La maravillosa historia de Peter Schlemihl (21 page)

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Authors: Adelbert von Chamisso

Tags: #Cuento, Fantástico, Aventuras

BOOK: La maravillosa historia de Peter Schlemihl
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Chamisso como poeta político

Chamisso se hace grandes esperanzas sobre la independencia de Grecia y también sobre la revolución de Julio, que vive bastante de cerca casualmente, en un viaje que hace a París. Los intelectuales están en contra de la Santa Alianza y Chamisso está dentro del ambiente intelectual más elevado de su época. Como poeta político escribe poesías en contra del antiguo régimen. Más tarde se olvida de la política al escribir poesía, porque los revolucionarios se hacen cada vez más feroces y salvajes. Quizá, como a todo buen romántico, le gusta la desgracia para divertirse, para recrearse literariamente en ella; pero no para verse envuelto tan directamente como podría suceder si le tocase de cerca una revolución. Por entonces él ha conseguido todo lo que deseaba y es feliz. Ha dado la vuelta al mundo, es botánico del rey, se ha casado, su
Maravillosa historia de Peter Schlemihl
es leída y traducida, y es un poeta famoso al que buscan los jóvenes noveles.

La romántica melancolía sádica

Una característica general de la literatura romántica es su entusiasmo por la desgracia. Al héroe romántico todo le sale mal y siempre termina de mala manera; está descartado el final feliz.

Hay épocas en la literatura en que la felicidad está enormemente desacreditada, no es de buen tono ser feliz, resulta absurdo, mal visto. Y el romanticismo es una de esas épocas negras. Los escritores románticos parece que no saben calcular nada interesante como no sea a base de sufrimientos. Y como las obras de éxito son todas de ese tipo, habría que deducir que a la gente no le interesaba un final feliz, por lo menos a la mayoría, incluidos los escritores.

Todos los finales son felices

Pero esto hace pensar que quizá en la literatura no sea lo importante el final feliz o desgraciado, sino un final de acuerdo con el deseo de la gente (de la mayoría). El final de una ficción literaria es como el ideal de «lo que debe ser». Y en el fondo por eso podría decirse que todos los finales son felices, incluso los desgraciadísimos finales (desde nuestro punto actual de vista) de la literatura romántica. Eran exactamente lo que le gustaba a la gente, lo que esperaba para sentirse cómoda y dentro de una situación justa, «como debía ser». Y si, para llegar a esa «justicia», tiene que padecer y morir el héroe, no importa; se quedarían intranquilos, molestos, si no padeciera y no muriese.

Esto se ve más claro llevándolo a un caso de literatura popular actual. Por ejemplo: un héroe norteamericano se enamora de una nativa en una isla salvaje cualquiera. La nativa es la heroína, pero ya se puede saber de antemano que no habrá final feliz. Por mucho que se predique en la obra que «todos los hombres son iguales», que «el amor no tiene fronteras» etc., etc., por algún desgraciado accidente la heroína morirá y el final no será «feliz». Aunque también es verdad que así tendrá la obra mucho más éxito que si la nativa no se hubiera muerto y la cosa hubiera sido verdaderamente feliz, porque la mayoría de la gente con mentalidad norteamericana (a quien va dirigida la obra) se hubiera sentido profundamente molesta ante algo que «no debía ser», por los motivos que fuese. Así que para ellos el final fue realmente feliz, aunque haya sido desgraciado.

