Read La señora McGinty ha muerto Online
Authors: Agatha Christie
La atormentada Janice, aterrada por la publicidad que le diera el asunto, march6 aó extranjero a "olvidar".
Inquiría el
Sunday Comet
:
"¿Ha olvidado? Así lo esperamos. Quizá viva en estos instantes en alguna parte una esposa y madre feliz para quien los años de sufrimiento y pesadilla, silenciosamente soportados, no parezcan ahora más que un sueño..."
—¡Vaya, vaya... ! —dijo Poirot.
Y pasó a Lily Gamboll, la trágica criatura producto de nuestra excesiva poblada edad.
A Lily Gambolll al parecer le habían sacado de su excesivamente habitado hogar. Una tía suya asumió la responsabilidad de criarla. Lily quiso ir al cine, y la tía dijo:
"No"
. Lily Gamboll cogió la cuchilla de picar carne, que yacía muy a mano sobre la mesa, y le descargó un golpe con ella a su tía. La mujer, aunque autócrata, era pequeña y frágil. El golpe la mató. Lily estaba muy desarrollada y tenía buena musculatura a pesar de sus doce años. Un reformatorio le había abierto sus puertas, desapareciendo Lily de escena..
"A estas alturas es ya mujer. Y se encuentra en libertad. Y puede ocupar un lugar en nuestra civilización. Su conducta durante los años de encierro y prueba se dice que fue ejemplar. ¿No demuestra esto que no es a la niña sino al sistema a quien se ha de echar la culpa? Criada en la ignorancia y la miseria, la pequeña Lily fue víctima del ambiente.
"Ahora, habiendo purgado su trágico error, vive en alguna parte, esperamos que feliz, buena ciudadana y buena esposa y madre. ¡Pobrecita Lily Gamboll!"
Poirot sacudió la cabeza. Una niña de doce años que le larga un golpe a su tía con una cuchilla de picar carne y le pega lo bastante fuerte para matarla, no era, en su opinión, una niña muy agradable. En este caso, sus simpatías se decantaban hacia la tía.
Pasó a Vera Blake.
Esta era, evidentemente, una de esas mujeres a las que todo les sale mal. Había empezado haciéndose novia de un muchacho que resultó ser un
gangster
reclamado por la Policía como autor del asesinato del vigilante de un Banco. Casó luego con un comerciante muy respetable que más tarde se supo traficaba en géneros robados. Las dos hijas, con el tiempo, habían llamado también la atención de la Policía. Acompañaban a mamá a los grandes almacenes y se encargaban de llevarse lo que podían.
Por fin, sin embargo, había aparecido en escena un "hombre bueno", que ofreció a la trágica Vera un hogar en los Dominios. Ella y sus hijas abandonarían este viejo y agotado país.
"En adelante, una Nueva Vida le aguardaba. Por fin, tras largos años de repetidos golpes del Destino, las desdichas de Vera han terminado."
—¿Si será eso verdad? —murmuró Poirot con escepticismo—. ¡Nada me extrañaría que descubriese que se había casado con un timador o jugador con ventaja de los que se dedican a desplumar durante la travesía a los que hacen viajes transatlánticos!
Se retrepó en su asiento y contempló los cuatro retratos. Eva Kane, con revuelta cabellera rizada y un sombrero enorme, sostenía un manojo de rosas pegado a la oreja, como si fuera un teléfono. Janice Courtland llevaba un sombrerito de campana calado hasta por encima de las orejas, y la cintura del vestido a la altura de las caderas. Lily Gamboll era una muchacha más bien fea, cuya boca abierta daba la sensación de que tenía inflamación nasal y que usaba gafas de gruesos cristales. Vera Blake aparecía tan trágicamente blanca y negra, que no se distinguían las facciones.
