
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Don Crispín

Lugar de nacimiento:
Gumiel de Hizán (Burgos).

Fecha:
6 de octubre de 1969.

Capellán ayudante en La Jaralera. Mal comienzo con la marquesa viuda, con la que hará buenas migas a pesar de un desagradable y humillante principio de relaciones. Tímido y bien dispuesto, termina por reconocer que acaba de salir del armario.

Preciosa Reñones Lemos

Lugar de nacimiento:
Algeciras.

Fecha:
19 de mayo de 1975.

Nueva doncella y ponebaños de la marquesa viuda, que decide llamarla María por considerar indecente que su hijo la llame «Preciosa».

UNO

Me hallaba afanado en pleno entrenamiento para competir en el inminente

«Campeonato del Mundo de Canicas sobre Alfombras de la Real Fábrica de Tapices», cuando Mamá, siempre inoportuna, interrumpió mis ejercicios.

—¿Ya estás otra vez con las bolitas esas?

—Sí, Mamá. El próximo domingo es el campeonato. E intuyo que este año voy a ganar.

—Me da igual que ganes o pierdas. Ese campeonato es una tontería. Vengo a otra cosa que a verte tirar canicas. Esta tarde voy a visitar a tu tío Pochito. Podrías acompañarme.

Siempre sorprendente. El tío Pochito Hendings, primo de mi madre, lleva treinta años sin salir de la finca. Es tontito de nacimiento, y tiene una fortuna considerable.

Que yo recuerde, jamás Mamá se ha interesado por el tío Pochito, que vive feliz y alejado del mundanal ruido, al cuidado de una tropa de enfermeras cariñosas y eficaces.

—¿Por qué te importa de pronto el tío Pochito? Siempre te has avergonzado de él y de su insuficiencia mental.

—Me ha importado siempre y siempre lo he querido. Y ahora, que nos vamos haciendo mayores (para Mamá, tener 95 años es «ir haciéndose mayor») creo que debemos recuperar el tiempo perdido.

—Me parece muy bien que vayas a visitar a tío Pochito, pero yo no puedo acompañarte. Me tengo que entrenar.

—Nunca fuiste un buen sobrino con ese santito. Allá tú. Me voy con Karmel, el nuevo chófer.

Karmel es, en efecto, el nuevo chófer de casa. Ha pasado con sobresaliente el examen de higiene. Mamá no soporta que los mecánicos huelan a pies, y Karmel es un rumano aseado y distinguido. Para mí, que viene de una buena familia. Sus padres, probablemente, fueron asesinados por los bolcheviques.

—Perfecto. Que te lleve Karmel. Y abraza a tío Pochito de mi parte. Como no se entera de nada…

—¡Se entera de todo y tiene una gran sensibilidad! No tolero tu desconsideración.

—De acuerdo, de acuerdo. Le abrazas de mi parte y que se entere. Y ahora déjame que me tengo que entrenar. De cien canicas, sólo he acertado con cuatro. «Muá, muá», Mamá.

Me ha dejado perplejo. El tío Pochito Hendings es, en efecto, un santito. Su aspecto es el de un príncipe de Bohemia, pero su cabeza no funciona con normalidad. Desde niño fue muy religioso, y como la Iglesia era tan estricta en aquellos tiempos, no le dejaron hacer la Primera Comunión considerando que el pobre no se enteraba de la trascendencia del Sacramento. Su madre, tía Fuensanta, casada con tío Jorge Hendings, hermano de mi abuelo, insistió tanto y con tanta perseverancia, que al cumplir Pochito los veinte años aceptó el obispo hacerle una prueba. Más de un mes estuvo el pobre tío Pochito preparándose para hacer la Primera Comunión, y al cabo de ese tiempo, sus preparadores decidieron que estaba listo para someterse al examen. Fue un día de esperanza y alegría en casa de tío Jorge y tía Fuensanta.

Invitaron a comer al obispo auxiliar de Sevilla, don Dámaso del Valle, y Pochito estaba como un flan. En el café, con todos en la mesa, don Dámaso se dirigió al aspirante, mientras éste doblaba una cuchara de plata por aquello de los nervios.

