Read La maravillosa historia de Peter Schlemihl Online
Authors: Adelbert von Chamisso
Tags: #Cuento, Fantástico, Aventuras
—Yo también —contestó la bella viuda.
Y siguieron adelante.
Esta conversación me dejó muy impresionado. Pero dudaba si debía darme a conocer o irme sin que me conocieran. Me decidí. Pedí un papel y un lápiz y escribí estas palabras:
«También a vuestro viejo amigo le va mejor que en otros tiempos, y, si expía, es la expiación del perdón.»
Entonces dije que quería vestirme, que ya me encontraba más fuerte. Me dieron la llave del armario que estaba junto a mi cama. Encontré dentro todo lo que me pertenecía. Me vestí, colgué la caja de botánico (en la que con alegría encontré los líquenes nórdicos) sobre mi negra kurtka, me puse las botas, dejé la nota que había escrito sobre mi cama y, en cuanto se abrió la puerta, ya estaba yo camino de Tebas.
Cuando seguía el camino a lo largo de la costa siria, por el que me había ido de casa la última vez, vi que me salía al encuentro mi pobre Fígaro
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. El excelente perro parece que quiso seguir las huellas de su señor, que tanto tiempo había esperado en casa. Me paré y lo llamé. Se me echó encima ladrando con mil conmovedoras muestras de inocente y traviesa alegría. Le cogí debajo del brazo, pues naturalmente no podía seguirme, y le llevé conmigo a casa.
Encontré todo tal como lo había dejado y volví poco a poco, en tanto me volvían las fuerzas, a mis ocupaciones anteriores y mi antigua manera de vivir. Lo único, me mantuve un año apartado de los fríos polares, que me resultaban insoportables.
Y así, querido
Chamisso
, vivo hoy todavía. Mis botas no se gastan, como en un principio me dejó temer la sapientísima obra del famoso Tieckius,
De rebus gestis Pollicilli
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. Conservan su fuerza. Sin embargo, la mía disminuye. Pero tengo el consuelo de haberla gastado para conseguir algo en el justo sentido y no de una manera infructuosa. He estudiado a fondo, tanto como me lo han permitido mis botas, la Tierra, su constitución, sus alturas, sus temperaturas, su atmósfera cambiante, las manifestaciones de su fuerza magnética, la vida que hay en ella, especialmente en el reino vegetal, y todo esto más que nadie antes de mí. He expuesto los hechos en varias obras con la mayor exactitud y en el orden más claro posible y he dejado en unos cuantos tratados, de una manera rápida, mis puntos de vista y las consecuencias que he sacado. He establecido la geografía del interior de África y la de las tierras polares del norte, la del interior de Asia y sus costas orientales. Mi
Historia stirpium plantarum utriusque Orbis
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está ahí como un gran fragmento de la
Flora universalis terrae
y como una parte de mi
Systema naturae.
Creo que con ello no sólo he aumentado en más de un tercio el número de las especies conocidas, sino que también he hecho algo por el sistema natural y por la geografía de las plantas. Actualmente trabajo activamente en la fauna. Me preocuparé de que, antes de mi muerte, mis manuscritos queden en la Universidad de Berlín
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.
Y a ti, mi querido
Chamisso
, te he elegido como guardián de mi extraña historia, de la que quizás, cuando yo haya desaparecido de la Tierra, algunos de sus habitantes puedan sacar enseñanzas provechosas. Y tú, amigo mío, si quieres vivir entre los hombres, aprende a honrar primero a la sombra y luego al dinero. Si quieres vivir contigo y con lo mejor de ti mismo, no necesitas consejo ninguno.
La Revolución francesa
El ambiente que le tocó vivir a Chamisso, siendo niño, fue el de un súbito y trágico «ajuste de cuentas» político social. En 1789 Chamisso tenía ocho años, y 1789 es la fecha de la Revolución francesa. Durante siglos, en Francia, la clase noble, dirigente, había estado haciendo padecer a la clase popular, que tenía que soportar todo: el trabajo, el hambre y los impuestos. Al fin, la medida se colma y el pueblo se dedica a hacer padecer a la clase noble. Chamisso era de clase noble y le tocó padecer.
La revolución fue una venganza colectiva, y por eso doblemente inhumana y absurda —lo mismo que había sido antes doblemente inhumano y absurdo el sometimiento y los padecimientos de siglos que había tenido que soportar la clase popular—. Era inhumana y absurda por venganza, y aún más por ser colectiva y caer sobre personas totalmente inocentes. Lo mismo había caído la opresión anterior de parte de los nobles sobre personas totalmente inocentes.
