Seda gimió.
—Tal vez fueran de algún otro, Kheldar —trató de consolarlo Velvet.
—¿Es una broma?
—Yo te ayudaré, Durnik —ofreció Garion mientras comenzaba a quitarse su sencilla túnica.
—Eh... —vaciló Durnik—, gracias, Garion, pero ya te he visto nadar y creo que será mejor que permanezcas en la orilla. Toth y yo nos apañaremos para hacerlo entre los dos.
—¿Cómo piensas sacar la barca del agua? —preguntó Sadi.
—Tenemos muchos caballos —respondió Durnik encogiéndose de hombros—. Una vez que la hayamos girado, podremos subirla a la orilla.
—¿Por qué quieres girarla?
—Porque el agujero está en la proa y es necesario que vaciemos el agua al llevarla hacia la orilla. Si la dejáramos llena de agua no podríamos moverla ni con una manada de caballos.
—Oh, no había pensado en eso.
Toth dejó su bastón y la manta que llevaba sobre el hombro y se internó en el río mientras Eriond comenzaba a quitarse la túnica.
—¿Dónde crees que vas, jovencito? —preguntó Polgara.
—Voy a ayudarlos a descargar la barca —respondió él con seriedad—. Sé nadar muy bien, pues tengo mucha práctica, ¿no lo recuerdas?
Luego él también se internó en el agua.
—No estoy segura de haberlo entendido —dijo Velvet.
—Cuando era pequeño vivía con Durnik y conmigo en el. Valle —explicó Polgara con un triste suspiro—. Cerca de allí hay un río y Eriond solía caerse dentro con mucha frecuencia.
—Oh. Supongo que eso lo explica todo.
—Muy bien —dijo Belgarath con firmeza—, necesitarán madera para reparar ese agujero. Unos ochocientos metros más arriba hay un cobertizo. Volvamos atrás y echémoslo abajo.
Cuando Durnik logró subir la barcaza a la orilla, el sol ya se había puesto. Por una vez, la naturaleza cooperó y aquella tarde no granizó. Encendieron una fogata para aprovechar la luz, y el herrero, Toth y Eriond pusieron manos a la obra.
Seda caminaba alrededor de la barca con expresión triste.
—Es mía —suspiró.
—Llevas las barcazas bien provistas, Seda —le dijo Durnik mientras medía con cuidado una tabla—. Ésta tenía todo lo que necesito para reparar la proa: clavos, un barril de alquitrán e incluso una buena sierra.
—Me alegro de que lo apruebes —respondió Seda con amargura y luego hizo una mueca de disgusto—. Esto no es natural —protestó.
—¿Cuál es el problema, Kheldar? —le preguntó Velvet.
—Por lo general, cuando quiero un bote lo robo, pero usar uno de los míos me parece inmoral.
Ella rió y le acarició la mejilla.
—Pobrecillo —dijo—. Esa conciencia tan delicada que tienes debe de ser una terrible carga para ti.
—Muy bien, señoras —dijo Polgara—, ocupémonos de la cena.
Mientras Durnik, Toth y Eriond trabajaban en la barcaza y Polgara, Ce'Nedra y Velvet preparaban la cena, Garion y los demás recogían madera para construir unos remos rudimentarios. Siguieron trabajando incluso mientras cenaban. Por alguna razón, Garion se sentía feliz de trabajar rodeado de sus amigos. Aunque la reparación del bote era de vital importancia, las sencillas tareas que requería parecían insignificantes y Garion consiguió relajarse y olvidar la sensación de apremio a que había estado sometido durante los últimos tiempos.
Cuando las mujeres acabaron de cenar, trajeron agua del río y la calentaron con piedras calientes. Luego se retiraron a bañarse detrás de un biombo de lona.
A medianoche, Garion bajó a lavarse las manos a la orilla del río. Cerca de allí, Ce'Nedra jugueteaba con la arena, dejándola caer ociosamente entre sus dedos.
—¿Por qué no intentas dormir un rato, Ce'Nedra? —le preguntó Garion.
