La hechicera de Darshiva (12 page)

Read La hechicera de Darshiva Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La hechicera de Darshiva
9.66Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿A qué precio?

—A unos quince puntos por encima del valor de compra.

—Será mejor que te comuniques con Kasvor, en Jarot —dijo Seda con expresión de amargura—. Le dije que vendiera a trece. El consorcio melcene les ha hecho varias ofertas. ¿Crees que el precio podría subir? —Vetter respondió con un mudo gesto de duda—. Haz correr la voz de que hemos vendido a quince y dile a Kasvor que se mantenga firme en esa cifra. Incluso si el precio sube a dieciséis, habremos sacado el máximo provecho a la transacción.

—Me ocuparé de ello, Alteza. —De repente, Vetter hizo una ligera mueca de preocupación—. Algo raro está ocurriendo en Dalasia —continuó—. Aún no hemos podido averiguar de qué se trata, pero todos los dalasianos parecen muy nerviosos. Han cerrado la ciudad de Kell, así que no podemos enviar a nadie a investigar, pero todo lo que ocurre en Dalasia suele tener origen en Kell.

—¿Alguna novedad del Oeste? —preguntó Garion.

—La situación en Cthol Murgos es estacionaria —respondió Vetter—. Kal Zakath ha reducido las fuerzas en la región y ha hecho regresar a sus generales. Todavía controla las ciudades del este de Cthol Murgos, pero en el interior todo ha vuelto a la normalidad. Nadie sabe si el rey Urgit aprovechará la situación, pues parece estar pendiente de otros asuntos.

—¿Ah, sí? —preguntó Seda con curiosidad.

—Según tengo entendido, está a punto de casarse con una princesa de la casa Cthan. —Seda suspiró—. Ha muerto el rey Gethel de Mishrak ac Thull —continuó Vetter—, y el trono ha pasado a su hijo, Nathel. El joven es un absoluto incompetente, de modo que nadie sabe cuánto durará como rey. —Vetter hizo una pausa y se rascó la barbilla—. Hemos recibido noticias sobre la celebración de un consejo alorn en Boktor. Los alorns suelen reunirse una vez al año, pero generalmente lo hacen en Riva. Otra novedad es que han asistido al consejo varios reyes que no son alorns.

—¿De veras? —preguntó Belgarath—. ¿Quiénes?

—El rey de Sendaria, el emperador de Tolnedra y el rey Drosta de Gar og Nadrak. El rey de Arendia estaba enfermo, pero envió representantes.

—¿Qué diablos se proponen? —murmuró Belgarath.

—No pudimos obtener información sobre los temas tratados —respondió Vetter—, pero, poco tiempo después, una delegación de diplomáticos de estos reinos se dirigió a Rak Urga y se rumorea que se están llevando a cabo importantes negociaciones.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Belgarath con exasperación.

—Te he dicho mil veces que no debes dejar solos a los alorns —dijo Beldin—. Cuando tienen la menor oportunidad de hacer algo malo, la aprovechan al máximo.

—El precio del oro ha subido —continuó Vetter—, y el valor de la corona malloreana ha bajado. Los imperiales melcenes se mantienen estables, pero el mercado de diamantes fluctúa de una forma tan absurda que hemos retirado nuestras inversiones. Éste es un resumen de la situación, Alteza. Tendré preparado un informe más detallado para mañana a primera hora.

—Gracias, Vetter —respondió Seda—. Eso es todo por ahora.

Vetter saludó con una reverencia y se retiró en silencio.

Belgarath comenzó a pasearse de un extremo al otro de la sala, maldiciendo entre dientes.

—No puedes hacer nada al respecto, padre —dijo Polgara—, así que ¿por qué te preocupas?

—Tal vez tengan alguna razón para lo que hacen —sugirió Seda.

—¿Qué razón podrían tener para negociar con los murgos?

—No lo sé —dijo Seda con los brazos abiertos—, no estaba allí cuando tomaron la decisión. Tal vez Urgit les haya ofrecido algo que ellos querían.