Como el señor obispo no tenía confianza suficiente con mi tío, en lugar de decirle

«Pochito», le llamaba «Pocho», que resultaba de lo más chocante.

—Vamos a ver, querido «Pocho», hijo mío. Sé que tu máxima aspiración es hacer la Primera Comunión. Don Rogelio, tu preparador, me dice que has puesto mucho interés durante tu aprendizaje, y no voy a plantearte cuestiones complicadas porque la sencillez es lo más importante en este caso. A ver, Pocho, ¿cuántos Dioses hay?

La pregunta se las traía, y Pochito, como un resorte, se incorporó de la silla y gritó:

—¡Siete con Pinocho!

Y no le dejaron hacer la Primera Comunión.

Lo consiguió meses después de clausurarse el Concilio Vaticano II, pero la pobre tía Fuensanta y el tío Jorge ya habían muerto y no pudieron gozar del acontecimiento. Con cincuenta años, el tío Pochito se recluyó en su casa, un precioso cortijo con mil hectáreas de encinares y alcornocales en Grazalema, en donde ha sido moderadamente feliz al cuidado de un nutrido grupo de enfermeras que lo quieren como a un niño. Pero Mamá nunca se acordó de visitarlo, y me parece muy raro que ahora tenga la necesidad de hacerlo.

Me parece muy bien. Pero no puedo acompañarla. El próximo domingo se celebra en casa de Jimmy Monteñoño el Campeonato del Mundo de Canicas sobre Alfombras de la Real Fábrica de Tapices, un acontecimiento que tiene lugar cada cuatro años y que ocupa una gran parte de mis actividades deportivas. Participamos los miembros del «Canica's Club» que fundamos entre veintiocho amigos en 1980. De los veintiocho, sólo quedamos nueve, a saber, Mamoncho Castromerzo, Tato López-Sánders, Salva Collado-Mustio, Sesé Guadalcastillo, Ilde Llodio, Estanis Montejúcar, Tomasón Bouvier, Jimmy Monteñoño y yo. El «Canica's Club» se fundó en la Navidad de 1980, después de un almuerzo en el que todos los participantes terminamos a cuatro patas, y con el único objeto social de organizar, cada cuatro años, el Campeonato del Mundo. No era fácil acceder al cuerpo social de nuestro club. Para ser socio era imprescindible carecer de título universitario y poseer una alfombra, al menos, de la Real Fábrica de Tapices de la familia Stuyck. El trofeo de Campeón del Mundo es un precioso bolón de oro que le cuesta un congo al organizador de la competición, que se hace por riguroso turno y sorteo. Este año se celebrará en casa de Jimmy Monteñoño, en plena sierra de Aracena, cuyo salón principal está cubierto por una alfombra de la Real Fábrica. La alfombra tiene que ser de nudo y grandes dimensiones. Cada competidor lanza rodando sobre el tapete diez canicas que deben chocar contra un bolón de china que se coloca a ocho metros de distancia. Para acceder a la fase final hay que impactar tres veces, como mínimo, contra el bolón. De no conseguirlo, la eliminación es automática. No he tenido tiempo para entrenarme bien, con la cantidad de líos que se han sucedido en casa. Y

cuando mejor lo estaba haciendo, llega Mamá y me plantea la posibilidad de visitar al tío Pochito. Insoportable mujer.

* * *

Después de cuatro horas de entrenamiento, he intentado incorporarme del suelo, y no he podido. Me han fallado los muelles. He pedido socorro a gritos sin éxito. Marsa estará en el jardín, recibiendo los primeros rayos de sol de la primavera. En vista de ello, le he mandado a Tomás un mensaje por el móvil: «Tomás. Estoy salón. No puedo levantarme. Ven urgentemente. Tu Señor.» La respuesta de Tomás no se ha hecho esperar: «K le psa?» Me revienta el lenguaje que utiliza Tomás en los mensajes, seguramente para ahorrar. Nuevo mensaje: «Se me han dormido las piernas entrenando a las canicas. No consigo incorporarme. Ven inmediatamente.» La contestación, inmediata: «Mhgo kk risa, voy.»

