—Se los he dicho una y otra vez: con un poco de sulfuro basta. Pero ellos ponen demasiado y... ¡pum!
—Parece que ha habido varios «¡pums!» por aquí —dijo Beldin mientras se abanicaba con una mano.
—A los alquimistas les ocurre con frecuencia —respondió Senji—. Con el tiempo, uno se acostumbra —rió—. En una ocasión, un idiota convirtió cristal en acero.
Belgarath se detuvo.
—¿Qué has dicho que hizo?
—Convirtió cristal en acero... o algo muy similar. Era transparente, pero no podía doblarse, romperse ni astillarse. Era el material más fuerte que he visto en mi vida.
Belgarath se golpeó la frente con una mano.
—Tranquilo —le dijo Beldin y luego se volvió hacia Senji—. ¿Crees que ese tipo recuerda el procedimiento que siguió?
—Lo dudo. Quemó todas sus notas y luego se recluyó en un monasterio.
Belgarath emitía ruidos ahogados.
—¿Tienes idea de lo que podría valer un invento semejante? —le preguntó Beldin a Senji—. El cristal es el material más barato del mundo, pues no es otra cosa que arena derretida, y puede moldearse en la forma que quieras. Aquel procedimiento podría haber valido más que todo el oro del mundo.
Senji parpadeó.
—Olvídalo —le dijo Beldin—, tú eres un verdadero erudito, ¿lo recuerdas? El dinero no te interesa.
Las manos de Senji comenzaron a temblar.
Subieron la escalera y volvieron a entrar en el laboratorio atiborrado de objetos de Senji. El alquimista cerró la puerta con llave y cojeó hacia un gran armario situado junto a la ventana. Gruñendo, lo separó unos centímetros de la pared, se arrodilló y buscó algo detrás.
El libro no era grueso y estaba forrado de piel negra. Belgarath lo cogió con manos temblorosas, se sentó a la mesa y lo abrió.
—No pude entender mucho —le confesó Senji a Beldin—. Creo que quienquiera que lo escribió debía de estar loco.
—Lo estaba —respondió el jorobado.
—¿Sabes quién fue?
Beldin asintió con un gesto.
—Torak —se limitó a responder.
—Torak es sólo un mito, una fantasía de los angaraks.
—Díselo a él —respondió Beldin señalando a Garion.
Senji miró al joven rey y tragó saliva.
—¿Entonces tú realmente...? Me refiero a que...
—Sí —respondió Garion con tristeza.
Por extraño que pareciera, aún le entristecía recordar lo sucedido en Cthol Mishrak doce años atrás.
—¡Está completa! —exclamó Belgarath con voz triunfal—. Alguien lo copió del original antes de que Torak tuviera tiempo de mutilar el texto. Aquí están todos los pasajes que faltaban. Escuchad: «Y el Niño de la Luz y el Niño de las Tinieblas se enfrentarán en la Ciudad de la Noche Eterna, pero ése no será el lugar del último encuentro, pues la elección no se decidirá allí y el Espíritu de las Tinieblas huirá. Sabed, además, que en el este aparecerá un nuevo Niño de las Tinieblas».
—¿Por qué crees que Torak cortaría ese pasaje? —preguntó Garion, perplejo.
—Las conclusiones que se desprenden de él no son positivas, al menos para Torak —respondió Belgarath—. La aparición de un nuevo Niño de las Tinieblas sugería que no iba. a sobrevivir al enfrentamiento de Cthol Mishrak.
—No sólo eso —añadió Beldin—, en el caso de que sobreviviera, iba a ser degradado. Le debe de haber resultado difícil aceptar esa posibilidad.
Belgarath hojeó varias páginas.
—¿Estás seguro de que no se te escapa nada? —le preguntó Beldin.
—Sé lo que decía esa copia de Ashaba, Beldin. Tengo muy buena memoria.
—¿De veras? —preguntó Beldin con sarcasmo.
—Dejémoslo estar. —Belgarath se apresuró a buscar otro pasaje del libro—. Ya entiendo por qué cortó éste —dijo—: «La piedra que alberga el poder del Espíritu de las Tinieblas no se le revelará al Niño de las Tinieblas que acudirá a la Ciudad de la Noche Eterna, sino a Aquél que aún está por llegar». —El anciano se rascó la barba—. Si no me equivoco, el Sardion se ocultó a sí mismo de Torak porque el dios no sería el instrumento definitivo de la Profecía de las Tinieblas.
