—Me ocuparé de eso enseguida —dijo Durnik mientras comenzaba a arrojar tierra al foso.
—¿Has podido localizar la situación exacta del sabueso? —preguntó Belgarath.
—Está a una distancia considerable —respondió Garion—. Creo que viene por el camino.
—¿Tras nuestro rastro? —preguntó Seda.
—Sé que persigue a alguien, pero eso es todo lo que pude descubrir.
—Si el sabueso nos sigue, podría deshacerme de él con el mismo polvo que usé en Ashaba —sugirió Sadi.
—¿Tú qué crees? —le preguntó Belgarath a Beldin.
El enano se acuclilló en el suelo y comenzó a dibujar un confuso diagrama en la tierra con una ramita rota.
—No funcionaría —declaró por fin—. Los sabuesos no son enteramente perros y no se dejarán engañar a ciegas. Una vez que nos localicen, se dispersarán y atacarán desde todos los ángulos. Tendremos que pensar en otra cosa.
—Y pronto —añadió Seda mirando alrededor con nerviosismo.
Polgara se quitó la capa azul y se la entregó a Durnik.
—Yo me encargaré de eso —dijo con calma.
—¿Qué estás tramando, Pol? —preguntó Belgarath con recelo.
—Aún no lo he resuelto, viejo lobo. Lo decidiré sobre la marcha, como sueles hacer tú.
Polgara irguió los hombros y el aire cobró una extraña luminosidad a su alrededor. Antes de que aquel resplandor se desvaneciera, el búho volaba entre los marchitos árboles blancos.
—Detesto que haga estas cosas —murmuró Beldin.
—Tú lo haces todo el tiempo.
—Eso es diferente.
Zakath contemplaba azorado la misteriosa figura del búho blanco.
—Es muy extraño —dijo con un escalofrío y luego se giró hacia Garion—. La verdad es que no acabo de entender vuestra preocupación. Varios de vosotros sois hechiceros, ¿no podríais simplemente... ? —dejó la frase inconclusa e hizo un sugestivo ademán con la mano.
—No —negó Garion sacudiendo la cabeza.
—¿Por qué no?
—Porque haríamos demasiado ruido. Es un sonido que la gente normal no puede oír, pero nosotros y los grolims sí. Si intentáramos hacer las cosas de ese modo, tendríamos a todos los grolims de esta región de Darshiva pegados a nuestros talones. La hechicería está sobrestimada, Zakath. Es verdad que podemos hacer cosas imposibles para el resto de los mortales, pero tenemos tantas restricciones que a menudo no vale la pena intentarlo..., a no ser que tengas prisa.
—No lo sabía —confesó Zakath—. ¿Los sabuesos son tan grandes como dicen?
—Tal vez más —dijo Seda—. Son del tamaño de un caballo pequeño.
—Tú eres un bromista, Kheldar —repuso Zakath—, así que tendré que verlos para creerte.
—Más te valdrá no verlos nunca desde tan cerca.
Belgarath miró al malloreano con una mueca de preocupación.
—No crees en casi nada, ¿verdad? —preguntó.
—Sólo en lo que puedo ver —contestó Zakath encogiéndose de hombros—. Mi credulidad se ha desgastado con el tiempo.
—Eso podría ser un problema —afirmó el anciano mientras se rascaba la mejilla—. Habrá momentos en que será necesario actuar deprisa y no tendremos tiempo para explicaciones... y tú tampoco podrás permitirte el lujo de quedarte paralizado con la boca abierta. Creo que es el momento oportuno para suministrarte cierta información.
—Te escucho —dijo Zakath—, aunque no puedo garantizarte que creeré todo lo que digas. Adelante.
—Dejaré que te lo explique Garion, pues quiero permanecer en contacto con Pol. ¿Por qué no volvéis al borde del bosque y hacéis guardia? Allí Garion te informará. Intenta no mostrarte escéptico por una simple cuestión de principios.
