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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La hechicera de Darshiva (6 page)

BOOK: La hechicera de Darshiva
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No obstante, Aldur había aceptado su sacrificio. Eriond suspiró y pensó que tal vez ningún sacrificio fuera insoportable si se hacía por amor. Aquella idea lo reconfortó.

Luego suspiró otra vez y regresó despacio hacia el pequeño campamento junto al lago, donde dormían los demás.

Capítulo 2

Aquella mañana se levantaron tarde. El cansancio de las últimas semanas pareció apoderarse por fin de Garion, que, aunque sabía por la luz que se colaba en la tienda que el sol ya estaba alto, se sentía incapaz de moverse. El sonido metálico de las ollas de Polgara y los rumores de voces le indicaban que pronto tendría que levantarse. Pensó en la posibilidad de dormir unos instantes más, pero enseguida la descartó. Por fin salió de entre las mantas, con cuidado de no despertar a Ce'Nedra. Se inclinó y le besó dulcemente el cabello; luego se puso la túnica rojiza, cogió las botas y la espada y salió de la tienda.

Polgara estaba junto al fuego con el vestido gris que solía usar para viajar. Como de costumbre, tarareaba mientras trabajaba. Seda y Belgarath discutían en voz baja cerca de allí. Garion notó que el drasniano se había cambiado de ropa y llevaba la delicada chaqueta gris perla que usaba cuando quería parecer un próspero mercader. Belgarath, por supuesto, seguía con su túnica color óxido, sus calzas remendadas y sus botas desparejas. Durnik y Toth estaban pescando, agitando con sus anzuelos la superficie del pequeño lago de montaña, mientras Eriond cepillaba el brillante pelaje castaño de su caballo.

Los demás aún no se habían despertado.

—Creímos que ibas a dormir todo el día —dijo Belgarath cuando Garion se sentó sobre un tronco a ponerse las botas.

—Confieso que he pensado en esa posibilidad —admitió Garion.

Luego se puso de pie y contempló el brillante lago. Junto a la orilla más lejana, se alzaba un pequeño bosquecillo de álamos con troncos del color de la nieve. Las hojas de los árboles habían comenzado a caer y brillaban como el oro bajo la luz de la mañana. El aire estaba fresco y algo húmedo. De repente, Garion pensó que le hubiera gustado detenerse varios días allí. Suspiró y se acercó a Seda y a su abuelo.

—¿Por qué te has puesto tan elegante? —le preguntó al pequeño drasniano con cara de rata.

—Vamos a entrar en una zona donde soy bastante conocido —respondió Seda encogiéndose de hombros—. Tal vez podamos sacar alguna ventaja de mi popularidad. ¿Estás seguro de que el rastro nos conduce hacia el sur?

Garion asintió con un gesto.

—Al principio me confundí, pero ahora estoy seguro.

—¿Te confundiste? —preguntó Belgarath.

—El Sardion también estuvo aquí —explicó Garion—, aunque hace mucho tiempo de esto. Por un momento, el Orbe pareció querer seguir las dos pistas al mismo tiempo y tuve que ponerme serio con él.

Garion se cruzó el cinturón de la espada sobre el hombro y lo abrochó. Luego giró un poco la vaina, hasta que la sintió cómoda. El Orbe engarzado en la empuñadura de la espada brillaba con un resplandor rojizo.

—¿Por qué hace eso? —preguntó Seda con curiosidad.

—Por el Sardion —explicó Garion mientras miraba la piedra por encima de su hombro—. ¡Para ya! —le dijo.

—No hieras sus sentimientos —le advirtió Seda—. Si decidiera quejarse, podría meternos en un gran lío.

—¿Qué hay al sudeste? —le preguntó Belgarath al hombrecillo.

—Voresebo —respondió Seda—. Allí sólo hay caravanas y unas cuantas minas en las montañas. En Pannor hay un puerto marítimo donde suelo detenerme cuando vuelvo de Melcena.