—Es que puedo permanecer despierta tantas horas como tú —contestó ella.
—No me cabe duda, pero ¿qué necesidad tienes de hacerlo?
—No intentes protegerme, Garion, por favor, ya no soy una niña.
—¿Sabes? —respondió él con astucia—, ya he tenido ocasión de comprobarlo.
—¡Garion! —exclamó ella al tiempo que las mejillas se le teñían de rubor.
El rió, se incorporó y se acercó a besarla.
—Vete a dormir, cariño.
—¿Qué estáis haciendo allí? —preguntó ella mirando hacia la ribera, donde trabajaban los demás.
—Estamos haciendo remos. Si nos limitamos a empujar la barcaza al agua, la corriente nos llevará a Gandhar.
—Oh, de acuerdo. Que pases una buena noche. —Se estiró y bostezó—. ¿Por qué no me traes una manta antes de seguir construyendo remos?
Durnik y Toth dedicaron el resto de la noche a reparar la proa con una rústica tabla de madera untada con alquitrán mientras los demás fabricaban unos remos rudimentarios con largos troncos. Varias horas antes del amanecer, brumosos hilos de niebla comenzaron a elevarse sobre la superficie del río. Tras aplicar una generosa capa de alquitrán caliente sobre el interior y el exterior de la tabla, Durnik se alejó unos pasos para contemplar su obra con aire crítico.
—Creo que va a entrar agua —predijo Seda.
—En todos los botes entra un poco de agua —dijo Durnik encogiéndose de hombros—, tendremos que quitarla sobre la marcha.
Necesitaron hacer grandes esfuerzos y diseñar un exótico cordaje para llevar la barcaza de nuevo al agua. Durnik saltó a bordo y se acercó a examinar la reparación con una antorcha.
—Sólo entran unas gotas —anunció con satisfacción—, nada que no podamos controlar.
Mientras cargaban sus bultos en la barcaza, la neblina se volvió más densa. Era primavera y río arriba las ranas cantaban sus canciones de amor entre las cañas. Era un sonido agradable y arrobador. Durnik inspeccionó el terreno y a varios metros de distancia encontró un bajío poco profundo, donde la corriente había abierto una brecha en el suelo. Entonces construyó una rampa con la madera sobrante, remolcó la barcaza hasta la orilla y cargó los caballos a bordo.
—Será mejor que esperemos a que haya más luz —sugirió el herrero—. Si a la niebla le añadimos la oscuridad, será imposible guiarnos. Remar no es tan divertido como para girar en círculos por puro gusto.
—¿No podríamos improvisar algún tipo de vela? —preguntó Seda con esperanza.
—Sería muy sencillo —respondió Durnik. Luego se chupó un dedo y lo alzó—. Yo me ocuparé de ello si tú consigues hacer soplar al viento. —La expresión de Seda se llenó de amargura—. Mientras lo haces, iré a hablar con Ce'Nedra.
El herrero se acercó a Ce'Nedra y la despertó con suavidad.
—¿Sabes? —observó Seda—. A veces tiene un sentido del humor algo perverso.
Cuando las primeras luces del día comenzaban a teñir el brumoso horizonte del este, empujaron la barcaza fuera de la niebla y ocuparon sus puestos junto a los remos.
—No quiero parecer crítico —le dijo Sadi a Durnik, que estaba en la popa con las manos en el timón—, pero en Nyissa estamos familiarizados con la niebla y, una vez que ha amanecido, uno no tiene la menor idea de dónde está el sol. ¿Cómo piensas guiarte?
—Ce'Nedra se ocupará de eso —respondió el herrero señalando hacia la proa.
La reina de Riva estaba inclinada sobre la borda y miraba con atención un trozo de madera atado a una larga cuerda.
—¿Qué hace? —preguntó Sadi, perplejo.
—Observa la corriente. Cambiaremos de dirección, pero mientras la cuerda permanezca en el mismo ángulo seguiremos el curso correcto. Puse una señal en la borda para indicarle cuál era el ángulo indicado.