Mistress McGinty había recortado aquel artículo, con fotografías y todo. ¿Por qué? ¿Porque le interesaban los relatos nada más? Lo dudaba. Mistres McGinty había conservado muy pocas cosas durante sus sesenta y tantos años de vida; eso lo había podido comprobar Poirot por las notas del superintendente.
Arrancó la anciana el artículo el domingo, y el lunes compró un frasco de tinta. De esto último parecía deducirse que ella, que nunca escribía cartas, estaba a punto de lanzarse a escribir una. De haberse tratado de una carta de negocios, probablemente le hubiera pedido a Joe Burch que la ayudase. Por tanto, no se había tratado de negocios, sino de... ¿qué?
La mirada de Poirot recorrió las cuatro fotografías otra vez.
"¿Dónde se encuentran estas mujeres ahora?", preguntaba el
Sunday Comet
.
"Una de ellas —pensó Poirot— pudiera muy bien haber estado en Broadhinny en noviembre pasado."
Hasta el día siguiente no logró Hércules Poirot hallarse frente a frente con miss Pamela Horsefall.
Miss Horsefall no podía concederle una entrevista muy larga porque, según dijo, tenía que marchar a Sheffield.
Miss Horsefall era alta, de aspecto masculino, gran bebedora y fumadora, y al mirarla se hubiese creído improbable que su pluma hubiera destilado tan pegajoso sentimentalismo en el
Sunday Comet
. Y, sin embargo, ella había sido.
—Escupa, escupa... —le dijo miss Horsefall a Poirot con impaciencia—. Tengo que marcharme.
—Se trata de su artículo publicado en el
Sunday Comet
. En noviembre. La serie de Mujeres Trágicas.
—¡Ah!,
esa serie...
Una porquería, ¿no le parece?
Poirot se negó a emitir opinión. Dijo:
—Me refiero, en particular, al artículo sobre mujeres Asociadas con el Crimen, que se publicó el diecinueve de dicho mes. Trataba de Eva Kane, Vera Blake, Janice Courtland y Lily Gamboll.
Miss Horsefall se echó a reír.
—
¿Dónde se hallan estas trágicas mujeres ahora?
Ya me acuerdo.
—Supongo que recibe usted a veces correspondencia después de escribir artículos semejantes.
—¡Y que lo diga! Hay gente que no parece tener otra cosa que hacer que escribir cartas. Alguien "vio una vez al asesino Craig caminando calle abajo". Otra quisiera contarme "la historia de su vida, mucho más trágica que cuanto pudiera yo imaginarme".
—¿Recibió usted alguna carta firmada por una tal mistress McGinty, de Broadhinny?
—Mi querido amigo: ¿cómo rayos quiere que lo sepa? Recibo las cartas a espuertas. ¿Cómo he de recordar un nombre en particular?
—Creí que pudiera usted recordarlo —dijo Poirot—, porque unos días más tarde asesinaron a esa señora.
—Eso es hablar —miss Horsefall olvidó su impaciencia por marchar a Sheffield y se sentó a horcajadas en la silla—. McGinty... McGinty... Me suena el nombre. Le pegó en la cresta su huésped. Un crimen muy poco interesante desde el punto de vista del público. Carecía de atractivo sexual. ¿Dice usted que me escribió esa mujer?
—Creo que escribió al
Sunday Comet
.
—Viene a ser lo mismo. Vendría a parar a mis manos. Y habiendo muerto asesinada... y publicando su nombre los periódicos... debiera recordar... —se interrumpió—. Escuche... No escribió desde Broadhinny, sino desde Broadway.
—Así, pues, ¿la recuerda usted?
—No estoy segura... Pero el nombre... Es un nombre cómico, ¿verdad? ¡McGinty! Sí... una letra atroz y de una semianalfabeta. Si hubiese caído yo en la cuenta... Pero estoy segura de que vino de Broadway.
—Usted misma asegura que la letra era infame. Broadway y Broadhinny... podrían parecer igual.
