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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La hechicera de Darshiva (32 page)

BOOK: La hechicera de Darshiva
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Sin decir una palabra, Velvet sacó un delicado pañuelo de su manga, se secó los ojos y se lo pasó a Ce'Nedra.

Belgarath regresó una hora después. Estaba solo, pero tenía una sonrisa dulce en los labios y un brillo juvenil en los ojos. No obstante, nadie se atrevió a preguntarle nada.

—¿Qué hora dirías que es? —le preguntó a Durnik.

El herrero escudriñó el cielo. El viento empujaba las últimas nubes hacia el este, dejando al descubierto el cielo estrellado.

—Yo diría que faltan unas dos horas para el amanecer —respondió—. Se ha levantado una ligera brisa y puedo oler la mañana.

—No creo que podamos seguir durmiendo —declaró el anciano—. ¿Por qué no llenamos las alforjas y ensillamos los caballos mientras Polgara cocina unos huevos para el desayuno?

Polgara lo miró con una ceja ligeramente levantada.

—No pensarás dejarnos ir con el estómago vacío, ¿verdad, Pol? —le dijo con picardía.

—No, padre —respondió ella—, la verdad es que no.

—Lo imaginaba. —El anciano rió y estrechó a la hechicera entre sus brazos—. ¡Oh, mi querida Pol! —exclamó con vehemencia.

Los ojos de Ce'Nedra se llenaron de lágrimas otra vez y Velvet volvió a ofrecerle su pañuelo.

—Entre las dos van gastar el pañuelo —señaló Seda con sarcasmo.

—No tiene importancia —comentó Garion—. Tengo varios más en mi alforja. —De repente recordó algo—. Abuelo —dijo—, con tantos nervios casi olvido algo. He oído una conversación entre Zandramas y Naradas.

—¿Ah, sí?

—Naradas ha estado en Gandahar y conduce un regimiento de hombres montados en elefantes hacia el campo de batalla.

—Los demonios no se asustarán de los elefantes.

—Ellos ya no están allí. Zandramas convocó a Mordja, otro Señor de los Demonios, y éste ha logrado alejar a Nahaz del campo de batalla. Se han ido a luchar a otro sitio.

Belgarath se rascó la mejilla barbuda.

—¿Qué tal es ese ejército de Gandahar que monta en elefantes? —le preguntó a Seda.

—Casi invencible —respondió el hombrecillo—. Los cubren con armaduras y luego se abren camino aplastando a los enemigos. Si los demonios se han retirado, el ejército de Urvon no tendrá ninguna posibilidad de vencer.

—Ya hay demasiada gente implicada en esto —gruñó Belgarath—. Crucemos el Megan y dejemos a todos esos ejércitos librados a su suerte.

Desayunaron y se alejaron de la granja cuando las primeras luces comenzaban a clarear al este del horizonte. Pese a la breve noche de descanso, Garion no se sentía demasiado cansado. Habían ocurrido muchas cosas desde la última puesta de sol y necesitaba reflexionar.

Cuando llegaron ante el gran río Magan, ya había amanecido. Luego siguieron las mudas instrucciones de Toth y cabalgaron hacia el sur en busca de una aldea donde alquilar un bote lo bastante grande para cruzar hasta Darshiva. El día era templado, la lluvia de la noche anterior había lavado los árboles y la hierba, y los había dejado resplandecientes.

Por fin llegaron junto a un pequeño poblado de chozas de barro construidas sobre pilotes, donde varios muelles desvencijados se proyectaban sobre el río. Un pescador solitario, sentado en uno de los muelles, sostenía con expresión despreocupada una larga caña de pescar.

—Habla con él, Durnik —dijo Belgarath—. Pregúntale si sabe dónde podemos alquilar un bote.

El herrero asintió e hizo girar a su caballo. Garion lo siguió, movido por un súbito impulso. Los dos amigos desmontaron en el extremo del muelle y se aproximaron al pescador.

