La hechicera de Darshiva (39 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La hechicera de Darshiva
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—Cuando lo conozcas mejor te parecerá aún más extraño —sonrió Garion—. En Ashaba, Urvon casi se vuelve loco de terror al verlo.

—Pero exagera con lo de los buitres, ¿verdad?

—Tal vez no. No hay duda de que piensa destripar al discípulo de Torak como a un perro.

—¿Crees que necesitará ayuda? —preguntó Zakath con los ojos brillantes.

—¿No tienes por casualidad algún antecesor arendiano? —preguntó Garion con recelo.

—No te entiendo.

—Olvídalo —suspiró Garion.

Beldin se sentó en el suelo, junto al camino, y comenzó a roer un trozo de pollo asado.

—Lo has quemado, Pol —acusó.

—No lo cociné yo, tío —respondió ella con sencillez.

—¿Por qué no? ¿Has olvidado cómo hacerlo?

—Tengo una receta estupenda para hacer cocido de enano —respondió ella—. Estoy segura de que más de uno estará encantado de comerlo.

—Estás perdiendo el ingenio, Pol —dijo él mientras se limpiaba los dedos grasientos en su harapienta túnica—. Tus sesos se están reblandeciendo tanto como tu trasero.

La cara de Zakath cobró una súbita expresión de furia, pero Garion lo tranquilizó con un gesto.

—Es un asunto personal —le advirtió—. Yo en tu lugar no me metería. Hace miles de años que se insultan. Creo que es una forma extraña de amor.

—¿Amor?

—Escúchalos —le aconsejó Garion—. Podrías aprender algo nuevo. Los alorns no somos como los angaraks. No hacemos demasiadas reverencias y a veces escondemos nuestros sentimientos detrás de las bromas.

—¿Polgara es alorn? —preguntó Zakath, sorprendido.

—Mírala bien. Es morena, aunque su hermana melliza tenía el cabello tan dorado como un campo de trigo. Observa sus pómulos y su barbilla. Yo gobierno un reino de alorns y conozco bien su aspecto. Ella y Liselle podrían ser hermanas.

—Ahora que lo dices, tienen un cierto parecido. ¿Cómo es que nunca lo había notado antes?

—Has contratado a Brador para que observe las cosas por ti —respondió Garion mientras se acomodaba la cota de malla—. Yo no me fío de los ojos de los demás.

—¿Beldin también es alorn?

—Nadie lo sabe. Es tan deforme que es difícil atribuirle cualquier nacionalidad por sus rasgos.

—Pobrecillo...

—No malgastes tu compasión con Beldin —respondió Garion—. Tiene seis mil años y si quisiera podría convertirte en sapo. Puede hacer que nieve o llueva y es mucho, mucho más listo que Belgarath.

—Pero es tan desaliñado... —dijo Zakath mirando al mugriento enano.

—Su aspecto no le preocupa —respondió Garion—. Puesto que es tan feo, no pierde el tiempo intentando cambiar su imagen. De todos modos, ésta es sólo la forma con que vive entre nosotros. Su otra forma es tan maravillosa que te deslumbraría.

—¿A qué forma te refieres?

—A una de nuestras peculiaridades. En ocasiones, nuestra forma humana no resulta práctica para cumplir con nuestras obligaciones. A Beldin le gusta volar, de modo que pasa la mayor parte del tiempo convertido en un halcón con bandas azules en las alas.

—Yo soy halconero, Garion, y no creo que esa especie de halcón exista.

—Eso díselo a él —repuso Garion señalando al hombrecillo que desgarraba el pollo con los dientes a la vera del camino.

—Podrías haberlo cortado, tío —dijo Polgara.

—¿Por qué? —preguntó él dando otro ávido bocado.

—Es más correcto.

—Pol, yo te he enseñado a volar y a cazar, así que no intentes enseñarme a comer.

—No creo que «comer» sea el término adecuado, tío. Tú no comes, devoras.

—Cada uno lo hace a su manera, Pol —dijo él con un eructo—. Tú lo haces con un tenedor de plata y un plato de porcelana y yo con mis garras y mi pico en una zanja junto al camino. De un modo u otro, todo acaba en el mismo lugar. —Desgarró con los dientes un trozo de piel quemada del muslo de pollo—. Esto no está tan mal —admitió—, al menos te entretiene hasta que llegas a la carne.

—¿Has visto algo en el camino? —preguntó Belgarath.

—Varias tropas, unos pocos civiles aterrorizados y alguno que otro grolim. Eso es todo.

—¿Algún demonio?

—Yo no he visto ninguno, aunque eso no quiere decir que no haya alguno escondido por ahí. Ya sabes cómo son los demonios. ¿Volveréis a viajar por la noche?

—No lo creo —respondió Belgarath después de reflexionar un momento—. Se pierde mucho tiempo y debemos darnos prisa.

—Como quieras. —Beldin arrojó los restos del pollo al suelo y se puso de pie— Iré delante y os avisaré cuando estéis a punto de toparos con problemas.

El jorobado se inclinó, abrió los brazos y, tras transformarse en halcón, se elevó hacia el cielo nuboso.

