La señora McGinty ha muerto (21 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: La señora McGinty ha muerto
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—No veo por qué.

—A la edad de usted, es natural y justo que disfrute de la compañía de muchachas.

—No conozco a muchas chicas.


¡Ça se voit!
Pero de eso no debiera presumir, sino avergonzarse. Usted conocía a miss Williams; trabajó con ella y habló con ella, y a veces comió con ella, y una vez salió de paseo con ella. Y cuando la menciono, ¡ni siquiera recuerda usted su nombre!

James Bentley se puso colorado.

—Es que... ¿sabe?... nunca he tenido gran cosa que ver con muchachas. y ella no es precisamente lo que uno llamaría una señorita, ¿no le parece? ¡Oh, muy agradable
y
todo eso!... Pero no puedo menos de pensar que mi madre la hubiese encontrado vulgar... ordinaria...

—Lo que importa es lo que
usted piense
.

James Bentley volvió a sonrojarse.

—Su cabello —dijo— y la clase de ropa que lleva... Mamá, claro está, era un poco anticuada...

Se interrumpió.

—Pero ¿halló usted a miss Williams, cómo diré yo... simpática?

—Siempre fue muy bondadosa —dijo James Bentley despacio—. Pero no... no
comprendía
en realidad. Se le murió la madre cuando no era más que una niña, ¿sabe?

—Y luego perdió usted la colocación —dijo Poirot—. No pudo encontrar otra. Miss Williams se vio con usted en Broadhinny, según tengo entendido.

James Bentley dio muestras de embarazo.

—Sí... sí. Iba a ir allá por cuestión de negocios y me mandó una postal. Me pidió que me viera con ella. No comprendo por qué. No es como si la hubiera conocido bien de verdad.

—Pero ¿se vio con ella?

—Sí; no quise ser grosero.

—¿Y la llevó al cine o la invitó a comer?

James Bentley pareció escandalizarse.

—¡Oh, no! Nada de eso. Nos... nos limitamos a hablar mientras aguardaba ella el autobús.

—¡Ah! ¡Cuán divertido debe de haberle resultado eso a la pobre chica!

James Bentley dijo vivamente:

—Yo no tenía dinero. No debe olvidar eso. No tenía ni un penique.

—Claro. Fue unos cuantos días antes que mataran a mistress McGinty, ¿no es cierto?

James Bentley movió afirmativamente la cabeza. Dijo de pronto:

—Sí, fue el lunes. La mataron el miércoles.

—Le voy a preguntar otra cosa, mister Bentley. ¿Mistress McGinty compraba el
Sunday Comet
?

—Sí.

—¿Leyó alguna vez ese periódico?

—Solía ofrecérmelo a veces; pero no se lo aceptaba casi nunca. A mi madre no le gustaba esa clase de periódico.

—Por consiguiente, ¿no vio el
Sunday Comet
de aquella semana?

—No.

—¿Y mistress McGinty no habló de él, ni de nada de su contenido?

—¡Ya lo creo que sí! —contestó inesperadamente Bentley—. ¡No habló de otra cosa!


¡Ah, la la!
Conque no habló de otra cosa. ¿Y qué fue lo que dijo? Tenga cuidado. Esto es muy importante.

—No lo recuerdo muy bien ahora. Fue algo relacionado con un asesinato antiguo. El caso Craig creo que era... no; quizá no fuese Craig. Sea como fuere, dijo que alguien relacionado con el caso vivía en Broadhinny ahora. No habló de otra cosa. No pude comprender por qué había de importarle eso.

—¿Dijo qué persona de Broadhinny era?

—Creo que esa mujer cuyo hijo escribe obras de teatro.

—¿La mencionó por el nombre?

—No... yo... la verdad, hace tanto tiempo...

—Se lo suplico, intente pensar. Desea usted verse en libertad de nuevo, ¿verdad?

—¿En libertad?

La pregunta parecía sorprenderle.

—Sí; en libertad.