Era un individuo pequeño y grueso, vestido con una túnica casera y grandes zapatos manchados de barro. Sus piernas desnudas estaban cubiertas de varices violáceas y no parecían muy limpias. Tenía la cara bronceada y una barba de varios días.

—¿Ha habido suerte? —preguntó Durnik.

—Míralo tú mismo —respondió el pescador señalando el cubo de madera que había a su lado.

No se giró y siguió mirando fijamente la ramita roja atada al sedal, que sostenía el anzuelo en el agua turbia del río. El cubo estaba medio lleno de agua y varias truchas de treinta centímetros de largo nadaban en círculos en el interior. Los peces tenían ojos furiosos y afiladas mandíbulas.

Durnik se acuclilló junto al pescador, con las manos sobre las rodillas.

—Bonitos peces —observó.

—Un pez es un pez —respondió el rechoncho hombrecillo—. Tienen mejor aspecto en un plato que en un cubo.

—Para eso los cogemos —asintió Durnik—. ¿Qué usas como carnada?

—Primero lo intenté con lombrices de tierra —respondió el pescador con tono lacónico—, pero como no pareció interesarles, las cambié por huevas de pescado.

—Nunca las he usado —confesó Durnik—. ¿Qué tal van?

—He cogido cinco peces en la última hora. A veces se entusiasman tanto que tienes que preparar el anzuelo detrás de un árbol para que no te persigan hasta la orilla.

—Tengo que probarlo —dijo Durnik mirando el agua con añoranza—. ¿Sabes dónde podemos alquilar un bote? Tenemos que cruzar el río.

El pescador se giró y miró con incredulidad al herrero.

—¿Quieres ir a Darshiva? —exclamó—. ¿Te has vuelto loco?

—¿Hay algún problema allí?

—¿Problema? Esa palabra no alcanza para describir lo que ocurre allí. ¿Has oído hablar de los demonios?

—Alguna vez.

—¿Y has visto alguno?

—Sí, en una ocasión me pareció ver uno.

—Nada de eso, amigo. Si lo hubieras visto, lo sabrías con seguridad. —El hombrecillo se estremeció—. Son horribles y Darshiva está atestada de ellos. Un grolim ha venido del norte con una multitud de demonios pegados a sus talones. Luego, aunque parezca increíble, una mujer grolim llamada Zandramas convocó a otros tantos de dondequiera que vengan y ahora Darshiva está llena de demonios que luchan entre sí.

—Oímos que había una batalla en el norte de Peldane.

—Ésas son tropas normales, con espadas, hachas y alquitrán ardiente, pero los demonios han cruzado el río en busca de un nuevo escenario para sus luchas y gente nueva que devorar. ¿Sabías que los demonios hacen esas cosas? Me refiero a que se comen a las personas... y casi siempre vivas.

—De todos modos tenemos que ir allí —dijo Durnik.

—Entonces espero que sepáis nadar, pues no tendréis la suerte de encontrar un bote. Todos los habitantes de la zona se subieron a cualquier cosa que flotara y se dirigieron a Gandahar. Supongo que prefieren enfrentarse a una manada de elefantes salvajes antes que a los demonios.

—Creo que ha picado un pez —le avisó Durnik, cortés, señalando la ramita que flotaba sobre el sedal, que se sumergía y volvía a aparecer en la superficie.

El pescador tiró de la caña y luego soltó una maldición.

—Lo he perdido —dijo.

—No puedes cogerlos a todos —replicó Durnik con filosofía.

—Sin embargo, puedes intentarlo —rió el pescador mientras volvía a preparar el anzuelo con huevas de pescado.

—Yo lo intentaría debajo del muelle —sugirió Durnik—. A las truchas les gusta la sombra.

—Eso es lo bueno de usar huevas de pescado como carnada —observó el pescador con tono profesional—. Las huelen y van a buscarlas aunque para ello tengan que saltar una valla.