—Supongo que esa certeza debe de haber herido su orgullo —rió Beldin.
Belgarath no hizo caso del comentario y siguió con la lectura. De repente, sus ojos se llenaron de asombro y su rostro palideció.
—«Pues sólo aquel que ha posado su mano sobre Cthrag Yaska podrá tocar a Cthrag Sardius, y, cuando lo haga, sacrificará todo lo que es o podría haber sido convirtiéndose en receptáculo del Espíritu de las Tinieblas. Buscad, entonces, al hijo del Niño de la Luz, pues él será nuestro paladín en el Lugar que ya no Existe. Y si él fuera el elegido, se alzará por encima de todos los demás y dominará el mundo con Cthrag Yaska en una mano y Cthrag Sardius en la otra. De este modo, todo lo que fue dividido se convertirá en uno otra vez, y él tendrá poder sobre todas las cosas hasta el final de los días.»
—¡Entonces eso es lo que quieren decir con la palabra «sacrificio»! —exclamó Garion, atónito—. Zandramas no va a matar a Geran.
—No —respondió Belgarath con aire sombrío—, va a hacer algo peor. Va a convertirlo en otro Torak.
—Llegará incluso más lejos, Belgarath —gruñó Beldin—. El Orbe rechazó a Torak y le quemó la mitad del rostro, mientras que el Sardion ni siquiera le permitió conocer su existencia. Sin embargo, tanto el Orbe como el Sardion aceptarán a Geran. Si él se apodera de las dos piedras, tendrá un poder absoluto. A su lado, Torak habrá sido un chiquillo travieso. —Miró a Garion con expresión triste—. Por eso Cyradis te dijo en Rheon que existía la posibilidad de que tuvieras que matar a tu hijo.
—¡Eso es inconcebible! —replicó Garion con vehemencia.
—Será mejor que empieces a hacerte a la idea. Geran no volverá a ser tu hijo. Una vez que toque el Sardion se convertirá en un ser maligno... y será un dios. —Belgarath continuó la lectura con expresión apenada—: Aquí hay algo más —dijo—: «Y la Niña de las Tinieblas, que llevará al paladín al sitio de la elección, será poseída por el Espíritu de las Tinieblas. Su carne será un simple receptáculo que albergará todo el universo estrellado».
—¿Qué significa eso? —preguntó Garion.
—No estoy seguro —confesó Belgarath y luego hojeó un par de páginas más. Por fin continuó con una mueca de preocupación—: «Y sucederá que aquella que dio a luz al paladín os indicará el lugar del encuentro final, pero deberéis engañarla para que hable».
—¿Ce'Nedra? —preguntó Garion, incrédulo.
—Zandramas ha manipulado los pensamientos de Ce'Nedra antes —le recordó Belgarath—. Haremos que Pol la vigile. ¿Por qué Torak habrá cortado este pasaje? —preguntó con expresión de asombro.
—Tal vez Torak no haya sido el único interesado en mutilar el texto, Belgarath —dijo Beldin—. Esa información es crucial y no creo que Zandramas haya querido dejarla atrás.
—Eso complica bastante las cosas, ¿no crees? —preguntó Belgarath con amargura—. El libro que leí en Ashaba fue censurado por dos personas distintas. Me sorprende que quedara algo.
—Sigue leyendo, viejo amigo —dijo Beldin con la vista fija en la ventana—. Ya comienza a ponerse el sol.
—Bien —dijo Belgarath después de leer un momento en voz baja—, aquí está: «El lugar del encuentro final será revelado en Kell, pues está oculto entre las páginas del libro maldito de las videntes». —El anciano reflexionó un momento—. ¡Tonterías! —exclamó—. Yo he leído fragmentos de los textos sagrados malloreanos, pues hay una docena de copias distribuidas por todo el mundo. Si esto es verdad cualquiera podría descubrir la ubicación de ese lugar.
—No son todos iguales —murmuró Senji.
—¿Qué? —estalló Belgarath.
—Las copias de los textos sagradoss malloreanos no son todas iguales —repitió el alquimista—. Yo solía estudiar los libros sagrados porque creía que algunas de las conclusiones de los antiguos podrían ayudarme en mis experimentos. Con los años me he hecho con una biblioteca respetable. Por eso robé el libro que tienes en las manos.
—Supongo que también tendrás una copia del Códice Mrin —sugirió Beldin.
