—Cuéntales lo de la niebla —dijo Seda con interés.
—A eso iba, Alteza —respondió Kadian—. Esa costa está envuelta en niebla hasta en primavera y aquel día no era una excepción. La bruma era más espesa que una capa de lana, pero los habitantes de Selda están acostumbrados y encienden antorchas para guiar a los barcos. Me dejé guiar por las luces y no tuve dificultades para encontrar la costa que buscaba. Atracamos a unos cien metros de la costa y envié a mis pasajeros a la playa en un pequeño bote con mi contramaestre al mando. Colgamos una lámpara al palo mayor y puse a algunos hombres a golpear cacerolas para guiarlo en el camino de regreso. Poco tiempo después, oímos el ruido de los remos entre la niebla y supimos que era el contramaestre que volvía, pero de repente vimos una llamarada seguida de gritos. Luego reinó un silencio absoluto. Esperamos un rato, pero el contramaestre no regresó. No me gustó el giro que tomaban las cosas, de modo que ordené levar anclas y nos alejamos mar adentro. No sé qué ocurrió ni quise quedarme a averiguarlo. Ciertos incidentes me habían puesto muy nervioso.
—¿Ah sí? —preguntó Beldin—, ¿como cuáles?
—Bien, señor, una vez en el interior de la cabina, la mujer cogió al pequeño, que estaba un poco nervioso, y le vi la mano. No es que en el interior del barco haya muy buena luz, pues yo no gasto mucho en lámparas y velas, pero que me quede ciego si me equivoco: había chispas luminosas debajo de la piel de su mano.
—¿Chispas? —preguntó Beldin.
—Sí, señor. Lo vi con mis propios ojos: una multitud de pequeñas chispas que se movían sobre su carne como luciérnagas en una noche de primavera.
—¿Como si albergara dentro de sí todo el universo estrellado? —preguntó Beldin con interés, citando el confuso párrafo de Los Oráculos de Ashaba.
—No podrías haberlo expresado mejor —dijo Kadian—. Enseguida supe que no trataba con gente común, y después de ver la llamarada en la niebla, no quise quedarme a comprobar hasta qué punto no lo eran.
—Es probable que esa decisión te haya salvado la vida, capitán. ¿Has oído hablar de Zandramas?
—¿La bruja? Todo el mundo ha oído hablar de ella.
—Pues ella era tu brillante pasajera y es una fiel creyente de la vieja teoría de que los muertos no cuentan historias. Según tenemos entendido, ha hundido tres barcos y arrojado a varias personas a los leones. Creo que te salvaste gracias a la niebla. Si hubiera podido verte, no estarías aquí.
El capitán Kadian tragó saliva.
—¿Necesitas algún otro dato? —preguntó Seda.
—No —respondió Belgarath—, ya sé todo lo que necesito. —Se dirigió al capitán—. Te estamos muy agradecidos, Kadian. ¿Podrías dibujarnos un mapa de la playa donde dejaste a tus pasajeros?
—Por supuesto —respondió Kadian con aire sombrío—. ¿Piensas perseguir a esa bruja?
—Sí, algo así.
—Cuando la queméis, arrojadle algunos leños en memoria de mi contramaestre y sus remeros.
—Tienes mi palabra, capitán —respondió Garion.
—Que sean leños verdes —añadió Kadian—, tardan más en quemarse.
—Lo recordaremos.
Seda se puso de pie y entregó una bolsa de monedas al capitán.
Kadian la sopesó sobre la palma de la mano.
—Eres muy generoso, Alteza —dijo mientras se ponía de pie—. ¿Tienes una pluma y algo de tinta a mano? Te dibujaré el mapa.
—En aquella mesa —respondió Seda.
El capitán asintió con un gesto y cruzó la habitación.
—¿Dónde están tía Pol y los demás? —preguntó Garion.
