La hechicera de Darshiva (47 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La hechicera de Darshiva
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Mordja permaneció inmóvil un instante, asombrado y furioso, pero luego corrió tras su enemigo.

Garion se levantó y contempló a los dos monstruos que subían por la empinada pared rocosa del precipicio. Invadido por una misteriosa sensación de indiferencia, el joven se llevó a mano a la espada que le colgaba sobre el hombro. Abrió la funda de cuero que cubría la empuñadura y desenvainó. El Orbe resplandeció y, cuando cogió la espada con ambas manos, la cuchilla se encendió con la ya familiar llamarada azul.

—¡Garion! —exclamó Zakath.

—Si quieren el Orbe, tendrán que cogerlo —dijo Garion con tono siniestro—. Aunque es probable que yo tenga algo que decir al respecto.

Pero Durnik también estaba allí. Su rostro reflejaba una expresión serena y tenía el torso desnudo. En la mano derecha, llevaba un extraño martillo que brillaba con la misma luz azul de la espada de Garion.

—Perdóname, Garion —dijo con naturalidad—, pero ésta es mi misión.

Polgara lo acompañaba y su rostro no mostraba señales de miedo. Se había cubierto los hombros con la capa azul y el mechón blanco de su cabello resplandecía.

—¿Qué ocurre aquí? —preguntó Belgarath.

—No te metas, padre —dijo Polgara—. Esto es algo que tiene que suceder.

Durnik se acercó al borde del precipicio y contempló a los dos demonios que trepaban hacia él por la empinada pared.

—Yo os repudio —gritó con voz estridente—, regresad a la tierra de donde venís o moriréis.

Otra voz se había superpuesto a la del herrero, una voz calma, casi amable, pero con un poder que hizo temblar a Garion como un árbol en un huracán. El joven rey conocía bien aquella voz.

—¡Marchaos! —ordenó Durnik y apoyó sus palabras con un terrible golpe del martillo que convirtió una enorme roca en fragmentos.

Los demonios vacilaron.

Al principio fue un movimiento casi imperceptible, como si Durnik irguiera el pecho y los hombros preparándose para la imposible lucha, pero luego Garion vio cómo su viejo amigo comenzaba a crecer. Con tres metros de altura, tenía un aspecto imponente; con seis, superaba el límite de lo concebible. El enorme martillo crecía con él y el aura azul que lo rodeaba se volvía más intensa a medida que su cuerpo se dilataba, invadiendo el aire taciturno con los enormes hombros. Cuando por fin extendió el brazo y comenzó a azotar el aire con su temible martillo luminoso, hasta las propias rocas parecieron retroceder.

Mordja se detuvo, sujeto a la piedra y una súbita expresión de temor se dibujó en su monstruosa cara. Una vez más, Durnik destrozó varios metros cuadrados de roca de un solo golpe.

Nahaz, por el contrario, con los ojos encendidos y desprovistos de cualquier vestigio de inteligencia, continuó trepando por la pared del precipicio, mientras maldecía en la horrible lengua de los demonios.

—Vosotros lo habéis querido —dijo Durnik, aunque la voz que hablaba por su boca no era la suya, sino otra, mucho más intensa, que resonaba en los oídos de Garion con la fuerza del propio destino.

Entonces Mordja alzó la vista y su horrible cara se llenó de terror. Sus garras se aflojaron y cayó por el precipicio hasta desplomarse sobre el suelo rocoso. El señor de los demonios aulló de dolor, se cubrió la cara con sus numerosos brazos y huyó.

Nahaz, sin embargo, con un brillo demencial en los ojos, continuó hundiendo sus garras en la roca desnuda y arrastrando su enorme cuerpo hacia el cerro.

Durnik se alejó unos pasos del borde del abismo, en un gesto aparentemente cortés, y cerró sus enormes manos sobre el reluciente mango del martillo.

—¡Durnik! —gritó Seda—. ¡No! ¡No permitas que se acerque!

Durnik no respondió, pero en su cara bondadosa se dibujó una pequeña sonrisa. Una vez más comprobó el poder de su enorme martillo, balanceándolo entre ambas manos. El sonido que producía al azotar el aire no era un silbido, sino un impresionante rugido.

Nahaz llegó al borde del abismo y levantó su enorme cuerpo, agitando las garras al cielo y rugiendo en la espantosa lengua de los demonios.

Durnik escupió en su mano izquierda y luego en la derecha. Giró las manazas sobre el mango del martillo para acomodarlas en su sitio y luego asestó un enorme golpe en el pecho del demonio.

—¡Vete! —gritó con una voz más potente que un trueno.

El martillo había hecho brotar fulgurantes chispas anaranjadas del cuerpo del demonio, que ardían y saltaban en el suelo como cucarachas encendidas.

Nahaz gimió y se llevó las manos al pecho. Implacable, Durnik volvió a golpearlo una y otra vez.

Garion reconoció el ritmo de aquellos golpes. Durnik no estaba peleando, sino martillando con la antiquísima precisión de un hombre cuyas herramientas se han convertido en una extensión de sus brazos. El luminoso martillo azotó una y otra vez el cuerpo del señor de los demonios, y con cada golpe surgieron nuevas chispas. Nahaz retrocedió e intentó protegerse de aquellos terribles golpes.

