—Está bien, cuéntemelo en el camino —replicó, caminando rápido—. Debemos movemos.
Miré fuera de la boca de la cueva y a través de la profunda garganta hasta la pendiente opuesta. Ningún movimiento. Escuché con atención pero no oí nada. Habíamos caminado en dirección nordeste un kilómetro y medio, más o menos, y lo más rápido posible le había contado a Curtis lo que había experimentado en la otra dimensión, poniendo énfasis en mi creencia de que Williams tenía razón. Podríamos frenar el experimento si lográbamos encontrar al resto del grupo y recordar la Visión más amplia.
Me daba cuenta de que Curtis se resistía. Había escuchado un momento pero después empezó a divagar sobre su asociación anterior con Charlene. Me sentía frustrado porque no sabía nada que pudiera explicar qué tenía que ver ella con el experimento. También me dijo cómo había conocido a David. Me explicó que se habían hecho amigos después de un encuentro casual en el cual habían salido a relucir muchas experiencias comunes durante el servicio militar.
Le dije que resultaba significativo que tanto él como yo tuviéramos una relación con David y que conociéramos a Charlene.
—No sé qué significa —repuso, distraído, y yo lo dejé pasar, pero sabía que era una prueba más de que todos nos encontrábamos en ese valle por una razón. Luego seguimos caminando en silencio mientras Curtis buscaba la cueva. Cuando la hallamos volvió atrás, borró nuestras huellas con ramas secas de pino y luego se demoró afuera hasta convencerse de que no nos habían visto.
—La sopa está lista —anunció más tarde. Había usado mi calentador y mi agua para cocinar el último alimento deshidratado que me quedaba. Me acerqué, serví un bol para cada uno y después volví a sentarme en la boca de la cueva, mirando para afuera.
—¿Así que cree que este grupo puede reunir suficiente energía como para provocar un efecto en esta gente? —preguntó.
—No lo sé con exactitud —respondí—. Tenemos que averiguarlo.
Meneó la cabeza.
—No creo que sea posible algo así. Es probable que lo único que haya logrado con mis pequeños explosivos haya sido irritarlos y ponerlos en guardia. Van a traer más gente, pero no creo que se detengan. Deben de tener una antena de repuesto por ahí. Tal vez debería haber volado la puerta. Podría haberlo hecho. Pero no pude llegar a eso. Charlene estaba adentro, y quién sabe cuántos más. Tendría que haber acortado el tiempo y me habrían atrapado… pero tal vez habría valido la pena.
—No, no piense eso —dije—. Encontraremos otra manera.
—¿Cómo?
—Ya se nos ocurrirá.
De pronto oímos de nuevo el débil sonido de vehículos y al mismo tiempo noté movimiento en la pendiente, más abajo.
—Hay alguien —señalé.
Nos agazapamos y miramos con atención. La figura volvió a moverse, oculta en parte por la maleza.
—Es Maya —dije, incrédulo.
Curtis y yo nos miramos un largo rato.
Al fin, hice un movimiento para levantarme.
—Iré por ella.
Me tomó del brazo.
—Agáchese y, si los vehículos se acercan, déjela y vuelva. No se arriesgue a que lo vean.
Asentí y corrí con cuidado pendiente abajo. Cuando estuve bastante cerca, me detuve y escuché. Las camionetas seguían acercándose. La llamé en voz baja. Se quedó paralizada un momento, después me reconoció y subió la pendiente rocosa hasta donde yo me hallaba.
—¡Me parece increíble haberlo encontrado! —exclamó al tiempo que me presionaba el cuello con la mano.
La llevé hasta la cueva y la ayudé a pasar por la abertura de la roca. Parecía agotada y tenía los brazos cubiertos de rasguños, algunos de los cuales todavía sangraban.
—¿Qué pasó? —preguntó—. Oí una explosión y aparecieron esas camionetas por todas partes.
—¿Alguien la vio venir para este lado? —preguntó Curtis con irritación. Estaba de pie y miraba hacia afuera.
—Creo que no —contestó—. Pude esconderme. Los presenté rápidamente. Curtis dijo:
—Iré a echar un vistazo. —Salió por la abertura y desapareció.
Abrí mi mochila y saqué un botiquín de primeros auxilios.
—¿Pudo encontrar a su amigo en la oficina del alguacil?
—No, ni siquiera logré volver al pueblo. Había oficiales en todos los caminos de regreso. Vi a una mujer a la que conocía y le di una nota para que se la llevara. Es lo único que pude hacer.
Apliqué un poco de antiséptico sobre una raspadura de la rodilla de Maya.
—Entonces, ¿por qué no se fue con la mujer que vio? ¿Por qué cambió de idea y volvió aquí?
Tomó el antiséptico y en silencio empezó a aplicarlo en zonas que yo no podía alcanzar. Luego, habló:
—No sé por qué regresé. Tal vez porque no cesaba de tener esos recuerdos. —Me miró—. Quiero entender qué está ocurriendo.