Arrojó otra vez el sedal y se limpió la mano en la túnica con aire ausente.

—¿Cómo es que te has quedado? —preguntó Durnik—. Me refiero a que si hay tantos problemas aquí, ¿por qué no te has ido a Gandahar con los demás habitantes del pueblo?

—A mí no se me ha perdido nada en Gandahar y la gente de esa zona está loca. Se pasan todo el día persiguiendo elefantes, ¿y que haría yo con un elefante? Además, allí no hay peces que valgan la pena y ésta es la primera vez en cinco años que tengo los muelles para mí solo. Antes se reunía tanta gente aquí que no había sitio ni para echar el sedal en el agua.

—Bien —dijo Durnik mientras se incorporaba de mala gana—, será mejor que nos vayamos. Tendremos que encontrar un bote en alguna parte.

—Yo te aconsejaría que no te acercaras a Darshiva, amigo —dijo el pescador con seriedad—. Deberías buscarte una caña y sentarte a pescar conmigo hasta que se acaben los problemas.

—Ojalá pudiera... —suspiró Durnik—. Buena suerte, amigo.

—No hay suerte más grande en el mundo que la de quedarme aquí pescando —respondió el individuo con la vista fija en la ramita rodeada de espuma que flotaba sobre el sedal—. Si vas a Darshiva, no dejes que te devoren los demonios.

—Me cuidaré muy bien de que no lo hagan —prometió Durnik.

Mientras Garion y su amigo caminaban por el desvencijado muelle, en dirección a los caballos, Durnik sonrió.

—En esta zona hablan con otro acento, ¿verdad?

—Sí —asintió Garion recordando al viejo del cerdo que había conocido en una taberna de las llanuras de Voresebo.

—Sin embargo, me gusta —admitió Durnik—, tiene un deje relajado y fluido.

—Yo en tu lugar no intentaría imitarlo —le aconsejó Garion—, corres el riesgo de que tía Pol te lave la boca con jabón.

—Oh, no creo que hiciera algo así, Garion —respondió Durnik con una sonrisa.

—Es tu esposa —comentó Garion encogiéndose de hombros—, y también tu boca.

Belgarath los esperaba sobre una colina cubierta de hierba, que se alzaba sobre la aldea y la orilla del río.

—¿Y bien? —preguntó.

—La pesca es buena —respondió Durnik con seriedad.

Belgarath lo miró fijamente un momento, luego alzó los ojos al cielo y gruñó.

—Me refería a Darshiva —dijo con los dientes apretados.

—No podría asegurártelo, Belgarath, pero si la pesca es buena en esta orilla, parece lógico que también lo sea en la otra, ¿no crees? —añadió con la cara muy seria y tono grave.

Belgarath se alejó murmurando algo para sí.

Cuando se unieron a los demás, Garion resumió la información que les había suministrado el solitario pescador del muelle.

—Eso da un giro nuevo a las cosas —dijo Seda—. ¿Qué hacemos?

—Si me permites una sugerencia, venerable anciano —le dijo Sadi a Belgarath—, creo que sería conveniente seguir el consejo del pescador, seguir río abajo hasta Gandahar y buscar un bote allí. Tardaríamos un poco más, pero evitaríamos encontrarnos con los demonios.

Toth negó con la cabeza. La habitual expresión impasible del gigantesco mudo había cobrado un aire de preocupación. Hizo una serie de oscuros gestos a Durnik.

—Dice que no tenemos tiempo —tradujo el herrero.

—¿Debemos llegar a Kell en algún momento en especial? —preguntó Seda.

Toth respondió con varios gestos rápidos.

—Dice que han aislado Kell del resto de Dalasia —explicó Durnik—. Cyradis ha arreglado las cosas para que nos permitan entrar, pero en cuanto ella se vaya las demás videntes cerrarán el paso otra vez.

—¿Cuando se vaya? —repitió Belgarath, sorprendido—. ¿Adonde va?