—Yo... sí... supongo que sí...

—Entonces
¡piense!¿Qué fue lo que dijo mistress McGinty?

—Pues... algo así como: "Tan satisfecha de sí misma como está y tan orgullosa. No tendría tanto de qué enorgullecerse si todo se supiera." Y añadió: "Nadie diría que se trataba de la misma mujer viendo el retrato." Pero, claro, se había tomado años antes.

—¿Por qué estaba usted seguro que era de mistress Upward de quien hablaba?

—La verdad es que no lo sé... Me dio esa impresión simplemente. Había estado hablando de mistress Upward... y luego perdí yo todo interés y no escuché... y después... Bueno, ahora que lo pienso, no sé en realidad de quién estaba hablando. Hablaba mucho, ¿sabe?

Poirot suspiró. Dijo:

—Yo, personalmente, no creo que fuera de mistress Upward de quien hablara. Yo creo que sería de otra. Es fantástico pensar que, si llegan a ahorcarle a usted, será porque no presta suficiente atención a la gente con quien conversa. ¿Le hablaba mucho mistress McGinty de las casas en que trabajaba, o de las señoras de dichas casas?

—Sí, hasta cierto punto... pero es inútil preguntármelo. No parece usted darse cuenta, monsieur Poirot, que tenía mi propia vida en que pensar entonces. Me hallaba consumido por la ansiedad... me encontraba en una situación desesperada...

—¡No tanto como la situación en que se encuentra ahora! ¿Habló mistress McGinty de mistress Carpenter... o Selkirk, como se llamaba entonces... o de mistress Rendell?

—Carpenter tiene esa casa nueva en la cima de la colina y un automóvil grande, ¿verdad? Era el prometido de mistress Selkirk. Mistress McGinty siempre le tuvo ojeriza a mistress Selkirk. No sé por qué. "La del salto", eso es lo que solía llamarla. No sé lo que quería decir con ello..

—¿Y los Rendell?

—El médico, ¿verdad? No recuerdo que dijera nada en particular de ellos.

—¿Y los Wetherby?

—Recuerdo lo que de ellos dijo —anunció Bentley con gesto de satisfacción—. "No tengo paciencia con sus remilgos ni sus caprichos", eso es lo que dijo de ella. Y de él: "No suelta ni una palabra, buena ni mala."

Hizo una pausa.

—Dijo que en aquella casa no había felicidad —agregó.

Poirot alzó la mirada. Durante un segundo, la voz de James Bentley había tenido un dejo del que careciera hasta entonces. No estaba repitiendo obedientemente lo que recordaba. Había salido fugazmente de su apatía. James Bentley estaba pensando en Hunter's Close, en la vida que allí se llevaba, en si era o no una casa desgraciada. Pensaba objetivamente.

Poirot preguntó con dulzura:

—¿Los conocía usted? ¿A la madre? ¿Al padre? ¿A la hija?

—En realidad, no. Fue el perro. Un
Sealyham
. Cayó en una trampa. Ella no podía sacarle. La ayudé yo.

Se notaba otra vez algo nuevo en la voz. "La ayudé yo", había dicho, vibrando levemente en las palabras un eco de desmedido orgullo.

Poirot recordó lo que le había dicho mistress Oliver de su conversación con Deirdre.

Preguntó:

—¿Hablaron ustedes?

—Sí. Ella... su madre sufría mucho, me dijo. Quería mucho a su madre.

—¿Y usted le habló de la suya?

—Sí —respondió simplemente el otro.

Poirot nada dijo. Aguardó.

—La vida es muy cruel —dijo James Bentley—. Muy injusta. Hay gente que nunca parece conseguir la menor felicidad.

—Es posible —dijo Hércules Poirot.

—No creo que hubiera conocido mucha miss Wetherby.

—Henderson.

—¡Ah, sí! Me dijo que tenía padrastro.

—Deirdre Henderson —dijo Poirot—; Deirdre de los Dolores. Lindo nombre; pero no linda muchacha, según tengo entendido.