Belgarath continuó maldiciendo.

Media hora más tarde, acudieron al comedor y se sentaron junto a la cabecera de una mesa que podría haber acomodado a medio centenar de personas. Los cubiertos de plata maciza y los platos de porcelana ribeteados en oro resaltaban sobre el mantel blanco como la nieve. El servicio era espléndido y la cena deliciosa.

—Debo hablar con tu cocinero —dijo Polgara cuando todos disfrutaban del postre—. Por lo visto es un hombre de talento.

—No es para menos —observó Seda—. Me cuesta muchísimo dinero.

—Creo que puedes permitírtelo —señaló Durnik con una mirada a los lujosos muebles.

Seda se reclinó en su silla mientras jugueteaba con una copa de plata.

—No parece lógico mantener un sitio así cuando sólo vengo un par de veces al año —admitió—, pero supongo que es lo que todos esperan de mí.

—¿Acaso Yarblek no lo usa? —preguntó Garion.

—No —respondió Seda sacudiendo la cabeza—. Yarblek y yo hemos llegado a un acuerdo: yo le doy libertad en el resto del mundo, siempre y cuando él no aparezca por Melcena. Éste no es el sitio más indicado para él. Además, insiste en ir con Vella a todas partes y esa mujer escandaliza a los melcenes.

—Sin embargo, es buena chica —dijo Beldin con una sonrisa—. Cuando todo esto acabe, es probable que la compre.

—¡Eres odioso! —exclamó Ce'Nedra.

—¿Qué he dicho? —preguntó Beldin, confundido.

—Vella no es una vaca, ¿sabes?

—No, ya lo sé. Si quisiera una vaca, me compraría una vaca.

—No se puede comprar a las personas.

—Claro que sí —replicó él—. Es una mujer nadrak y se ofendería si no intentara comprarla.

—Tendrás que tener cuidado con sus dagas, tío —le advirtió Polgara—. Es muy rápida con ellas.

—Todos hemos de tener algún vicio —respondió él encogiéndose de hombros.

Aquella noche, Garion no durmió bien, aunque la cama que compartía con Ce'Nedra era alta y mullida. Al principio achacó sus dificultades para conciliar el sueño justamente a aquella comodidad, pues llevaba meses durmiendo en el suelo y no estaba acostumbrado a una cama blanda. A medianoche, sin embargo, descubrió que la cama no tenía nada que ver con su insomnio. Aunque sólo contaba con pocos datos más que al principio del viaje, el tiempo avanzaba inexorable y el día de su encuentro con Zandramas se aproximaba a un ritmo calculado e imparable. Era evidente que estaba más cerca de Zandramas, que según los informes le llevaba sólo una semana de ventaja. Sin embargo, continuaba siguiéndola sin saber adonde se dirigía. Maldijo mentalmente al loco que había escrito el Códice Mrin. ¿Por qué diablos habría sido tan enigmático? ¿Por qué no había usado un lenguaje más sencillo?

«Porque si lo hubiera hecho, medio mundo te estaría esperando en el lugar del encuentro», dijo la voz seca de su mente. «No eres el único que quiere encontrar al Sardion.»

«Pensé que te habías marchado para siempre.»

«¡Oh, no! Aún sigo aquí.»

«¿Cuánta ventaja nos lleva Zandramas?»

«Unos tres días.»

Entonces Garion sintió que lo embargaba una desbordante esperanza.

«No te entusiasmes tanto», dijo la voz, «y no salgas corriendo en cuanto descubras la pista de Zandramas. Aún debes hacer algo aquí.»

«¿Qué?»

«Sabes bien que no puedo responder ese tipo de preguntas, Garion.»

«¿Por qué no puedes decírmelo?»

«Porque, si te digo ciertas cosas, el otro espíritu tendrá libertad para decirle otras a Zandramas... Como por ejemplo la ubicación del Lugar que ya no Existe.»

«¿Quieres decir que ella aún no lo sabe?», preguntó Garion incrédulo.

«Por supuesto que no. Si lo supiera, ya estaría allí.»

