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Authors: Adelbert von Chamisso

Tags: #Cuento, Fantástico, Aventuras

La maravillosa historia de Peter Schlemihl (17 page)

BOOK: La maravillosa historia de Peter Schlemihl
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No sé si tengo que atribuirlo a la tensión de mi alma bajo la presión de una emoción muy grande o a que mis fuerzas físicas estaban agotadas, debilitadas por la desacostumbrada miseria de los últimos días o, finalmente, a la agitación que la proximidad de aquel monstruo gris producía en toda mi naturaleza. Pero basta. Ocurrió que al ir a firmar, caí en un profundo desmayo y estuve durante largo tiempo como en brazos de la muerte.

Patadas en el suelo y maldiciones fueron los sonidos que primero hirieron mis oídos cuando recobré el conocimiento. Abrí los ojos, estaba obscuro. Mi odiado acompañante me cuidaba reprendiéndome.

—¡Si no es esto portarse como una vieja! Levántese y termine ya lo que hemos decidido. ¿O es que ha pensado otra cosa y prefiere lloriquear?

Me levanté trabajosamente del suelo, donde estaba tendido, y miré silencioso alrededor. Era ya tarde, y de la casa bien iluminada del forestal venía una música de fiesta, grupos de personas paseaban por los caminos del jardín. Unos cuantos empezaron a hablar cerca de mí y se sentaron en el banco en que yo había estado antes sentado. Charlaban de la boda, celebrada aquella mañana, del rico señor
Rascal
con la hija de la casa. Así que ya había sucedido…

Aparté de la cabeza con la mano la capa invisible del desconocido, que inmediatamente desapareció, y me apresuré sin hacer ruido hacia la salida del jardín, hundiéndome en la profunda noche de la fronda por el camino de la glorieta del
Conde Peter
. Pero mi atormentador continuaba a mi lado, persiguiéndome con frases hirientes.

—Conque éste es el agradecimiento por el trabajo que me ha dado Monsieur, que tiene flojos los nervios, cuidándole todo el santo día. ¡Y a un loco hay que seguirle el juego! Pues huya usted de mí si quiere, cabeza dura, pero sepa que somos inseparables. Usted tiene mi dinero y yo tengo su sombra y eso no nos dejará en paz a ninguno de los dos. ¿Ha oído nunca nadie que una sombra haya dejado a su dueño? La suya me arrastra detrás de usted hasta que me haga el favor de aceptarla y me libre de ella. Lo que no ha hecho por placer, ya lo hará más tarde por fastidio y aburrimiento. Nadie escapa a su destino.

Y siguió hablando y hablando en el mismo tono. Yo huía inútilmente; no me dejaba, siempre junto a mí, haciendo burlas de la sombra y el dinero. No lograba pensar lo que quería.

Había tomado el camino hacia mi casa por calles solitarias. Cuando llegué y miré, apenas pude reconocerla; no se veía luz detrás de las ventanas rotas. Las puertas estaban cerradas, no había movimiento de criados. Él soltó una carcajada junto a mí.

—Ja, ja, así son las cosas. Pero a su
Bendel
le encontrará dentro. Hace poco ha sido traído cuidadosamente a casa tan cansado, que desde ahora será más precavido —rió de nuevo—. ¡Ya tendrá cosas que contarle! ¡Hale! Por hoy, buenas noches, hasta muy pronto.

Tiré de la campanilla repetidas veces y se encendió una luz.
Bendel
preguntó desde dentro quién llamaba. Cuando el buen hombre reconoció mi voz, no pudo dominar su alegría. La puerta se abrió, nos echamos llorando uno en brazos del otro. Le encontré muy cambiado, débil y enfermo. Yo tenía todo el cabello gris.

Me condujo por las habitaciones desiertas a una del interior, que aún estaba cuidada. Trajo comida y bebida, nos sentamos y empezó a llorar de nuevo. Me contó que cuando finalmente encontró al hombre vestido de gris con mi sombra, le había golpeado hasta que perdió mi rastro y cayó muerto de cansancio; que después, como no me encontró, volvió a casa, donde el pueblo, incitado por
Rascal
, había entrado al poco rato tumultuosamente, había roto las ventanas y ejercitado su afán de destrucción. Así se habían portado con su bienhechor. Mis criados se habían ido cada uno por su lado. La policía del lugar me había desterrado de la ciudad como sospechoso y me habían dado un plazo de veinticuatro horas para abandonar la región. Aparte de lo que yo ya sabía de
Rascal
y de su boda, me añadió otras muchas cosas. Este malvado, culpable de todo lo que allí me había sucedido, debía de saber desde el principio mi secreto; se había acercado a mí atraído por el dinero, y ya desde el primer momento se había procurado una llave del armario donde yo tenía el dinero, y en donde estaba el fundamento de su fortuna, que ya podía renunciar a aumentar.