James Bentley se ruborizó.

—A mí —aseguró— se me antojó bastante bien parecida...

Capítulo XIX

—Tú escúchame a mí —dijo mistress Sweetiman.

Edna, acatarrada, sorbió ruidosamente. Llevaba escuchando a mistress Sweetiman un buen rato. Como conversación, no podía resultar más exasperante, puesto que se había discutido en círculo cerrado. Mistress Sweetiman había dicho las mismas cosas varias veces, variando la fraseología un poco, pero no gran cosa. Edna había dado sorbetones, lloriqueado de cuando en cuando y repetido sus únicas dos contribuciones a la discusión. Primera: "¡Ay, no puedo!" Segunda: "Papá me despellejará viva, ya verá si no."

—Aunque te desuelle —repuso mistress Sweetiman—. Un asesinato es un asesinato, y lo que viste, lo viste, y eso no tiene vuelta de hoja.

Edna dio un sorbetón.

—Y lo que debieras hacer...

Se interrumpió la mujer para servir a mistress Wetherby, que deseaba comprar agujas de hacer punto y otra onza de lana.

—No la he visto por aquí desde hace algún tiempo, señora —dijo con animación la encargada de la estafeta.

—No; ando muy lejos de encontrarme bien últimamente —asintió mistress Wetherby—; del corazón, ¿sabe? —exhaló un suspiro—. Tengo que pasar mucho rato echada.

—He oído decir que tiene usted sirvienta por fin. Querrá agujas oscuras para esta lana tan clara.

—Sí. Tiene aptitudes, no puede negarse. Y no guisa del todo mal. Pero... ¡qué modales!, ¡qué aspecto! Cabello teñido ¡y unos jerseys más ajustados!

—¡Ah! —dijo mistress Sweetiman—. Hoy en día no se prepara a las muchachas como es debido para servir. Mi madre empezó a los trece años, y se levantaba todas las mañanas a las cinco menos cuarto. Acabó siendo doncella principal, con tres chicas a sus órdenes, y las enseñó como era debido. Pero hoy en día no hay nada de eso... a las chicas no se las enseña ahora. No hacen más que educarlas, como a Edna.

Las dos mujeres miraron a Edna, que, apoyada contra el mostrador de la estafeta, daba sorbetones, chupaba un caramelo de menta y tenía la expresión más vacua que darse puede. Como ejemplo de cultura, no le hacía mucho honor al sistema de enseñanza.

—Ha sido terrible lo de mistress Upward, ¿verdad? —dijo mistress Sweetiman, por hacer conversación mientras mistress Wetherby examinaba varias agujas de color.

—¡Horrible! Apenas se atrevían a decírmelo. Y cuando lo hicieron, me entraron unas palpitaciones aterradoras. ¡Tengo una sensibilidad tan grande!

—Fue un golpe muy rudo para todos. En cuanto a mister Upward... ¡cómo se puso! ¡Menudo trabajo le dio a esa señora que escribe hasta que llegó el médico y le dio un sedante o algo! Se ha ido a Long Meadows ahora de pensión. No se encontraba con ánimos para quedarse en la casa... y no me extraña, por cierto. Janet Groom se marchó a casa de su sobrina y la policía tiene la llave.. La señora que escribe las novelas policíacas se ha vuelto a Londres, pero vendrá otra vez para asistir a la vista de la causa.

Mistress Sweetiman comunicó todos estos detalles con fruición. Se jactaba de estar bien informada. Mistress Wetherby, cuyo deseo de comprar agujas de hacer punto obedeciera posiblemente al afán de estar al tanto de lo que estaba sucediendo, pagó sus compras.

—Es turbador en grado sumo —dijo—. El pueblo entero resulta tan peligroso... Debe haber un loco suelto por ahí. Cuando pienso que mi propia hija salió anoche, que hubieran podido atacarla, quitarle la vida quizá...