—Ya veremos —respondió Zakath.
Durante la hora siguiente, Garion y Zakath se acurrucaron detrás de un árbol caído en el límite del bosque, donde el emperador de Mallorea se vio obligado a poner a prueba su credulidad. Garion hablaba en un murmullo, siempre con los ojos y los oídos alerta. Comenzó con un breve resumen del Libro de los alorns y continuó con una reseña de los puntos fundamentales del Códice Mrin. Luego compartió con él todos los datos de que disponía sobre la juventud de Belgarath. Por fin llegó a las cuestiones fundamentales. Le explicó los usos y limitaciones de la Voluntad y la Palabra, profundizando en temas como la proyección, la teleportación y el cambio de forma. Describió el misterioso sonido que acompaña el empleo de lo que la gente vulgar llama hechicería, la sensación de agotamiento que invade al hechicero después de usar sus poderes y la absoluta prohibición de hacer desaparecer objetos.
—Eso es lo que le ocurrió a Ctuchik —concluyó—. Tenía tanto miedo de lo que podría sucederle si yo conseguía apoderarme del Orbe, que olvidó esta regla e intentó hacerlo desaparecer. —De repente, el sabueso volvió a aullar en la oscuridad y se oyó una respuesta desde otra dirección—. Se acercan —susurró Garion—. Espero que tía Pol se dé prisa.
Zakath, sin embargo, seguía pensando en las cosas que le había explicado Garion.
—¿Intentas decirme que fue el Orbe, y no Belgarath, quien mató a Ctuchik? —murmuró.
—No, no fue el Orbe, sino el universo. ¿De verdad quieres profundizar en temas teológicos?
—En esas cuestiones soy aun más escéptico.
—No puedes permitírtelo, Zakath. Debes creer. Si uno no cree, fracasa, y si todos fracasamos el mundo también lo hace.
El sabueso volvió a aullar, esta vez más cerca.
—Baja la voz —le advirtió Garion en un murmullo tenso—. Los sabuesos tienen un oído muy aguzado.
—No temo a los perros, Garion, por grandes que sean.
—Eso podría ser un error. El miedo es un sentimiento que nos ayuda a sobrevivir. De acuerdo. Por lo que yo sé, las cosas fueron así: primero Ul creó el universo.
—Creí que el universo había surgido de la nada.
—Así es, pero Ul fue quien lo hizo aparecer de la nada. Luego unió su pensamiento con la conciencia del universo y nacieron los siete dioses.
—Los grolims dicen que Torak fue el creador de todo.
—Eso pretendía hacerles creer él, por eso tuve que matarlo. Se creía el dueño del universo y se consideraba más poderoso que Ul. Estaba equivocado, pues nadie posee el universo. Ella es su única dueña y dicta sus propias reglas.
—¿Ella?
—Por supuesto. Es la madre de todo: tú, yo, las rocas e incluso el tronco detrás del cual nos escondemos. Supongo que en cierto modo estamos todos emparentados, y por eso el universo no permite que nada se destruya. —Garion se quitó el casco y se rascó la sudorosa cabeza. Luego suspiró—. Lo siento mucho, Zakath. Sé que voy demasiado rápido, pero no tengo tiempo para sutilezas. Por alguna razón, tú y yo estamos implicados en esto. —Sonrió con ironía—. Me temo que ninguno de los dos está especialmente dotado para la tarea, pero nuestra madre nos necesita. ¿Estás dispuesto a cumplir con tu obligación?
—Supongo que estoy dispuesto a casi todo —respondió Zakath con indiferencia—, a pesar de lo que dijo Cyradis. De cualquier modo, no espero salir de esto con vida.
—¿Estás seguro de que no eres arendiano? —preguntó Garion con recelo—. Lo importante es vivir, Zakath, no morir. La muerte impediría la realización de nuestro propósito. No permitas que suceda. Podría necesitarte. La voz me dijo que formarías parte de esto y creo que nos dirigimos hacia el último horror. Tal vez tengas que sostenerme cuando lleguemos allí.