Características del romanticismo

Y pasando esto al ambiente romántico: situemos un asunto poético, novelesco, o dramático en la edad media —los románticos vuelven en sus asuntos a todo lo ancestral, a la edad media y a las viejas literaturas populares donde están precisamente las raíces de las injusticias que padecen—. Un noble se enamora de una muchacha que tiene «media sangre» noble. Sin ninguna sangre noble sería totalmente inconcebible ese enamoramiento, todo lo más un pasatiempo. También se puede decir de antemano que el final no será feliz desde nuestro punto de vista, y que uno de los dos morirá, con toda probabilidad el que sea menos noble de los dos, porque el noble se ganará más la simpatía de los espectadores y si muriese sería entonces verdaderamente «desgraciado» el final. Naturalmente durante el relato o el drama se hará toda clase de consideraciones sobre la injusticia de la situación y se aprovechará la ocasión para describir toda clase de sufrimientos psíquicos y físicos y se derrocharán muchas lágrimas y lamentos. Pero si el autor quiere tener verdadero éxito, no se atreverá al auténtico final feliz, prohibido de antemano como algo que «no debe ser» en la mentalidad de la mayoría.

El tema del sufrimiento

Y además, la literatura romántica, aparte del tema del sufrimiento que podría llamarse de injusticia social, tiene otros muchísimos temas de sufrimiento: los enamorados jamás se encontrarán «en este Mundo», todos morirán jóvenes, sólo está permitido una especie de amor necrológico, en la tumba y más allá de la tumba. Y otras muchas desgracias más, imposibles y posibles. Pero así eran las obras de éxito y todos los más refinados autores hablaban de esas cosas.

En esta línea está, por ejemplo, una de las poesías más famosas de Chamisso. Se llama
La vieja lavandera
y cuenta en versos muy bien medidos y consonantados cómo una lavandera que tiene 76 años, con el cabello blanco, se ocupa en lavar ropa. Se casó en su juventud y padeció los trabajos y cuidados que le toca padecer a una mujer. Tuvo tres hijos, cuidó a su marido enfermo, lo llevó a la tumba y no perdió ni la fe ni la esperanza. Con valor alimentó a los niños, etc., los despidió y se quedó sola, siempre con valor. Ahorró un poco y se compró lino que hiló y tejió y se hizo con ello una camisa para su mortaja. La guarda como un tesoro y sólo se la pone los domingos para ir a la iglesia. Y termina el poeta, añadiendo por su cuenta:

«Y yo, en el atardecer de mi vida

quisiera parecerme a esta mujer.

Cumplir lo que tuviera que cumplir

dentro de mis límites.

Quisiera haber libado así

en el cáliz de mi vida,

y tener con mi mortaja

la misma alegría.»

Poesía de protesta social

El valor que pudiera tener (y tiene) de «protesta social» la poesía lo echa a perder con esa entre conformidad y admiración sádica por el desgraciado caso humano de la vieja lavandera.

Pero sus lectores se divertían con esas consideraciones y temas y con otros muchos por el estilo, cuanto más tristes mejor.

Quizás habría que deducir que ningún autor ha hecho nunca un final desgraciado y verdaderamente molesto para el espectador. Puede resultar molesto para otras épocas, pero para la que el autor lo escribió, parece que no; porque si no, los lectores o espectadores, ni siquiera le hubieran escuchado. La gente se acerca al espectáculo literario para divertirse esencialmente. Cada época se divierte con lo suyo y los románticos parece que tienen una fúnebre alegría.