—Se están cambiando de ropa —respondió Seda—. Mandé avisar que prepararan el barco en cuanto uno de los hombres de Vetter regresó con la noticia de que había encontrado al capitán Kadian. Nos espera en el puerto. —Miró a Garion con interés—. ¿Te encuentras bien? —le preguntó—. Pareces un poco pálido.
—He recibido un mensaje con malas noticias.
Seda miró a Belgarath con expresión de perplejidad.
—Hemos encontrado Los Oráculos de Ashaba —explicó el anciano sin rodeos— Torak dejó un mensaje para Garion en la última página y no era muy agradable. Hablaremos de ello en el barco.
El capitán Kadian regresó con un trozo de pergamino.
—Esto es Selda —dijo, señalando el dibujo—. Hay un promontorio hacia el sur y la playa de la que te he hablado está situada debajo. La niebla no me permitió ver el sitio exacto donde atracó la bruja, pero he señalado el punto más aproximado con una «X».
—Gracias, capitán —dijo Seda.
—Ha sido un placer, Alteza, y os deseo buena caza.
Kadian se giró y abandonó la habitación con el paso tambaleante de un hombre que no está acostumbrado a pisar tierra firme.
Poco después, Polgara y los demás se unieron a ellos. Ce'Nedra y Velvet llevaban vestidos grises similares al que solía usar la hechicera para viajar. Garion notó que el gris le sentaba bien a su esposa. Hacía que su piel pareciera muy pálida en contraste con el único toque de color de su llameante cabellera cobriza.
Durnik y los demás hombres vestían en el mismo tono marrón indefinido que usaba Seda, a excepción de Toth, que seguía con su rústica manta y su taparrabo.
—¿Y bien, padre? —preguntó Polgara al entrar—. ¿Has encontrado lo que buscabas?
El anciano hizo un gesto de asentimiento.
—¿Por qué no hablamos de ello en el barco? —preguntó—. Ya hemos acabado con lo que teníamos que hacer en Melcena y tendremos oportunidad de conversar mientras navegamos.
El anciano los guió escaleras abajo y hacia el exterior. Era una noche plateada. La luna llena había salido temprano e inundaba las calles de Melcena con su pálida luz. Las velas destellaban en las ventanas de las casas y centenares de faroles parpadeaban desde el cordaje de los barcos anclados en el puerto. Garion cabalgaba en silencio mientras reflexionaba con tristeza sobre el terrible anuncio que Torak había descrito para él miles de años atrás.
Una vez en el muelle, se apresuraron a subir al barco y se dirigieron a la estrecha bodega, debajo de la cubierta de popa.
—Bien —dijo Belgarath cuando Durnik cerró la puerta—, hemos encontrado Los Oráculos de Ashaba y también hemos descubierto el sitio donde permaneció el Sardion hasta la batalla de Vo Mimbre.
—Entonces ha sido un viaje fructífero, ¿no es cierto? —observó Seda—. ¿Senji es tan viejo como dicen?
—Más de lo que dicen —respondió Beldin.
—¿Eso no significa que es un hechicero? —preguntó Ce'Nedra.
Tal vez fuera a causa del vestido gris, pero allí sentada sobre un banco tallado, debajo de una oscilante lámpara de aceite, la joven parecía desamparada.
Belgarath asintió.
—No es muy bueno, pero está claro que tiene poderes.
—¿Quién lo instruyó? —quiso saber Polgara, que estaba sentada junto a Ce'Nedra y le había rodeado los hombros afectuosamente con un brazo.
—Nadie —respondió Belgarath con un deje de disgusto—. ¿Podéis creer que descubrió sus poderes de forma espontánea?
—¿Lo has investigado?
—Sí. Beldin tiene una teoría y podrá explicártela más tarde. La cuestión es que hace miles de años, alguien trajo el Sardion a la universidad, donde lo guardaron en un museo, aunque no sabían bien de qué se trataba. Luego, hace unos quinientos años, uno de los eruditos lo robó y lo llevó hacia el sur de Gandahar, en dirección a los Protectorados Dalasianos. Nadie sabe con seguridad qué ocurrió a partir de entonces. De todos modos, Senji tenía una copia íntegra de Los Oráculos de Ashaba.