—¿Los habitantes de esa zona son karands?

Seda asintió con un gesto.

—Pero son incluso más brutos que los de los reinos del centro... si eso es posible.

El halcón de rayas azules descendió en picado desde el brillante cielo de la mañana, resplandeció y recuperó la forma de Beldin en cuanto tocó el suelo. El pequeño hechicero jorobado estaba vestido con sus habituales harapos atados con trozos de cuerda y tenía un montón de ramitas o trozos de paja en el pelo y la barba.

—Odio volar cuando hace frío —dijo estremeciéndose—. Me duelen las alas.

—No hace tanto frío —objetó Seda.

—Prueba subir a quinientos metros de altura —dijo Beldin señalando el cielo. Luego se giró y escupió un par de empapadas plumas grises.

—¿Cazando otra vez, tío? —preguntó Polgara desde el fuego.

—Sólo un bocado para el desayuno, Pol —respondió él—. Me crucé con una paloma que se despertó demasiado temprano esta mañana.

—No tenías necesidad de hacerlo, ¿sabes? —dijo mientras señalaba con una cuchara de madera la olla humeante.

—No creo que el mundo eche de menos una simple paloma —respondió Beldin.

Garion se estremeció.

—¿Cómo puedes comerla cruda? —le preguntó.

—Uno se acostumbra a todo. Además, nunca he logrado encender un fuego con mis garras de halcón. —Se volvió hacia Belgarath—. Allí arriba nos esperan problemas —dijo—. Hay mucho humo y una multitud de hombres armados que van de un sitio a otro.

—¿Pudiste reconocerlos?

—No me he acercado tanto. En los grupos tan grandes siempre hay uno o dos arqueros aburridos y no quiero acabar con una flecha en la cola sólo porque un idiota intenta demostrar su habilidad.

—¿Te ha ocurrido alguna vez? —preguntó Seda con curiosidad.

—Una vez, hace mucho años. Cuando el tiempo está húmedo, aún me duele la cadera.

—¿Hiciste algo al respecto?

—Tuve una charla con el arquero. Le aconsejé que no volviera a hacerlo. Cuando me fui, rompió el arco contra las rodillas. —Se giró otra vez hacia Belgarath—. ¿Estás seguro de que se dirigieron hacia el sur de la llanura?

—El Orbe parece estarlo.

—Entonces tendremos que arriesgarnos —dijo el hombrecillo mientras miraba alrededor—. Pensé que ya habríais desmontado las tiendas.

—Decidí dejar descansar un poco a todo el mundo. Hasta ahora el viaje ha sido agotador y podría serlo aun más en el futuro.

—Siempre eliges sitios idílicos para descansar, Belgarath —observó Beldin—. Creo que en el fondo no dejas de ser un romántico.

—Nadie es perfecto —respondió Belgarath encogiéndose de hombros.

—Garion —dijo Polgara.

—¿Sí, tía Pol?

—¿Por qué no despiertas a los demás? El desayuno está casi listo.

—De inmediato, tía Pol.

Después del desayuno, levantaron el campamento y se marcharon a media mañana. Beldin volaba delante para alertarlos de posibles problemas. Hacía una temperatura agradable y el aire estaba lleno del penetrante olor de los abetos. Ce'Nedra cabalgaba junto a Garion, envuelta en su oscura capa negra e inusualmente callada.

—¿Qué te ocurre, cariño? —le preguntó él.

—Geran no estaba con ella —murmuró la menuda reina con tristeza.

—¿Te refieres a Zandramas? Es verdad, no estaba con ella.

—¿Pero ella realmente estaba allí, Garion?

—En cierta forma sí y en cierta forma no, igual que Cyradis, que puede estar en un sitio y al mismo tiempo no estar allí.

—No lo entiendo.

—Fue algo más que una proyección, pero menos que una presencia real. Anoche hablamos sobre ello y Beldin me lo explicó, pero yo tampoco entendí mucho. Las explicaciones de Beldin suelen ser bastante confusas.

