La hechicera de Darshiva (44 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La hechicera de Darshiva
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—O incluso de los que vivirán en el futuro —añadió Belgarath,

—Esa es una idea interesante y algún día podríamos discutirla —dijo Beldin—. La cuestión es que Cyradis puede hacer cualquier cosa para asegurarse de que el encuentro final suceda en el momento y el lugar precisos —continuó explicándole a Zakath—. Los demonios no participarán en ese encuentro, de modo que es muy probable que no les preste atención, o, si se vuelven muy pesados, que los envíe al sitio de donde han venido.

—¿Tú podrías hacer algo así? —Beldin negó con la cabeza—. ¿Pero ella sí?

—Eso creo.

—Todo resulta muy confuso —admitió Seda—. Si ninguno de los grolims puede ir a Kell sin quedarse ciego, y si los demonios no pueden descubrir nada, ¿por qué vamos todos hacia allí? ¿Qué beneficio sacarán ellos de todo esto?

—Piensan seguirnos cuando salgamos de Kell —respondió Belgarath—. Saben que nosotros sí podemos ir allí y que descubriremos dónde se llevará a cabo el encuentro, de modo que planean perseguirnos cuando nos marchemos.

—Entonces cuando salgamos de Kell la situación será bastante grave. Tendremos a la mitad de los grolims del mundo pegados a nuestros talones.

—Todo saldrá bien, Seda —respondió Belgarath con confianza.

—A estas alturas, el fatalismo no basta para tranquilizarme, viejo amigo —dijo Seda con acritud.

—Confía en mí —repuso Belgarath con una expresión casi mística.

Seda le dirigió una mirada fulminante, alzó los brazos hacia el cielo y se alejó con grandes zancadas, maldiciendo entre dientes.

—¿Sabéis? Hace años que quería hacerle esto —rió el anciano con un brillo divertido en sus ojos azules—. Creo que ha valido la pena esperar. Muy bien. Ahora preparémonos para marchar.

Cuando acabaron de traspasar algunas provisiones de la caja del carruaje a los caballos de carga, Durnik observó el vehículo con aire crítico.

—No servirá —declaró.

—¿Qué tiene de malo? —preguntó Seda a la defensiva.

—Habría que enganchar el caballo a las dos limoneras, pero, en cuanto pusiéramos a la loba en el asiento, saltaría. Es inevitable.

—No lo había pensado —dijo Seda con aire sombrío.

—Es el olor de los lobos lo que asusta tanto a los caballos, ¿verdad? —preguntó Velvet.

—Sí. Además de los gruñidos y dentelladas.

—Belgarath podría convencerla de que no gruñera ni diera dentelladas en el aire.

—¿Y qué hay del olor? —preguntó Seda.

—Yo me ocupo de eso. —La joven extrajo una botellita verde de uno de los sacos—. Espero que me compres otro frasco, príncipe Kheldar —dijo con firmeza—. El carruaje que has robado no es apropiado, de modo que es tu obligación reponer los elementos necesarios para reparar tu error.

—¿Qué es? —preguntó Seda.

—Perfume, Kheldar, y muy caro. —Miró a Garion con una sonrisa que marcó dos hoyuelos en sus mejillas—. Necesitaré tus servicios como traductor. No quiero que la loba se haga una idea equivocada cuando comience a rociarla con este líquido.

—Por supuesto.

Cuando los dos hombres regresaron, se encontraron a Ce'Nedra sentada cómodamente en el asiento del pequeño carruaje.

—Es perfecto, príncipe Kheldar —decía con alegría—. Muchas gracias.

—Pero...

—¿Ocurre algo? —preguntó ella con los ojos muy abiertos.

Seda se marchó murmurando algo entre dientes con una expresión de furia en la cara.

—Esta mañana, las cosas le van cada vez peor, ¿verdad? —le dijo Zakath a Garion.