—¿Y qué dicen? —preguntó Velvet con interés.
—Muchas cosas. Hemos descubierto la razón por la cual Zandramas raptó a Geran.
—¿Para un sacrificio? —preguntó ella.
—Sólo en sentido figurado. Si la Profecía de las Tinieblas gana, Geran será el nuevo dios de Angarak.
—¿Mi pequeño? —exclamó Ce'Nedra.
—Me temo que en ese caso dejaría de serlo —dijo el anciano con tono sombrío—. Sería Torak.
—O peor aún —añadió Beldin —, con el Orbe en una mano y el Sardion en la otra, dominaría el mundo. No creo que fuera un dios justo.
—¡Tenemos que detenerla! —gritó Ce'Nedra—. ¡No podemos permitir algo así!
—En eso estamos, Majestad —dijo Sadi.
—¿Qué más dicen los oráculos, padre? —preguntó Polgara.
—Algo confuso sobre Zandramas. Por alguna razón, su cuerpo está siendo ocupado por una especie de luz. El capitán que la llevó a Selda vio su mano y dijo que tenía luces debajo de la piel, cosa que los oráculos ya predecían.
—¿Y eso qué significa? —preguntó Durnik.
—No tengo ni la más remota idea —admitió Belgarath. Luego miró a Garion y movió los dedos de forma casi imperceptible—. No creo que debamos comunicarle a Ce'Nedra lo que dicen los oráculos sobre ella, ¿y tú? —añadió con el lenguaje secreto drasniano. Garion negó con la cabeza—. De todos modos, tendremos que ir a Kell.
—¿A Kell? —preguntó Polgara, atónita—. ¿Para qué?
—La ubicación del lugar que buscamos se encuentra en los textos sagrados que las videntes tienen allí. Si vamos a Kell, descubriremos el lugar del encuentro antes que Zandramas.
—Sería un cambio interesante —dijo Seda—. Ya estoy cansado de seguirle los pasos.
—Pero perderemos su rastro —protestó Ce'Nedra.
—Mira, pequeña —dijo Beldin con rudeza—, si sabemos adonde se dirige Zandramas, no necesitamos seguir su rastro. Podemos ir directamente al Lugar que ya no Existe y esperar que ella se presente allí.
Polgara apretó con un gesto protector el brazo que rodeaba los hombros de Ce'Nedra.
—Sé más considerado con ella, tío. Tuvo la valentía de besarte en la casa del archiduque y supongo que debe de haber sido una dura prueba para su sensibilidad.
—Muy graciosa, Pol —dijo el feo jorobado mientras se dejaba caer pesadamente en una silla y se rascaba con fuerza una axila.
—¿Algo más, padre? —preguntó Polgara.
—Torak escribió un mensaje para Garion —respondió Belgarath—. Se trata de un mensaje bastante confuso, pero según parece él mismo era consciente de lo que sucedería si Zandramas triunfara. Le dice a Garion que haga todo lo posible por detenerla.
—Yo ya iba a hacerlo —dijo Garion en voz baja—. No necesitaba que él me lo sugiriera.
—¿Qué riesgos corremos en Peldane? —le preguntó Belgarath a Seda.
—Supongo que los mismos que en Voresebo y Rengel.
—¿Cuál es la forma más rápida de llegar a Kell? —preguntó Durnik.
—Está en el Protectorado de Likandia —respondió Seda—, y la forma más rápida de llegar es atravesar Peldane y Darshiva y luego cruzar las montañas.
—¿Qué hay de Gandahar? —preguntó Sadi—. Podríamos ahorrarnos muchos inconvenientes si navegáramos hacia el sur y cruzáramos esa región.