—Es muy sabio, ¿verdad?

—Sí —admitió Garion—, pero no es muy buen maestro, pues se impacienta cuando la gente no lo comprende. De todos modos, esta capacidad de Zandramas de manifestarse en un estado intermedio entre la realidad y una proyección la hace muy peligrosa. Nosotros no podemos hacerle daño, pero ella a nosotros sí. Ayer estuvo a punto de matarte, ¿sabes?, pero Poledra lo impidió. Por lo visto, tiene mucho miedo de Poledra.

—Es la primera vez que veo a tu abuela.

—No, no lo es. Estuvo presente en la boda de tía Pol, ¿no lo recuerdas? Y también nos ayudó cuando luchamos contra el Eldrak, en Ulgo.

—Pero una vez era un búho y la otra una loba.

—En el caso de Poledra, eso no tiene ninguna importancia. —Ce'Nedra rió—. ¿He dicho algo gracioso?

—Cuando todo esto haya acabado y volvamos a casa con nuestro pequeño, ¿por qué no te transformas en lobo por un tiempo? —sugirió ella.

—¿Para qué?

—Será divertido tener un gran lobo gris junto al fuego. Y en las noches frías, podrás calentarme los pies. —Él le dedicó una mirada larga y firme—. Yo te rascaré las orejas, Garion —ofreció ella persuasiva—, y te traeré deliciosos huesos de la cocina.

—Olvídalo —dijo él, cortante.

—Es que siempre tengo los pies fríos.

—Ya lo he notado.

Un poco más adelante, Seda y Sadi cruzaban un sombrío paso de montaña enfrascados en una acalorada discusión.

—No, de ningún modo —dijo Seda con vehemencia.

—Creo que te estás comportando de forma poco razonable, Kheldar —protestó Sadi. El eunuco había cambiado su fosforescente traje de seda por una túnica, unas calzas de estilo occidental y un par de recias botas—. El sistema de distribución ya está organizado y yo podría ofrecerte cantidades ilimitadas de materia prima. Podríamos hacernos millonarios.

—Olvídalo, Sadi. Yo no comercio con drogas.

—Tú comercias con todo, Kheldar, y tienes ante ti un enorme mercado potencial que sólo espera que alguien se ocupe de él. ¿Por qué permites que los escrúpulos interfieran en os negocios?

—Tú eres nyissano, Sadi, y no lo entiendes porque las drogas forman parte de tu cultura.

—Polgara también emplea drogas para curar a los enfermos —se defendió Sadi.

—Eso es diferente.

—No veo por qué.

—Nunca lo entenderías.

—Me has decepcionado, Kheldar —dijo Sadi con un suspiro—. Eres un espía, un asesino y un ladrón. Haces trampa en el juego, falsificas dinero y no tienes escrúpulos para salir con mujeres casadas. Engañas a tus clientes de una forma escandalosa y bebes más cerveza que una esponja. Eres el hombre más corrupto que he conocido, pero te niegas a transportar unas sustancias inofensivas que harían felices a tus clientes.

—Todo hombre tiene un límite —respondió Seda con dignidad.

Velvet se giró sobre su silla de montar y miró a los dos hombrecillos.

—Ésta ha sido la conversación más fascinante que he oído en mi vida, caballeros —los felicitó—, y nos permitiría sacar asombrosas conclusiones sobre ética comparada —añadió con una radiante sonrisa que destacó los hoyuelos de su rostro.

—Eh..., margravina Liselle —dijo Sadi—. ¿Por casualidad llevas a Zith contigo otra vez?

—Sí, Sadi, así es. —La joven de cabellos de color miel alzó una mano en prevención de objeciones—. Pero esta vez no la he robado. Se metió en mi tienda a medianoche y se escondió en su sitio favorito. La pobre estaba temblando. —Seda palideció—. ¿Quieres que te la devuelva? —le preguntó la joven al eunuco.