—No creas —respondió Garion—. Ya tuvo bastante diversión estafando al mercader y robando el carruaje. Si tiene demasiados éxitos seguidos, se pone insoportable, pero Ce'Nedra y Liselle siempre consiguen bajarle los humos.

—¿Quieres decir que tramaron esa escena sólo para molestarlo?

—No lo creo. Practican este juego desde hace tanto tiempo, que ya no necesitan planearlo.

—¿Crees que la idea de perfumar a los lobos funcionará?

—Sólo hay una forma de descubrirlo —respondió Garion.

Trasladaron la loba herida del trineo al asiento del cabriolé y de inmediato mojaron con perfume el puente de la nariz del caballo. Luego se apartaron y observaron con atención al caballo, cuyas riendas sostenía Ce'Nedra con firmeza. El animal parecía un poco inquieto, pero no se asustó. Garion volvió a buscar al cachorro y lo depositó sobre el regazo de Ce'Nedra. La joven sonrió, acarició la cabeza de la loba y luego sacudió las riendas con suavidad.

—Es injusto —se quejó Seda a Garion mientras cabalgaban detrás del carro.

—¿Querías compartir el asiento con la loba? —le preguntó Garion.

—Bueno, no había pensado en eso —admitió—. Pero ella no me mordería, ¿verdad?

—No lo creo, aunque con los lobos nunca se sabe.

—Entonces, prefiero quedarme donde estoy.

—Creo que es una buena idea.

—¿No te preocupa Ce'Nedra? Esa loba podría devorarla a dentelladas.

—No, nunca haría eso. Sabe que Ce'Nedra es mi compañera y le caigo bastante bien.

—Después de todo se trata de tu esposa —dijo Seda encogiéndose de hombros—, y supongo que si la loba la parte en trozos, Polgara podrá arreglarla.

En cuanto reanudaron el viaje, una idea súbita asaltó a Ga-rion. El joven se adelantó y acercó su caballo al de Zakath.

—Eres el emperador de Mallorea, ¿verdad? —le preguntó.

—Me alegro de que por fin lo hayas notado —respondió Zakath con frialdad.

—¿Entonces cómo es posible que no supieras nada de esa maldición que mencionó Beldin?

—Como ya habrás notado, Garion, presto muy poca atención a lo que dicen los grolims. Sabía que muchos de ellos se negaban a ir allí, pero creí que se debía a algún tipo de superstición.

—Un buen gobernante debe estar bien informado sobre lo que ocurre en su reino —declaró, pero enseguida se dio cuenta de la crudeza de sus palabras y se disculpó—: Lo siento, Zakath. No pretendía ofenderte.

—Garion —dijo Zakath con paciencia—, tu reino es una pequeña isla y supongo que conoces a la mayoría de tus súbditos personalmente.

—Bueno, a muchos..., al menos de vista.

—Lo imaginaba. Estás al tanto de sus problemas, sus sueños y sus esperanzas y te interesas por cada uno de ellos.

—Creo que sí.

—Eres un buen rey, quizás uno de los mejores del mundo, pero es fácil ser un buen rey cuando el reino es tan pequeño. Ya conoces mi imperio, o al menos parte de él, y estoy seguro de que te has hecho una idea de cómo vive la gente aquí. Para mí sería imposible ser un buen rey, por eso soy emperador.

—¿Y también dios? —preguntó Garion con ironía.

—No. Dejo ese delirio para Urvon y Zandramas. La gente suele perder la cordura cuando aspira a la divinidad, y créeme, Garion, yo necesito hasta el último ápice de mi cordura. Lo descubrí después de malgastar media vida intentando destruir a Taur Urgas.

—Garion, cariño —llamó Ce'Nedra desde el carruaje.

—¿Sí?

—¿Podrías venir un momento? La loba está gimiendo y no sé cómo preguntarle qué le ocurre.

—Volveré enseguida —le dijo Garion a Zakath.

Luego hizo girar a Chretienne y se dirigió hacia el carruaje.

