Read La maravillosa historia de Peter Schlemihl Online

Authors: Adelbert von Chamisso

Tags: #Cuento, Fantástico, Aventuras

La maravillosa historia de Peter Schlemihl (18 page)

BOOK: La maravillosa historia de Peter Schlemihl
7.62Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Me parece que ha olvidado, señor mío, que le he permitido bajo ciertas condiciones que permanezca en mi compañía, pero me he reservado mi total libertad.

—En cuanto me lo mande, me voy.

Esta amenaza era habitual en él. Yo callé. Se puso en seguida a enrollar mi sombra. Palidecí, pero le dejé hacer sin una palabra. Siguió un largo silencio. Él habló el primero.

—No me puede soportar, señor, me odia, lo sé. ¿Y por qué me odia? ¿Quizá porque me atacó en medio del campo y pretendió robarme violentamente mi nido? ¿O es porque pretende apoderarse como un ladrón de mi propiedad, la sombra que yo he confiado a su sola honradez? Yo, por mi parte, no lo odio. Encuentro completamente natural que intente en su provecho la violencia y el engaño; que tenga usted, por lo demás, severos principios y que piense como la misma honradez, es un capricho contra el que no tengo nada. En realidad, yo no pienso tan severamente como usted; yo sólo actúo como usted piensa. ¿O es que le he echado la mano al cuello para llevarme su valiosa alma que tanto me divierte? ¿He dejado de servirle por la bolsa que le cambié? ¿He intentado escaparme con ella?

No podía decirle a nada que no. Él continuó:

—De acuerdo, señor, de acuerdo. Usted no puede soportarme; también lo comprendo muy bien y no quiero molestarle más. Tenemos que separarnos, eso está claro, y usted empieza ya a aburrirme también. Así que para librarse de mi futura vergonzosa presencia de una vez, le vuelvo a aconsejar: ¡Cómpreme esto!

Yo le enseñé la bolsa.

—Por este precio…

—¡No!

Suspiré profundamente y volví a hablar:

—Entonces, señor, insisto en que nos separemos. No vuelva a ponérseme delante en un Mundo que espero sea suficientemente ancho para los dos.

Se rió y contestó:

—Me voy, señor. Pero antes le voy a enseñar cómo puede llamarme si alguna vez quiere algo de su humilde servidor. No necesita más que sacudir la bolsa para que suenen las eternas piezas de oro. El sonido me traerá al momento. Cada uno piensa en este Mundo, en su provecho, pero ya ve usted que yo también pienso en el suyo, pues le revelo un nuevo poder… Oh, ¡qué bolsa! Aunque las polillas hubieran comido su sombra, ella seguiría siendo un fuerte lazo entre los dos. Usted me tiene con su dinero, mande a su servidor aunque esté lejos. Ya sabe que soy muy servicial con mis amigos y que las personas ricas están en relaciones especialmente buenas conmigo. Usted mismo ha podido verlo… Pero su sombra, señor, ya se lo he dicho, nunca jamás, a no ser con una sola condición.

Pasaron por mi imaginación rostros de otros tiempos. Le pregunté rápido:

—¿Tiene usted una firma del señor
John
?

Él se rió.

—Es tan buen amigo que no me ha hecho falta.

—¿Dónde está, por Dios? ¡Quiero saberlo!

Metió la mano, vacilando, en el bolsillo, y agarrada por los cabellos apareció la figura pálida y desfigurada de
Thomas John
, y los azules labios del cadáver se movieron con torpes palabras:


Justo judicio Dei judicatus sum; justo judicio Dei condemnatus sum
[40]
.

Quedé horrorizado y, arrojando rápidamente al abismo la sonora bolsa, le dije estas últimas palabras:

—¡Malvado! ¡Te conjuro en nombre de Dios! ¡Vete de aquí y que no te vuelvan a ver mis ojos!

Se levantó taciturno y desapareció en seguida detrás de la masa de rocas que cerraba aquel selvático lugar.

