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Authors: Adelbert von Chamisso

Tags: #Cuento, Fantástico, Aventuras

La maravillosa historia de Peter Schlemihl (8 page)

BOOK: La maravillosa historia de Peter Schlemihl
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Por lo demás, no tenía nada de formalista y, siendo como era un gran artista, difícilmente cae en lo artificioso. La gazela, forma en que descollaron Ruckërt y Platen, no aparece en su obra; otras formas clásicas, el soneto, la oda sáfica, la estrofa de
Los Nibelungos
, pasan a un segundo plano. Y lo más digno de admiración, como en toda lírica, son dos o tres cosas formalmente muy simples y aparentemente sin arte, breves y apenas insinuadas, pero estremecidas de sensibilidad y extrañamente audaces en su simplicidad, como toda confesión:

Mein Aug'ist trüb', mein Mund ist stumm,

du heissest mich reden, es sei drum.

Dein Aug'ist klar, dein Mund ist rot,

und was du nur wünschest, das ist ein Gebot.

Mein Haar ist grau, mein Herz ist wund,

du bist sojung und bist so gesund.

Du heissest mich reden, und machst mir's so schwer,

Ich seh'dich an und zittre so sehr.
[3]

Die alte waschfrau
(La vieja lavandera) es probablemente el poema más popular de Chamisso;
Salas y Gomez
le conquistó el aplauso de los buenos conocedores; pero lo que le dio renombre europeo e incluso fama mundial fue un trabajo en prosa, una narración… justamente el librito que presentamos ahora al público alemán, seguros por experiencia propia del efecto intenso e inmediato que ejercerá aún hoy, casi cien años después de su aparición.

La maravillosa historia de Peter Schlemihl
—para anticipar el dato histórico literario— fue escrita en el año 1813; en la época en que el poeta, en un estado de desconcierto humano y político, se dedicaba a la botánica en la finca de la familia Itzenplitz, a la que le unía una buena amistad. Él mismo ha afirmado que emprendió el trabajo para distraerse y para deleitar a los hijos de un amigo (Eduard Hitzig). Disponemos además de algunas informaciones sobre pequeños sucesos que fueron el primer estímulo para la creación del argumento.

«Durante un viaje
—cuenta Chamisso en una carta—
, perdí el sombrero, la manta de viaje, los guantes, el pañuelo de bolsillo, y todo lo que llevaba. Fouqué me preguntó si no había perdido también la sombra, y ambos nos representamos una desgracia semejante. En otra ocasión hojeé un libro de Lafontaine en el que un hombre complaciente, en medio de un grupo de personas, saca de su bolsa todos los objetos que le van pidiendo. Se me ocurrió que quizá si se le pedía de la forma conveniente, aquel hombre sería capaz de sacar de su bolsa un carruaje con sus caballos. Así quedó listo el Peter Schlemihl, y me puse a escribirlo en el campo, cuando el aburrimiento y el ocio me lo permitieron.»

Wilhelm Rauischenbusch, que publicó los dos volúmenes de las obras de Chamisso y que era amigo personal del poeta, añade que a la creación de la fábula contribuyó decisivamente un paseo que Chamisso dio con Fouqué por Nennhausen, una finca perteneciente a este último.

«El Sol proyectaba largas sombras, de modo que el pequeño Fouqué, a juzgar por la suya, parecía casi tan alto como el larguirucho Chamisso. Oye, Fouqué, dice entonces Chamisso, ¿qué pasaría si ahora enrollase tu sombra y tuvieras que caminar sin ella junto a mí? A Fouqué la pregunta le pareció abominable, lo cual incitó a Chamisso a seguir explotando, con ánimo de chancearse, aquella historia de la falta de sombra.»

Necesidad de distracción, bondadosa solicitud hacia unos niños, un accidente de viaje, una observación ocasional con motivo de una visita, una broma entre amigos, ocio y aburrimiento… son razones y móviles extremadamente modestos para el nacimiento de una creación literaria que puede calificarse de inmortal. Es cierto que así es como nacen las historias. Pero la historia surgida en este caso, de manos de un poeta, adquirió las cualidades necesarias para deleitar al Mundo. Franceses e ingleses, holandeses y españoles la tradujeron; América la hizo imprimir después de Inglaterra, y en Alemania fue reeditada con los dibujos de Cruikshank, ilustrador de Dickens.