Y no ha mentido. Dos minutos después de su mensaje ha irrumpido en el salón con una media sonrisa que me ha lacerado el ánimo.

—A su edad no se puede abusar de las cuclillas, señor.

—Se me han bloqueado las articulaciones, Tomás.

—Es que el deporte es muy malo a ciertas edades.

—Pero he recuperado la puntería. De las últimas cien canicas, cuarenta han chocado con el bolón. Gracias por levantarme, Tomás. Ya me siento las piernas. Si no te importa, me recoges las canicas y el bolón.

—Señor marqués, eso suena fatal.

—Siempre serás un retorcido.

Poco a poco he vuelto a ser un hombre erecto. Marsa, como era de prever, está en el jardín tomando el sol. Al verme ha soltado un alarido de júbilo.

—¡Hola, mi amor! ¿Qué tal las canicas?

—Mejor de lo que esperaba, mi tucana. Y eso que Mamá me ha interrumpido en pleno entrenamiento.

—¿Y qué quería esa malvada mujer?

—Que la acompañara a visitar a un primo suyo, mi tío Pochito Hendings.

—No sabía que tuvieras un tío que se llamara así, tan ridículo.

—El tontito de la familia.

—Pues ahora descansa, y si te apetece, nos damos un paseo hasta la albariza de los juncos. La primavera en Andalucía es lo más parecido al Paraíso.

—En Andalucía, lo más parecido. En La Jaralera, es el Paraíso, mi amor.

Como dos tórtolos descerebrados hemos recorrido la distancia que separa la casa de la albariza. El sol no quema, pero calienta. Pepillo el jardinero nos ha adelantado en el camino, pedaleando sobre su bicicleta.

—Con Dios, señores marqueses.

—Con Dios, Pepillo. Vas como un loco.

—La primavera, señor. Me pone como una moto. Y Flora me espera.

—Pues cuidado con lo que haces, que vas embalado.

Mientras manteníamos esta interesante conversación, Pepillo, en lugar de detenerse, nos ha rodeado con la bicicleta para no perder el ritmo de su marcha. Lo cierto, es que su frenesí primaveral ha entrado en Marsa y en mí, y nos hemos desviado del camino de la albariza por el sendero que lleva al soto de las oropéndolas.

—¿Adónde vamos, Cristian?

—Al soto de las oropéndolas.

—¿Al bosquecillo?

—Exactamente.

—¿Y…?

—Sí, Marsa. Estoy como un venado en la berrea.

Las oropéndolas no habían visto cosa parecida en su vida, pero ninguna ha levantado el vuelo para escapar del fragor. Al fin y al cabo ellas están aquí porque también les ha llegado la primavera.

* * *

Después del esfuerzo físico en el soto de las oropéndolas y el duro entrenamiento matutino para conseguir una buena clasificación en el Campeonato del Mundo de Canicas sobre Alfombras de la Real Fábrica de Tapices, me siento obligado a reconocer, por aquello de la honestidad del escritor, que estoy hecho unos zorros. Me abruman, además, las obligaciones institucionales y administrativas que mi casa impone. Por ejemplo, me ha pedido audiencia Rosariyo, la hija de Juan de Dios, el guarda de la entrada principal. Rosariyo es una mujer de armas tomar que no ha cumplido los veinticinco años y se desenvuelve como si fuera Montserrat Caballé en el Liceo de Barcelona. Si no estuviera tan enamorado de Marsa, mi anaconda, le tiraría los tejos, porque está como un percebe del Cantábrico. Y además, es guapa y respondona.

—Dime, Rosariyo.

—Le digo, señor marqués, que mi padre está compungido de alma.

—No te entiendo, niña.

—Que tiene el alma ahogada, señor marqués y rota de pesares.

—¿Por mi culpa?

—No, por las circunstancias.

—Me estás liando, Rosariyo. No comprendo nada.

—Que está enamorado, señor marqués. Que dice que mi madre está gorda. Que llora por las noches. Que me ha confesado que tiene ganas de suicidarse, como Bardem.

—¿Se ha suicidado Bardem?

—Según tengo entendido, se ha bebido un ponche de cianuro.

—Lo lamento profundamente.

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