Entonces notó que Durnik había tallado la lanza medio metro más larga de lo normal. Con un rápido movimiento del escudo, apartó las lanzas de los otros dos guardianes y pasó como un rayo entre ellos. Los cascos de Chretienne aplastaron el cuerpo del guardián caído. Garion tiró de las riendas con brusquedad y se giró para enfrentarse con los dos que había dejado atrás. Pero no hubo necesidad: Toth era el hombre que venía tras él y ya había arrojado de sus caballos a los dos guardianes del templo.
—Podría encontrarte un trabajo en Arendia, Toth —le dijo al gigantón—. Alguien debería convencer a los arendianos de que no son invencibles.
Toth lo miró con una muda sonrisa.
En el centro de Voresebo reinaba un caos total. Columnas de humo se elevaban por encima de las aldeas y granjas devastadas. Los cultivos habían sido incendiados y bandas de hombres armados se atacaban unos a otros sin compasión. En una de aquellas refriegas, librada en medio de un campo en llamas, ambos bandos lucharon con tal frenesí que olvidaron el fuego y éste los devoró a todos.
Había cuerpos mutilados por todas partes y Garion no pudo evitar que Ce'Nedra viera los cadáveres que cubrían las zanjas y el propio camino.
Avanzaron al galope.
Mientras el sol se ponía sobre los devastados campos, Durnik y Toth se apartaron del camino en busca de un sitio donde pasar la noche. Regresaron poco después con la noticia de que habían encontrado un pequeño bosquecillo junto a un barranco, a un kilómetro y medio del camino.
—No podremos encender fuego —dijo Durnik con expresión grave—, pero, si permanecemos en silencio, no creo que nadie nos encuentre.
No fue una noche agradable. Tomaron una cena fría en el bosquecillo y aprovecharon el precario refugio que les ofrecía la naturaleza, pues no podían montar sus tiendas en la densa vegetación. El otoño ya se respiraba en el aire, y en cuanto oscureció comenzó a hacer frío. Cuando las primeras luces del alba alumbraron el este del horizonte, se levantaron y se marcharon de allí después de un rápido desayuno.
La noche fría e incómoda que habían pasado, sumada a la irracional devastación que los rodeaba, pusieron de mal humor a Garion, que se sentía un poco más furioso con cada kilómetro que recorrían. A media mañana, el joven avistó un grolim vestido de negro junto a un altar, a varios centenares de metros del camino. Un grupo de harapientos soldados arrastraba a tres aterrorizados campesinos con cuerdas en el cuello. Garion no lo pensó dos veces. Arrojó su lanza, desenvainó la espada de Puño de Hierro, y, tras advertir al Orbe que no hiciera ostentación de su presencia, atacó.
El grolim estaba tan poseído por su fervor religioso que no vio ni oyó acercarse a Garion y sólo atinó a emitir un grito de asombro cuando Chretienne lo arrolló. Los soldados miraron atónitos a Garion, arrojaron las armas y huyeron, pero aquel gesto no pareció apaciguar la furia del joven rey, que los persiguió implacable. Sin embargo, su furia no era tan irracional como para inducirlo a atacar a hombres desarmados, por lo que se limitó a arrojarlos al suelo uno a uno. Cuando el último soldado cayó bajo las grandes patas grises de su caballo, Garion se giró, liberó a los prisioneros y regresó al camino.
—¿No crees que te has pasado un poco? —le preguntó Belgarath, enfadado.
—No en estas circunstancias —respondió Garion con voz cortante—. Al menos ahora estoy seguro de que en este apestoso país habrá un grupo de soldados que evitará arrastrar civiles hacia el altar... al menos hasta que se restablezcan de las fracturas.
Belgarath gruñó disgustado y le dio la espalda.
Todavía furioso, Garion dirigió una mirada fulminante a Polgara y exclamó:
—¿Y bien?
—Yo no he dicho nada, cariño —respondió ella con suavidad—. Sin embargo, ¿no crees que la próxima vez deberías discutir tus planes con tu abuelo? Estas pequeñas sorpresas lo ponen de pésimo humor.
Beldin descendió envuelto en un resplandor.
—¿Qué ha sucedido allí? —preguntó al recuperar su forma normal, señalando a los soldados que gemían en el suelo del campo.
—Mi caballo necesitaba ejercicio —dijo Garion con firmeza—, y esos soldados se cruzaron en su camino.
—¿Por qué estás de tan mal humor esta mañana?
—¡Todo esto es tan estúpido!
—Por supuesto que sí, pero debes prepararte para ver mucho más. Estamos muy cerca de la frontera de Rengel y allí las cosas están tan mal como aquí.
Se detuvieron en la frontera para estudiar los próximos movimientos. El puesto de guardia estaba abandonado, pero negras columnas de humo se elevaban sobre las aldeas incendiadas y podían ver con claridad grupos de hombres cruzando los campos, diminutos a la distancia.
—Aquí las cosas están mejor organizadas —informó Beldin—. En Voresebo sólo había pequeñas bandas que parecían más interesadas en el pillaje que en la lucha. Sin embargo, más adelante los grupos son más grandes y se comportan con cierta disciplina. No creo que podamos cruzar Rengel con la misma facilidad que Voresebo.