«¿Entonces Los Oráculos de Ashaba no indican la ubicación de ese sitio?»

«Es evidente que no. Mañana presta atención. Alguien te dirá algo importante como por descuido. Intenta no pasarlo por alto.»

«¿A quién te refieres?»

Pero la voz se había ido.

A primera hora de la ventosa mañana siguiente, Garion y Seda salieron vestidos con largas túnicas de sobrio color azul. Obedeciendo una sugerencia de Seda, Garion había separado el Orbe de la espada y lo llevaba oculto entre sus ropas.

—Los melcenes no suelen llevar armas en la ciudad —había explicado el hombrecillo—, y tu espada resultaría muy sospechosa.

No llevaban los caballos, pues preferían mezclarse entre los ciudadanos de Melcena.

—Deberíamos empezar por la costa —sugirió Seda—. Cada muelle corresponde a un grupo diferente de comerciantes, y si podemos descubrir en cuál ha atracado Zandramas sabremos a quién interrogar para obtener información.

—Parece razonable —se limitó a responder Garion, mientras caminaba hacia el puerto con grandes zancadas.

—No corras —dijo Seda.

—No lo hago.

—Caminas demasiado rápido —observó el hombrecillo—. En Melcene la gente tiene un andar más majestuoso.

—¿Sabes, Seda? No me importa lo que la gente de Melcene piense de mí. No estoy aquí para perder el tiempo.

—Garion —dijo Seda y apretó con fuerza el brazo de su amigo—, ya hemos comprobado que Zandramas y su ayudante han estado aquí. Ella sabe que la perseguimos y en Melcena hay muchas personas que aceptarían ser contratadas para todo tipo de fechorías. No les facilitemos el trabajo destacándonos entre la multitud.

—De acuerdo —declaró Garion tras dirigirle una larga mirada—. Lo haremos a tu manera.

Caminaron por una ancha avenida a un paso exasperantemente lento. De repente Seda se detuvo y maldijo entre dientes.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Garion.

—Ese hombre que está allí delante, el de la nariz grande, es un miembro de la policía secreta de Brador.

—¿Estás seguro?

Seda asintió con un gesto.

—Lo conozco desde hace mucho tiempo. —El hombrecillo irguió los hombros— Bueno, supongo que no podemos hacer nada, pues ya nos ha visto. Sigamos adelante.

Pero el hombre de nariz larga y abultada se interpuso en su camino.

—Buenos días, príncipe Kheldar —dijo con una pequeña reverencia.

—Rolla —respondió Seda con indiferencia.

—Majestad —añadió Rolla dirigiéndose a Garion con una reverencia más marcada—. No esperábamos verte en Melcena. Brador se sorprenderá mucho.

—Las sorpresas siempre sientan bien —dijo Seda encogiéndose de hombros—. Un hombre que no recibe sorpresas se vuelve descuidado.

—El emperador está muy decepcionado de vosotros, Majestad —le dijo Rolla a Garion con tono de reproche.

—Estoy seguro de que sobrevivirá a la pena.

—En Mallorea, Majestad, es el que ofende a Kal Zakath quien debe preocuparse por su supervivencia.

—No nos amenaces, Rolla —le advirtió Seda—. Si su Majestad llegara a la conclusión de que enviarás un informe comprometedor al Departamento de Asuntos Internos, podría tomar medidas para que nunca llegaras a escribirlo. Después de todo, Su Majestad es un alorn, y ya sabes que los alorns tienen poco sentido del humor.

Rolla retrocedió con un gesto aprensivo.

—Ha sido un placer hablar contigo, Rolla —dijo Seda a modo de despedida y siguió su camino junto a Garion. El joven rey notó que el hombre de la nariz grande tenía una expresión preocupada en el rostro—. Me encanta darle estos sustos a la gente —sonrió Seda.

—Te diviertes con facilidad —respondió Garion—. ¿Te das cuenta de que en cuanto su informe llegue a Mal Zeth, Zakath enviará a un montón de gente a buscarnos?