IX

Me senté, sin sombra y sin dinero, pero se me había quitado un gran peso del corazón y estaba contento. Si no hubiera perdido mi amor o me hubiera podido sentir libre de reproches por haberlo perdido, creo que hubiera sido feliz… pero no sabía qué hacer. Busqué en mis bolsillos y encontré que me quedaban todavía unas piezas de oro. Las conté y me reí. Tenía mis caballos abajo, en el hostal, y me daba vergüenza volver allí. Por lo menos, tenía que esperar a que se pusiera el Sol. Todavía estaba alto en el cielo. Me eché a la sombra de unos árboles que había al lado y me dormí tranquilamente.

Cuadros encantadores se engarzaron en danza airosa en un sueño agradable.
Mina
, con una corona de flores en el pelo, flotaba a mi alrededor y me miraba sonriendo. También el honrado
Bendel
estaba coronado de flores y se me acercaba saludándome amablemente. Vi a muchos otros y me parece que a ti también,
Chamisso
, en una lejana confusión de gente. Había luz fuerte, pero nadie tenía sombra, y lo que es más raro, no parecía mal… Flores y canciones, amor y alegría debajo de las palmeras… No podía distinguir ni fijar los amados rostros, en movimiento y levemente desdibujados, pero sé que soñé con gusto aquel sueño, y cuando me desperté pensé en él. Estaba ya despierto del todo y mantuve cerrados los ojos para guardar dentro de mi alma un poco más de tiempo las fugitivas apariciones.

Finalmente, abrí los ojos. El Sol estaba todavía en el cielo, pero hacia oriente, así que había dormido toda una noche. Lo tomé por señal de que no debía volver al hostal. Di por perdido sin ningún trabajo todo lo que tenía allí y decidí seguir a pie por un camino lateral que continuaba por la boscosa falda de la montaña, dejando al destino que cumpliera lo que me tenía preparado. No me volví a mirar atrás ni tampoco pensé en
Bendel
para acudir a él (le había dejado enriquecido), cosa que podía haber hecho fácilmente. Me contemplé desde el punto de vista de la nueva imagen que tenía que dar ahora en el Mundo: mi traje era discreto, y tenía una vieja kurtka
[41]
negra que había llevado en Berlín y que, no sé por qué, se me vino a las manos en este viaje. En los pies un par de botas viejas, y sin gorra de viaje en la cabeza. Me levanté, corté de allí como recuerdo un bastón de nudos y me puse en seguida en camino.

En el bosque me encontré con un viejo campesino que me saludó amablemente y con el que me dejé arrastrar a una conversación. Como curioso viajero, me informé primero de los caminos, después de los alrededores y de sus habitantes, de los productos de la montaña, y de varias cosas más. Respondió muy enterado y con locuacidad a mis preguntas. Llegamos al lecho de un torrente que había devastado una larga franja a lo largo del bosque. Me asustó interiormente aquel espacio al Sol y dejé que el campesino fuera delante. Pero se paró en mitad del peligroso sitio y se volvió a mí para contarme la historia de aquella devastación. Se dio en seguida cuenta de lo que me faltaba y se interrumpió en su charla:

—¿Pero que es lo que le pasa? ¡El señor no tiene sombra!

—Desgraciadamente, desgraciadamente… —le contesté yo suspirando—. Durante una grave y larga enfermedad, se me cayó el pelo, las uñas, y la sombra. Mire, abuelo, a mi edad, cuando me volvió a crecer el pelo, era completamente blanco, las uñas muy cortas, y la sombra todavía no me ha crecido.

—Vaya, vaya… —contestó el viejo moviendo la cabeza—. ¡Sin sombra! ¡Eso es malo! Tiene que haber sido una enfermedad muy mala la que ha tenido el señor…

Pero no continuó con su narración y, al primer cruce de caminos que se ofreció, se apartó de mí sin decir una palabra. Amargas lágrimas temblaron de nuevo en mis mejillas y mi alegría se acabó.