—¿La voz?
—Está aquí —respondió Garion tocándose la cabeza—, te lo explicaré en otro momento. Ahora ya tienes bastante en qué pensar.
—¿Tú oyes voces? Hay un nombre para ese tipo de gente, ¿sabes?
—No estoy loco, Zakath —sonrió Garion—. De vez en cuando me distraigo un poco, pero aún tengo una conciencia clara de la realidad.
De repente, un ruido tremendo resonó en la mente de Garion como la explosión.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Zakath.
—¿Tú también lo has oído? —preguntó a su vez Garion, azorado—. ¡No deberías haberlo hecho!
—Hizo temblar la tierra, Garion. Mira. —Zakath señaló hacia el norte donde una gran columna de fuego se elevaba en un cielo sombrío y sin estrellas—. ¿De qué se trata?
—Tía Pol ha hecho algo, pero ella nunca es tan torpe. ¡Escucha!
El aullido del sabueso, que se había estado acercando cada vez más mientras hablaban, se convirtió de pronto en una serie de gemidos de dolor.
—Quizá le haga daño a los oídos —observó Garion—. ¡A mí me lo hizo!
El sabueso comenzó a ladrar otra vez y pronto otros aullidos se unieron al suyo. El sonido comenzó a desvanecerse hacia el norte, donde estaba la columna de fuego.
—Volvamos —dijo Garion—. Creo que ya no necesitamos hacer guardia aquí.
Belgarath y Beldin estaban pálidos y temblorosos, e incluso Durnik parecía azorado.
—No había hecho tanto ruido desde que tenía dieciséis años —dijo Beldin parpadeando asombrado y luego miró a Durnik con recelo—. ¿No la habrás dejado embarazada?
Pese a la luz mortecina y gris, Garion notó que su amigo se ruborizaba de forma furiosa.
—¿Y eso qué tiene que ver? —preguntó Belgarath.
—Es una de mis teorías —dijo Beldin—. No puedo probarla, porque por el momento Polgara es la única hechicera que conozco, y nunca ha estado en ese estado.
—Estoy seguro de que nos explicarás esa teoría..., tarde o temprano.
—No es tan complicado, Belgarath. El cuerpo de una mujer se altera cuando lleva un hijo en sus entrañas y eso afecta también a sus emociones y a su intelecto. Para emplear nuestros poderes necesitamos control y concentración, y una mujer embarazada podría perder estas capacidades. Mira...
El hombrecillo se explayó con lujo de detalles sobre los cambios físicos, emocionales e intelectuales que implicaba el embarazo. Hablaba en términos directos, incluso gráficos. Después de un momento, Ce'Nedra y Velvet se retiraron, y se llevaron a Eriond consigo.
—¿Has llegado a todas esas conclusiones tú solo? —preguntó Belgarath.
—Estas conjeturas me entretenían mientras vigilaba la cueva donde Zedar había escondido a Torak.
—¿Eso quiere decir que te llevaron quinientos años?
—Quería estar seguro de analizar todas las posibilidades —dijo Beldin encogiéndose de hombros.
—¿Por qué no hablaste con Pol? Ella podría habértelo dicho de inmediato.
Beldin parpadeó.
—No lo había pensado —admitió.
Belgarath se alejó sacudiendo la cabeza.
Poco más tarde oyeron un súbito y estridente aullido procedente del oeste del cielo nuboso.
—¡Todo el mundo al suelo! —ordenó Belgarath en un murmullo apremiante—. ¡Y en silencio!
—¿Qué ocurre? —exclamó Zakath.
—¡Calla! —ordenó Beldin—. Te oirá.
Se oyó el ruido de un furioso aleteo y una enorme bestia voló sobre sus cabezas, arrojando llamas anaranjadas por la boca.
—¿Qué es eso? —insistió Zakath.