Era extraño ver a Sadi vestido con calzas y una chaqueta ceñida a la cintura. Sin su túnica iridiscente, no parecía un eunuco sino un hombre normal. Sin embargo, el nyissano no había olvidado afeitarse la cabeza.
—En Gandahar hay selva —dijo Seda sacudiendo la cabeza—. Tendríamos que abrirnos paso a machetazos.
—Las selvas no están tan mal, Kheldar.
—Siempre que no tengas prisa.
—¿No podrías traer a tus soldados? —preguntó Velvet.
—Supongo que sí —respondió Seda—, pero no servirían de mucha ayuda. Vetter dice que Darshiva está atestado de grolims y tropas de Zandramas y en Peldane reina el caos desde hace años. Mis hombres son buenos, pero tampoco tanto. —Miró a Belgarath—. Me temo que volverás a llenarte el pelaje de espinas, viejo amigo.
—¿Entonces vamos a dirigirnos a Kell y a dejar el rastro de Zandramas?
—Tengo la impresión de que el rastro de Zandramas también nos conduciría hacia Kell —dijo Belgarath mientras se rascaba una oreja—. Zandramas leyó Los Oráculos de Ashaba, y sabe que Kell es el único sitio donde puede encontrar la información que necesita.
—¿Crees que Cyradis le permitirá ver los textos sagrados? —preguntó Durnik.
—Quizá. Cyradis todavía es neutral y no demostrará ningún favoritismo.
—Voy a subir a la cubierta, abuelo —dijo Garion mientras se ponía de pie—. Quiero pensar un rato y el aire de mar me aclarará las ideas.
Las luces de Melcena parpadeaban en el horizonte detrás de ellos y la luna dibujaba una estela plateada sobre la superficie del mar. El capitán sostenía el timón con las manos firmes y seguras.
—¿No es difícil guiarse de noche? —preguntó Garion.
—En absoluto —respondió el capitán señalando el cielo—. Las estaciones van y vienen, pero las estrellas no cambian nunca.
—Bueno, supongo que aún nos queda esa esperanza... —dijo Garion mientras se dirigía a la proa.
En el estrecho que separaba Melcena del continente, soplaba una brisa caprichosa y las velas se henchían y se desinflaban con el tétrico son de un tambor fúnebre. Aquel sonido armonizaba con el humor de Garion, que durante un largo rato jugueteó con el extremo de una cuerda anudada mientras contemplaba con aire ausente las olas veteadas por la luz de la luna. En lugar de reflexionar, el joven se concentró en el paisaje, los sonidos y los olores que lo rodeaban.
Sabía que ella estaba allí, no sólo por la fragancia que conocía desde su más tierna infancia, sino también por la calma que inspiraba su presencia. Buceó en su memoria y descubrió que siempre había sabido dónde encontrarla. Aunque se despertara en una habitación extraña de un pueblo olvidado en la noche más oscura, sabría exactamente dónde estaba ella. El capitán del barco se guiaba por las estrellas, pero la luz que había guiado a Garion durante toda su vida no era un destello distante en la garganta aterciopelada de la noche. Era algo mucho más cercano e inmutable.
—¿Qué te preocupa, Garion? —preguntó Polgara mientras le apoyaba con suavidad la mano en el hombro.
—Pude oír su voz, tía Pol... La voz de Torak. Miles de años antes de que yo hubiera nacido, él ya me odiaba. Incluso sabía mi nombre.
—Garion —dijo ella con serenidad—. El universo conocía tu nombre antes de que la luna comenzara a girar en el vacío. Constelaciones enteras han estado esperándote desde el comienzo de los tiempos.
—No porque yo lo haya querido, tía Pol.
—Muchos de nosotros no tenemos posibilidad de escoger, Garion. Hay ciertas cosas que deben hacerse y ciertas personas que deben hacerlas. Así de simple.
Él sonrió con tristeza a la cara perfecta de la hechicera y acarició con ternura el mechón blanco de su pelo. Luego, por última vez en su vida, repitió la pregunta que había estado en sus labios desde que era un niño: