Read La maravillosa historia de Peter Schlemihl Online
Authors: Adelbert von Chamisso
Tags: #Cuento, Fantástico, Aventuras
Estaba confuso, no podía juzgar ni concentrarme.
Pasó el día, aplaqué mi hambre con frutos, mi sed en el arroyo cercano. Llegó la noche, me tendí bajo un árbol. La húmeda mañana me despertó de un sueño pesado en el que me oí respirar con estertores de muerte.
Bendel
debió de haber perdido mi rastro y me alegró pensarlo. No quería volver entre los hombres, de los que huía espantado igual que los asustadizos ciervos del monte. Así viví tres angustiosos días.
En la mañana del cuarto me encontré en una explanada arenosa en la que brillaba el Sol, sentado bajo sus rayos en unas rocas, porque ahora me gustaba gozar de su vista, que había evitado durante tanto tiempo. Alimentaba calladamente mi corazón con su desesperanza. De pronto me asustó un leve rumor, lancé una mirada alrededor dispuesto a la huida y no vi a nadie; pero por la arena se deslizaba a mi lado al Sol una sombra humana, no muy distinta de la mía, que vagabundeando solitaria parecía acercarse a su dueño. De pronto se despertó en mí un poderoso anhelo y pensé:
¿Buscas un dueño, sombra? Yo lo seré.
Y salté para apoderarme de ella. Pensé que, si lograba pisar su huella de tal manera que se me acercara a los pies, se me quedaría pegada y, con el tiempo, se acostumbraría a mí.
La sombra, cuando me moví, huyó y tuve que comenzar una fatigosa caza detrás de la leve fugitiva. Solamente el pensamiento de salvarme de la terrible situación en que me encontraba me dio fuerzas. Huyó hacia un bosque bastante alejado, entre cuyas sombras comprendí que no tendría más remedio que perderla; la angustia me encogió el corazón, aticé mi deseo, puse alas a mi carrera… Le iba ganando visiblemente terreno a la sombra. Iba cada vez más cerca, más cerca, tenía que alcanzarla, cuando se paró de repente y se volvió a mí. Me arrojé sobre ella para cogerla en un poderoso salto, igual que el león sobre su presa… y di inesperadamente, y en duro, sobre un cuerpo. Me di, de una manera invisible, el más increíble costalazo que jamás se dio un hombre.
El efecto del golpe me hizo cerrar convulsivamente los brazos y agarrarme a aquello invisible que estaba frente a mí. Caí al suelo, hacia adelante, en la rapidez de la acción, pero debajo había un hombre al que tenía sujeto y que yo vi entonces.
Comprendí al fin todo lo que había sucedido. Aquel hombre tenía el nido que hace invisible al que lo tiene
[38]
, pero no a su sombra. Lo había tenido antes y ahora se le había caído. Busqué con la mirada y en seguida descubrí la sombra del nido invisible, salté sobre él y no fallé en el preciado robo. Sujeté, invisible y sin sombra, el nido en mis manos.
El hombre, que se levantó rápidamente buscando a su afortunado vencedor, no pudo ver en la llanura soleada ni a él ni a su sombra, a la que buscaba con particular angustia; no se había tomado antes el trabajo de darse cuenta de que yo no tenía sombra y ahora no podía ni figurárselo. Cuando se convenció de que había desaparecido todo rastro, se volvió con la mayor desesperación contra sí mismo y se mesó los cabellos. Y a mí, el ganado tesoro, me dio la posibilidad y a la vez el deseo de volver a mezclarme entre los hombres. No me faltaban reproches para justificar mi indigno robo, o mejor, no los necesitaba, y, para evadirme de pensamientos de esa clase, me di prisa en alejarme, sin volverme a mirar a aquel desgraciado, cuya angustiada voz estuve oyendo resonar largo tiempo tras de mí. Por lo menos, así me parecieron entonces las circunstancias de todo aquello.
Ardía por llegar al jardín del forestal y poder ver por mí mismo la verdad de lo que me había contado aquel hombre odioso. Pero no sabía dónde estaba; subí al próximo montecillo para echar un vistazo alrededor. Desde lo alto vi a mis pies el pueblecito cercano y el jardín del forestal. Mi corazón latió fuertemente y de mis ojos salieron lágrimas muy distintas de las que había vertido hasta ahora: iba a volver a verla. La añoranza aceleró mis pasos por el sendero atinado. Pasé sin ser visto junto a unos campesinos que venían del pueblo. Hablaban de mí, de
Rascal
, y del forestal. No quise oír nada, pasé rápidamente.
