—Para comerlas no.
Puesto que la noche anterior no habían dormido, se retiraron a descansar temprano. Garion se removió inquieto entre las mantas durante un rato hasta que el sueño lo venció.
A la mañana siguiente, todos se levantaron tarde. Garion salió del sector de la tienda que compartía con Ce'Nedra, separado del resto con una cortina, y se encontró a Seda paseándose con nerviosismo.
—Por fin —declaró el hombrecillo con alivio—, pensé que ibais a dormir todos hasta el mediodía.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Garion.
—Necesito hablar con alguien, eso es todo.
—¿Te sientes solo?
—No, más bien nervioso. Es probable que Zakath llegue hoy. ¿Crees que deberíamos despertar a Belgarath?
—¿Por qué?
—Para saber si Beldin ha descubierto un modo de sacarnos de aquí.
—Te preocupas demasiado.
—¡Vaya! Y tú te has levantado muy tranquilo esta mañana —acusó Seda.
—No creas, pero no tiene sentido desesperarse por algo que no podemos solucionar, ¿no crees?
—Garion, ¿por qué no vuelves a la cama?
—Creí que te sentías solo.
—No tanto.
—¿Atesca ya ha pasado por aquí?
—No. Supongo que estará muy ocupado, pues tiene que organizar la campaña antes de que llegue Zakath. —El hombrecillo se dejó caer sobre una de las sillas desmontables—. Sea cual fuere el plan de Beldin, cuando salgamos de aquí tendremos un regimiento entero pegado a nuestros talones —predijo—, y odio que me persigan.
—Nos han estado persiguiendo desde la noche en que salimos de la hacienda de Faldor. Ya deberías estar acostumbrado.
—Oh, lo estoy, pero aun así no me gusta.
Una hora después, se levantaron los demás y los guardias les trajeron el desayuno. Aquellos dos soldados vestidos de rojo eran las únicas personas que habían visto desde su llegada al pabellón.
Al mediodía, el general Atesca entró en la tienda.
—Su Majestad Imperial llegará pronto —anunció—. Sus barcos se acercan a los muelles.
—Gracias por avisarnos, general —respondió Belgarath.
Atesca saludó con una reverencia formal y se retiró.
—Vamos, señoras —le dijo Polgara a Ce'Nedra y Velvet mientras se incorporaba—. Pongámonos presentables.
Sadi miró su túnica vulgar y sus calzas.
—No es un atuendo adecuado para una audiencia con el emperador —señaló—. ¿No creéis que deberíamos cambiarnos?
—¿Para qué molestarse? —dijo Belgarath encogiéndose de hombros—. No debemos dar a Zakath la impresión de que lo tomamos en serio.
—¿No lo tomamos en serio?
—Tal vez, pero no es conveniente que lo sepa.
Poco después llegó el emperador de Mallorea, acompañado por el general Atesca y el jefe del Departamento de Asuntos Internos. Zakath llevaba su habitual túnica de lino, aunque con una corta capa militar sobre los hombros. Sus ojos conservaban el mismo brillo melancólico y sus labios pálidos no permitían adivinar sus sentimientos.
—Buenos días, Majestad —le dijo a Garion con voz inexpresiva—. Confío en que te encuentres bien.
—Bastante bien, Majestad, gracias —respondió Garion. Si Zakath quería formalidad, él le daría formalidad.
—Vuestros largos viajes deben de resultar agotadores —añadió Zakath con el mismo tono indiferente—, sobre todo para las señoras. Me ocuparé de que vuestro regreso a Mal Zeth se realice en etapas tranquilas.
—Eres muy amable, Majestad, pero nosotros no nos dirigimos a Mal Zeth.
—Te equivocas, Belgarion, vais a regresar a Mal Zeth.
—Lo siento, pero tengo una cita importante en otro sitio.
—Le presentaré tus excusas a Zandramas cuando la vea.