—Piensas en todo, ¿verdad? —dijo Sadi sin dejar de remar.
—Lo intento. Si uno puede prever los problemas, casi siempre consigue evitarlos.
Ce'Nedra alzó un brazo y señaló hacia estribor con un gesto imperioso. Era evidente que se tomaba su función muy en serio. Durnik giró el timón obedientemente.
Cuando la costa este del enorme río desapareció de la vista, Garion tuvo la impresión de que el tiempo se había detenido por completo. Aunque inclinaba la espalda sobre su remo con monótona regularidad, no sentía el movimiento de la barca.
—Es agotador, ¿verdad?
—Remar siempre lo es —respondió Garion.
Seda miró alrededor y luego habló en voz baja.
—¿Notas algún cambio en Durnik? —le preguntó.
—No, la verdad es que no.
—Me refiero a que por lo general es tan retraído que ni siquiera se nota su presencia, pero allí, en la orilla, se hizo cargo de la situación.
—Siempre ha sido así, Seda. Cuando hacemos algo de lo que no entiende, se deja llevar y mantiene los ojos abiertos; pero cuando se trata de algo que conoce, toma el mando y hace lo que considera necesario. —Garion se giró a mirar a su viejo amigo y sonrió con afecto. Luego se volvió hacia Seda con expresión pícara—. También aprende muy rápido. Es probable que ya sea tan buen espía como tú y te observó con mucha atención cuando manipulabas el comercio de alubias en Melcena. Creo que, si decidiera meterse en el mundo de los negocios, Yarblek y tú tendríais un competidor importante.
—Pero no haría una cosa así, ¿verdad? —dijo Seda con un deje de preocupación en la voz.
—¿Por qué no? Con Durnik nunca se sabe.
A medida que el sol se elevaba en el cielo, la niebla difuminaba su luz. El mundo que los rodeaba se volvió monocromático, con la niebla blanca y el agua negra. No había el menor vestigio de que avanzaran o de que, si lo hacían, fueran en la dirección correcta. Consciente de que estaban a merced de Ce'Nedra, Garion no podía evitar sentirse extraño. Su única guía eran los ojos de la joven reina, fijos en la cuerda que indicaba el ángulo exacto sobre la borda. Él la amaba, pero sabía que a veces era un poco extravagante y que sus juicios no siempre eran sensatos. Sin embargo, sus insistentes gestos hacia babor o estribor no mostraban señales de vacilación y Durnik los obedecía sin dudar. Garion suspiró y siguió remando.
A media mañana, la niebla comenzó a disiparse y Beldin dejó de remar.
—¿Podéis arreglárosla sin mí? —le preguntó a Belgarath—. Creo que debemos saber qué nos espera. En Darshiva están ocurriendo cosas muy desagradables y no nos conviene dirigirnos directamente hacia ellas.
—Y además ya te has cansado de remar, ¿verdad? —respondió con sarcasmo el anciano.
—Si quisiera podría recorrer el mundo entero a remo —repuso el hombrecillo deforme mientras exhibía sus brazos fuertes como troncos—, pero tengo cosas más importantes que hacer. ¿O preferirías encontrarte con la sorpresa de que Nahaz te espera en la orilla?
—Haz lo que te parezca más conveniente.
—Siempre lo hago, Belgarath..., aunque a veces eso te moleste. —El sucio hombrecillo se dirigió a la proa—. Perdona, cariñín —le dijo a Ce'Nedra con un exagerado acento regional—, pero debo marcharme.
—Te necesito en los remos —protestó ella—. ¿Cómo puedo dirigir el rumbo si todo el mundo se marcha?
—Estoy seguro de que podrás arreglártelas, cariñín —respondió él dándole una palmada en la mejilla y luego desapareció en la neblina con una misteriosa carcajada.
—¡Vuelve aquí! —exclamó ella, pero él ya se había ido.
Entonces una ligerísima brisa rozó el cuello de Garion, empapado de sudor por el esfuerzo de remar. La neblina giró en un remolino y se aclaró aun más, y reveló la presencia de un montón de figuras amenazadoras a su alrededor.