—Dos, y son idénticas. Eso es lo curioso de los textos sagrados malloreanos. Tengo tres ejemplares y son todos distintos.
—Oh, estupendo —dijo Belgarath—. Sabía que no debía fiarme de las videntes.
—Creo que lo hacen adrede —observó Senji encogiéndose de hombros—. Cuando comencé a encontrar contradicciones, me trasladé a Kell y las videntes me dijeron que en los textos sagrados hay secretos demasiado peligrosos para permitir que los lea cualquiera. Por eso cada copia es diferente. Todas han sido modificadas para esconder los secretos... a excepción del original, por supuesto, que siempre se conservó en Kell.
Beldin y Belgarath intercambiaron una larga mirada.
—Muy bien —dijo Beldin con firmeza—, iremos a Kell.
—Pero estamos detrás de la pista de Zandramas —objetó Garion.
—Y así seguiremos si no vamos a Kell —respondió Beldin—, detrás de ella. Ir a Kell es la única forma de adelantarnos.
Belgarath había llegado a la última página de los oráculos.
—Creo que éste es un mensaje personal, Garion —dijo con voz de asombro mientras le pasaba el libro.
—¿Qué?
—Torak quiere hablar contigo.
—Puede hablar todo lo que quiera, pero yo no pienso escucharlo. En una ocasión, estuve a punto de cometer ese error, cuando intentó convencerme de que era mi padre, ¿lo recordáis?
—Esta vez es distinto, porque no intenta mentirte. —Garion cogió el libro y una brisa helada pareció envolver sus manos y brazos—. Léelo —ordenó el anciano hechicero con voz implacable.
Garion sintió que una fuerza misteriosa lo obligaba a bajar los ojos hacia los finos trazos manuscritos del texto.
—«Salud, Belgarion» —leyó en voz alta con voz titubeante—. «Si vuestros ojos llegaran a posarse sobre estas líneas, significará que me habéis vencido. Eso no me apena. Ya habré pasado la dura prueba que me señaló el destino, y sabré aceptar el fracaso. Sin embargo, debéis saber que os odio, Belgarion. Que movido por ese odio huiré a las tinieblas y que derramaré ese odio sobre vos con mi último aliento, maldito hermano.»
La voz de Garion vaciló. Podía sentir el poderoso odio del dios mutilado alcanzándolo a través del tiempo. Por fin comprendía la verdadera importancia de lo sucedido en la terrible Ciudad de la Noche Eterna.
—Continúa leyendo —le dijo Belgarath—. Aún hay más.
—Abuelo, esto es más de lo que puedo soportar.
—¡Lee! —ordenó Belgarath y su voz sonó como un latigazo.
Impotente, el joven volvió a levantar el libro.
—«Aunque nuestro mutuo sentimiento de odio pueda llegar a dividir los cielos, debéis saber, Belgarion, que somos hermanos. Somos hermanos porque compartimos una terrible tarea. Sin embargo, el hecho de que ahora estéis leyendo mis palabras, significa que me habéis destruido, y por lo tanto habéis quedado a cargo de la totalidad de la misión. Los presagios de estas páginas son una aberración y no debéis permitir que sucedan. Destruid el mundo, destruid el universo si fuera necesario, pero no permitáis que sucedan. El destino de todo lo que ha sido, todo lo que es y todo lo que será se encuentra ahora en vuestras manos. Salud, mi odiado hermano, y adiós. Nos encontraremos, o ya nos habremos encontrado, en la Ciudad de la Noche Eterna, donde concluirá nuestra disputa. Nuestra misión, sin embargo, aún nos aguarda en el Lugar que ya no Existe. Uno de nosotros deberá ir allí y enfrentarse con el último horror. Si ése fuerais vos, no nos falléis. Si no queda otro remedio, deberéis segar la vida de vuestro único hijo como segasteis la mía.»
Garion dejó caer el libro de sus manos, las rodillas le temblaron y se arrojó al suelo llorando de forma incontrolable. El joven lanzó un grito desesperado y golpeó el suelo con los puños mientras las lágrimas caían a raudales por sus mejillas.
Cuando Garion, Belgarath y Beldin volvieron, Seda hablaba en la salita del segundo piso con un hombre vestido de marinero. Era un individuo grueso, con hebras de plata en el pelo y un largo pendiente de oro en la oreja izquierda.