—Estoy seguro de que se alegraría mucho de que no fuera.
—La alegría no le durará demasiado, pues pienso hacerla quemar por bruja.
—Buena suerte, Majestad, pero dudo que sea combustible.
—¿No os parece que os estáis comportando como un par de tontos, caballeros? —preguntó Polgara, que se había puesto un vestido azul y remendaba con serenidad un par de calcetines de Eriond.
—¿Tontos? —exclamó Zakath con los ojos encendidos de furia.
—Aún sois amigos y ambos lo sabéis. Ahora dejad de actuar como chiquillos.
—Creo que has ido demasiado lejos, Polgara —le dijo Zakath con frialdad.
—¿De veras? —respondió ella—. Yo creía haber descrito la situación con bastante claridad. Tú no encadenarás a Garion y él no te convertirá en un rábano, así que olvidad las amenazas.
—Continuaremos esta discusión en otro momento —dijo Zakath con voz cortante y, tras dirigir una pequeña reverencia a Polgara, se retiró de la tienda.
—¿No has sido un poco brusca, Polgara? —le preguntó Sadi.
—No lo creo —contestó ella—. De este modo nos ahorraremos un montón de tonterías —añadió mientras doblaba con cuidado los calcetines—. Eriond, ya es hora de que vuelvas a cortarte las uñas de los pies, pues rompes los calcetines más rápido de lo que puedo remendarlos.
—Zakath vuelve a ser el de antes, ¿verdad? —dijo Garion con tristeza.
—No del todo —afirmó Polgara—. Lo de hace un momento fue sólo una representación para ocultar sus verdaderos sentimientos. —Se volvió hacia Belgarath—. ¿Y bien, padre? ¿Ya se le ha ocurrido algo al tío Beldin?
—Esta mañana estaba tramando algo. Ahora no puedo hablar con él porque está persiguiendo un conejo. Volveremos a ponernos en contacto en cuanto acabe de comer.
—¿No puede concentrarse en sus obligaciones?
—Oh, vamos Pol. Te he visto abandonarlo todo por un conejo gordo en más de una ocasión.
—¡No! —exclamó Ce'Nedra con una súbita expresión de horror en la cara.
—No lo comprenderías, cariño —le explicó Polgara—. ¿Por qué no me traes tu vestido gris? He notado que el dobladillo está descosido y aprovecharé que tengo la caja de costura abierta.
Aguardaron durante el resto de la tarde y, después de cenar, se enfrascaron en una tranquila charla.
Seda miró hacia la puerta de la tienda, donde estaban apostados los guardias.
—¿Has tenido suerte con Beldin? —le preguntó a Belgarath en un murmullo.
—Está planeando algo y, conociendo a Beldin, supongo que será algo bastante exótico. Ahora se ocupa de los últimos detalles y me avisará en cuanto esté todo preparado.
—¿No sería mejor que los dos trabajarais juntos en el plan?
—Él sabe lo que debe hacer, y si yo interfiriera, sólo conseguiría estropear las cosas. —El anciano se estiró y bostezó. Luego se puso de pie—. Vosotros haced lo que queráis —anunció—, pero yo me voy a dormir.
A la mañana siguiente Garion se levantó sin hacer ruido, se vistió y dejó a Ce'Nedra durmiendo.
Durnik, Toth y Belgarath estaban sentados a la mesa en la sección principal del pabellón.
—No me preguntes cómo lo ha hecho —decía Belgarath—. Lo único que me ha dicho es que Cyradis accedería a venir aquí si Toth la llamaba.
Durnik y Toth se comunicaron con gestos.
—Dice que puede hacerlo —tradujo el herrero—. ¿Quieres que venga ahora?
Belgarath negó con la cabeza.