Toth hizo una serie de gestos confusos.
—¿Qué ha dicho? —le preguntó Belgarath a Durnik.
—Sugiere que viajemos por la noche —respondió Durnik.
—Ésa es una idea absurda, Toth —protestó Sadi—. Si corremos peligro a la luz del día, por las noches será mucho peor.
Toth movió las manos otra vez y Garion descubrió que ya era capaz de comprender casi todos los gestos del gigantesco mudo.
—Dice que has analizado su idea con demasiada ligereza —tradujo Durnik—, pues contamos con ciertas ventajas. —El herrero miró con una mueca de asombro a su amigo—. ¿Cómo has averiguado eso? —le preguntó.
Toth respondió con nuevos ademanes.
—¡Oh! —asintió Durnik—. Debía imaginar que ella lo sabría, ¿verdad? —Se volvió hacia los demás—. Dice que Belgarath, Pol y Garion pueden ir al frente transformados en sus otras personalidades. La oscuridad no constituiría un problema para un búho y un par de lobos.
Con aire pensativo Belgarath se rascó la oreja.
—Es una idea factible —le dijo a Beldin—. De ese modo, podríamos evitar cruzarnos con gente. Los soldados no suelen marchar en la oscuridad.
—Pero dejan centinelas —señaló el jorobado.
—Garion, Pol y yo los localizaríamos con facilidad y os indicaríamos el modo de esquivarlos.
—Sería una marcha lenta —observó Velvet—. No podríamos cabalgar al galope y tendríamos que desviarnos cada vez que encontráramos a un centinela.
—¿Sabéis? —dijo Seda—, la idea comienza a gustarme.
—A ti te encanta moverte furtivamente en la oscuridad —comentó Velvet.
—¿Y a ti no?
—Bueno... —sonrió ella—, supongo que sí. Al fin y al cabo, yo también soy drasniana.
—Tardaríamos demasiado —protestó Ce'Nedra—. Estamos muy cerca de Zandramas, pero, si seguimos este plan, ella volverá a adelantarse.
—Creo que no tenemos otra opción, Ce'Nedra —explicó Garion con dulzura—. Si intentamos cruzar Rengel a plena luz del día, tarde o temprano nos encontraremos con más soldados de los que podemos vencer.
—Tú eres un hechicero —dijo ella con voz acusadora—, y podrías apartarlos del medio con un simple gesto.
—Hay límites para todo, Ce'Nedra —dijo Polgara—. Tanto Zandramas como Urvon tienen grolims en la zona. Si intentamos hacerlo de ese modo, delataríamos nuestra presencia a todo Rengel.
Los ojos de Ce'Nedra se llenaron de lágrimas y su labio inferior comenzó a temblar. Por fin se giró y se alejó del camino corriendo, presa del llanto.
—Síguela, Garion —dijo Polgara—, e intenta calmarla.
Pasaron el resto del día en un bosquecillo de hayas, a un kilómetro y medio del camino. Garion intentó dormir, consciente de que les esperaba una larga noche, pero, después de una hora de inútiles esfuerzos, salió a caminar por el campamento. Compartía la impaciencia de Ce'Nedra. Estaban muy cerca de Zandramas, pero, si comenzaban a viajar por las noches, ella acabaría dejándolos atrás. Pero, por más que pensaba, no se le ocurría una idea mejor.
Cuando el sol comenzaba a ponerse, levantaron el campamento y aguardaron a la sombra de las hayas a que oscureciera.
—Creo que nuestro plan tiene un fallo —dijo Seda.
—¿Sí? —preguntó Belgarath.
—Necesitamos el Orbe para seguir a Zandramas. Si Garion se convierte en lobo, el Orbe no podrá decirle en qué dirección ir, ¿o sí?
Belgarath y Beldin intercambiaron una larga mirada.
—No lo sé —admitió Belgarath—. ¿Y tú?
—No tengo la menor idea —reconoció Beldin.
—Bien, sólo hay un modo de descubrirlo —dijo Garion.
El joven entregó las riendas de Chretienne a Durnik y se alejó a una distancia prudencial de los caballos. Con extremo cuidado recreó la imagen de un lobo en su mente y comenzó a concentrar su poder en aquella imagen. Como de costumbre, al transformarse experimentó una extraña sensación, como si su cuerpo se desintegrara. Se quedó sentado un momento sobre las ancas y examinó su cuerpo para comprobar que no había olvidado nada.
De repente, su nariz captó un aroma familiar. Giró la cabeza y miró por encima del hombro. Ce'Nedra estaba allí con los ojos muy abiertos y la mano sobre la boca.
—¿Eres realmente tú, Garion? —balbuceó.
Él se incorporó y sacudió el cuerpo. No podía contestarle, pues un lobo es incapaz de articular el lenguaje de los humanos, pero se acercó a ella y le lamió la mano. Ella se arrodilló, le rodeó la cabeza con los brazos y apoyó una mejilla contra su hocico.