—No —respondió Sadi mientras se rascaba la calva—. Supongo que no. Si está contenta, será mejor que la dejemos allí.

—Está muy contenta, incluso ronronea de placer. —De repente, Velvet hizo una mueca de preocupación—. Sin embargo, creo que deberías cuidar un poco su dieta, Sadi —dijo con voz crítica—. Su pequeña barriga parece estar aumentando de tamaño. —Volvió a sonreír—. No querrás tener una serpiente gorda, ¿verdad?

—¡Faltaba más! —dijo Sadi muy ofendido.

Un halcón con rayas azules se posó sobre un tronco seco, en un extremo del camino, y comenzó a limpiarse las alas con su pico curvo. Cuando se acercaron, el halcón descendió y tomó la forma de Beldin. El hechicero estaba maldiciendo.

—¿Algún problema, tío? —preguntó Polgara.

—Me topé con un viento lateral que me despeinó todas las plumas. Ya sabes cómo es eso.

—¡Oh, sí, desde luego! Me ocurre todo el tiempo. Las brisas nocturnas son imprevisibles.

—Lo que pasa es que tus plumas son demasiado suaves.

—Yo no inventé los búhos, tío, así que no me hagas responsable de las características de sus alas.

—Hay una taberna un poco más adelante, en un cruce de caminos —le informó Beldin a Belgarath—. ¿Quieres detenerte allí para averiguar qué ocurre en la llanura?

—Buena idea —asintió Belgarath—, pero evitemos buscar complicaciones innecesarias.

—Te espero dentro —dijo Beldin mientras levantaba el vuelo otra vez.

—¿Por qué siempre tiene que ser una taberna? —suspiró Polgara.

—Porque a la gente que bebe le gusta hablar —explicó Belgarath en un tono razonable—. Puedes obtener más información en una taberna en cinco minutos que en una hora entera en una casa de té.

—Sabía que encontrarías una buena excusa.

—Por supuesto.

Acabaron de cruzar el paso arbolado y se dirigieron a la taberna por un camino sombrío. Era un edificio bajo, construido con troncos toscamente pegados con barro. El techo bajo, hecho en madera, se había deformado por efecto del clima y el paso del tiempo. Gallinas amarillas escarbaban el suelo del patio de entrada y una gran cerda moteada alimentaba a una camada de alegres cerditos tendida sobre el fango. Frente a la puerta de la taberna había un par de jacas enfermas amarradas a un palo y un karand vestido con ropas apolilladas roncaba en el umbral.

Polgara detuvo su caballo en cuanto percibió el apestoso olor procedente del interior de la taberna.

—Señoras, creo que será preferible que esperemos fuera, en la sombra.

—El olor que sale por esa puerta no es muy agradable, ¿verdad? —comentó Velvet.

—Tú también, Eriond —dijo Polgara con firmeza—. No hay necesidad de que comiences a adquirir malos hábitos tan pronto.

La hechicera se dirigió hacia un bosquecillo de altos abetos a una distancia prudencial de la taberna y desmontó en la sombra. Durnik y Toth intercambiaron una rápida mirada y la siguieron junto con Velvet, Ce'Nedra y Eriond.

Sadi comenzó a desmontar frente a la taberna, pero de repente respiró hondo e hizo una mueca de asco.

—No estoy acostumbrado a este tipo de sitios, caballeros —dijo—. Será mejor que espere fuera. Además, es la hora de comer de Zith.

—Como prefieras —asintió Belgarath mientras desmontaba y comenzaba a andar hacia la taberna.

Esquivaron al karand que roncaba en el portal y se dirigieron al interior.

—Dividíos y separaos —murmuró el anciano—. Circulad y hablad con tanta gente como podáis. —Se volvió hacia Seda—. No quiero que esto acabe en una carrera—le advirtió.

—Confía en mí —dijo Seda mientras se alejaba.

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