Me senté frente a ella y le hice una síntesis de todo lo que había pasado desde nuestra separación, sobre todo la información que Wil y yo habíamos recibido sobre el proceso grupal de superar el resentimiento para encontrar la Visión Global.
Me miró abrumada, pero en apariencia aceptando su papel.
—Noté que ya no renquea.
—Sí, supongo que desapareció cuando recordé de dónde venía.
Me miró un instante y dijo:
—Somos sólo tres. Usted dijo que Williams y Feyman habían visto a siete. ¿Dónde cree que están?
—No sé —respondí—. Pero me alegra que esté acá. Usted es la que entiende de fe y visualización.
Una mirada de terror le cruzó la cara.
A los pocos minutos llegó Curtis y nos dijo que no había visto nada fuera de lo común; luego se sentó lejos de nosotros para terminar su comida. Me levanté, serví otro plato y se lo di a Maya. Curtis se inclinó y le alcanzó su cantimplora.
—¿Sabe? —dijo—. Corrió un riesgo enorme al caminar por acá tan expuesta. Podría haberlos conducido directamente hasta nosotros.
Maya me dirigió una mirada y luego replicó, un poco a la defensiva:
—¡Estaba tratando de escapar! No sabía que ustedes estaban acá. Ni siquiera habría venido para este lado de no haber sido por los pájaros.
—Bueno, tiene que entender que nos encontramos en una situación muy difícil —la interrumpió Curtis.
»Todavía no detuvimos este experimento. —Se levantó, volvió a salir y se sentó detrás de una roca grande, junto a la abertura.
—¿Por qué está tan furioso conmigo? —preguntó Maya.
—Usted dijo que tenía recuerdos. Maya. ¿De qué tipo?
—Qué sé yo… De otra época, supongo. Como que trato de frenar algo violento. Por eso me resulta todo tan extraño.
—¿Curtis le resulta familiar? Hizo un esfuerzo de concentración.
—Tal vez, no sé. ¿Por qué?
—¿Recuerda que antes le hablé de una visión de todos nosotros en el pasado, durante las guerras de los americanos nativos? Bueno, a usted la mataban, y había alguien más, que al parecer la seguía y también lo mataban. Creo que era Curtis.
—¿Él me culpa? Oh, Dios, con razón está tan enojado.
—Maya, ¿recuerda algo sobre lo que hacían los dos? Cerró los ojos y otra vez trató de pensar. De repente me miró y dijo:
—¿También había un americano nativo? ¿Un chamán?
—Sí —respondí—. También lo mataban.
—Estábamos pensando en algo… —De pronto me miró a los ojos—. No, estábamos visualizando. Creíamos que podíamos parar la guerra… Es todo lo que veo.
—Tiene que hablar con Curtís y superar este enojo. Es parte del proceso de recordar.
—¿Habla en serio? ¿Con lo enojado que está?
—Iré a hablarle yo primero —dije, poniéndome de pie.
Asintió y me alejé. Fui hasta la boca de la cueva y me arrastré hasta donde se hallaba Curtís. —¿En qué piensa? —pregunté.
Me miró un poco incómodo.
—Pienso que su amiga tiene algo que me saca de quicio.
—¿Qué siente, exactamente?
—No sé. Me sentí mal en cuanto la vi. Tuve la sensación de que podía cometer algún error y exponemos o permitir que nos capturen.
—¿Que nos maten, quizás?
—¡Sí, que nos maten! —La fuerza del tono nos sorprendió a los dos. Curtis respiró hondo y se encogió de hombros.
—¿Se acuerda de las visiones que le mencioné de la época de las guerras de los americanos nativos en el siglo XIX?
—Vagamente —murmuró.
—Bueno, en ese momento no se lo dije, pero creo que los vi a usted y a Maya juntos. Curtis, a los dos los mataron unos soldados.
Levantó la vista.
—¿Y usted cree que por eso estoy enfadado con ella? Sonreí.
En ese momento, una leve disonancia invadió el aire y los dos oímos el sonido inarticulado.
—Maldición —exclamó—. Están disparando otra vez.
Lo tomé del brazo.
—Curtis, tenemos que averiguar qué trataban de hacer Maya y usted en aquel momento, por qué fallaron y qué quieren que sea distinto esta vez.
Sacudió la cabeza.
—Ni siquiera sé si creo mucho en todo esto; no sabría por dónde empezar.
—Considero que si habla con ella algo va a surgir. Se limitó a mirarme.
—¿Lo intentará?
Asintió y volvimos a la cueva. Maya sonrió con torpeza.
—Lamento haberme mostrado tan enojado —se disculpo Curtis—. Al parecer, es posible que esté enojado por algo que pasó hace mucho tiempo.
—Olvídelo —dijo ella—. Ojalá pudiéramos recordar qué tratábamos de hacer. Curtis la miró fijo.
—Creo recordar que usted hace algo relacionado con alguna clase de sanación. —Me miró—. ¿Usted me lo dijo?
—No creo —respondí—, pero es cierto.
—Soy médica —explicó Maya—. En mi trabajo uso la fe e imágenes positivas.
—¿Fe? ¿Quiere decir que trata a la gente desde una perspectiva religiosa?