—No, esperaremos a que Zakath se reúna con nosotros. Sé cuánto la agota proyectar su imagen cuando la distancia es grande. —Hizo una mueca de disgusto—. Beldin sugiere que dejemos que la conversación llegue a su punto culminante antes de llamarla. A mi hermano le fascinan los melodramas. Creí que había logrado superar esa afición hace años, pero de vez en cuando tiene recaídas. Buenos días, Garion.
Garion saludó con un gesto y se sentó a la mesa.
—¿Qué va a hacer Cyradis que no podamos hacer nosotros? —preguntó.
—No estoy seguro —respondió Belgarath—, pero todos sabemos que ejerce una influencia especial sobre Zakath. Cada vez que la ve, se muestra muy desconcertado. Beldin no me ha dicho lo que tiene en mente, pero parecía muy satisfecho consigo mismo. ¿Te apetece llevar a cabo una función dramática?
—No mucho, pero pienso que podré soportarlo.
—Se supone que tú tienes que irritar a Zakath, aunque no demasiado. Debes conseguir que te amenace y en ese momento llamaremos a Cyradis. No lo hagas de buenas a primeras, sino gradualmente. —El anciano miró a Toth—. En cuanto Garion y Zakath comiencen a discutir, tú mírame a mí —le ordenó—. Cuando me cubra la boca para toser, llama a tu ama.
Toth asintió con un gesto.
—¿Advertirás de esto a los demás? —preguntó Garion.
—No —respondió Belgarath después de reflexionar—. Si no están enterados, sus reacciones serán más naturales.
—Creo que Beldin no es el único que tiene aficiones teatrales —observó Durnik con una sonrisita.
—Yo solía ser un narrador profesional, Durnik —le recordó Belgarath—, y sé bien cómo ganarme al público.
Después de que los demás se levantaran y desayunaran, el general Atesca entró en la tienda.
—Su Majestad Imperial me ha ordenado rogaros que os preparéis, pues partiréis en dirección a Mal Zeth dentro de una hora.
—Dile a Su Majestad Imperial —se apresuró a responder Garion— que no vamos a ningún sitio hasta que no acabemos la conversación que comenzamos ayer.
Atesca se mostró desconcertado durante un instante, pero luego recuperó la compostura.
—Nadie le habla así al emperador, Majestad —declaró.
—Entonces es probable que disfrute con la novedad.
—En estos momentos, el emperador está ocupado con otros asuntos —repuso Atesca con los hombros erguidos.
Garion se reclinó en la silla y cruzó las piernas.
—Esperaremos a que acabe —dijo con voz cortante—. Eso es todo, general.
La expresión de Atesca se endureció. El general hizo una reverencia formal, dio media vuelta y se retiró sin pronunciar otra palabra.
—¡Garion! —exclamó Ce'Nedra—. Estamos a merced de Zakath y tú te muestras deliberadamente grosero.
—El tampoco ha sido muy amable conmigo —respondió Garion encogiéndose de hombros—. Le dije que no iríamos a Mal Zeth y no me escuchó. A veces es necesario ser brusco para atraer su atención.
Polgara miraba a Garion con expresión de asombro, pero pronto se volvió hacia Belgarath.
—¿Qué te propones, padre? —preguntó.
El le hizo un guiño, pero no respondió.
Kal Zakath tardó apenas dos minutos en llegar. Entró a la tienda, con los ojos desorbitados y la cara roja como un tomate.
—¿Qué significa esto? —le gritó a Garion.
—¿A qué te refieres?
—¡Te he dado una orden!
—¿Ah, sí? Pues yo no soy uno de tus súbditos.
—¡Esto es intolerable!
—Ya te acostumbrarás a ello. A esta altura deberías saber que siempre hago lo que me propongo. Creí que lo había dejado claro cuando me marché de Mal Zeth. Entonces te dije que nos íbamos a Ashaba y eso fue exactamente lo que hicimos.
El emperador hizo grandes esfuerzos para controlarse.
—Sólo intentaba protegeros, idiota —dijo con los dientes apretados—, pues ibais a toparos con el propio Mengha.