Hoffmann, mientras se la leían, estaba al parecer enajenado de placer y de tensión, pendiente de los labios del lector. Es algo perfectamente verosímil. ¿Se me permitirán unos recuerdos, unas observaciones anticipadas sobre el atractivo de la narración? En primer lugar: se ha dicho que el
Schlemihl
es un cuento infantil, e incluso, remitiéndose a la indolente afirmación del autor, que lo escribió para los hijos de un amigo suyo. No lo es; aunque pisa un terreno indefinido, es de naturaleza novelística, y a pesar de su vertiente grotesca, es demasiado serio, demasiado apasionado en el sentido moderno para poderlo incluir en el género del cuento infantil. Por las mismas razones, de acuerdo con nuestra opinión y nuestra experiencia, tampoco es especialmente adecuado para los niños. La narración se inicia en un tono plenamente realista y burgués, y el mérito artístico del autor consiste precisamente en mantener ese aire realista-burgués hasta el final, e incluso al relatar los sucesos más fabulosos,, sabe describirlos con la máxima precisión: hasta tal punto que si la historia de
Schlemihl
se nos antoja efectivamente «maravillosa» o extraña es por razón del curioso o inaudito destino que vive un hombre errante por voluntad de Dios, pero no porque tenga un cariz sobrenatural o de irresponsable fantasía. Ya su forma autobiográfica, de confesión, contribuye a que su prurito de verosimilitud y de realidad nos parezca mucho más riguroso que en los cuentos infantiles, en los que la fabulación es impersonal, y si se tratase de definir la historia con el nombre de un género, pensamos que habría que escoger el de «narración fantástica». El tema inspirado en la lectura de Lafontaine aparece muy a punto en las primeras páginas con la introducción sumamente discreta del anciano: aquel «hombre silencioso, seco, flaco, larguirucho, de edad avanzada», que en la fiesta campestre del señor John aterroriza al narrador cuando, humilde y servicial, saca del «estrecho bolsillo del faldón de su levita» no sólo una cartera y un telescopio, sino también una alfombra turca, una confortable tienda de campaña y tres caballos de montar ensillados y enjaezados. Se trata del diablo y está descripto con gran acierto… sobre todo en la escena entre él y
Schlemihl
sobre el césped. Nada de pie equino, de genio demoníaco, ni de ocurrencias infernales. Es un hombre extremadamente cortés, tímido, que se ruboriza (un rasgo deliciosamente convincente) cuando inicia la decisiva conversación respecto a la sombra, y a quien
Schlemihl
, entre respetuoso y aterrado, trata a su vez con sorprendida cortesía. Lo que el extraño comprador le da a escoger a cambio de la sombra son cosas buenas y familiares: el auténtico sello de Salomón, la mandrágora, unos ochavos, unos táleros robados, el yelmo de Mambrino, la gorra de Fortunato para cumplir todos los deseos, remozada y como «nueva», y la narración se remite aquí a tópicos legendarios y de fábula, conocidos y evidentes, gracias a los cuales la narración adquiere un nuevo acento de legitimidad y crédito. El fascinado
Schlemihl
escoge la bolsa de los deseos, y a continuación surge el momento magnífico en que el anciano se arrodilla y, con admirable habilidad, desprende de la hierba la sombra de
Schlemihl
, de la cabeza a los pies, la levanta, la enrolla, la dobla y se la guarda en el bolsillo. Ocurre entonces que todo el Mundo en la calle, hombres, mujeres y niños, se dan cuenta inmediatamente de que
Schlemihl
no tiene sombra y lo cubren de burlas, de compasión, de aborrecimiento. Este punto no lo veo ya tan claro como el de la bolsa de los deseos. Si, en pleno Sol, me encontrase con una persona que no proyectase sombra alguna… ¿me llamaría eso la atención? Y si realmente me la llamase, ¿no atribuiría el fenómeno a alguna causa óptica, para mí desconocida, que en este caso concreto impediría casualmente la proyección de la sombra? ¡Lo mismo da! Justamente la imposibilidad de comprobarlo y lo aleatorio de esta cuestión constituyen la gracia propia del libro y, dada esta premisa, todo se produce con una lógica estremecedora.

Porque lo que sigue es la descripción de una existencia aparentemente privilegiada y envidiable, pero mísera en lo sentimental, solitaria a causa del sombrío secreto que la consume por dentro… y nunca un poeta ha sabido describir una existencia semejante ni acercarla a la sensibilidad de un modo más sencillo, veraz, vital y personal.

En este aspecto, es definitivo que el poeta haya conseguido ya convencernos tan plenamente del valor y la importancia de una sombra sana para la honestidad de una persona; que ya no nos parezcan exageradas expresiones como «sombrío secreto», sino que, en un hombre sin sombra, veamos el hombre más acabado y marginado que pueda existir bajo el Sol. Vemos al rico
Schlemihl
huir de su casa una noche, a la luz de la Luna, envuelto en un amplio gabán, con el sombrero calado hasta los ojos, movido por el torturante deseo de pulsar la opinión pública, de escuchar lo que dicen de su destino los transeúntes. Le vemos humillarse bajo la compasión de las mujeres, las mofas de los jóvenes, el desprecio de los hombres, especialmente de los corpulentos, que «proyectan una sombra espléndida». Le vemos dirigirse tambaleante a su casa, con el corazón destrozado porque una muchacha dulce y encantadora que ha dirigido por azar sus ojos hacia él, al comprobar que no tiene sombra, se cubre el bello rostro con el velo y continúa su camino con la cabeza baja. Su remordimiento por el canje de su sombra no tiene límites. Y la narración alcanza de nuevo otro de sus singulares puntos culminantes en el incidente con el pintor de cuadros, a quien
Schlemihl
, con toda suerte de subterfugios, pregunta si sería capaz de pintar una sombra artificial para una persona, a lo que el pintor replica fríamente:

«Quien no tenga sombra, que no se ponga al Sol. Es lo más razonable y lo más seguro.»