Todo esto me lo contó
Bendel
llorando de vez en cuando y volvió a llorar luego de alegría por verme de nuevo y tenerme allí, y porque me veía tranquilo y sosegado después de haber estado tanto tiempo sin saber dónde me habría llevado mi desgracia. Porque ese era el aspecto que me había dado la desesperación; inmutable, con mi enorme desgracia ante mí, había secado mis lágrimas y ni un grito más podía exhalar mi pecho; la soportaba a cabeza, descubierta, frío e indiferente.


Bendel
—le dije—, tú conoces mi suerte. Este duro castigo no me viene sin culpa mía antes. No debes seguir uniendo más tiempo tu destino al mío. No quiero: tú eres inocente. Voy a cabalgar esta noche, ensíllame un caballo, iré solo. Tú te quedas, lo quiero así. Todavía debe de haber aquí algunas arcas con dinero: quédate con ellas. Viajaré solo y errante por el Mundo, y si me sonríe una época alegre otra vez, y reconciliada conmigo me vuelve a mirar la fortuna, volveré a pensar en tu fidelidad, porque he llorado sobre tu pecho fiel en horas difíciles y dolorosas.

Con el corazón destrozado tuvo que obedecer aquella buena persona las últimas órdenes de su señor, aunque le acongojaran en el alma. Fui sordo a sus ruegos, a sus argumentos, ciego a sus lágrimas. Me trajo el caballo. Le estreché una vez más, llorando él, contra mi corazón, salté a la silla y me alejé, bajo el manto de la noche, de la tumba de mi vida, sin preocuparme el camino por el que me iba a llevar mi caballo. Porque no tenía en la Tierra ningún sitio adonde llegar, ningún deseo, ninguna esperanza.

VIII

En seguida se me acercó un caminante y me pidió, después de haber ido un rato junto a mi caballo, si podía poner su capa detrás, encima de mi caballo, ya que llevábamos el mismo camino. Le dejé hacer en silencio. Me dio las gracias con un leve distanciamiento por el leve servicio, alabó mi caballo, aprovechó la ocasión para celebrar el poder y la felicidad de los ricos y se lanzó no sé cómo a una especie de monólogo al que apenas presté atención.

Desplegó sus puntos de vista sobre la vida y el Mundo y llegó pronto a la Metafísica, a la que exigió que encontrase la palabra que fuera una solución para todos los misterios. Expuso con mucha claridad las cuestiones y procedió en seguida a su desenlace.

Ya sabes, querido amigo, que desde que pasé por los filósofos en el colegio he reconocido claramente que no he sido llamado a las especulaciones filosóficas y que me he apartado siempre de ese campo. Desde entonces he dejado pasar muchas cosas y he renunciado a comprender y saber otras muchas. Como tú mismo me aconsejaste, me he dejado llevar de mi buen sentido y he seguido los caminos de mi voz interior lo mejor que he podido. Así que me pareció que aquel artista de la palabra construía con gran talento un firme edificio que se fundaba en sí mismo y se mantenía en sí mismo, como sostenido por una interna necesidad. Pero le faltaba totalmente lo que hubiera querido encontrar dentro, y me resultó una obra de arte vacía, cuya delicada armonía y perfección sólo servía de placer a la vista. Pero yo escuchaba con gusto a aquel hombre que hablaba tan bien, que atraía mi atención apartándola de mis penas, y me hubiera entregado voluntariamente a él si se hubiera dirigido a mi alma lo mismo que a mi entendimiento.

Entretanto, había ido pasando el tiempo, y la aurora, sin ser notada, iluminó el cielo. Me asusté cuando de pronto, en una mirada, vi esparcirse el esplendor de sus colores al este, anunciando la cercanía del Sol. Era la hora en que las sombras se ostentan en su total alargamiento. ¡Y en los alrededores no había ningún resguardo, ningún edificio en el campo abierto! ¡Y no estaba solo! Miré a mi acompañante y me llevé otro susto: ¡No era sino el hombre del abrigo gris!

