A finales del cuarto milenio, uno de estos intercambios tuvo como resultado la unificación de los dos pueblos. Un joven llamado Kallath, hijo de un importante general angarak, fue enviado a Melcena a la edad de doce años para que se educara en la casa del ministro imperial de Asuntos Exteriores. Como es natural, el ministro frecuentaba a la familia imperial y Kallath se convirtió en un huésped de honor en el palacio, donde conoció a la única hija superviviente del anciano emperador Molvan, que tenía apenas un año menos que él. Aunque entre los dos jóvenes se estableció un vínculo especial, Kallath pronto cumplió dieciocho años y tuvo que regresar a Mal Zeth para comenzar su carrera militar. Sin embargo, tras una carrera meteórica, llegó a ocupar el puesto de gobernador general del distrito de Rakuth a la edad de veintiocho, convirtiéndose así en el hombre más joven de la historia del Estado Mayor. Un año más tarde, viajó a Melcena y se casó con la princesa Danera.
Durante los años siguientes, Kallath dividió su tiempo entre Melcena y Mal Zeth, donde construyó sendos centros de poder, y, cuando el emperador Molvan murió en el año 3829, estaba preparado para reemplazarlo. Los otros candidatos al trono murieron en extrañas circunstancias. Kallath se autoproclamó emperador de Melcene en el 3830, pese a las violentas protestas de varias familias nobles de Melcena, sofocadas con brutal eficacia por el nuevo emperador. Danera tuvo siete hijos saludables que asegurarían la continuidad del linaje.
Un año después, en uno de sus viajes a Mal Zeth, Kallath condujo al ejército melcene a la frontera de Delchin, y una vez en Mal Zeth presentó su ultimátum al Estado Mayor. Contaba con el ejército de su propio distrito de Rakuth y con los de los principados del este de Karanda, con cuyos gobiernos se había aliado. Estas tropas, sumadas a las apostadas en la frontera de Delchin, le concedían una supremacía militar absoluta. Kallath exigió ser nombrado comandante supremo de los ejércitos de Angarak. Aunque la plana mayor acostumbraba gobernar en conjunto, había habido algún precedente de un cargo similar. Sin embargo, la exigencia de Kallath implicaba un nuevo riesgo. Su puesto de emperador era hereditario y él insistía en que también lo fuera el cargo de comandante supremo de Angarak. Impotentes, los generales acabaron accediendo a sus demandas y Kallath se convirtió en la máxima autoridad del continente, como emperador de Melcene y comandante en jefe de Angarak.
El proceso de integración entre los melcenes y los angaraks fue conflictivo, pero con el tiempo resultó evidente que la burocracia de los primeros era mucho más eficaz que la administración militar de los segundos y la paciencia melcene triunfó sobre la brutalidad angarak. Al principio, la burocracia se ocupó de temas tan mundanos como el de los estandartes nacionales o el sistema monetario, pero poco después estableció un Departamento Nacional de Caminos. Pasados varios siglos, la burocracia se ocupaba de todos y cada uno de los aspectos de la vida del continente. De acuerdo con sus principios, reunió hombres y mujeres con talento procedentes de todos los rincones de Mallorea, sin distinciones de raza, y pronto hubo oficinas administrativas formadas por melcenes, karands, dalasianos y angaraks. En el año 4400, el poder de la burocracia era absoluto. El título de comandante supremo cayó en desuso, quizá porque la burocracia remitía todos sus comunicados a nombre de «el emperador».
No existen datos concretos sobre el momento en que el emperador de Melcene pasó a ser también emperador de Mallorea, aunque dicho título no fue aprobado de forma oficial hasta la desastrosa incursión en el Oeste que concluyó con la batalla de Vo Mimbre.
La conversión de los melcenes a la religión de Torak fue sólo aparente. Guiados por su característico pragmatismo, aceptaron las formalidades de los ritos angaraks en aras de la conveniencia política, pero los grolims nunca consiguieron de ellos la sumisión incondicional al dios dragón propia de los angaraks.
En el año 4850, el propio Torak abandonó Ashaba después de incontables siglos de reclusión. Mallorea se llenó de horror cuando el dios viviente, con su cara mutilada oculta tras una máscara de acero, apareció ante las puertas de Mal Zeth. Entonces el emperador fue desplazado y Torak asumió la autoridad como «Kal»: rey y dios. Los mensajeros llevaron la noticia a Cthol Murgos, Mishrak ac Thull y Gar og Nadrak, y en 4852 se formó un consejo de guerra en Mal Zeth. Los dalasianos, karands y melcenes se extrañaron de la presencia de un ser al que consideraban mítico, pero su sorpresa no tuvo límites con la llegada de los discípulos del dios.
