La señora McGinty ha muerto

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Authors: Agatha Christie

BOOK: La señora McGinty ha muerto
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La señora McGinty aparece asesinada. James Bentley, su inquilino, es acusado del crimen y condenado a la horca, pero el superintendente Spence de Scotland Yard no cree que sea el verdadero culpable y, para demostrarlo, pide ayuda a Hércules Poirot. El detective belga conseguirá desentrañar una verdad que las pistas más superficiales habían ocultado.

Agatha Christie

La señora Mc Ginty ha muerto

ePUB v1.0

Ormi
30.10.11

Título original:
Mrs McGinty's Dead

Traducción: Guillermo López Hipkiss

Agatha Christie, 1952

Edición 1984 - Editorial Molino - 256 páginas

ISBN: 84-272-0126-5

Guía del Lector

En un orden alfabético convencional relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:

BENTLEY
(James): Condenado como asesino de mistress McGinty, de la que era huésped.

BURCH
(Bessie): Sobrina de la asesinada McGinty.

CARPENTER
(Eve): Bella y joven esposa de Guy.

CARPENTER
(Guy): Rico financiero, gerente de los grandes Talleres de Construcciones Carpenter y esposo de Eve.

EDNA
: Empleada de la Estafeta de Correos.

GRAYBROOK
: Abogado defensor de Bentley.

HENDERSON
(Deirdre): Hija de mistress Wetherby.

HORSEFALL
(Pamela): Redactora del
Sunday Comet
.

KIDDLE
(Mistress): Señora que actualmente ocupa la vivienda donde apareció asesinada mistress McGinty.

MCGINTY
(Mistress): Asistenta en distintas casas de la población en que fue asesinada.

OLIVER
(Ariadne): Célebre autora de novelas policíacas.

POIROT
(Hércules): Célebre detective, protagonista de esta novela.

RENDELL
: Licenciado en Medicina.

RENDELL
(Shelagh): Esposa de este médico.

SCUTTLE
: Componente de la firma Breather & Scuttle, en la que estuvo empleado Bentley.

SPENCE
: Superintendente de Policía de Kilchester y viejo amigo de Poirot.

STANISDALE
: Juez del distrito.

SUMMERHAYES
(Johnnie): Comandante retirado y esposo de Maureen.

SUMMERHAYES
(Maureen): Patrona de una modesta pensión, en la que se aloja Poirot.

SWEETIMAN
: Encargada de la Estafeta de Correos.

UPWARD
(Laura): Acaudalada señora, que también es asesinada.

UPWARD
(Robin): Hijo de la anterior y notable dramaturgo.

WETHERBY
(Edith): Casada en segundas nupcias con Roger y madre de Deirdre Henderson.

WETHERBY
(Roger): Esposo de Edith y padrastro de miss Henderson.

WILLIAMS
(Maude). Mecanógrafa de la firma Breather & Scuttle y buena amiga de Bentley.

Capítulo I

HÉRCULES POIROT salió del restaurante Vieille Grand'mere, en Soho. Se alzó el cuello del abrigo por prudencia más bien que por necesidad, puesto que la noche no era fría. "Pero, a mi edad —solía decir Poirot—, uno no corre riesgos."

Estaba abstraído, pensativo, soñoliento y satisfecho. Los escargots de la Vieille Grand'mere le habían resultado deliciosos. ¡Verdadero hallazgo aquel figón! Se pasó la lengua por los labios como perro bien alimentado. Sacó un pañuelo del bolsillo y se lo frotó por los exuberantes bigotes.

Sí; había comido bien... Y ahora... ¿qué?

Un taxi aminoró la marcha, invitador, al pasar por su lado. Poirot vaciló un instante, pero no hizo señal alguna. ¿A qué tomar un taxi? Aun a pie, llegaría demasiado temprano a casa para acostarse.

"¡Qué lástima —murmuró para sus mostachos— que uno sólo pueda comer tres veces al día!" Porque el té era una comida a la que nunca se había aclimatado. "Quien toma el té a las cinco —decía— no aborda la cena con los jugos gástricos a la expectativa, como la ocasión exige. Y la cena, no lo olvidemos, ¡es la comida suprema del día!"

Tampoco era partidario del café a media mañana. No. Chocolate y croissants para desayuno. Déjeuner a las doce y media, a ser posible, y, desde luego, nunca más tarde de la una. Y, por último, la culminación: ¡Le diner!

Estos eran los momentos cumbre del día de Poirot, que cosechaba a la vejez el premio de haber tomado siempre muy en serio el estómago.

El comer se había convertido para él no solo en placer físico, sino en verdadera búsqueda, o investigación intelectual. Porque, entre comida y comida, dedicaba gran parte de su tiempo a posibles fuentes de nuevos y deliciosos alimentos para catarlos cuando la oportunidad se presentara. La Vieille Grand'mere era el resultado de una de estas búsquedas. Y a La Vieille Grand'mere acababa de estamparla con el sello, de su aprobación gastronómica. Pero ahora, por desgracia, le quedaba la noche por matar. Hércules Poirot exhaló un suspiro. "Si al menos —pensó— tuviese a mano a Hastings..." Se entregó con placer al recuerdo de amigo. "El primer amigo que tuve en este país, y el más querido de todos todavía. Cierto que con frecuencia me enfurecía. Pero ¿acaso me acuerdo de eso ahora? No. Recuerdo tan solo su incrédulo asombro, su boquiabierta apreciación de mis talentos... la facilidad con que le engañaba sin decir una sola palabra que no fuera cierta, su frustración, su estupenda sorpresa, cuando, por fin, percibía una verdad que, para mí, había resultado clara desde el primer instante. ¡Ce cher ami! Es mi debilidad, siempre ha sido mi debilidad lucirme, darme importancia... Esa debilidad, Hastings nunca la comprendió. Pero un hombre de mis habilidades necesita admirarse y que le admiren... Y para ello precisa de un estímulo exterior. No puedo, en verdad que no puedo, pasarme el santo día sentado en una silla pensando en lo admirable que soy. Es necesario el amigo, el aguijón que espolee, la vaina, el contraste..."

Exhaló otro suspiro y torció por Shaftesbury Avenue.

¿Debería cruzar la avenida, seguir hasta Leicester Square y pasar la velada en un cine? Sacudió la cabeza, frunciendo levemente el entrecejo. La mayor parte de las veces, el cinematógrafo le enfurecía por lo mal hilvanado de las tramas, la falta de continuidad lógica en los argumentos... Hasta la fotografía, que arrancaba exclamaciones de admiración a algunos, no pasaba de ser generalmente para Poirot una simple representación de escenas y objetos, hecha de tal suerte, que parecían totalmente distintos de lo que en realidad eran.

"Hoy en día —decidió Poirot— todo resulta demasiado artístico. Por ninguna parte se observa ese amor al orden y al método que yo tengo en tanta estima. Y rara vez sabe la gente apreciar las sutilezas."

Las escenas crudas, de violencia y brutalidad, estaban a la orden del día. Y Poirot, antiguo funcionario policíaco, estaba hastiado ya de brutalidades. Las había conocido en abundancia en sus primeros tiempos. Habían constituido estas más bien la regla que la excepción. Y las encontraba fatigantes y poco inteligentes.

"La verdad es —reflexionó Poirot al encaminar los pasos hacia la casa— que no me encuentro en sintonía con el mundo moderno. Y soy, aunque en nivel superior, un esclavo... como esclavos son otros hombres. Me ha esclavizado mi trabajo, como los esclaviza a ellos el suyo. Nada tienen con qué llenar la hora de ocio cuando esta llega.. El hacendista retirado se dedica a jugar al golf. El comerciante siembra bulbos en su jardín. Y yo... yo como. Pero ahí está: vuelvo al mismo punto otra vez.
Uno sólo puede comer tres veces al día
. Y entre medias quedan huecos."

Pasó por delante de un vendedor de periódicos y echó una mirada al cartel anunciador:
Resultado del juicio McGinty. Fallo
.

No despertó interés alguno en él. Recordó vagamente un párrafo muy corto al que diera publicidad la Prensa. Como asesinato, era de lo más vulgar. Una vieja infeliz, muerta de un golpe en la cabeza para quitarle unas cuantas libras esterlinas. Simple pieza del mosaico de brutalidad cruda y sin sentido que caracteriza los tiempos modernos;

Poirot entró en el atrio de la casa de vecindad donde tenía su domicilio. Y, como siempre, se le ensanchó el corazón. Porque estaba orgulloso de su casa, de aquel edificio espléndido y simétrico. El ascensor le condujo al tercer piso, donde ocupaba una vivienda grande, de lujo, con impecables aplicaciones cromadas, sillones cuadrados y varios adornos rectangulares. Podía decirse sin mentir que no había una sola curva en todo el lugar.

Al abrir la puerta con el llavín y entrar en el cuadrado y blanco vestíbulo, su ayuda de cámara, George, le salió al encuentro.

—Buenas noches, señor. Hay un... caballero aguardándole.

Le quitó el abrigo con arte.

—¿Sí? —Poirot se había dado cuenta de la leve pausa que precediera a la palabra
caballero
. Como
snob
social, George era un verdadero experto— ¿Qué nombre ha dado?

—El de Spence, señor.

—Spence...

De momento, el nombre no le dijo nada a Poirot.

Sin embargo, sabía que algo debía decirle.

Se detuvo un instante ante el espejo para dejarse el bigote bien atusado, abrió la puerta de la sala y entró. El hombre que ocupaba uno de los grandes sillones cuadrados se puso en pie.

—Hola, monsieur Poirot. Espero que me recordará. Aunque hace ya mucho tiempo... El superintendente Spence.


¡Sí!
... claro. —Poirot le estrechó cordialmente la mano.

El superintendente Spence, de la Policía de Kilchester. Había resultado muy interesante el caso aquel... Como decía Spence, mucho tiempo llevaba transcurrido desde entonces.

Poirot apremió a su visitante para que tomara algo de beber.
¿Grenadine? ¿Crème de menthe?¿Bénédictine?¿Crème de cacao?...

En aquel momento entró George con una botella de
whisky
y un sifón en una bandeja.

—O cerveza si la prefiere, señor —murmuró, dirigiéndose al visitante.

El ancho y colorado rostro del superintendente se animó.

—Cerveza para mí —dijo.

Poirot se maravilló una vez más de las habilidades de George. Él, personalmente, ni idea había tenido de que hubiese cerveza en casa. Y le parecía incomprensible que la pudiera preferir nadie a un licor dulce.

Cuando le trajeron a Spence la cerveza, Poirot se sirvió una minúscula copa de
Crème de menthe
.

—Es agradable que haya venido usted a verme —dijo—. Agradable. ¿Viene usted de...?

—De Kilchester. Me jubilaré dentro de unos seis meses. En realidad, me correspondía hace dieciocho. Pero me pidieron que permane ciera en activo y accedí.

—Hizo usted bien —dijo Poirot con calor—. Hizo usted
muy bien...

—¿Lo cree usted así? No
estoy
tan seguro yo de eso.

—Sí, sí, hizo usted bien —insistió Poirot—. Las largas horas de
ennui...
usted no puede imaginárselas.

—¡Oh!, trabajo no me faltará cuando me retire. Nos mudamos de casa el año pasado, ¿sabe? Y el jardín, que es bastante grande por cierto, se encuentra en un estado lastimoso. Aún no he tenido tiempo de dedicarme en serio a arreglarlo..

—¡Ah, sí! Usted es uno de esos que se dedican a cultivar jardines. También yo decidí una vez vivir en el campo y cultivar calabazas. Pero fue un fracaso. No tengo temperamento.

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