Papel de los intelectuales
Pero la opresión de los nobles había formado como un destino inevitable. Ellos habían oprimido al pueblo empleando la violencia (si no, no hubieran conseguido oprimir al pueblo tan fácilmente), y el pueblo, al cabo del tiempo, aprende la lección. Cuando quiere liberarse, no sabe hacer otra cosa que emplear también la violencia. Y esta vez, la violencia cae sobre los nobles, en vez de sobre el pueblo. La conciencia de su situación de oprimidos se la habían dado al pueblo los intelectuales y escritores que a lo largo del siglo XVIII venían protestando del orden de cosas establecido; pero ellos estaban también dentro del «destino», que había establecido ese orden desde el principio por medio de la violencia, y si dudaban de que el poder absoluto debiera tenerlo un rey, no dudaban de que el poder absoluto debiera tenerlo alguien por orden del pueblo.
El asesinato político
Poder absoluto, naturalmente de «matar por buen fin», que es como justifica todo gobernante, revolucionario o no, el asesinato político. Unos le dan ese poder a una persona: el rey, con origen divino, por derecho propio y sin necesidad de preguntar a nadie sus motivos de asesinato con buen fin. Otros exigían un concierto general para dar ese poder a uno o a varios en representación de todos. Pero, mientras los dos bandos estuvieran de acuerdo en el sistema del asesinato con buen fin como necesario para una buena organización de la sociedad, estaban creando el destino mortal que tanto podía caer sobre unos como sobre otros.
Así, cuando una facción lleva mucho tiempo en el poder, los oprimidos (que siempre los habrá mientras el sistema se base en la violencia del dolor y la muerte) se sentirán con derecho a un «ajuste de cuentas», con multitud de muertes con buen fin. Los revolucionarios franceses que mataban en juicio popular muchos nobles diariamente en la guillotina, no sentían ningún remordimiento, sino que estaban convencidos de que hacían un gran bien a la humanidad. Lo mismo que el antiguo noble cuando cobraba impuestos que hacían morir de hambre a los que tenían que pagarlos; él creía que eso era algo ineludible y necesario para la buena marcha de la humanidad, algo que había que cargar a la cuenta del «bien de la humanidad».
Teorías del culto al poder
Claro que entre las dos teorías del culto al poder con derecho al asesinato con buen fin hay una diferencia que parece que permite ir suavizando poco a poco el destino de todos los hombres. Los que creen en el poder personal de origen divino están psicológicamente peor preparados para darse cuenta de la inhumanidad y el error del asesinato político que los que creen en el poder entregado a uno o a varios por la comunidad; al que cree su decisión personal emanación de una voluntad y responsabilidad ajenas a la suya y enormemente distantes, le será mucho más difícil salir de su engaño y ni siquiera, si alguna vez llega a sentir compasión, puede pensar —dentro de su engaño y su modo de ver las cosas— que él puede evitarlo. Lo más que hará será lamentar que «las cosas tienen que ser así». Y de ninguna manera se sentirá responsable. Es un ciego de sí mismo, porque es un creyente acobardado ante un monstruo lejano y todopoderoso.
Pero el que siente el poder como entregado por otros hombres, por mucho que crea en los beneficios del crimen con buen fin, dentro de su personalidad psicológica sabe por lo menos que existe la posibilidad de cambiar las cosas. Quizá algún día funcionen sus mecanismos humanos (los de él o los de los que le han encargado el poder) y se decida a cambiar. Por lo menos sabe que está dentro de las reglas de un juego y que si lo hace mal le puede tocar perder. Sin embargo un jefe de estado-rey absoluto, convencido de su poder personal de emanación divina, teóricamente no puede nunca perder. Para perder —incluso la vida—, como el rey de Francia Luis XVI, tiene que llegar un trágico ajuste de cuentas de tipo revolucionario, totalmente ilegal y fuera de toda previsión «razonable».
Chamisso y la revolución
Toda la primera mitad del siglo XIX en la que vivió Chamisso, está llena de la lucha por estas dos concepciones del poder, que por otra parte, tantas cosas tienen en común.
Primero, la Revolución francesa hace dar un bandazo hacia la concepción liberal (el poder entregado por el pueblo). Y según el antiguo estilo, todo el que tiene que ver con el antiguo régimen, es proscripto o muerto. La familia Chamisso se salva de la muerte pero pierde la patria, la casa y la fortuna.