—Zandramas —murmuró Garion—. No grites, porque podría regresar.
Aguardaron.
—Parece que se dirige al sitio donde Polgara hizo ruido —observó Belgarath en voz alta.
—Al menos no nos busca a nosotros —dijo Seda.
—Al menos por ahora.
—Eso no era un verdadero dragón, ¿verdad? —le preguntó Zakath al anciano.
—No, no lo era. Garion tenía razón. Era Zandramas. Ésa es su segunda forma.
—¿No es un poco ostentosa?
—Zandramas parece disfrutar con la ostentación, pues no puede estar mucho tiempo sin hacer algo espectacular. Supongo que es una característica femenina.
—Te he oído, Belgarath —dijo Ce'Nedra con voz amenazadora desde el otro extremo del claro.
—Quizá me haya expresado mal —se disculpó él.
El búho blanco descendió sobre el bosque marchito. Revoloteó un momento alrededor del fuego y luego se transformó en Polgara.
—¿Qué has hecho? —le preguntó Belgarath.
—Encontré un volcán dormido y lo encendí —respondió ella mientras cogía su capa de manos de Durnik y se cubría los hombros con ella—. ¿Los sabuesos han ido a investigar?
—Casi de inmediato —la tranquilizó Garion.
—Y también Zandramas —añadió Sadi.
—Sí, la he visto —respondió ella con una sonrisa—. Todo ha salido bastante bien. Cuando Zandramas llegue allí, se encontrará con los sabuesos y tal vez decida hacer algo con ellos. No creo que vuelvan a molestarnos. Estoy segura de que Zandramas se apenaría mucho si descubriera que nos ha estado ayudando.
—¿Fuiste tan torpe adrede, Polgara? —fue la pregunta de Beldin.
—Por supuesto. Quería hacer suficiente ruido para atraer a los sabuesos y a cualquier grolim que se encontrara en la zona. Lo de Zandramas ha sido una sorpresa afortunada. ¿Podrías reavivar el fuego, cariño? —le dijo a Durnik—. Ya estamos seguros y deberíamos empezar a pensar en la cena.
A la mañana siguiente, dejaron el campamento muy temprano. Sumándose a la persistente neblina, el humo y la ceniza del volcán crearon una extraña penumbra. El aire turbio apestaba a sulfuro.
—No será muy agradable volar entre esas nubes —señaló Beldin con amargura.
—Necesitamos saber qué nos aguarda más allá —replicó Belgarath.
—Ya lo sé, no soy estúpido, ¿sabes? Era sólo una observación.
El deforme hechicero se inclinó un poco, se transformó en halcón y se elevó en el aire con un poderoso aleteo.
—Pagaría una fortuna por un halcón como ése —dijo Zakath con expresión soñadora.
—Tendrías problemas para entrenarlo —respondió Belgarath—. No es el pájaro más dócil del mundo.
—Y cuando intentaras ponerle el capirote, te arrancaría un dedo —añadió Polgara.
Cuando Beldin regresó, era casi mediodía.
—¡Preparaos! —gritó en cuanto recuperó su forma natural—. Hay unos diez guardianes del templo detrás de esa colina. ¡Vienen hacia aquí y traen a un sabueso con ellos!
Mientras Garion preparaba su espada, oyó el zumbido de la daga de Zakath al salir de la vaina.
—¡No! —le dijo con firmeza al malloreano—. ¡Mantente al margen de esto!
—De ningún modo —respondió Zakath.
—Yo me ocuparé del perro —dijo Sadi mientras buscaba en la bolsa que llevaba atada a la cintura el polvo que había resultado tan efectivo en Karanda.
Se dispersaron con las armas en las manos mientras Eriond conducía a las mujeres fuera de peligro.
El sabueso fue el primero en llegar a lo alto de la colina, pero en cuanto los vio se giró y volvió atrás.
—Muy bien —dijo Belgarath—. Ya saben que estamos aquí.