La hechicera de Darshiva (38 page)

Read La hechicera de Darshiva Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La hechicera de Darshiva
9.52Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Tu abuelo siempre es así? —le preguntó Zakath a Garion.

—Casi siempre.

Garion se puso en pie e hizo una señal imperceptible con los dedos. Luego se dirigió a un rincón de la tienda y Belgarath lo siguió.

—¿Qué ha ocurrido allí fuera, abuelo? —preguntó en un murmullo.

—Hablamos con Aldur —respondió Belgarath encogiéndose de hombros— y prometió proteger al ejército de Zakath.

—No —dijo Garion sacudiendo la cabeza—, ha ocurrido algo más. Tanto tú como tía Pol teníais una expresión extraña al regresar. ¿Y por qué os acompañó Eriond?

—Es una larga historia —respondió el anciano con actitud evasiva.

—Tengo tiempo. Creo que debo saber lo que ocurre.

—No, en realidad no. Aldur insistió mucho en ese punto. Esa información podría interferir en tu tarea.

—Creí que ya habías gastado esa excusa estúpida. Ya soy un adulto y no debes tratarme como a un tonto.

—Te diré una cosa, Garion: ya que eres el Niño de la Luz, ¿por qué no intentas hablar con Aldur en persona? Él me ordenó que mantuviera la boca cerrada y no pienso desobedecer a mi Maestro, te guste o no.

Y tras esas palabras, el anciano hechicero volvió a unirse a los demás.

Capítulo 19

—Todavía no entiendo por qué debo tener un aspecto tan desaliñado —dijo Zakath mientras volvía a entrar en el pabellón.

Llevaba un peto lleno de abolladuras sobre una cota de malla y un casco con manchas de óxido sin ningún elemento decorativo. Cubría sus hombros con una remendada capa marrón y una espada vulgar con funda de cuero colgaba de su cintura.

—Explícaselo, Seda. Tú eres experto en el tema.

—No es tan complicado —le dijo Seda al emperador—. Es habitual que los mercaderes alquilen mercenarios para que los protejan en sus viajes, y puesto que los mercenarios no se preocupan demasiado de su atuendo, teníamos que darte un aspecto andrajoso. Todo lo que Garion y tú tenéis que hacer es cabalgar con expresión feroz al frente del grupo.

—No creí que el anonimato exigiera semejantes sacrificios —dijo el malloreano con una sonrisa en su rostro pálido.

—En realidad, es más difícil hacerse pasar por un ser anónimo que por un gran duque. No te ofendas, Zakath, pero a partir de ahora todos nos olvidaremos de la palabra «Majestad». De lo contrario, podríamos cometer un error en el momento menos indicado.

—Bueno, no te preocupes, Kheldar —respondió Zakath—. A menudo me harto de las formalidades.

Seda miró al nuevo miembro del grupo con atención.

—Deberías pasar más tiempo a la intemperie, ¿sabes? Estás más pálido que un papel.

—Yo me ocuparé de eso, Seda —dijo Polgara—. Prepararé un ungüento que le dé un aspecto bronceado.

—¡Ah, otra cosa! —añadió Seda—. Tu cara está en todas las monedas de Mallorea, ¿verdad?

—Deberías saberlo. Al fin y al cabo, casi todas están en tu poder, ¿no es cierto?

—Bueno, he logrado coleccionar alguna que otra —respondió Seda con modestia—. Entonces, ocultemos esa cara famosa tras unos bigotes. Deja de afeitarte.

—Kheldar, no me he afeitado solo desde que comenzó a salirme la barba. Ni siquiera sabría cómo coger una navaja de afeitar.

—¿Permites que otra persona te acerque una navaja al cuello? ¿No te parece una imprudencia?

—¿Ya habéis discutido los planes? —le preguntó Belgarath al pequeño drasniano.

—Sólo los aspectos más importantes —respondió Seda—. Ya lo instruiré en los pequeños detalles durante el viaje.