—Nosotros no tuvimos ningún problema con Mengha.
—Atesca me contó que lo mataste, aunque no me dio detalles —respondió Zakath más compuesto.
—En realidad no lo hice yo, sino la margravina Liselle.
Zakath miró con expresión perpleja a la muchacha de los hoyuelos en las mejillas.
—Su Majestad exagera —murmuró ella con una pequeña inclinación de cabeza—, pues conté con ayuda.
—¿Ayuda?, ¿de quién?
—De Zith. Mengha se mostró muy sorprendido.
—¿Alguien quiere explicarme lo que sucedió, dejando a un lado los comentarios ingeniosos?
—Fue muy simple, Majestad —respondió Seda con suavidad—. Tuvimos un pequeño malentendido con un chandim y varias personas más en la antigua sala del trono de Torak, en Ashaba. Mientras Mengha impartía órdenes a sus hombres, Liselle sacó a la serpiente de su corpiño y se la arrojó a la cara. Zith lo mordió unas cuantas veces, él se puso duro como una tabla y murió antes de caer al suelo.
—¿De verdad llevas a esa serpiente en el corpiño de tu vestido? —le preguntó Zakath a Velvet con incredulidad—. ¿Cómo puedes hacer algo así?
—Tardé un tiempo en acostumbrarme —admitió ella mientras se llevaba una mano al corpiño.
—¿De verdad sucedió así?
—La descripción del príncipe Kheldar fue bastante exacta, Majestad —le aseguró Sadi—. Zith se enfadó mucho. Creo que estaba dormida cuando la margravina la arrojó y odia que la despierten con brusquedad.
—Según pudimos descubrir —añadió Belgarath—, Mengha era un chandim y la mano derecha de Urvon.
—Eso me ha dicho Atesca. Eso significa que Urvon es el responsable de lo que sucede en Karanda, ¿verdad?
—Sólo en parte —respondió Belgarath—. Urvon no se encuentra lo bastante cuerdo para ser responsable de nada. Está dominado por un Señor de los Demonios llamado Nahaz, y los hombres que tratan con demonios suelen perder el juicio. Urvon está convencido de que es un dios.
—Si tan loco está, ¿quién ha organizado esta campaña militar? Atesca dice que el hecho de que rebasara el flanco de las tropas de elefantes fue una muestra de genialidad estratégica.
—Supongo que Nahaz estará al mando, pues los demonios se preocupan poco por sus bajas. También saben ingeniárselas para hacer correr mucho a la gente.
—Nunca he estado en guerra con un Señor de los Demonios —murmuró Zakath con aire pensativo—. ¿Qué intenta conseguir?
—El Sardion —respondió Garion—. Todo el mundo quiere apoderarse de él, incluyéndome a mí.
—¿Para convocar al nuevo dios de Angarak?
—Supongo que sí.
—Esa idea no me gusta nada. Tú nos liberaste de Torak y no quiero ver coronar a un sucesor en Mal Zeth o Mal Yaska. Angarak no necesita un dios, pues ya me tiene a mí. ¿Quién es tu candidato?
—No lo sé, aún no me lo han dicho.
—¿Qué voy a hacer contigo, Belgarion? —suspiró Zakath.
—Tendrás que dejarnos ir para que cumplamos con nuestra misión. Aunque a ti no te guste la idea de que surja un nuevo dios, creo que mi elegido te agradará más que el de Zandramas, Urvon o Agachak.
—¿Agachak?
—Sí, el jerarca de Cthol Murgos. El también está en Mallorea.
—Entonces también me encargaré de él. Pero me temo que todavía quedas tú.
—Acabo de decirte lo que debes hacer conmigo.
—Tu propuesta no me convence —respondió Zakath con una sonrisa casi imperceptible—. No eres de fiar.
—¿Y tú qué pretendes ganar con este asunto? —le preguntó Belgarath.