Durnik miró a Toth con expresión inquisitiva y el mudo volvió a gesticular.

—Oh —dijo—, ya veo. —Se volvió hacia Belgarath—. Debe ir pronto al lugar del encuentro, pues tendrá que estar allí para hacer la elección.

—¿No podría viajar con nosotros? —preguntó Velvet.

Toth volvió a negar con la cabeza y sus ademanes se volvieron más enfáticos.

—No sé si te he entendido bien —confesó Durnik—, así que avísame si me equivoco. —Se giró una vez más—. Dice que debería ocurrir algo antes de que vayamos a Kell, pero que si no ocurre viajará sola.

—¿Te ha dicho qué es lo que debería ocurrir? —le preguntó Polgara a su marido.

—Según creo, ni él mismo lo sabe, Pol.

—¿Y sabe dónde debería ocurrir? —preguntó Belgarath con interés.

Toth abrió los brazos.

—Esa jovencita comienza a ponerme nervioso —le dijo el anciano a Beldin—. ¿Qué opinas tú?

—Por lo visto, no tenemos muchas opciones, Belgarath. Si evitamos ir a Darshiva y se supone que ese hecho debe suceder allí, podríamos alterar el curso de los acontecimientos.

—De acuerdo —declaró Belgarath—, iremos a Darshiva. Ya hemos esquivado demonios en otras ocasiones. Lo importante ahora es cruzar el río antes de que Zakath llegue allí.

—Necesitaremos un bote —señaló Durnik.

—Iré a buscar uno —asintió Beldin mientras se acuclillaba y extendía los brazos para convertirse en halcón.

—No seas ambicioso —dijo Belgarath—, cualquier cosa que flote servirá.

—Lo recordaré —respondió Beldin mientras alzaba vuelo.

Capítulo 16

No era un verdadero bote, sino una barcaza de río con una larga cuerda que indicaba que había roto amarras río arriba y la había arrastrado la corriente. Sin embargo, era evidente que cumpliría su cometido. La única desventaja que veía Garion era que estaba cubierta por dos metros de agua y la proa estaba desfondada.

—¿Tú qué opinas, Belgarath? —preguntó Beldin.

—Un bote que ya se ha hundido una vez no despierta mucha confianza —respondió el anciano.

—¿Preferirías nadar? No hay ni una miserable balsa en un radio de quince kilómetros a la redonda.

Durnik escudriñaba el agua turbia del río.

—Podría servir —dijo.

—Pero Durnik —protestó Seda—, tiene un agujero enorme en la parte delantera.

—Podré arreglarlo... siempre que no lleve allí el tiempo suficiente como para que haya comenzado a pudrirse la madera. —Se quitó la túnica rojiza y las botas—. Bueno —añadió—, sólo hay una forma de comprobarlo.

Se sumergió en el agua y nadó hacia los restos de la barcaza. Examinó con cuidado un costado de la embarcación, deteniéndose de vez en cuando para hundir su cuchillo en la madera. Después de un tiempo que pareció una eternidad, salió a respirar.

—¿Y bien? —preguntó Belgarath.

—Este lado parece estar bien —respondió Durnik—, ahora déjame examinar el otro.

Volvió a sumergirse en el agua verdosa y se dirigió al otro costado de la barca. Después de un momento, asomó la cabeza un instante y volvió a sumergirse para inspeccionar el interior y el agujero de la proa. Cuando salió a la superficie, estaba muy agitado.

—Está en condiciones —informó mientras salía empapado del río—, no hay ningún daño irreparable. Creo que podré arreglarlo para que nos lleve hasta el otro lado del río, pero primero tendremos que vaciar la carga.

—¿Ah, sí? —preguntó Seda con curiosidad—. ¿Qué tipo de carga llevaba?

—Alubias —respondió Durnik—, sacos y sacos de alubias. Cuando las alubias se hincharon con el agua, casi todos los sacos estallaron.

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