—¡Por los dientes de Torak! —exclamó Zakath—. ¡Es verdad que tiene bandas azules!

—Es un invento suyo —dijo Belgarath—, pues no le gustaban los colores normales de los halcones. Ahora continuemos.

Aunque faltaba poco para el verano, un misterioso aire frío se cernía sobre Darshiva. Garion no sabía si se debía a la persistente neblina o a otra causa más tenebrosa. Los marchitos troncos blancos flanqueaban el camino y se respiraba un apestoso olor a hongos, vegetación podrida y agua estancada. Pasaron junto a viejas aldeas abandonadas, convertidas en ruinas, y junto a un lastimoso templo cuyas paredes estaban cubiertas de moho, como si el edificio hubiera sido infectado por alguna espantosa enfermedad. Las puertas estaban abiertas y la máscara de acero de la cara de Torak, que debería haber estado encima, había desaparecido. Belgarath detuvo su caballo y desmontó.

—Vuelvo enseguida —avisó. Subió los peldaños de la entrada y se asomó al interior. Luego se giró y regresó—. Supuse que lo habrían hecho —dijo.

—¿A qué te refieres, padre? —le preguntó tía Pol.

—A que sacaron la cara de Torak de la pared que está detrás del altar. Están esperando descubrir el rostro del nuevo dios.

Se refugiaron a pasar la noche junto a una pared desmoronada de una aldea en ruinas. No encendieron fuego y se turnaron para hacer guardia. Al día siguiente, partieron con las primeras luces del alba. A medida que avanzaban, el paisaje se volvía más sombrío y amenazador.

A media mañana, Beldin descendió con un aleteo y se posó sobre el suelo. Después recuperó su forma normal y aguardó a que los demás llegaran a su lado.

—Hay soldados obstaculizando el camino a un kilómetro y medio de aquí —anunció.

—¿Crees que podremos pasar por un costado sin que nos vean? —preguntó Belgarath.

—Lo dudo. En esta zona, el terreno es bastante llano y la vegetación está marchita desde hace años.

—¿Cuántos son? —preguntó Seda.

—Unos quince. Los acompaña un grolim.

—¿Sabes en qué bando están?

—No he alcanzado a ver ninguna señal distintiva.

—¿Quieres que intente hablar con ellos? —ofreció Seda.

Belgarath se volvió hacia Beldin.

—¿Están obstruyendo el camino a propósito, o simplemente han acampado allí?

—Han construido una barricada con troncos.

—Eso lo aclara todo. El diálogo no servirá de nada.

El hechicero reflexionó un momento.

—Podríamos esperar a que anocheciera e intentar pasar sin que nos vieran —sugirió Velvet.

—De ese modo perderíamos un día entero —respondió Belgarath—. No tenemos otra opción que atravesar la barricada. Intentad no matar más hombres de lo estrictamente necesario.

—No se anda con rodeos, ¿verdad? —le preguntó Zakath a Garion con sarcasmo.

—¿Hay alguna posibilidad de sorprenderlos? —le preguntó Belgarath a Beldin.

El enano negó con la cabeza.

—Te verán venir desde ochocientos metros de distancia.

El hombrecillo se apartó unos pasos del camino, arrancó un pequeño tronco seco y lo golpeó contra una roca hasta que logró deshacerse de la capa superficial de madera podrida. La raíz desnuda se convirtió en una porra de aspecto temible.

—Bueno, será mejor que vayamos a echar un vistazo.

Cabalgaron hasta la cima de una colina y desde allí contemplaron la barricada y los soldados escondidos detrás.

—Darshivanos —afirmó Zakath.

—¿Cómo puedes reconocerlos a esta distancia? —preguntó Seda.

—Por la forma de los cascos. —El malloreano arrugó los ojos—. Los soldados darshivanos son famosos por su escaso valor y están muy mal entrenados. ¿Creéis que podríamos emplear algún truco para obligarlos a salir de atrás de la barricada?

Garion miró a los soldados que estaban acuclillados detrás de los troncos.

—Yo diría que les han ordenado que no dejen pasar a nadie —observó—. ¿Qué tal si pasamos por un costado y fingimos seguir adelante? Ellos correrán a buscar sus caballos y nosotros regresaremos a atacarlos. Estarán tan confundidos que podremos arrinconarlos contra su propia barricada. No va a ser difícil derribar a unos cuantos y sin duda los demás intentarán escapar.

—No es un mal plan, Garion. Eres un buen estratega. ¿Has recibido instrucción militar?

—No. He cogido experiencia con la práctica.

En una tierra de frágiles árboles marchitos, Garion no podía ni pensar en construir una lanza, de modo que ató el escudo a su brazo izquierdo y desenvainó la espada.

—De acuerdo —asintió Belgarath—, intentémoslo. Es probable que así ahorremos unas cuantas bajas.

—Otra cosa —dijo Seda—, debemos asegurarnos de que ninguno suba a su caballo. A pie no podrán conseguir ayuda. Si ahuyentamos los caballos, estaremos lejos de la zona cuando lleguen refuerzos.

—Yo me ocuparé de eso —dijo Belgarath—. Ahora vámonos.