Penetré en el jardín con todas las tormentas de la duda en mi pecho… Sonó algo como una risa enfrente de mí, me estremecí, eché una rápida mirada alrededor. No pude descubrir a nadie. Seguí andando, me parecía como si sintiera a mi lado el ruido de los pasos de un hombre, pero no se veía nada. Pensé que mi oído me había engañado. Era todavía temprano y no había nadie en la glorieta del
Conde Peter
, todavía estaba vacío el jardín. Atravesé los conocidos caminos, apresurándome hacia la casa. El mismo ruido me seguía perceptiblemente. Me senté asustado en un banco que había a pleno Sol frente a la puerta de la casa. Me pareció como si el invisible duende se sentara junto a mí, riendo burlonamente. Alguien metió la llave en la puerta, se abrió, salió el forestal con unos papeles en la manó. Sentía que se me nublaba la cabeza, miré alrededor y, ¡oh espanto!… el hombre del abrigo gris estaba sentado a mi lado, mirándome con satánica sonrisa. Me había echado su capa invisible sobre la cabeza y a sus pies reposaban amigablemente, una junto a otra, su sombra y la mía. Jugaba descuidadamente con el conocido pergamino que tenía en la mano, y, mientras el forestal, ocupado con sus papeles, iba y venía debajo de la sombra de los árboles, se me acercó confidencialmente y me dijo al oído:
—¡Por fin ha aceptado mi invitación y aquí estamos los dos con la cabeza debajo de la misma capa!… Muy bien, muy bien. Pero ahora, devuélvame mi nido, ya no lo necesita y usted es un hombre demasiado honrado para quedarse con él… No me dé las gracias, le aseguro que se lo he prestado de todo corazón.
Lo cogió sin más de mi mano, se lo metió en el bolsillo y se rió una vez más de mí, esta vez tan fuerte, que el forestal miró a ver de dónde había salido el ruido. Yo, sentado como estaba, me quedé de piedra.
—Tiene que reconocer —dijo— que una capa como ésta es mucho más cómoda. Cubre no solamente a un hombre, sino también a su sombra y además a todos los que quiera meter debajo. Fíjese, hoy le llevo a usted como segundo.
Volvió a reír.
—A ver si se da cuenta,
Schlemihl
, de que lo que al principio no se hace por las buenas se ve uno obligado a hacerlo al fin. Estoy pensando que me compre esto, que recupere a la novia (todavía es tiempo) y que dejemos a
Rascal
bambolearse en la horca, cosa que nos resultará fácil mientras no falte una cuerda. Vamos, le doy también mi gorra a cambio.
Salió la madre y empezaron a hablar.
—¿Qué está haciendo
Mina
?
—Llorar.
—¡Qué niña más simple! Pues no se puede cambiar nada.
—Claro que no, pero así de pronto, entregarla a otro… Eres cruel con tu propia hija, marido.
—No, mujer, no sabes ver claro. Cuando se encuentre convertida en la mujer de un hombre muy rico y estimado antes de que se le hayan secado esas lágrimas infantiles, se consolará de su dolor como si hubiera despertado de un sueño y dará las gracias a Dios y a nosotros.
—¡Dios te oiga!
—Ella posee ahora muy buenas fincas, pero, después del escándalo de la desgraciada historia con ese aventurero, ¿crees que va a encontrar otro partido que le convenga más que el señor
Rascal
? Él tiene fincas aquí por valor de seis millones, libres de deudas, pagadas al contado; he tenido los documentos en mis manos. ¡Fue lo que más me gustó! Y además tiene en una carpeta papeles contra
Thomas John
por valor de casi cuatro millones y medio.
—Tiene que haber robado mucho.
—¡Qué estás diciendo! Ha ahorrado donde se despilfarraba.
—Un hombre que ha llevado librea…
—¡Qué estupidez! Tiene una apariencia irreprochable.