Mistress Wetherby cerró los ojos y se tambaleó. Mistress Sweetiman la contempló con interés, pero sin alarma. Mistress Wetherby volvió a descorrer los párpados y dijo con dignidad:

—Debieran establecerse patrullas de vigilancia en en este pueblo. No debiera salir la gente joven después de oscurecer. y debieran cerrarse todas las puertas con llave y cerrojo. ¿Sabe que en Long Meadows mistress Summerhayes nunca cierra con llave
ninguna
de las puertas? Ni siquiera de
noche
. Deja la puerta de atrás y la ventana de la sala abiertas para que puedan entrar y salir los perros y los gatos. Yo, personalmente, considero que eso es una grandísima locura. Pero ella dice que siempre lo han hecho y que si los ladrones quieren entrar siempre pueden hacerlo.

—No creo que encontrara un ladrón mucho que llevarse en Long Meadows.

Mistress Wetherby sacudió tristemente la cabeza y se fue.

Mistress Sweetiman y Edna reanudaron su discusión.

—Es inútil que quieras dártelas de saber más que nadie —dijo la encargada de la estafeta—. Lo que está bien, está bien, y un asesinato es un asesinato. Di la verdad y avergüenza al demonio. Eso es lo que yo digo.

—Papá me despellejaría viva, vaya que sí —anunció Edna.

—Ya le hablaré yo a tu padre.

—¡Ay, yo no podría hacer eso!

—Mistress Upward ha muerto. Y tú viste algo de lo que no está enterada la Policía. Estás empleada en la estafeta, ¿verdad? Eres funcionaria del Gobierno. Tienes que cumplir con tu deber. Tienes que ir a Bert Hayling.

Edna estalló de nuevo en sollozos.

—No; a Bert, eso sí que no... ¿Cómo iba a poder ir yo a Bert? A los pocos minutos lo sabría todo el pueblo.

Mistress Sweetiman dijo, vacilando:

—Está ese señor extranjero... .

—No a un extranjero, eso sí que no podría hacerlo. No a un extranjero.

—No; quizá tengas razón en eso.

Se detuvo a la puerta un automóvil con agudo chirriar de frenos.

—Es el comandante Summerhayes. Cuéntaselo todo a él y te aconsejará.

—¡Ay, no podría! —contestó Edna, aunque menos convencida.

Johnnie Summerhayes entró en la estafeta cargado con tres cajas de cartón.

—Buenos días, mistress Sweetiman —saludó alegremente—; espero que estas cajas no pasen del peso.

Mistress Sweetiman se hizo cargo de las cajas en su capacidad de funcionaria de Correos. Mientras Summerhayes humedecía los sellos, dijo ella:

—Perdone, señor. Quisiera pedirle un consejo.

—Diga, mistress Sweetiman.

—Puesto que usted es de aquí, sabrá mejor lo que debe hacer.

Summerhayes asintió con un gesto. Siempre le conmovía extrañamente la persistencia del espíritu feudal de los pueblos ingleses. Los habitantes de Broadhinny sabían muy poca cosa de él; pero porque su padre, y sus abuelos, y muchos antepasados suyos habían vivido en Long Meadows, consideraban natural que les aconsejase y les dirigiera cuando se lo pidieran.

—Se trata de Edna, aquí presente —anunció mistress Sweetiman.

Edna dio un sorbetón.

Johnnie Summerhayes la miró, dubitativo. Jamás, se dijo, había visto a una muchacha menos atractiva. Parecía un conejo desollado. Y medio "pasada de rosca" por añadidura. ¿Es posible que se encontrara en lo que solían llamar "dificultades"? Pero no; mistress Sweetiman no le hubiese pedido consejo en un caso así.

—¿Bien? —inquirió bondadosamente—. ¿Qué sucede?

—Se trata del asesinato, señor. La noche del crimen Edna vio algo.

Johnnie Surnmerhayes miró rápidamente a mistress Sweetiman, y luego volvió a fijar la vista en Edna.

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