Espolearon a sus caballos y corrieron a todo galope hacia las barricadas con las armas en alto. Mientras descendían la colina, Garion vio que Zakath se ponía un curioso guante revestido de acero en la mano derecha.

Poco antes de llegar junto a la barricada, donde aguardaban los alarmados soldados, giraron de forma brusca hacia la izquierda, flanquearon la barricada y siguieron galopando por el camino.

—¡Tras ellos! —les ordenó el grolim vestido de negro a los asombrados soldados—. ¡No los dejéis escapar!

Garion pasó junto a los caballos de los darshivanos y obligó a girar a Chretienne. Entonces volvió atrás seguido por los demás y arremetió contra los desconcertados soldados. Puesto que no quería matar a nadie, se limitó a apartarlos con la parte roma de su espada. Derribó a dos o tres y se abrió paso entre sus filas, mientras a sus espaldas resonaban sonidos de golpes y gritos de dolor. El grolim se incorporó y Garion notó que pretendía utilizar su poder. Entonces lo atropelló con su caballo sin vacilar y volvió a girarse. Toth daba golpes a diestro y siniestro con su pesada porra y Durnik abollaba cascos con el mango de su hacha. Zakath, por su parte, estaba inclinado sobre la montura del caballo. No tenía armas, pero golpeaba las caras de sus contrincantes con la mano revestida de metal. El guante parecía muy efectivo.

Entonces se oyó un aullido aterrador desde el lugar donde estaban amarrados los caballos. Un enorme lobo gris gruñía y mordía las patas de los caballos. Presas del pánico, los animales saltaron hasta romper las sogas y luego huyeron despavoridos.

—¡Vámonos! —les gritó Garion a sus amigos y otra vez se abrió paso entre los darshivanos para reunirse con Polgara, Ce'Nedra, Velvet y Eriond que los esperaban en el camino.

Belgarath corrió tras ellos, luego recuperó su forma natural y volvió a montar.

—Todo ha salido como esperábamos —señaló Zakath, agitado y con la frente empapada de sudor—. Sin embargo, creo que me falta práctica —añadió.

—Pasas demasiado tiempo sentado —observó Seda—. ¿Qué es eso que tienes en la mano?

—Se llama cesto —respondió el malloreano mientras se lo quitaba—. Hace tiempo que no uso la espada, así que pensé que iba a manejar mejor esto... sobre todo porque Belgarath quería reducir las bajas al mínimo.

—¿Hemos matado a alguien? —preguntó Durnik.

—A dos —admitió Sadi y mostró su pequeña daga—. Es difícil quitarle el veneno a un cuchillo.

—Yo maté a otro —le dijo Seda al herrero—. Corría tras de ti con una lanza, así que le arrojé una daga.

—Es inevitable —dijo Belgarath—. Ahora marchémonos de aquí.

Continuaron galopando a lo largo de varios kilómetros y luego volvieron a reducir el paso.

Aquella noche se refugiaron en un bosquecillo de árboles marchitos. Durnik y Toth cavaron un foso poco profundo y encendieron un pequeño fuego en el interior. Garion y Zakath caminaron hasta el borde del bosquecillo para vigilar el camino.

—¿Siempre es así? —preguntó Zakath en voz baja.

—¿A qué te refieres?

—A si siempre tenéis que esconderos y actuar de forma solapada.

—Por lo general. Belgarath intenta no meterse en problemas. No le gusta arriesgar la vida de la gente en pequeñas escaramuzas, de modo que casi siempre rehuimos peleas como la de esta mañana. Seda, e incluso Sadi, nos han sacado de varias situaciones comprometidas con sus mentiras —añadió con una pequeña sonrisa—. En Voresebo, por ejemplo, Seda se abrió paso entre un grupo de soldados sobornándolos con una bolsa de medios peniques malloreanos.

—Pero si no valen nada...

—Eso dijo Seda, pero cuando los soldados abrieron la bolsa, ya estábamos demasiado lejos para reclamaciones.

De repente oyeron un aullido aterrador.

—¿Un lobo? —preguntó Zakath—. ¿O es otra vez Belgarath?

—No, no ha sido un lobo. Volvamos, pues creo que Urvon ha logrado abrirse paso entre las tropas de Atesca.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Era el aullido de un sabueso.

Capítulo 20

Atravesaron el bosque marchito con cuidado de no tropezar con las ramas y los troncos caídos. Se guiaban por el ligero resplandor del fuego que había encendido Durnik y que, según creía Garion, también atraería a los sabuesos. La euforia de Zakath parecía haberse desvanecido y caminaba con la mano en la empuñadura de la espada.

Por fin llegaron al claro donde los demás estaban reunidos alrededor del fuego.

—Hay un sabueso por aquí —señaló Garion en voz baja—. Lo he oído aullar.

—¿Has podido descifrar su mensaje? —preguntó Belgarath con un deje de alarma en la voz.

—Yo no hablo su idioma, abuelo, pero parecía una especie de llamada.

—Tal vez dirigida al resto de la jauría —gruñó el anciano—. Los sabuesos no suelen cazar solos.

—El resplandor del fuego es bastante visible —observó Garion.

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