Napoleón, el revolucionario
Pero las otras naciones de Europa, que están dentro del concepto del poder personal de origen divino, también según el antiguo estilo, declaran la guerra a Francia. Y entre los generales de Francia, que se defienden del ataque de Europa, está Napoleón. Napoleón vence a todos tan rápidamente y se hace por eso tan necesario a los franceses, que los franceses piensan si no será conveniente darle todos los poderes a él, y para siempre, lo mismo que los tenía un antiguo rey. Los intelectuales en Europa, como Napoleón es revolucionario, están también entusiasmados. Beethoven, que por entonces compone su tercera sinfonía, se la dedica a Napoleón, como ideal del héroe.
Pero Napoleón, además de ser un revolucionario, piensa hacerse un antiguo rey (así extenderá más rápidamente sus ideas revolucionarias) y no sólo un auténtico rey antiguo, sino un antiguo emperador, con todo lo que lleva en sí el concepto en relación sobre el mando único en toda la Tierra al alcance del dominio de un ejército. Como tiene un cierto sentido práctico, piensa repartirse el mando único con un emperador de Oriente, Alejandro de Rusia. En un gran movimiento pendular, las ideas sobre el poder caen ahora del lado del mando personal divinizado. Napoleón llama a Francia a todos los considerados partidarios del antiguo régimen. La familia Chamisso puede volver a Francia, y vuelven todos menos Adelaide, que se siente alemán y cambia su nombre por el de Adelbert.
Sin embargo, Napoleón sigue siendo un revolucionario; y no encuentra en ello contradicción ninguna con su actitud de emperador al antiquísimo estilo (le gustaría ser como un emperador romano o como Carlomagno). Porque él utilizará ese poder para imponer las ideas revolucionarias sobre el nuevo estilo de poder. Él piensa liberar a todo el Mundo, pero para eso tiene que quitar primero a todas las naciones su libertad y tener él sobre todas un poder absoluto y total. Si para eso necesita infinitas «muertes con buen fin», las llevará a cabo sin remordimiento y hasta con entusiasmo, porque sus buenos propósitos lo merecen.
Napoleón, el reaccionario
Es lo mismo que han hecho los reyes absolutos y los revolucionarios. Su actitud por ese lado no tiene nada nuevo. En realidad todo rey absoluto y todo revolucionario tiene que quitar primero la libertad para darla luego. La novedad para su época es que Napoleón intenta hacerlo en gran escala, en toda Europa a la vez y si fuese posible en el Mundo. El ídolo que habían hecho de él los intelectuales cae, y Beethoven dedica su sinfonía «al recuerdo» del que fue un héroe; el héroe ha traicionado el ideal de la libertad al atacar a todas las naciones de Europa para apoderarse de ellas.
La catástrofe
Naturalmente, Napoleón provoca una catástrofe general, de la que son fechas importantes las batallas de Jena y Austerlitz y otras, ganadas por Napoleón; y las perdidas en Rusia (Borodino), en España (Bailén) y frente a los aliados europeos en Waterloo (1815), con lo que acaba definitivamente el poder de Napoleón. Había hecho y deshecho en Europa, agrupando las viejas nacionalidades del Sacro Imperio Romano Germánico, dirigido por Austria, como le había parecido bien, repartiendo más o menos efímeramente a sus generales y parientes los tronos de Europa, pero al fin, y después de la catástrofe general, reducidos sus sueños de poder a la isla de Santa Elena, las cosas vuelven a estar como estaban.
La Santa Alianza
Y en cuestión de ideologías políticas, se vuelve por lo pronto oficialmente al antiguo tipo de rey absoluto, que no deja intervención al pueblo. Y se crea la Santa Alianza para defenderlo, porque como la ideología contraria existe, existe también la necesidad de defenderse de ella y la política oficial se asegura de tal manera que no deja a la otra ideología más opción que la revolución. Chamisso, como buen intelectual, está de parte de los revolucionarios y critica y se burla de la Santa Alianza. A pesar del desencanto del héroe fingido de la libertad, Napoleón, sigue adelante el ideal revolucionario.
Comienza en toda Europa la lucha subterránea y de subversión para acabar con el antiguo régimen y crear unas reglas de juego frente al poder de tipo antiguo, absoluto. Hay muchos que quieren una constitución, un límite al poder. Así empieza a avanzarse en el trabajoso camino del cambio a un estilo de política nuevo.
Chamisso sólo vio dos revoluciones, la de Grecia para conseguir su independencia de los turcos, y la de Francia (la revolución de Julio) para liberarse de Luis XVIII. Las dos en 1830. Luego habría en toda Europa otras más, en 1848, en 1871…