Y se aleja de
Schlemihl
con una mirada que lo perfora.

Con el mayor realismo el autor describe entonces cómo
Schlemihl
intenta componérselas penosamente con su maldición. En un momento de debilidad le ha confesado su infamante falta a su ayuda de cámara, un tipo de buena índole, y el buen hombre, aunque aterrado, se decide, desafiando al Mundo, a permanecer junto a su bondadoso señor y a ayudarle en la medida de sus fuerzas. Lo rodea de solicitudes, en todas partes se halla ante él y a su lado, todo lo prevé y, al ser más alto y fuerte que
Schlemihl
, le cubre rápidamente con su propia y magnífica sombra en los momentos de peligro. De ese modo
Schlemihl
consigue moverse entre la gente y desempeñar su papel.

«A decir verdad, tuve que adoptar en apariencia muchas peculiaridades y muchos cambios de humor —se dice—. Pero estas cosas les sientan bien a los ricos.»

Las derrotas y las humillaciones no dejan de producirse. Y no tarda en enlazarse todo ello con el conmovedor episodio que es tema inmortal de la poesía romántica: el amor del ser marcado, perseguido, infame, condenado, hacia una muchacha pura e inocente se resuelve en una humanidad tranquila y burguesa. Es el desdichado idilio con la hija del guardabosques, y no falta en él ninguno de los elementos que típicamente pertenecen al desarrollo del tema: ni la inocente y fatua alcahuetería de la madre ni la proba incredulidad del padre, «que no quiere subir tan alto», ni tampoco los remordimientos de conciencia del pretendiente, los presentimientos de la muchacha, sus tiernos intentos de penetrar en el secreto de su amante, y su grito de mujer:

«¡Si eres infortunado, úneme a tu miseria, para que te ayude a soportarla!»

Pero todo contiene una nueva inspiración, una nueva vitalidad, y existe una gravedad tan vivida en la expresión, un verismo tal en el detalle, que uno olvida completamente lo fantástico del planteamiento, tal como el mismo poeta parece haberlo olvidado. En ningún momento la narración tiene tan pocos visos de cuento como aquí, en ningún momento es hasta tal punto una novela corta, es realidad, vida vivida seriamente. Unos versos parecen gravitar sobre esa prosa, medrosos, íntimos y extrañamente audaces en su sencillez, como toda confesión:

Me dices que te lo cuente, y me lo pones

tan difícil, te miro y tiembla todo mi ser.

Uno lo iría contando todo, señalaría con el dedo cualquier párrafo; ya esos versos lo dicen todo. Nada más gratificante que el final del capítulo donde el Maligno, «como si estuviese acostumbrado a semejante trato», con la cabeza gacha y los hombros encogidos, se deja zurrar en silencio la joroba por el fiel Bendel. Nada más divertido que la agudeza:

«Entonces me pareció que todo el suceso tenía una explicación natural. Aquel hombre debía de llevar el nido de pájaros invisible, que hace invisible a quien lo sostiene pero no a su sombra, y ahora lo había tirado.»

Y no podría imaginarse un final más bello que el ideado por el poeta, un final a la vez severo y conciliador, y muy alejado del optimismo infantil de los cuentos, donde suele desembocar en el júbilo de la boda y en aquel «y comieron perdices».

Schlemihl
, «excluido de la sociedad humana por un pecado juvenil», no regresa en modo alguno a dicha sociedad, no recupera su sombra. Continúa solitario, continúa su penitencia, pero a cambio de la felicidad burguesa, es transferido por un piadoso azar a la vasta Naturaleza y consume su vida al servicio de la ciencia. La exactitud geográfica con que el autor describe los viajes de su héroe con las botas de siete leguas, es un nuevo recurso para apoyar en datos reales lo fantástico de sus informaciones, y la brillante ocurrencia de los «frenadores» es característica tanto de su perspicacia como del sutil arte de convertir en plausible lo fantástico. Al aplicar el concepto común de «frenador» a las zapatillas que
Schlemihl
se pone sobre las botas cuando desea dar pasos normales y no de siete leguas, y al ser éste una expresión tan inocente, esta situación extraordinaria adquiere un carácter de realidad burguesa que jamás han poseído los cuentos infantiles. Así pues,
Schlemihl
, un viajero grotesco y magníficamente satisfecho de su suerte, realiza colosales viajes de estudios por toda la corteza terrestre. Continúa la descripción geográfica de territorios inexplorados, se muestra botánico y zoólogo de gran estilo, y toma precauciones para que, a su muerte, sus manuscritos queden depositados en la Universidad de Berlín.

BOOK: La maravillosa historia de Peter Schlemihl
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