—De acuerdo. —El anciano se dirigió a todos los integrantes del equipo—: No hay duda de que nos cruzaremos con gente en el camino. Algunas personas serán hostiles, pero la mayoría sólo pretenderán apartarse del peligro, así que no molestarán a un simple grupo de viajeros. —Miró directamente a Zakath—. Seda podrá solucionar la mayoría de los problemas dialogando, pero, si nos vemos mezclados en alguna pelea seria, quiero que te apartes y dejes que los demás nos ocupemos de la situación. Has perdido la práctica con las armas, y después de tantos esfuerzos para reclutarte no quiero perderte en una estúpida escaramuza.

—Sé cuidarme solo, Belgarath.

—Estoy seguro, pero es mejor no correr riesgos. Cyradis se apenaría mucho si no pudiéramos llevarte sano y salvo a Kell.

Zakath se encogió de hombros y se sentó en un banco, junto a Garion. El rey de Riva llevaba una cota de malla e intentaba introducir la espada de Puño de Hierro en su estrecha funda de piel. El emperador de Mallorea sonreía, y su inusual expresión de alegría lo hacía parecer diez años más joven. Garion creyó ver en él una desafortunada semejanza con Lelldorin.

—Te diviertes, ¿verdad? —le preguntó.

—Por alguna razón misteriosa me siento como un jovencito —respondió Zakath—. ¿Siempre es así? ¿Engaños, un poco de riesgo y emoción?

—Más o menos —respondió Garion—, pero a veces el riesgo es bastante considerable.

—Podré soportarlo. Hasta ahora, mi vida ha sido demasiado monótona y segura.

—¿Incluso cuando Naradas intentó envenenarte en Cthol Murgos ?

—Entonces estuve demasiado enfermo como para enterarme de lo que sucedía —dijo Zakath—. Te envidio, Garion. Tienes una vida muy emocionante. —El emperador frunció el entrecejo—. Me está ocurriendo algo muy extraño —confesó— Desde que conocí a Cyradis en Kell, he sentido como si me quitaran un peso de encima. Ahora el mundo entero me parece fresco y nuevo. Tengo un control absoluto de mi vida y me siento como un pez en el agua. Sé que es absurdo, pero no puedo evitarlo.

Garion lo miró con atención.

—No me malinterpretes —dijo—. No intento mostrarme místico, pero quizá tu felicidad se deba a que estás cumpliendo con tu obligación. Nos pasa a todos nosotros y es parte de esa nueva perspectiva del mundo de la que te habló tía Pol. También es una de las recompensas que mencionó.

—Eso es un poco complicado para mí —admitió Zakath.

—Dale tiempo —respondió Garion—, lo comprenderás de forma gradual.

El general Atesca entró en la tienda con Brador pegado a sus talones.

—Los caballos están listos, Majestad —informó en tono neutral. La expresión de Atesca reflejaba una profunda desaprobación. El general se volvió hacia Durnik— He añadido varios animales de carga —dijo—. Los vuestros estaban demasiado cargados.

—Gracias, general —respondió Durnik.

—No estaremos en contacto durante un tiempo, Atesca —declaró Zakath—, de modo que te dejo al mando. Intentaré comunicarme con vosotros de vez en cuando, pero pasarán largas temporadas sin que recibáis noticias mías.

—Sí, Majestad —respondió Atesca.

—Sin embargo, tú sabes lo que debes hacer. Deja que Brador se ocupe de los asuntos civiles y tú encárgate de las cuestiones militares. Repliega las tropas en este campamento en cuanto Urvon y los darshivanos hayan comenzado a pelear. Y mantente en contacto con Mal Zeth. —Se quitó un grueso anillo de sello de un dedo—. Si necesitas firmar algún documento oficial, usa esto.

—Esos documentos requieren también tu firma, Majestad —le recordó Atesca.

—Brador podrá falsificarla. Escribe mi nombre mejor que yo mismo.

—¡Majestad! —protestó Brador.

—No te hagas el inocente, Brador. Estoy bien informado sobre tus experimentos caligráficos. Cuida a mi gata e intenta encontrar un hogar para los gatitos.

—Sí, Majestad.

—¿Necesitáis algo más antes de que me marche?