Torak era un dios y sólo hablaba para dar órdenes, pero los discípulos —Ctuchik, Zedar y Urvon— eran hombres y examinaban o analizaban todo con una especie de frío desdén. Pronto descubrieron que la sociedad malloreana se había vuelto casi laica y tomaron medidas para rectificar la situación: se impusieron por el terror. Los grolims se desplazaron a todos los rincones de Mallorea y castigaron a los laicos por herejes. Los sacrificios, desterrados desde épocas inmemoriales, se reinstauraron con fanático entusiasmo y pronto todos los pueblos de Mallorea tuvieron un altar con su característica y hedionda hoguera. De un solo golpe, los discípulos de Torak reemplazaron el milenario gobierno militar y burocrático por una dictadura religiosa dominada por los grolims. Con el tiempo, todas las facetas de la vida malloreana dependieron de la voluntad de Torak.
Tras la movilización que precedió a la guerra con el Oeste, el continente quedó casi despoblado y el desastre de Vo Mimbre acabó con una generación entera. La catastrófica campaña, sumada a la muerte de Torak en manos del Guardián de Riva, desmoralizó por completo a los malloreanos. El viejo y decrépito emperador abandonó su retiro para intentar reconstruir la desmoronada burocracia. Los esfuerzos de los grolims por mantener el control fueron recibidos con el odio unánime de la población, pues sin Torak estos sacerdotes no tenían ningún poder real. Todos los hijos del emperador habían muerto en Vo Mimbre, excepto un niño de siete años, el hijo de la vejez. El emperador dedicó los pocos años que le quedaban a instruir y preparar a su sucesor para la tarea de gobierno. Cuando por razones de la edad comenzó a perder poder, su hijo Korzeth, que entonces contaba catorce años, lo depuso sin miramientos y ocupó el trono imperial.
Después de la guerra, la sociedad malloreana había vuelto a fraccionarse en sus componentes originales —Melcena, Karanda, Dalasia y Antigua Mallorea— e incluso hubo intentos de dividir el territorio en estados más pequeños aun, de acuerdo con el modelo de reinos prehistóricos que existían antes de la llegada de los angaraks. Este movimiento tuvo especial fuerza en el principado de Gandahar, al sur de Melcena; en Zamad y Voresebo, en Karanda, y en Perivor en los protectorados dalasianos. Engañados por la juventud de Korzeth, estas regiones se apresuraron a declarar su independencia del trono de Mal Zeth, y varios principados parecían dispuestos a seguir su ejemplo; pero Korzeth actuó con rapidez y cortó de raíz la incipiente revolución. El emperador niño pasó el resto de su vida montado a caballo y protagonizó el derramamiento de sangre más grande de la historia. Pero, cuando hubo acabado, entregó a su sucesor una Mallorea reunificada.
Los descendientes de Korzeth impusieron una forma de gobierno diferente. Antes de la desastrosa guerra, el papel del emperador de Mallorea era casi simbólico, pues la burocracia ejercía el verdadero poder. No obstante, la autoridad del trono se volvió absoluta. La orientación militar de Korzeth y sus descendientes motivó el traslado del centro de poder de Melcena a Mal Zeth, y, como siempre que el gobierno está en manos de una sola persona, las intrigas políticas comenzaron a proliferar. Los funcionarios conspiraban para desacreditar a sus rivales y ganar los favores del emperador. A pesar de ello, lejos de intentar acabar con esas confabulaciones palaciegas, los descendientes de Korzeth las alentaron, conscientes de que hombres divididos por la desconfianza mutua nunca se unirían para desafiar el poder del trono.
El actual emperador, Zakath, accedió al trono a la edad de dieciocho años. El gobierno de este joven inteligente, sensible y capaz, prometía ser brillante, pero una tragedia personal lo separó de su camino y lo convirtió en un hombre temido por casi todo el mundo. Ahora vive obsesionado con la idea del poder y durante las últimas dos décadas no ha pensado en otra cosa que en convertirse en Rey Supremo de todos los angaraks. Sólo el tiempo decidirá si Zakath será capaz de dominar los reinos del oeste de Angarak, pero, si lo consigue, la historia del mundo entero podría experimentar un profundo cambio.
Su Majestad, la reina Porenn de Drasnia, estaba abstraída en sus pensamientos. De pie, junto a la ventana de su barroca salita decorada en distintos tonos de rosa, contemplaba a su hijo Kheva y a Unrak, el hijo de Barak de Trellheim, que jugaban en un jardín inundado por la luz de la mañana. Los niños habían llegado a esa edad en que casi parecía posible verlos crecer y en que sus voces oscilaban entre un infantil timbre de soprano y un varonil tono de barítono. Porenn suspiró y se alisó la túnica negra. La reina de Drasnia llevaba luto desde la muerte de su esposo.
—Mi querido Rhodar —murmuró con tristeza—, te sentirías orgulloso de él.
Entonces se oyó un golpe suave en la puerta.
—¿Sí? —respondió sin girarse.
—Un nadrak desea veros, Majestad —informó el anciano mayordomo junto a la puerta—. Dice que lo conocéis.
—¿Sí?
—Su nombre es Yarblek.
—¡Ah, el socio del príncipe Kheldar! Hazlo pasar, por favor.
—Lo acompaña una mujer, Majestad —añadió el mayordomo con expresión reprobadora—. Y emplea un lenguaje que sin duda preferiréis no oír.