La literatura romántica como concepción del Mundo

O quizás con lo que se divierte cada época en el fondo al acercarse a la obra literaria es con su propia concepción del Mundo. La literatura sería entonces algo así como un espejo del esquema más o menos falso de «lo que debe ser» que tiene la gente. Y se van a ella porque tranquiliza sus pensamientos. Lo que ven allí es como una teoría de la conducta ideal realizada sin fallo; y los tranquiliza, aunque sea una realización artificial. Es una visión o exposición utópica de su teoría y, al verla expuesta artificiosa y elegantemente, se hacen la ilusión de que aquella teoría es auténtica puesto que se prueba en la «realidad», en esa realidad artificial que presenta la literatura; y se quedan tan contentos, que desearían estarla siempre viendo, desearían «vivirla». Como eso no es posible leen una y otra vez el libro, o van a ver la obra al teatro. «Qué bien está», dicen. Y es que es así como ellos quisieran que «estuviera» la vida, ya que no puede «ser» así. No se dan cuenta de la crueldad de la peripecia que cuenta el poeta o de su melancolía sádica, ni de la suya tampoco. Si al fin todo es como debe ser, si todo aquello encaja en su teoría de la conducta y su concepción del Mundo, se sentirán felices y satisfechos. Quizá por eso en la literatura que divierte a los románticos están las dos corrientes políticas de la época convertidas a la vez en sentimiento. Por una parte se reconoce la injusticia del pasado en la aparente protesta de la literatura. Pero en la actitud sádica de melancolía complaciente por toda clase de desgracias se está descubriendo el más profundo subconsciente, que está de acuerdo con la vieja crueldad y la admite, puesto que se divierte con ella. Cosa que no tiene mucho de extraño, porque, en la práctica, la política nueva y la política vieja estaban de acuerdo en una cosa: la necesidad del asesinato político o crimen con buen fin para conseguir cualquier ideal proyecto.

Literatura de emociones y sentimientos

Claro que esa morbosa y vaga melancolía del romántico, pretendidamente poética, tiene también otro matiz. Es que está de moda conmoverse.

Frente a la literatura anterior más bien fría, conformista y adoctrinadora, los románticos quieren suscitar emociones y ser conmovidos. Los intelectuales descubren que antes sucedían muchas cosas crueles de las que nadie tenía pena, y la gente piensa que hay por fin que conmoverse. Entonces se pone de moda «tener compasión». Y ante la moda los autores buscan ansiosamente «temas para dar compasión». Y rebuscan las cosas más crueles para poder conmoverse, cosa que hasta entonces no se acostumbraba a hacer, sino que estaba bien visto lo contrario; ser impasibles, inmutables, ver fríamente toda clase de crueldades «necesarias» y hacerlas heroica y tranquilamente. Ahora, en tiempos del romanticismo, no se quiere seguir haciendo la vieja crueldad, pero sí sentirse mejores que los pasados conmoviéndose complacidamente por ella. Por eso quizá no se dan cuenta de la morbosidad que supone buscar cosas crueles para conmoverse. Ellos sólo quieren ser mejores que los pasados. Pero aun así parecen culpables de buscar utopías de la desgracia en vez de utopías de la felicidad para conmoverse.

La literatura como documento histórico

En este sentido, la mayoría de la literatura romántica, como la mayoría de cualquier otra literatura, no se puede decir que sea auténtica literatura-obra de arte, sino literatura de la época con un valor histórico para el conocimiento de la época y de los sentimientos y la mentalidad de los que la escribieron y leyeron, y para saber cuál era su supremo ideal de vida y de alegría (que no lograron llevar nunca a la realidad, entre otros motivos porque era irrealizable y falso). La literatura sería entonces una especie de compensación por todo lo que no sucedía como ellos querían, por todo lo que se sintieron defraudados…

La literatura como expresión de la realidad

Pero no una expresión de algo de la realidad a través de una forma estética que va del autor (que la ha adivinado o estudiado) a los lectores o espectadores, una noticia de la realidad de unos a otros dentro de la fórmula de arte, que permite adivinar algo más allá de lo que aparece y aun más allá de lo que el artista mismo ha visto. Lo otro, la literatura a la medida de los deseos y sentimientos generales, podría ser, por el contrario, sólo una fórmula de venganza provisional por lo que no es «como debía ser» en los pensamientos de la mayoría. Y es una fórmula que no puede ir nunca más allá de los pensamientos de la mayoría y que se quedará siempre en una teoría de la conducta general y aceptada por todos. Por eso a veces la verdadera obra de arte puede resultar chocante en su época y hasta ser rechazada. Depende siempre de qué número de oyentes estén sordos y ciegos por las teorías fijas de la época, y de qué habilidad tenga el artista para utilizar formas conocidas y aceptadas por ellos para llamarles la atención sobre algo distinto de lo que ellos tienen en la cabeza.