—¡Vete! —rugía Durnik cada vez que lo golpeaba.

Poco a poco, como un hombre que astilla una enorme roca, comenzó a destrozar a Nahaz. Los serpenteantes brazos cayeron al abismo y agujeros grandes como cráteres se abrieron en el pecho del demonio.

Incapaz de seguir presenciando aquella escena, Garion desvió la vista. Mucho más abajo, vio el trono de Urvon. Las dos docenas de hombres que lo llevaban a hombros habían huido y el loco discípulo de Torak se aferraba a las rocas mientras emitía gemidos demenciales.

—¡Vete! ¡Vete! ¡Vete! —gritaba Durnik golpeando al demonio una y otra vez.

Por fin el demonio no pudo resistir un solo golpe más y retrocedió. Entonces perdió pie y se desplomó con un tremendo grito de furia y desesperación. El horrible monstruo descendía a las profundidades del abismo envuelto en llamaradas verdes, como un vertiginoso cometa. Al llegar al suelo, el último brazo del demonio se extendió y estrechó al discípulo de Torak en un mortífero abrazo. Entre furiosos aullidos, Urvon se hundió con Nahaz entre las rocas como una rama en el agua.

Cuando Garion volvió a mirar, Durnik había recuperado su tamaño normal. El pecho y los brazos estaban empapados de sudor y respiraba agitadamente. El herrero extendió el brazo que sostenía el martillo, y el aura se volvió cada vez más brillante, hasta quedar incandescente. Luego se apagó de forma gradual y en el lugar del martillo apareció un amuleto de plata con la cadena enredada en los dedos de Durnik.

La voz que se había superpuesto a la del herrero durante el terrible enfrentamiento con el demonio, ahora habló en un murmullo:

—Sabed que este buen hombre es también mi amado discípulo, pues era el mejor dotado de vosotros para esta tarea.

Belgarath se inclinó en la dirección de donde procedía la voz.

—Como tú digas, Maestro —dijo con la voz cargada de emoción—, le damos la bienvenida como nuestro hermano.

Polgara se aproximó con expresión extasiada y cogió el amuleto de la mano de Durnik.

—¡Qué apropiado! —dijo con suavidad mirando el medallón de plata.

Después colgó con ternura la cadena en el cuello de su esposo, lo besó y lo estrechó con fuerza entre sus brazos.

—Por favor, Pol —protestó él con las mejillas encendidas de rubor—, no estamos solos, ¿sabes?

Ella rió con su risa cálida y lo apretó aun más fuerte.

—Buen trabajo, hermano —le dijo Beldin con una sonrisa pícara—. También ha sido un trabajo muy duro.

Extendió el brazo, hizo aparecer una jarra de cerveza y se la ofreció al nuevo discípulo de Aldur.

Durnik bebió agradecido.

Belgarath le dio una palmada afectuosa en el hombro.

—Hace mucho tiempo que no teníamos un hermano nuevo —dijo y lo estrechó en un breve abrazo.

—¡Oh! —dijo Ce'Nedra conmovida—. ¡Es maravilloso!

Sin decir palabra, Velvet le ofreció su delicado pañuelo.

—¿Qué hay en ese amuleto? —preguntó luego la joven rubia, con cierto temor reverencial.

—Un martillo —respondió Belgarath—. ¿Qué otra cosa podría ser?

—Si me permites una sugerencia, venerable anciano —dijo Sadi con timidez— los soldados parecen estar muy confusos en la llanura. ¿No crees que es un momento excelente para partir, antes de que recuperen la lucidez?

—Me has robado las palabras de la boca —dijo Seda mientras rodeaba con un brazo los hombros del eunuco.

—Tienen razón, Belgarath —asintió Beldin—. Ya hemos cumplido nuestra misión aquí..., al menos Durnik. —El jorobado suspiró y miró hacia el abismo—. Me hubiese gustado matar a Urvon con mis propias manos —dijo—, pero supongo que es mejor así. Le deseo una agradable estancia en el infierno.

De repente se oyó una voz aterradora desde la cima del cerro. Garion se giró y quedó paralizado por la sorpresa. En la cima del cerro estaba la figura vestida de negro de la hechicera de Darshiva, acompañada por un niño rubio. Las facciones de Geran habían cambiado en el año transcurrido desde su rapto, pero Garion lo reconoció de inmediato.

—Habéis hecho muy bien mi trabajo —declaró Zandramas—. Yo misma no habría podido hallar un final más adecuado para el último discípulo de Torak. Ahora sólo vos, Niño de la Luz, os interponéis entre Cthrag Sardius y yo. Os aguardaré en el Lugar que ya no Existe, donde seréis testigo de la llegada del nuevo dios de Angarak, cuyo dominio sobre la tierra se prolongará hasta el final de los tiempos.

Geran extendió su manita hacia Ce'Nedra con un gesto suplicante, pero enseguida él y Zandramas desaparecieron.

—¡Qué extraordinario! —dijo la loba, sorprendida.

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