Continué mi camino con el corazón entristecido y no volví a buscar más la compañía de los hombres. Me mantuve en lo más obscuro de los bosques y a veces, cuando tenía que atravesar un espacio al Sol, tenía que esperar horas para que los ojos de un hombre no me impidieran atravesarlo. Por la noche, entraba en las posadas de las aldeas. Me dirigí a unas minas en la montaña, donde pensaba encontrar trabajo bajo tierra. Porque, sin tener en cuenta que mi situación actual me obligaba a cuidar de mi propio sustento, calculé que solamente un rudo trabajo podría protegerme de mis destructores pensamientos.

Un par de días lluviosos me hicieron andar más de prisa, pero a costa de mis botas, cuya suela estaba calculada para el
conde Peter
y no para los pies de un trabajador. Iba ya descalzo y tuve que comprarme un par de botas nuevas. A la mañana siguiente me ocupé en serio del asunto, en un lugar donde había feria y donde en un tenducho vendían botas nuevas y viejas. Elegí y regateé largo rato. Tuve que renunciar a unas nuevas que me hubiera gustado comprar porque me asustó lo caras que eran. Así que me contenté con unas viejas que todavía estaban fuertes y buenas y que me dio el guapo muchacho rubio del tenducho sonriendo amablemente cuando se las pagué, deseándome buen viaje. Me las puse en seguida y salí del lugar por la puerta situada al norte.

Iba sumido en mis pensamientos y apenas me daba cuenta de dónde ponía los pies, porque iba pensando en las minas, donde esperaba llegar al atardecer y donde no sabía muy bien cómo presentarme. No había dado unos doscientos pasos, cuando noté que me había salido del camino. Miré alrededor y me encontré en un desierto y viejísimo bosque de abetos en el que no parecía haber entrado jamás el hacha. Avancé unos pasos y me encontré en medio de unas rocas solitarias en las que solamente crecían musgos y saxífragas
[42]
; aquí y allá había nieve y planicies heladas. El aire era muy frío. Miré hacia atrás y el bosque había desaparecido. Di unos pasos más… y alrededor reinaba un silencio de muerte, el hielo se extendía sin fin desde donde yo estaba hasta una niebla densa, pesadamente quieta; había un Sol sangriento al borde del horizonte. El frío era insoportable. No sé cómo fue; una helada glacial me obligó a andar más de prisa, empecé a percibir el oleaje del mar lejano; di un paso más y me encontré a la orilla helada del océano. Manadas incontables de focas se arrojaron a las olas huyendo de mí. Seguí por la orilla y volví a ver rocas peladas, tierras, bosques de abetos y abedules. Seguí todavía unos minutos andando al frente. Hacía un calor insoportable, miré y estaba entre hermosos campos cultivados de arroz y moreras. Me senté a su sombra y miré mi reloj. No hacía un cuarto de hora que había abandonado la feria… Creí estar soñando; me mordí la lengua para despertarme, pero estaba verdaderamente despierto… Cerré los ojos para reflexionar. Empecé a escuchar extrañas sílabas con tono nasal; abrí los ojos y dos chinos, inconfundibles por el color asiático de su rostro, si hubiera dejado lugar a dudas su traje, me hablaban en su lengua con los saludos acostumbrados en su tierra. Me levanté y retrocedí dos pasos. Dejé de verlos y el paisaje era completamente distinto: árboles, bosques en lugar de campos de arroz. Contemplé los árboles y las hierbas que florecían a mi alrededor. Las que yo conocía eran plantas del sudoeste de Asia. Quise acercarme a un árbol, un paso… y otra vez todo distinto. Eché a andar como un recluta haciendo la instrucción, a paso lento. Maravillosas tierras cambiantes, campos, aguas, montañas, estepas, desiertos, fueron pasando delante de mi asombrada mirada. No había duda, tenía las botas de siete leguas
[43]
en mis pies.

BOOK: La maravillosa historia de Peter Schlemihl
7.62Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

An Italian Wife by Ann Hood
Suspension of Mercy by Patricia Highsmith
Jo's Journey by Nikki Tate
Second Night by Gabriel J Klein
Richard The Chird by Paul Murray Kendall
Straw Men by Martin J. Smith
To Catch a Princess by Caridad Pineiro