—Eh..., sólo una cosa, Majestad —dijo Atesca—. Se trata de una cuestión de disciplina.

—¿No puedes ocuparte tú de eso? —preguntó Zakath, disgustado.

La impaciencia del emperador por partir era demasiado evidente.

—Podría, Majestad, pero tú siempre has protegido al hombre implicado y pensé que debía consultarte antes de tomar medidas.

—¿A quién protejo yo?

—Es un cabo de la guarnición de Mal Zeth, Majestad, un hombre llamado Actas. Fue encontrado borracho en horas de servicio.

—¿Actas? No recuerdo a nadie llamado así.

—Es el cabo que degradaste poco antes de que llegáramos a Mal Zeth —le recordó Ce'Nedra—, aquel cuya mujer estaba haciendo un escándalo en una callejuela.

—¡Ah, sí, ya recuerdo! ¿Lo habéis encontrado borracho? Creí que no bebía más.

—Dudo que pueda beber más, Majestad —sonrió Atesca—, al menos en este momento. Está más borracho que una cuba.

—¿Está cerca de aquí?

—En la puerta, Majestad.

—Entonces será mejor que lo hagas pasar —dijo. Luego miró a Belgarath—. Será sólo un momento —se disculpó.

Garion recordó al delgado y desaliñado cabo en cuanto entró tambaleante en la tienda. El soldado hacía infructuosos esfuerzos por mantenerse en posición de firmes. Después intentó golpear su peto a modo de saludo, pero en su lugar se dio un puñetazo en la nariz.

—Maguesestad Impeguial —balbuceó.

—¿Qué voy a hacer contigo, Actas? —dijo Zakath con un deje de cansancio en la voz.

—Me he comportado como un idiota, Majestad —confesó Actas—, como un absoluto idiota.

—Sí —asintió Zakath—, lo has hecho pero, por favor, no me eches el aliento en la cara —añadió girando la cabeza—. Huele peor que una tumba profanada. Atesca, sácalo fuera e intenta que recupere la lucidez.

—Yo mismo lo arrojaré al río si lo deseas, Majestad —dijo Atesca sin poder reprimir una sonrisa.

—Te diviertes, ¿verdad?

—¿Yo, Majestad?

—¿Y bien, Ce'Nedra? —inquirió Zakath con expresión astuta—. Esto también es responsabilidad tuya. ¿Qué hacemos con él?

Ce'Nedra agitó su pequeña mano en un gesto algo displicente.

—Cuélgalo —dijo con indiferencia y luego miró su mano con mayor atención— ¡Por Nedra! —exclamó—. ¡Se me ha roto otra uña!

Actas la miró con ojos desorbitados y la boca entreabierta. Luego comenzó a temblar y cayó de rodillas.

—¡Por favor, Majestad! —rogó súbitamente sobrio—. ¡Ten piedad!

La reina de Riva hizo caso omiso de él y siguió lamentándose por su uña rota.

—Llévatelo, Atesca —ordenó—. Dentro de un momento te daré órdenes para su ejecución.

Atesca saludó y arrastró consigo al lloroso Actas.

—No hablas en serio, ¿verdad, Ce'Nedra? —preguntó Zakath cuando se retiraron los dos hombres.

—Oh, por supuesto que no... —dijo ella—. No soy un monstruo, Zakath. Oblígalo a lavarse y luego envíalo con su esposa —añadió la reina. Luego se golpeteó suavemente la barbilla con un dedo—, pero haz construir una horca en frente de su tienda. Eso le dará algo en qué pensar la próxima vez que sienta sed.

—¿Cómo has podido casarte con esta mujer, Garion? —exclamó Zakath.

—Fue un matrimonio arreglado por nuestras familias —respondió Garion con aplomo—. Nuestra opinión no contó demasiado.

—Sé bueno, Garion —respondió Ce'Nedra con una serenidad imperturbable.

Una vez fuera del pabellón, montaron los caballos y cruzaron el campamento en dirección al puente levadizo que se extendía sobre la zanja rodeada de estacas. Cuando llegaron al otro lado, Zakath dejó escapar un gran suspiro de alivio.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Garion.