—Tienes razón, pero…
El hombre del abrigo gris se echó a reír mirándome. La puerta se abrió y salió
Mina
. Se apoyaba en el brazo de una criada, lágrimas silenciosas corrían por sus bellas mejillas pálidas. Se sentó en un sillón dispuesto para ella debajo de los tilos y su padre tomó una silla a su lado. Le cogió cariñosamente la mano y le habló con cariñosas palabras. Ella empezó a llorar más fuerte.
—Eres mi hija querida y buena y te portarás razonablemente sin poner triste a tu padre, que sólo quiere tu felicidad. Comprendo, corazón, que estés muy afectada, pero vas a salir muy pronto de tu desgracia. Has amado mucho a ese ser indigno antes de que descubriéramos la vergonzosa mentira… Ya ves,
Mina
, lo sé y no te hago ningún reproche. Yo también lo he amado, hija querida, mientras lo tuve por un gran señor. Pero ya has visto cómo ha cambiado todo. ¡Vamos, que hasta un perro tiene sombra, y mi querida y única hija se iba a casar con un hombre que…! Nada, que no vuelves a pensar en él. Y ahora, escucha,
Mina
, ahora te pretende un hombre que no teme al Sol, un hombre honorable; no es ningún príncipe, naturalmente, pero tiene diez millones, diez veces más que tú; un hombre que hará feliz a mi niña. No me contradigas, no te opongas, sé una hija buena y obediente, deja que tu amante padre cuide de ti y seque tus lágrimas. Prométeme que darás tu mano al señor
Rascal
. Dime, ¿me lo prometes?
Ella contestó con voz entrecortada:
—No tengo ningún deseo ni quiero nada de aquí en adelante en la Tierra. Que sea de mí lo que quiera mi padre.
En ese momento fue anunciado el señor
Rascal
y entró con toda frescura en el grupo.
Mina
se desmayó. Mi odiado acompañante me miró enfurecido y musitó rápidamente:
—¿Y usted aguanta esto? ¿Qué es lo que corre por sus venas en vez de sangre?
En un rápido movimiento me hizo una incisión en una mano y de la pequeña herida corrió sangre. Y continuó:
—¡Sangre roja, realmente! ¡Vamos, firme!
Yo tenía el pergamino y la pluma en las manos.
Me someteré a tu juicio, querido
Chamisso
, sin intentar sobornarte. Hace tiempo que yo mismo me juzgué severamente pues he alimentado en mi corazón un doloroso remordimiento. Se me representaba continuamente en mi alma este importante momento de mi vida y nunca pude mirarlo sino con duda, humildad y totalmente destrozado. Querido amigo, quien ha puesto locamente el pie fuera del camino recto se encuentra de pronto abocado a otros caminos que le llevan cada vez más y más bajo… Ve brillar las guiadoras estrellas en el cielo, pero no le sirve; no puede elegir, tiene que bajar sin parar y ofrecerse a Némesis
[39]
. Después del inconsiderado error que me valió mi maldición, aprovechándome del amor, penetré criminalmente en el destino de otro ser; ¿qué otra cosa podía hacer que saltar a ciegas para salvar algo donde había sembrado perdición, cuando se me exigía una salvación rápida? Porque había sonado la última hora. No me creas tan bajo,
Adelbert
, como para pensar que el precio que se me pedía, por alto que fuese, pudiera parecerme caro, que pretendía escatimar algo que era mío más que el dinero. No,
Adelbert
. Pero mi alma estaba llena de un odio insoportable contra aquel hipócrita indescifrable de torcidos caminos. Quería hacerle daño, pero me sublevaba ante la idea de tener que ver algo con él… También aquí, como tantas veces en mi vida, y quizás también como tantas veces en la historia del Mundo, entró en juego un accidente en lugar de un hecho. Más tarde me he reconciliado conmigo mismo. He aprendido a reverenciar primero la necesidad y lo que es más que el hecho consumado: su propiedad, el accidente. Y después he aprendido también a reverenciar esa necesidad como un sabio orden que corre a través de toda la gran máquina en la que nosotros actuamos como ruedas impulsadas, encajadas en ella. Lo que debe ser tiene que suceder, lo que debió ser sucedió, y nunca sucede nada sin tener en cuenta ese orden que finalmente aprendí a reverenciar en mi destino y en el destino de todos aquellos en los que intervino el mío.