—¡Oh, Garion! —dijo maravillada. Entonces, guiado por un impulso irresistible, él le lamió la cara desde la barbilla al cuero cabelludo. Su lengua era larga y estaba muy húmeda—. ¡Para ya! —exclamó ella mientras intentaba secarse la cara, pero no pudo evitar reír.
El lobo apoyó su nariz fría sobre el cuello de la joven reina y ella retrocedió. Luego él se giró y corrió hacia el camino. Se detuvo junto a unos arbustos y espió con cuidado, con las orejas y el olfato alerta, pendiente de cualquier ruido o aroma que delatara la presencia de un extraño en la vecindad. Satisfecho, salió de entre los arbustos arrastrando el vientre y se detuvo en medio del camino.
No era lo mismo, por supuesto. La impresión de que alguien tiraba de él parecía distinta, pero de todos modos la experimentó. Lo embargó una curiosa satisfacción y tuvo que contenerse para no alzar el hocico y emitir un aullido de triunfo. Entonces se giró y saltó hacia donde estaban escondidos los demás. Hundió las uñas en la tierra y disfrutó de una exultante sensación de libertad. Por fin recuperó su forma normal de mala gana.
—¿Y bien? —preguntó Belgarath mientras Garion se acercaba a ellos en la creciente oscuridad.
—No hay ningún problema —respondió Garion intentando sonar despreocupado y contuvo los deseos de sonreír, consciente de que su falsa indiferencia irritaría al hechicero.
—¿Estás segura de que es necesario que venga con nosotros? —le preguntó Belgarath a su hija.
—Eh..., sí, padre —respondió ella—. Es bastante necesario.
—Temía que dijeras eso. —El anciano hechicero se volvió hacia los demás—. De acuerdo —dijo—. Actuaremos del siguiente modo: Pol y Durnik pueden comunicarse a través de distancias más o menos grandes, de modo que ella podrá advertiros si nos cruzamos con soldados o si el rastro del Orbe se aleja del camino. Avanzad a paso lento para evitar ruidos y estad siempre listos para esconderos al primer aviso. Garion, mantente en contacto mental con Polgara y no olvides que tienes nariz y orejas además de ojos. Regresa al camino de vez en cuando para asegurarte de que seguimos en la ruta correcta. ¿Alguien tiene alguna duda? —Todos negaron con la cabeza—. Muy bien, entonces, adelante.
—¿Queréis que vaya delante? —ofreció Beldin.
—Gracias, tío —respondió Polgara—, pero los halcones no ven bien en la oscuridad. No serías de mucha ayuda si fueras por ahí chocándote con los árboles.
Todo resultó asombrosamente sencillo. Lo primero que hace un soldado al acampar por la noche es encender fuego, y lo segundo intentar mantenerlo hasta la salida del sol. Guiados por aquellas venturosas señales, Garion y Belgarath pudieron localizar todos los campamentos nocturnos de las tropas apostadas en la zona y olfatear a los centinelas. Por suerte, en la mayoría de los casos las tropas habían acampado a una distancia considerable del camino y el grupo de amigos pudo avanzar sin dificultades.
A medianoche, Garion subió a la cima de una colina para observar el valle que se extendía debajo y avistó varias fogatas que parpadeaban en la oscuridad.
—¿Garion? —dijo la voz de Ce'Nedra, que parecía muy cercana.
El lobo aulló y dio un salto en el aire. Necesitó un momento para recuperar la compostura.
—Ce'Nedra —protestó con tono lastimero—, no vuelvas a hacer eso jamás. Me has dado un susto de muerte.
—Sólo quería saber si estabas bien —dijo ella a la defensiva—. Si tengo que llevar siempre este amuleto, más me vale acostumbrarme a usarlo.
—Estoy bien, Ce'Nedra —aseguró él armándose de paciencia—, pero no vuelvas a asustarme. Los lobos son animales muy nerviosos.
—Ya está bien, jovencitos —intervino Polgara—, podréis jugar en otra ocasión. Intento oír a Durnik y no puedo hacerlo con tanta charla.
—Sí, tía Pol —respondió Garion mecánicamente.
—Te quiero, Garion —murmuró Ce'Nedra a modo de despedida.
Viajaban por las noches y buscaban refugio en cuanto el alba comenzaba a clarear al este del horizonte. Todo parecía tan sencillo, que Garion acabó por despreocuparse. En la cuarta noche, caminaba entre la maleza y pisó accidentalmente una ramita seca.
—¿Quién está ahí? —dijo una voz.
El viento soplaba en dirección opuesta y Garion no había olfateado el olor del soldado, que ahora avanzaba ruidosamente entre los matorrales con una lanza en la mano. Enfadado consigo mismo más que con el torpe centinela, Garion apartó la lanza con el hombro, se incorporó sobre las patas traseras y apoyó las delanteras sobre el asustado centinela. Luego soltó varias maldiciones que, en su voz de lobo, surgieron en forma de gruñidos y aullidos.
Las temibles garras de Garion se agitaron a escasos centímetros de la cara del soldado, que lo miró con ojos desorbitados y huyó despavorido. Garion salió de la espesura con actitud culpable y se alejó corriendo.
—¿Qué ha sido eso? —dijo la voz de Polgara.