—¡Garion! —exclamó Ce'Nedra.
Entre la niebla que se disipaba rápidamente se oyeron varios gritos triunfales. Estaban rodeados de barcos que avanzaban con el fin de cortarles el paso.
—¿Tratamos de escapar? —preguntó Seda en un murmullo tenso y ronco.
Belgarath miró con los ojos ardientes como el fuego a los barcos que intentaban rodearlos.
—¿Escapar? ¿En esta bañera? ¡No seas ridículo!
Un bote se había detenido justo delante de ellos y cuando se aproximaron Garion pudo ver a los remeros.
—Son soldados malloreanos —observó en voz baja—. El ejército de Zakath.
Belgarath masculló varias palabrotas.
—No hagamos nada por el momento. Tal vez no nos reconozcan. Seda, intenta sacarnos de esto dialogando.
El hombrecillo se incorporó y se dirigió a la proa de la barcaza.
—Nos alegramos de ver tropas imperiales en esta región, capitán —le dijo al oficial al mando del barco que les impedía el paso—. Tal vez podáis detener los horrores que están sucediendo aquí.
—Quiero saber vuestros nombres —respondió el oficial.
—Por supuesto —dijo Seda dándose una palmada en la frente—. ¡Qué tonto he sido! Mi nombre es Vetter y trabajo para el príncipe Kheldar. ¿Has oído hablar de él?
—El nombre me resulta familiar. ¿Adonde os dirigís?
—Vamos a Balasa, en los Protectorados Dalasianos. El príncipe Kheldar tiene negocios allí..., aunque no sabemos si podremos cruzar Darshiva, pues la situación allí es caótica. —Hizo una pausa—. Me pregunto si podrías prescindir de algunos soldados para que nos escoltaran. Estoy autorizado para pagar generosamente por un favor así.
—Ya lo veremos —respondió el oficial.
En ese momento un barco más grande salió de la neblina y se dirigió a la barcaza agujereada y destartalada. Una cara familiar se asomó por encima de la borda.
—Hacía tiempo que no nos veíamos, ¿verdad, rey Belgarion? —dijo el general Atesca con voz agradable y familiar—. Deberíamos intentar no perder contacto.
Atesca llevaba su habitual capa escarlata y un casco de acero bruñido con relieves de oro.
A Garion se le heló el corazón. Era evidente que ya no tenía sentido mentir.
—Sabías que estábamos aquí —le dijo con tono acusador.
—Por supuesto. Tenía gente vigilándoos en la costa de Peldane —respondió el general con un deje de orgullo.
—No percibí ninguna presencia —declaró Polgara mientras se cubría los hombros con su capa azul.
—Me habría sorprendido mucho que lo hicieras, mi señora —respondió Atesca—. Los hombres que os vigilaban eran imbéciles con mentes tan vacías como las cabezas de las setas. —Miró con aire disgustado hacia el otro lado del río—. No podéis imaginaros cuánto tiempo tardé en hacerles comprender lo que les pedía. Todos los ejércitos tienen algunos nombres así. Intentamos eliminarlos, pero incluso la estupidez más burda puede resultar ventajosa en ocasiones especiales.
—Eres muy listo, general Atesca —observó ella con voz tensa.
—No, Polgara —repuso él—, sólo soy un vulgar soldado. Ningún oficial es más astuto que su servicio de inteligencia. Brador es el listo. Desde la batalla de Thull Mardu, ha estado sacándole información sobre ti a diversos grolims. Los grolims prestan mucha atención a tus hazañas y con los años han conseguido estar bien informados sobre tus habilidades. Según tengo entendido, aunque no soy ningún experto en el tema, cuanto más aguda es una mente, más fácil es detectar su presencia. Por eso envié a esos asnos a vigilaros. —Miró la barcaza con aire crítico—. Es un bote miserable —señaló—, ¿lo mantenéis a flote con algún truco de hechicería?