—Debe de ser Vella —dijo Porenn con una sonrisa afectuosa—. Ya he oído sus palabrotas en otras ocasiones, aunque no creo que las diga en serio. Hazlos pasar a los dos, por favor.
—De inmediato, Majestad.
Yarblek tenía un aspecto tan desaliñado como siempre. Por lo visto, la costura del hombro de su largo abrigo negro se había descosido y él la había reparado rudimentariamente con un trozo de cordón de cuero. Tenía una barba negra, crespa y rala y su cabello estaba enmarañado. Además, no olía demasiado bien.
—Majestad —dijo con solemnidad e intentó hacer una reverencia, pero no pudo evitar tambalearse con torpeza.
—¿Borracho tan pronto, Yarblek? —preguntó Porenn con sarcasmo.
—No, en realidad no, Porenn —respondió él con descaro—. Es sólo un poco de resaca por la borrachera de anoche.
La reina no se sintió ofendida porque la llamara por su nombre de pila. Yarblek nunca había tenido muy claras las reglas del protocolo.
La mujer que lo acompañaba era una nadrak de asombrosa belleza, con cabello negro azulado y ojos brillantes. Vestía estrechos pantalones de cuero y un chaleco negro del mismo material. Por encima de cada una de sus botas sobresalía una daga con empuñadura de plata y llevaba otras dos debajo del ancho cinturón de piel que le ceñía la cintura. La joven saludó con una elegante reverencia.
—Pareces cansada, Porenn —observó—, creo que deberías dormir más.
—Díselo a los que me traen montañas de papeles a cada rato —rió la reina.
—Años atrás tomé una decisión —dijo Yarblek mientras se arrellanaba en una silla sin esperar a que lo invitaran—: nunca pongo nada por escrito. De ese modo ahorro tiempo y no me meto en líos.
—Creo que Kheldar opina lo mismo.
—Seda es un realista —manifestó Yarblek encogiéndose de hombros.
—Hace tiempo que no nos veíamos —declaró Porenn, al tiempo que se sentaba.
—Hemos estado en Mallorea —terció Vella mientras paseaba por la salita y contemplaba los muebles con admiración.
—Habéis corrido un gran peligro. He oído que allí hay una plaga.
—La plaga se ha restringido a Mal Zeth —respondió Yarblek—. Polgara convenció al emperador de que cerrara la ciudad.
—¡Polgara! —exclamó Porenn mientras se ponía de pie—. ¿Qué hace en Mallorea?
—La última vez que la vi se dirigía a un sitio llamado Ashaba. La acompañaban Belgarath y los demás.
—¿Cómo llegaron a Mallorea?
—Supongo que por barco. Está demasiado lejos como para ir nadando.
—Yarblek —dijo Porenn con exasperación—, ¿voy a tener que sacarte la información palabra por palabra?
—A eso iba, Porenn —contestó él con expresión de ofendido—. ¿Quieres que te cuente toda la historia o prefieres oír los mensajes primero? Tengo varios mensajes para ti y Vella tiene otros de los que ni siquiera quiere hablar... al menos conmigo.
—Comienza por el principio, Yarblek.
—Como prefieras —declaró, y comenzó a rascarse la barba—. Según tengo entendido, Seda, Belgarath y los demás estaban en Cthol Murgos cuando fueron capturados por los malloreanos y Zakath los condujo a Mal Zeth. El joven de la enorme espada... se llama Belgarion, ¿verdad?..., bueno, pues él y Zakath se hicieron amigos.
—¿Garion y Zakath? —preguntó Porenn, incrédula—. ¿Cómo es posible?
—No lo sé —respondió Yarblek—. Yo no estaba allí cuando sucedió. La cuestión es que se hicieron amigos, pero entonces se desató la plaga en Mal Zeth. Yo logré sacar a Seda y a los demás de la ciudad y nos dirigimos hacia el norte, aunque nos separamos antes de llegar a Venna. Ellos querían ir a Ashaba y yo tenía una caravana llena de mercancía que debía llevar a Yar Marak. Por cierto, hice un negocio estupendo con ella.
—¿Por qué querían ir a Ashaba?
—Perseguían a una mujer llamada Zandramas que raptó al hijo de Belgarion.
—¿Una mujer? ¿Zandramas es una mujer?
—Eso dijeron. Belgarath me dio una carta para ti y allí te lo explica todo. Le aconsejé que no la escribiera, pero no me hizo caso. —Yarblek se levantó de la silla, rebuscó en el interior de su largo abrigo y entregó un pergamino arrugado y sucio a la reina. Luego se acercó a la ventana y miró hacia el exterior—. ¿No es ése el hijo de Trellheim? —preguntó—. El chico corpulento de cabellos rojos.
—Sí —respondió Porenn con aire ausente mientras intentaba concentrarse en el mensaje que estaba leyendo.
—¿Está aquí? Me refiero a Trellheim.
—Sí, aunque no sé si estará levantado. Anoche se acostó muy tarde y cuando lo hizo estaba un poco mareado.
—¡Muy propio de Barak! —rió Yarblek—. ¿Su esposa y sus hijas también están con él?