—¿Quieres que vuelva y lo mate? —ofreció Seda.

—¡Por supuesto que no!

—Lo sabía. Si no puedes modificar una situación, no debes preocuparte por ella.

Cuando llegaron al puerto, Garion apretó el Orbe entre las manos. La piedra solía tirar con fuerza de la espada de Puño de Hierro y ahora el joven temía que se le escapara de la mano. Caminaron por los muelles en dirección norte, aspirando la fragancia salina del mar. En Melcena, a diferencia de la mayoría de los puertos del mundo, casi no había basura sobre las aguas.

—¿Cómo hacen para mantener el agua tan limpia? —preguntó Garion con curiosidad.

—El que arroja basura al agua es obligado a pagar importantes multas —respondió Seda—. Los melcenes son exageradamente limpios. También hay trabajadores con redes que patrullan la costa con el fin de conservar limpias las aguas. De ese modo, también se reduce el paro —sonrió—. Es un trabajo muy desagradable y se lo asignan a las personas que no tienen interés por un puesto fijo. Después de varios días en un bote lleno de basura y peces muertos, se vuelven tremendamente ambiciosos.

—¿Sabes? —dijo Garion—. Es una idea magnífica. Me pregunto si...

En ese momento el Orbe se calentó en su mano. Garion retiró un poco la túnica y lo miró. La piedra brillaba y había cobrado un oscuro tono rojizo.

—¿Zandramas? —preguntó Seda.

Garion negó con la cabeza.

—El Sardion —respondió.

Seda se rascó la nariz con nerviosismo.

—¡Vaya dilema! —dijo—. ¿Seguimos a Zandramas o al Sardion?

—A Zandramas —respondió Garion—. Ella es quien ha raptado a mi hijo.

—Como prefieras —dijo Seda encogiéndose de hombros—. Aquél es el último muelle. Si no logras descubrir su rastro allí, seguiremos hasta la puerta norte de la ciudad.

Cruzaron el último muelle sin que el Orbe emitiera ninguna señal.

—¿Podrían haber atracado en otra isla? —preguntó Garion con una mueca de preocupación.

—No; a no ser que cambiaran de rumbo en alta mar —respondió Seda—. Hay muchos sitios donde atracar un barco en estas costas. Vayamos a inspeccionar la puerta norte.

Otra vez recorrieron las calles a paso exasperantemente lento. Después de cruzar varias callejuelas, Seda se detuvo.

—¡Oh, no! —exclamó.

—¿Qué ocurre?

—Aquel gordo que viene hacia aquí es el vizconde Esca, uno de los miembros más importantes del consorcio melcene. Sin duda querrá hablar de negocios.

—Dile que tienes una cita.

—No serviría de nada. El tiempo no significa nada para los melcenes.

—¡Vaya, príncipe Kheldar! —dijo el hombre rollizo, vestido con una túnica gris, al llegar junto a ellos—. Te he buscado por toda la ciudad.

—Vizconde Esca —saludó Seda con una pequeña reverencia.

—Mis colegas y yo estamos asombrados de tu reciente incursión en el mercado agrícola —dijo Esca con admiración.

Seda frunció su larga nariz y sus ojos cobraron una expresión astuta.

—En realidad ha sido un error, mi querido amigo —respondió Seda con voz lastimera—. Los productos agrícolas dejan escasos beneficios.

—¿Estás al tanto de la situación del mercado? —preguntó Esca con estudiada expresión de indiferencia, pero con los ojos llenos de codicia.

—No —mintió Seda—, en realidad no. He estado de viaje por el interior y aún no he tenido oportunidad de hablar con mi agente. Sin embargo, le he dejado instrucciones para que acepte la primera oferta que le hagan, aunque ya no podamos evitar las pérdidas. Necesito los almacenes y los tengo llenos de alubias hasta el techo.

Other books

Faithless Angel by Kimberly Raye
Mile 81 by King, Stephen
Murder on the Riviera by Anisa Claire West
The Wedding Affair by Leigh Michaels
Staging Death by Judith Cutler