El autor

Nacimiento

En 1781, en el palacio de Boncourt, en la Champaña (Francia), nació Louis Charles Adelaide, séptimo hijo del conde Luis Marie de Chamissot, señor de Boncourt. Era el mes de enero, y su madre se llamaba Marie Anne Gargam. Al estilo de los nobles de la época, los padres no se preocupaban mucho de los hijos, y Louis Charles Adelaide estaba al cuidado de una institutriz que le trataba mal y le hacía sufrir.

Huida a Holanda

A los ocho años estalla la Revolución francesa, y la familia Chamisso, para escapar a la persecución que se hace en toda Francia a los nobles, tiene que huir del palacio. Escapan a Holanda. Los bienes son confiscados, los muebles del palacio se venden en subasta. El palacio no lo quiere nadie y es destruido hasta convertir el solar en tierra laborable.

La familia Chamisso comienza una triste vida de emigrantes: Luxemburgo, Tréveris… En 1785 están en Bayreuth y Adelaide, con sus dos hermanos Hippolyte y Charles Louis, gana dinero pintando miniaturas. Pero ese mismo año Hippolyte recibe un puesto de profesor en Berlín y lleva a todos a Berlín. Allí entran en contacto con la corte del rey de Prusia. Chamisso trabaja como pintor en la fábrica de porcelanas del rey y poco después es nombrado paje de la reina Federica Luisa. Luego, abanderado del regimiento Götze: se decide por la carrera militar, aunque era algo que no le iba en absoluto. Entonces ya escribía poesías.

Lecturas

Y lee mucho, sobre todo a Diderot, Voltaire, Rousseau, que son los escritores de moda entonces, los que han creado el ambiente propicio a la Revolución. Siente un entusiasmo enorme por la fantástica teoría del buen salvaje de Rousseau. En 1801 es ya alférez y decide quedarse en Prusia, cuando sus padres vuelven a Francia, porque está en el poder Napoleón y permite la vuelta a los nobles franceses, deseoso de ganarse a todos los franceses y de congraciarse con la nobleza. Chamisso escribe
Conts en vers par un jeune exilé
(
Cuentos en verso por un joven exilado
). Son versos que escribe primero en alemán y luego traduce al francés. Por entonces empiezan a publicar los escritores románticos alemanes que serán luego famosos: Tieck, Novalis, Schlegel. El monstruo sagrado era Goethe, y Schiller desaparecería en 1805.

Su círculo de amigos

En 1803 Chamisso escribe fragmentos de un
Fausto
y forma parte de un círculo de amigos que será algo fundamental en su vida. Chamisso era extraordinariamente comunicativo y no podía pasarse sin el contacto de los amigos o sin escribir continuas cartas a los ausentes. Estos amigos son Karl August Varnhagen (1785-1858), Wilhelm Neumann (1781-1834), Louis de la Foye (1780-1847), Julius Eduard Hitzig (1780-1848) y otros. Hacen reuniones poéticas (toman té y escriben versos en silencio, sobre todo sonetos) y discuten de todo en el cuarto donde Chamisso hace la guardia. También son amigos de Chamisso los banqueros judíos Cohen y Ephraim, a los que intenta convencer de que colaboren económicamente en su proyecto de publicar un almanaque poético. También se enamora entonces de la emigrante francesa Cèrés Dubernay. Con el trabajo del círculo de amigos y el dinero que pone Chamisso, se publica al fin el
Almanaque de las musas para el año 1804
. Entre tanto va a la Universidad, a las clases de August Wilhelm Schlegel y conoce al filósofo Fichte. Cada vez se siente más alemán y cambia su nombre francés de Adelaide por el alemán Adelbert. El escritor Jean Paul, al que Chamisso admira, publica su famosa novela
Flegeljahre
(
Años de juventud
).

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