—Temía que alguien encontrara la forma de retenerme —dijo mirando con aprensión a su espalda—. ¿No podríamos galopar un rato? —preguntó—. No me gustaría que nos alcanzaran.

Garion comenzó a tener dudas.

—¿Estás seguro de que te encuentras bien? —preguntó con desconfianza.

—Nunca me he sentido mejor ni más libre en toda mi vida —declaró Zakath.

—Me lo temía —murmuró Garion.

—¿Qué?

—Sigue avanzando al trote, Zakath. Necesito hablar con Belgarath, pero volveré enseguida. —Tiró de las riendas de Chretienne y volvió atrás. Su abuelo y su tía estaban enfrascados en una conversación—. Está absolutamente descontrolado —les comentó—. ¿Qué le ocurre?

—Por primera vez en su vida siente que no lleva la carga de medio mundo sobre sus hombros, Garion —respondió Polgara con calma—. Ya se acostumbrará. Dale un par de días para que recupere la sensatez.

—¿Podemos esperar un par de días? Actúa igual que Lelldorin, o incluso que Mandorallen. ¿Estamos en condiciones de correr ese riesgo?

—Habla con él —sugirió Belgarath—. No dejes de hablar. Si es necesario, recítale el Libro de los alorns.

—Pero yo no lo sé —protestó Garion.

—Por supuesto que sí. Lo llevas en la sangre y podrías haberlo repetido palabra por palabra cuando estabas en la cuna. Ahora vuelve con él antes de que se descontrole por completo.

Garion maldijo entre dientes y cabalgó hacia Zakath.

—¿Problemas? —preguntó Seda.

—No quiero hablar del tema.

Beldin los esperaba en la siguiente curva del camino.

—Bien —dijo el pequeño hechicero jorobado—, parece que el truco ha funcionado, pero ¿por qué lo traéis con vosotros?

—Cyradis lo convenció de que viniera —respondió Belgarath—. ¿Por qué recurriste a ella?

—Pensé que valía la pena intentarlo. Pol me había comentado lo que Cyradis le había dicho a Zakath en Cthol Murgos. Por lo visto, está muy interesada en él. Sin embargo, no creí que debiera venir con nosotros. ¿Qué le dijo Cyradis?

—Que si no venía con nosotros moriría.

—Parece un argumento convincente. Hola, Zakath.

—¿Nos conocemos?

—Yo te conozco a ti, al menos de vista. Te he visto desfilar por las calles de Mal Zeth en varias ocasiones.

—Es mi hermano Beldin —lo presentó Belgarath.

—No sabía que tuvieras hermanos.

—La relación es algo confusa, pero servimos al mismo maestro, y eso nos convierte en hermanos. Eramos siete, aunque ahora sólo quedamos cuatro.

—Tu nombre me recuerda algo, maestro Beldin —dijo Zakath con una mueca de concentración—. ¿No hay retratos tuyos colgados de los árboles en trescientos kilómetros a la redonda de Mal Yaska?

—Eso creo. A Urvon le inquieta mi presencia. Cree que tengo intenciones de partirlo en dos.

—¿Y es verdad?

—Lo he pensado en varias ocasiones, pero en realidad preferiría sacarle las entrañas, colgarlo de un árbol y llamar a unos cuantos buitres. Creo que se divertirá mucho viéndolos comer. —Zakath palideció de forma casi imperceptible—. Los buitres también tienen que alimentarse —añadió el jorobado encogiéndose de hombros—. A propósito, Polgara, ¿tienes algo decente para comer? No queda un solo conejo ni una paloma en todo Darshiva.

—Es un tipo muy extraño —le dijo Zakath a Garion.

Other books

The Taste of Night by Vicki Pettersson
Waking Olivia by O'Roark, Elizabeth
La reconquista de Mompracem by Emilio Salgari
Radiate by Marley Gibson
Blue Justice by Anthony Thomas
In the Night of the Heat by Blair Underwood
Mind Games by Polly Iyer
Wings of Refuge by Lynn Austin
Garbo Laughs by Elizabeth Hay
Seeing the Love by Sofia Grey