Se rió de mi espanto y continuó sin dejarme decir nada:

—Vamos a unirnos provechosamente por lo pronto, tal como se acostumbra en este Mundo; tiempo tenemos de separarnos. Este camino a lo largo de la montaña (no sé si se habrá dado cuenta) es el único que puede seguir de una manera razonable. Al valle no puede usted bajar, y no va a volver otra vez a la montaña, de donde ha venido. Y éste es precisamente también mi camino. Pero veo que se pone pálido porque está saliendo el Sol. Le voy a prestar mientras estemos juntos su sombra, y a cambio usted se aguanta con mi compañía. Ya no tiene a su
Bendel
; yo le serviré de buen grado. Usted no me tiene cariño, y lo siento. Pero precisamente por eso puede usted servirse de mí. No es tan negro el diablo como lo pintan. Ayer hizo que me enfadara, es verdad, pero hoy no quiero guardarle rencor, y hasta ahora le he hecho más corto el camino, tiene que reconocerlo… A ver, tenga usted su sombra y pruébela un poco.

Había salido el Sol; enfrente, por el camino, venía gente. Acepté el ofrecimiento aunque con una repulsa interior. Dejó deslizar riendo mi sombra en la tierra, que en seguida ocupó su lugar al lado de la sombra del caballo y empezó a trotar graciosamente a mi lado. Me resultaba extraño. Pasé de largo junto a un grupo de campesinos, que me abrieron paso respetuosamente quitándose el sombrero (yo era un hombre rico). Seguí cabalgando y lancé una mirada ansiosa, latiéndome el corazón, hacia detrás del caballo, buscando mi sombra, que había cogido prestada de un extraño, o por mejor decir, de un enemigo.

Él caminaba despreocupado al lado, silbando una cancioncilla. Él a pie, yo a caballo… Se me ocurrió una trampa, la tentación era demasiado grande; volví de pronto las riendas, piqué espuelas y a toda velocidad me desvié por un camino lateral. Pero no me llevé la sombra, que, al volverse el caballo, se soltó y esperó a su legítimo dueño. Tuve que volver avergonzado. El hombre del abrigo gris, después de terminar tranquilamente la cancioncita, se rió de mí, me colocó de nuevo la sombra en su sitio y me advirtió que se me quedaría pegada y se quedaría conmigo si quisiera volverla a tener como propiedad legítima.

—Le tengo sujeto por la sombra —añadió— y no puede separarse de mí. Un hombre tan rico como usted necesita una sombra, y no puede ser de otro modo. Sólo hay que reprocharle que no se haya dado cuenta antes.

Continué mi viaje por el mismo camino. Encontré de nuevo toda clase de comodidades y hasta lujo. Podía ir donde quería, puesto que tenía sombra, aunque fuera prestada, y recogía por todas partes los homenajes que proporciona la riqueza. Pero tenía la muerte en el corazón. Mi extraño acompañante, que se presentaba a sí mismo como el indigno criado del hombre más rico del Mundo, era un criado extraordinario, inteligente y hábil sobre toda medida, el auténtico modelo de ayuda de cámara de un hombre rico, pero no se iba de mi lado y no paraba de hablarme con una gran esperanza del día en que yo, aunque no fuera más que por verme libre de él, me decidiera a cerrar el trato con mi sombra. Me era tan pesado como odioso. Le tenía verdaderamente miedo. Había conseguido que dependiera de él. Me sujetó volviéndome a hacer entrar en las magnificencias del Mundo de las que había huido. Tenía que soportar su elocuencia y casi le daba la razón. Un hombre rico tiene que tener una sombra en el Mundo y, mientras quisiera mantener la situación en la que él me había vuelto a meter, sólo había una salida posible. Pero una cosa era cierta: después de haber sacrificado mi amor, después de haber perdido color mi vida, no quería vender mi alma a aquel ser ni por todas las sombras del Mundo. No sabía cómo acabaría aquello. Una vez estábamos sentados delante de una cueva que visitaban los forasteros que iban a la montaña. Allí se oía desde una profundidad enorme el tumulto de corrientes subterráneas y, cuando se arrojaba una piedra, parecía no encontrar fondo en su caída resonante. Él me pintó, como lo hacía frecuentemente, con una extraordinaria fantasía y el atractivo brillante de los más hermosos colores, escenas cuidadosamente construidas de lo que yo podía conseguir en el Mundo gracias a mi bolsa, teniendo en mi poder otra vez mi sombra. Con los codos apoyados en las rodillas y la cara oculta entre mis manos, oía a aquel falsario con el corazón dividido entre la tentación y la firme voluntad que había en mí. No podía continuar más en aquella división interna y comenzó la batalla decisiva.

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