Ce'Nedra conducía el cabriolé con el cachorrillo en el regazo. La pequeña criatura estaba tendida boca arriba, con las cuatro patas en el aire, y disfrutaba de las caricias de Ce'Nedra en su peluda barriga.

La loba estaba echada junto a la reina. Las orejas le temblaban y los ojos tenían una expresión acongojada.

—¿Te encuentras mal? —le preguntó Garion.

—¿Esta hembra tuya siempre habla tanto? —gimió la loba.

Era imposible mentir y tampoco tenía sentido evadir la pregunta.

—Sí —admitió.

—¿No puedes hacerla callar?

—Puedo intentarlo. —Miró a Ce'Nedra para decirle—: La loba está muy cansada. Quiere dormir.

—Yo no se lo impido.

—Has estado hablando con ella —señaló con delicadeza.

—Sólo intentaba entablar amistad, Garion.

—Ya sois amigas y le caes muy bien, pero ahora necesita dormir.

—No la molestaré —le aseguró Ce'Nedra ofendida—. Le hablaré al cachorrillo.

—Él también está cansado.

—¿Cómo pueden estar tan cansados en pleno día?

—Los lobos suelen cazar de noche y dormir de día.

—Oh, no lo sabía. De acuerdo, Garion. Dile que me callaré para que puedan dormir.

—Pequeña hermana —le dijo Garion a la loba— ella promete no hablar si mantienes los ojos cerrados. —La loba lo miró perpleja—. De ese modo pensará que estás dormida —aclaró.

—¿Acaso en la lengua de los humanos es posible decir cosas que no son ciertas? —preguntó la loba, escandalizada.

—A veces.

—¡Qué extraordinario! Muy bien —dijo—, si ésas son las reglas de la jauría, lo haré. Sin embargo, no es natural.

—Sí, lo sé.

—Cerraré los ojos —dijo la loba—, y los mantendré cerrados todo el día si de ese modo evito que me hable.

Dejó escapar un largo suspiro y cerró los ojos.

—¿Está dormida? —murmuró Ce'Nedra.

—Eso creo —respondió Garion con otro murmullo y luego regresó al frente de la columna.

A medida que avanzaban hacia el oeste, el terreno se volvía más montañoso y escarpado. Aunque el cielo seguía tan nublado como siempre, una luz tenue pareció teñir el horizonte al caer la tarde.

Cruzaron un puente de piedra que se alzaba en forma de arco sobre un tempestuoso arroyuelo.

—Huele a limpio, Belgarath —dijo Durnik—. Creo que viene de las montañas.

Belgarath observó el barranco desde donde emergía el arroyuelo.

—¿Por qué no echas un vistazo? —sugirió—. Busca un sitio para acampar. Es difícil encontrar agua fresca, así que no debemos dejar pasar esta oportunidad.

—Estaba pensando lo mismo —dijo el herrero y se dirigió con su gigantesco amigo río arriba.

Aquella noche acamparon a varios metros del barranco, en un sitio donde un ramal del arroyo había formado un banco de grava. Después de montar las tiendas y dar de beber a los caballos, Polgara comenzó a preparar la cena. Cortó lonchas de carne y preparó una sopa espesa de guisantes y jamón. Luego puso a calentar una hogaza de pan integral mientras tarareaba para sí. Como de costumbre, la cocina parecía satisfacer en ella una profunda necesidad.

La cena fue un verdadero banquete. Acabaron de comer cuando caía la noche y se reclinaron satisfechos.

—Muy bien, Polgara —dijo Beldin con un eructo—. Parece que aún no has perdido la mano para la cocina.

—Gracias, tío —sonrió ella. Luego miró a Eriond—. No te pongas tan cómodo —dijo—, al menos hasta que acabes de lavar los platos.

Eriond suspiró y se fue a buscar agua al arroyo con un cubo._

—Ésa solía ser mi obligación —le explicó Garion a Zakath—. Me alegro de que esta vez haya alguien más joven.