—Ah, aquí estáis —dijo Seda al verlos entrar. El hombrecillo con cara de rata se había cambiado de ropa y ahora llevaba una chaqueta vulgar y calzas de un indefinido tono marrón—. Este es el capitán Kadian, uno de los que llevó a nuestros amigos al continente. —Volvió a mirar al marino—. ¿Por qué no les cuentas lo que acabas de decirme, capitán? —sugirió.
—Por supuesto, Alteza —asintió Kadian con la voz ronca característica de los marinos y que Garion suponía consecuencia del mal tiempo y las bebidas fuertes. El capitán bebió un sorbo del contenido de la jarra de plata que tenía en la mano—. Bien —dijo por fin—, todo ocurrió hace tres días. Yo acababa de llegar de Bashad, que está en Gandahar, cerca de la desembocadura del Magan. —Hizo una mueca—. Es un sitio peligroso, lleno de pantanos y selvas. Había traído un cargamento de marfil para el consorcio y estaba buscando una nueva carga. Como ya sabréis, un barco amarrado a un muelle no da dinero, de modo que me dirigí a una taberna que conozco en busca de algún encargo. El dueño es un viejo amigo mío, antiguo compañero de barco, y siempre está atento para encontrarme trabajo. Bien, en cuanto llegué allí, mi amigo se acercó y me preguntó si tenía interés en hacer un viaje fácil y corto por un buen precio. Le dije que siempre estaría interesado por ese tipo de viaje, pero que antes de decidirme quería saber de qué carga se trataba. Odio transportar ciertas cosas; ganado, por ejemplo. El barco se ensucia tanto que luego necesitas varias semanas para limpiarlo. Entonces mi amigo me dijo que no habría ninguna carga y que sólo debía llevar a un grupo de gente al continente. Le contesté que no me haría daño hablar con ellos y me llevó a una habitación donde había cuatro personas sentadas a la mesa: dos hombres, una mujer y un niño. Uno de los hombres vestía ropas caras y juraría que era un noble, pero el que hablaba era el otro.
—¿Dirías que ese hombre tenía alguna característica inusual? —preguntó Seda de repente.
—A eso iba. Llevaba ropas vulgares, pero no fue eso lo que me llamó la atención. Al principio creí que era ciego, pero luego descubrí que podía ver, aunque sus ojos no tenían color. Una vez tuve un cocinero con un ojo igual. Siempre estaba malhumorado y era incompetente. Bueno, señores, ese hombre de los ojos raros me dijo que él y sus amigos tenían prisa por llegar a Peldane, pero no querían que nadie se enterara de que iban hacia allí. Me preguntó si conocía alguna playa cercana a Selda donde pudiera dejarlos sin llamar la atención y le dije que sí. —Se rascó la nariz con expresión astuta—. Todos los dueños de barcos conocen sitios así... Ya sabéis cómo son los funcionarios de aduanas... A estas alturas, yo empezaba a desconfiar. Cuando la gente quiere acabar un viaje en un sitio solitario es porque está metida en líos. No me importa lo que hagan los demás, pero si intentan mezclarme en ello, pronto comienza a importarme. Yo me basto solo para meterme en problemas, sin necesitad de que nadie me ayude. —Hizo una pausa para beber un gran sorbo de cerveza y luego se limpió la boca con el dorso de la mano—. Como os decía, desconfiaba de esa gente y estaba a punto de rechazar su oferta, pero entonces la mujer le dijo algo al oído al que hablaba. Ella llevaba una especie de capa o túnica de raso negro y permaneció todo el tiempo con la capucha puesta, de modo que no pude verle la cara. Además, en ningún momento dejó a la criatura. Bueno, entonces el de los ojos blancos sacó una bolsa y la abrió sobre la mesa. La bolsa estaba llena de oro, amigos míos, más de lo que conseguiría en doce viajes por estas costas. Como podréis imaginar, eso cambió totalmente la situación. En resumen, cerramos el trato allí y entonces. Yo le pregunté cuándo querían zarpar y el tipo que hablaba me respondió que irían a mi barco en cuanto oscureciera. Entonces supe que mis sospechas no eran infundadas, pues no encontraréis mucha gente honrada que quiera navegar de noche, pero ya habíamos cerrado el trato y yo tenía la bolsa amarrada a mi cinturón, de modo que era demasiado tarde para arrepentirme. Zarpamos aquella misma noche y llegamos a la costa de Peldane por la tarde del día siguiente.