—Sí... tal vez sí. Después de todo, no es probable que conociese una esos nombres rurales tan raros. McGinty, sí. Recuerdo, definitivamente. Quizá el asesinato fijara el nombre en mi memoria.
—¿Recuerda usted lo que le decía en su carta?
—Algo relacionado con una fotografía. Ella sabía dónde se encontraba un retrato igual a uno de los publicados. ¿Estaríamos dispuestos a comprárselo? ¿Y por cuánto?
—Y... ¿ustedes contestaron?
—Mi querido amigo, no nos interesa nada de esa clase. Dimos la respuesta de ritual. Gracias cortésmente, pero no hay nada que tratar; y como la mandamos a Broadway, supongo que no la llegaría a recibir.
"Ella sabía dónde se encontraba un retrato..." A la mente de Poirot acudió el recuerdo de la voz de Maureen Summerhayes: "Claro que husmeaba un poco."
Mistress McGinty había husmeado. Era honrada. Pero le gustaba enterarse de las cosas. Y la gente solía guardar ciertas cosas tontas, sin significado, de tiempos pasados. Las guardaba por razones sentimentales o, simplemente, porque se olvidaba de su existencia...
Se puso en pie.
—Gracias, miss Horsefall. Me perdonará usted, pero ¿eran exactos los datos que publicó en el artículo? Observo, por ejemplo, que el año del procesamiento de Craig está equivocado... En realidad fue doce meses después de lo que usted dice. Y, en el caso de Courtland, el nombre del marido era Herbert, si mal no recuerdo, y no Hubert. La tía de Lily Gamboll tenía su residencia en Buckinghamshire, no en Bergshire.
Miss Horsefall agitó un cigarrillo.
—Mi querido amigo, la exactitud era totalmente innecesaria. El artículo no era más que una empalagosa y estúpida mezcolanza de romanticismo desde el principio al fin. Me empollé unos cuantos datos para liarme después a decir sandeces.
—Lo que yo quiero decir es que ni siquiera el carácter de sus heroínas sería acaso tal como usted lo representó.
Pamela soltó una risa que parecía un relincho.
—Claro que no. ¿Usted qué cree? No me cabe la menor duda de que Eva Kane era una perfecta ramera y no una inocente atropellada. En cuanto a la Courtland, ¿por qué sufrió en silencio ocho años con un sádico pervertido? Porque tenía dine ro a espuertas y el amiguito romántico carecía de un penique.
—¿Y la trágica niña Lily Gamboll?
—Me haría muy poca gracia que anduviera haciendo cabriolas en torno mío con una cuchilla de carnicero
[3]
.
Poirot fue contando las frases con los dedos:
—Abandonaron el país... se fueron al Nuevo Mundo... al extranjero... "a los Dominios"... "para empezar una vida nueva". Y no hay nada, ¿verdad?, que demuestre que no volvieron, andando el tiempo, a Inglaterra.
—Nada en absoluto —asintió miss Horsefall—. Y ahora... sí que tengo que salir corriendo...
Más tarde, aquella misma noche, Poirot llamó por teléfono a Spence.
—Me he estado preguntando qué habría sido de usted, Poirot. ¿Ha descubierto algo? ¿Algún detalle?
—He hecho pesquisas —contestó Poirot, sombrío.
—¿Bien?
—Y el resultado de ellas es el siguiente: la gente que vive en Broadhinny es, toda ella, muy buena gente.
—¿Qué quiere decir con eso, monsieur Poirot?
—¡Ah, amigo mío!, imagínese: "Muy buena gente." No sería esta la primera vez en que ese mero hecho fuera motivo de asesinato.
—Toda ella muy buena gente —murmuró Poirot, al entrar por la verja de Crossways, cerca de la estación.
Una lámina de bronce anunciaba que aquella era la residencia del doctor Rendell, licenciado en Medicina.
El doctor Rendell era un hombre corpulento y alegre, de unos cuarenta años de edad. Saludó a su visitante con verdadera solicitud.
—Nuestro tranquilo pueblo se siente honrado —dijo— con la presencia del gran Hércules Poirot.
—¡Ah! —murmuró Poirot, halagado—. Así, pues, ¿ha oído usted hablar de mí?
—Claro que hemos oído hablar de usted. ¿Quién no?
Responder a semejante pregunta hubiera resultado perjudicial para el amor propio de Poirot. Se limitó a decir con su exquisita cortesía:
—Me considero afortunado con haberle encontrado en casa.
No tenía la cosa nada de afortunada. En realidad, se trataba de puro y astuto cálculo. Pero el doctor Rendell replicó, cordialmente:
—Sí. Por poco no me pilla. Tengo que estar en la clínica dentro de un cuarto de hora. ¿Qué pue do hacer en su obsequio? Me devora la curiosidad por saber qué está usted haciendo aquí. ¿Una cura de reposo? O... ¿se ha cometido entre nosotros un crimen?
—En pasado, no en presente.
—¿En pasado? No recuerdo...
—Mistress McGinty.
—Claro, claro. Olvidaba. Pero no me diga que se ocupa usted en eso... después de tanto tiempo.
—Permítame que le diga, en confianza, que ha solicitado mis servicios la defensa. Busco nuevos indicios sobre los que pueda basarse una apelación.
El doctor Rendell dijo vivamente:
—Pero ¿qué nuevos indicios puede haber?
—Eso, por desgracia, no soy libre de decirlo.
—Sí, comprendo. Le ruego que me perdone.
—Pero he descubierto ciertas cosas que son muy curiosas... muy... ¿cómo diré...? ¿sugestivas? He venido a verle, doctor Rendell, porque tengo entendido que mistress McGinty trabajaba de cuando en cuando en esta casa.
—¡Ah, sí, sí! Era... ¿Por qué no toma usted algo? ¿Jerez?
¿Whisky?
¿Prefiere el jerez? Yo también.
Fue en busca de dos copas, y, sentándose junto a Poirot, prosiguió:
—Solía venir una vez a la semana para hacer limpieza extraordinaria. Tengo una buena ama de llaves... excelente... pero los dorados... y el fregar el suelo de la cocina... Bueno, mistress Scott no puede ya ponerse de rodillas. Mistress McGinty era una trabajadora excelente.
—¿Cree usted que fuese una persona adicta a la verdad?
—¿Adicta a la verdad? La pregunta es un poco rara. No me creo capaz de contestarla... No tuve oportunidad de saberlo. Que yo sepa, no mentía.
—Así, pues, si esa señora le dijo algo a alguien, ¿cree usted que su afirmación sería, probablemente, verídica?
El doctor Rendell pareció turbarse levemente.
—¡Oh!, no me gustaría decir tanto. En realidad sé muy poco de ella. Podría preguntárselo a mistress Scott. Lo sabrá mejor que yo.
—No, no. Prefiero no hacerlo. No me interesa.
—Está usted despertando mi curiosidad —anunció jovialmente el doctor Rendell—. ¿Qué era lo que iba diciendo por ahí? Algo que fuera difamatorio, ¿es eso? Algo calumnioso quiero decir.
Poirot negó con la cabeza. Dijo:
—Usted comprenderá que de momento todo esto debe ser muy secreto. No he hecho más que dar principio a mi investigación.
El doctor murmuró con cierta sequedad:
—Tendrá usted que darse un poco de prisa, ¿verdad?
—Tiene usted razón. El tiempo a mi disposición es corto.
—He de confesar que me sorprende... Todos aquí hemos estado completamente seguros de que fue Bentley el culpable. No parecía posible la duda.
—Parecía un crimen vulgar y sórdido... nada interesante. ¿Es eso lo que diría usted?
—Sí... sí; creo que esa frase lo describe con exactitud.