—Bueno, sólo en un sentido general. Cuando hablé de fe, me refería a la fuerza energética que proviene de la esperanza humana. Trabajo en una clínica donde tratamos de entender la fe como un proceso mental real, como medio para ayudar a crear el futuro.
—¿Y cómo llegó a todo eso? —preguntó Curtis. Miró a Curtis y después a mí.
—Toda mi vida me preparó para analizar la idea de cura. —Continuó contándole a Curtís la misma historia de su vida que me había relatado antes, incluida la tendencia de la madre a preocuparse y su temor a enfermarse de cáncer. Mientras Maya hablaba de todo lo que le había ocurrido. Curtis y yo le hacíamos preguntas. Al escucharla y darle energía, el cansancio que había evidenciado empezó a aflojar, sus ojos se iluminaron poco a poco y se sentó más derecha.
Curtis le preguntó:
—¿Cree que la preocupación y la visión negativa de su madre respecto de su futuro afectaron su salud?
—Sí. Los seres humanos atraemos a nuestras vidas dos tipos particulares de hechos: lo que creemos y lo que tememos. Pero lo hacemos de manera inconsciente. Como médica, creo que podría ganarse mucho si concientizáramos plenamente el proceso.
Curtis asintió.
—¿Pero cómo se hace?
Maya no respondió. Se puso de pie y miró a lo lejos, con una mirada llena de pánico.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Acabo de… ver lo que pasó durante las guerras.
—¿Qué pasó? —preguntó Curtis. Lo miró.
—Recuerdo que estábamos en los bosques. Puedo verlo todo: los soldados, el humo de la pólvora.
Curtis cayó en una profunda reflexión; era obvio que trataba de capturar el recuerdo.
—Yo estaba —masculló—. ¿Por qué estaba ahí? —Miró a Maya—. ¡Usted me llevó a ese lugar! Yo no sabía nada: era sólo un veedor del Congreso. ¡Usted me dijo que podíamos detener la lucha!
Ella se volvió, tratando de entender.
—Pensé que podíamos… Hay una forma… Espere un momento, no estábamos solos. —Se dio vuelta y me miró, ahora con una expresión de rabia dibujada en la cara—. Usted también estaba, pero nos abandonó. ¿Por qué nos dejó?
Su afirmación activó el recuerdo que había recuperado antes. Les dije a ambos lo que había visto, describí a los otros que también estaban allí: los ancianos de varias tribus, Charlene, yo. Expliqué que un anciano manifestó un firme apoyo a los esfuerzos de Maya, pero creía que el momento no era el indicado y sostenía que las tribus todavía no habían encontrado su visión correcta. Les dije que otro jefe había estallado de rabia ante las atrocidades cometidas por los soldados blancos.
—No pude quedarme —les dije. Describí mi recuerdo de la experiencia con los franciscanos—. No pude evitar la necesidad de huir. Tenía que salvarme. Lo siento.
Maya parecía perdida en sus pensamientos. Le toqué el brazo.
—Los ancianos sabían que no podía funcionar y Charlene confirmó que todavía no habíamos recordado la sabiduría de los antepasados.
—Entonces, ¿por qué se quedó con nosotros uno de los jefes? —preguntó Maya.
—Porque no quería que ustedes dos murieran solos.
—¡Yo no quería morir! —exclamó Curtis con violencia, mirando a Maya—. Usted me guió mal.
—Lo lamento —se excusó ella—. No recuerdo qué fue lo que salió mal.
—Yo sí sé qué salió mal —dijo él—. Usted creyó que podía detener una guerra simplemente porque así lo deseaba.
Maya lo miró un momento y luego me miró a mí.
—Tiene razón. Estábamos visualizando que los soldados debían suspender su agresión, pero no contábamos con una imagen clara de cómo ocurriría. No dio resultado porque no teníamos toda la información. Todos visualizábamos a partir del miedo, no de la fe. Funciona igual que el proceso de sanar nuestros cuerpos. Cuando recordamos lo que en realidad se supone que debemos hacer en la vida, eso puede restablecer nuestra salud. Cuando podemos recordar lo que se supone que toda la humanidad debe hacer, empezando ya mismo, a partir de este momento, podemos sanar el mundo.
—Aparentemente —continué yo—, nuestra Visión del Nacimiento contiene no sólo lo que pensamos hacer en forma individual en la dimensión física, sino también una visión más amplia de lo que los seres humanos han tratado de hacer a lo largo de toda la historia y los detalles del lugar adonde vamos y cómo llegar allí. Lo único que debemos hacer es amplificar nuestra energía y compartir nuestras intenciones de Nacimiento, y entonces podemos recordar.
Antes de que Maya respondiera. Curtis se puso de pie de un salto y fue hasta la boca de la cueva.
—Oí algo —dijo—. Hay alguien afuera. Maya y yo nos agachamos a su lado, tratando de ver.
Nada se movía; entonces me pareció detectar el ruido de roce de alguien que caminaba.
—Voy a verificar —anunció Curtis, y salió. Miré a Maya.