—¿No es un trabajo de mujeres?

—¿Por qué no se lo preguntas a ella?

—Eh..., ahora que lo dices, prefiero no hacerlo.

—Aprendes con rapidez, Zakath.

—Creo que nunca en mi vida he lavado un plato.

—Yo he lavado suficientes por los dos. Además, no deberías decirlo en voz alta, pues ella podría decidir que es hora de que aprendas —dijo Garion mientras dirigía una mirada de soslayo a Polgara—. Vayamos a alimentar a la loba y a su cachorro —sugirió—. La pereza de los demás suele irritar a tía Pol y siempre encuentra una forma de remediarla.

—Garion, cariño —dijo Polgara con dulzura mientras se levantaban—. Cuando los platos estén limpios, necesitaremos agua para bañarnos.

—Sí, tía Pol —respondió él de forma mecánica—. ¿Lo ves? —le dijo al emperador de Mallorea en un murmullo—. Deberíamos haber sido más rápidos.

—¿Siempre haces lo que te pide? ¿Y crees que espera que yo también lo haga?

—Sí —respondió Garion con un suspiro—, a las dos preguntas.

A la mañana siguiente se levantaron temprano. Beldin se transformó en halcón y se alejó a inspeccionar el terreno, mientras los demás desayunaban, levantaban el campamento y ensillaban los caballos. El clima frío y húmedo que caracterizaba a aquellos desolados páramos se había vuelto algo más seco con el viento que soplaba desde las montañas dalasianas. Garion se cubrió con una capa y montó a su caballo. Cuando habían recorrido unos cinco kilómetros, Beldin descendió desde el cielo nuboso.

—Creo que será mejor que giréis hacia el sur —aconsejó—. Urvon está muy cerca con su ejército. —Belgarath soltó una maldición—. Aún hay más —dijo el jorobado—. Los darshivanos lograron esquivar a Atesca, o tal vez vencerlo, y se aproximan por detrás. Los elefantes marchan al frente. En resumen, estamos atrapados entre dos ejércitos.

—¿A qué distancia está Urvon? —le preguntó Belgarath.

—A unos treinta o cuarenta kilómetros. Está en las colinas que anteceden a las montañas.

—¿Y los elefantes?

—A unos veinticinco kilómetros. Creo que se proponen interceptar la columna de Urvon. Es inevitable, Belgarath. Tenemos que salir del medio antes de que empiece la lucha.

—¿Atesca persigue al ejército de Zandramas? —preguntó Zakath con interés.

—No. Creo que ha cumplido tus órdenes y ha replegado sus fuerzas en el campamento del Magan.

Belgarath no dejaba de maldecir.

—¿Cómo es posible que Urvon haya avanzado tan deprisa? —murmuró.

—Está aniquilando sus propias tropas —respondió Beldin—. Nahaz ha puesto demonios a azotar con látigos a los soldados para obligarlos a correr.

—Supongo que no hay alternativa —dijo Belgarath—. Tendremos que dirigirnos hacia el sur. Toth, ¿podrías conducirnos hacia Kell si bordeamos las montañas, junto a la frontera de Gandahar?

El enorme mudo asintió y luego se dirigió a Durnik con gestos.

—Va a ser más difícil —tradujo el herrero—. En esa zona las montañas son muy escarpadas y aún hay nieve en las zonas altas.

—Perderemos mucho tiempo, abuelo —dijo Garion.

—No tanto como el que perderíamos si quedáramos atrapados en medio de la batalla. De acuerdo, vamos hacia el sur.

—Un momento, padre —dijo Polgara—. Ce'Nedra —llamó—, ven aquí.

Ce'Nedra sacudió las riendas del carruaje y se aproximó a ellos. Polgara le explicó la situación con rapidez.

—Bien —le dijo—, necesitamos saber exactamente qué están haciendo y cuáles son los planes de los dos ejércitos. Creo que es hora de que uses el amuleto de mi hermana.

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