—Mejor voy con él.
—Yo también voy —dijo ella.
Seguimos a Curtis por la pendiente hasta una saliente desde donde podíamos ver directamente la garganta situada entre las dos colinas. Un hombre y una mujer, en parte ocultos por la maleza, cruzaban las rocas más abajo, en dirección al oeste.
—¡Esa mujer está en problemas! —exclamó Maya.
—¿Cómo lo sabe? —pregunté.
—Lo sé. Me resulta familiar.
La mujer se volvió una vez y el hombre la empujó en forma amenazadora, exponiendo una pistola que llevaba en la mano derecha.
Maya se inclinó hacia adelante, mirándonos.
—¿Vieron eso? Debemos hacer algo.
Miré con más atención. La mujer tenía el pelo claro y llevaba puestos unos pantalones de fajina verdes con bolsillos en las piernas y una remera. En un momento se volvió y le dijo algo a su captor; luego nos miró un instante, lo que me dio la oportunidad de verle la cara.
—Es Charlene —dije—. ¿Adónde creen que la lleva?
—¿Quién sabe? —contestó Curtis—. Miren, creo que puedo ayudar, pero tengo que hacerlo solo. Necesito que los dos se queden acá.
Protesté, pero Curtis no aceptaba hacerlo de otra manera. Lo vimos dirigirse hacia la izquierda y bajar por la pendiente hasta la zona de los bosques. Desde allí se arrastró en silencio hasta otra saliente de roca, justo a tres metros del fondo de la garganta.
—Van a tener que pasar justo al lado de él —le dije a Maya.
Observamos ansiosos cómo se acercaban a las rocas. En el preciso instante en que pasaban. Curtis saltó colina abajo y cayó sobre el hombre, al que derribó. Lo aferró de la garganta de una manera muy peculiar hasta que dejó de moverse. Charlene se echó atrás, asustada, e hizo el amago de echar a correr.
—¡Charlene, espera! —gritó Curtis. Charlene se detuvo y dio un paso adelante con mucha cautela—. Soy Curtis Farrell. Trabajamos juntos en DelTech, ¿te acuerdas? Estoy aquí para ayudarte.
Ella lo reconoció y se acercó. Maya y yo bajamos con cuidado la colina. Cuando Charlene me vio, se quedó helada; luego corrió a abrazarme. Curtis se abalanzó sobre nosotros y nos arrojó al suelo.
—Agáchense —ordenó—. Podrían vemos. Ayudé a Curtis a atar al guardia con un rollo de cinta que encontramos en su bolsillo, y lo subimos por la pendiente hasta el monte.
—¿Qué le hiciste? —preguntó Charlene. Curtis le revisaba en ese momento los bolsillos.
—Lo dejé knock out. Nada más. Se pondrá bien. Maya se agachó para verificar su pulso.
Charlene se volvió hacia mí buscando mi mano.
—¿Cómo llegaste acá? —preguntó.
Tomé aliento y le conté que me habían llamado de su oficina para informarme sobre su desaparición, que había encontrado el dibujo y había llegado al valle para buscarla. Sonrió.
—Hice el mapa con la intención de llamarte, pero salí tan rápido que no tuve tiempo… —Su voz se apagó al mirarme a los ojos. Luego dijo:
—Creo que te vi ayer, en la otra dimensión. La llevé a un costado, lejos de los demás.
—Yo también te vi, pero no pude comunicarme contigo.
Mientras nos mirábamos sentí que mi cuerpo se volvía más liviano, que me invadía una ola de amor orgásmico, centrado no en mi zona pélvica sino alrededor de la parte exterior de mi piel. Al mismo tiempo, sentía que caía en los ojos de Charlene. Su sonrisa se intensificó, y me di cuenta de que ella sentía lo mismo.
Un movimiento de Curtis rompió el hechizo; me percaté de que tanto él como Maya nos miraban. Miré de nuevo a Charlene.
—Quiero contarte lo que ha estado pasando —dije, y le describí que había visto otra vez a Wil, que había descubierto lo de la polarización del Miedo y el grupo que regresaba—. Charlene, ¿cómo entraste en la dimensión de la Otra Vida?
Bajó la cabeza.
—Todo esto es culpa mía. Hasta ayer no supe lo peligroso que era. Le hablé a Feyman de las revelaciones.
Mientras tú estabas todavía en Perú, descubrí otro grupo que conocía las Nueve Revelaciones, y las estudié con ellos en profundidad. Tuve muchas de las experiencias que mencionabas en la carta que me escribiste.
Más tarde, vine a este valle con un amigo porque habíamos oído decir que los lugares sagrados de aquí estaban conectados de alguna manera con la Décima Revelación. Mi amigo no experimentó nada en especial, pero yo sí, y me quedé para explorar. Fue entonces cuando encontré a Feyman, que me empleó para que le enseñara lo que sabía. A partir de ese momento estaba conmigo todo el tiempo. Insistía en que no llamara a mi oficina, por razones de seguridad; entonces escribí cartas cambiando los horarios de todas mis citas. Supongo que interceptaba mis cartas; por eso todos pensaron que había desaparecido.
Con Feyman exploré la mayoría de los vórtices, en especial los de la loma de Codder y las cascadas. Él no podía sentir la energía personalmente, pero más tarde me di cuenta de que nos rastreaba en forma electrónica y obtenía cierto perfil de energía de mí cuando llegábamos al lugar. Después podía agrandar la zona y encontrar la localización exacta del vórtice, por medios electrónicos. Miré a Curtis, que asintió a guisa de confirmación. Los ojos de Charlene se llenaron de lágrimas.
—Me engañó por completo. Dijo que trabajaba en una fuente muy barata de energía que nos liberaría a todos. Me envió a zonas remotas del monte durante gran parte de la experimentación. Sólo más tarde, cuando lo enfrenté, admitió los peligros de lo que estaba haciendo.
Curtis se volvió para mirar a Charlene.
—Feyman Carter era el jefe de ingenieros de DelTech. ¿Te acuerdas?
—No —dijo ella—, pero es quien controla por entero el proyecto. Ahora hay otra empresa involucrada, y tienen estos hombres armados; Feyman los llama «operativos». Al final le dije que me iba, y fue entonces cuando me puso bajo vigilancia. Cuando le dije que nunca lograría salirse con la suya en esto, se rió. Se jactó de tener en el Ministerio del Interior a alguien que trabajaba con él.
—¿Adónde te mandaba? —preguntó Curtis. Charlene sacudió la cabeza.
—No tengo idea.
—No creo que tuviera intenciones de dejarte con vida —opinó Curtis—. No después de decirte eso.
Un silencio angustiado se abatió sobre el grupo…
—Lo que no entiendo —dijo al final Charlene— es por qué aquí, en este monte. ¿Qué quiere con estas localizaciones de energía?
La mirada de Curtis y la mía volvieron a cruzarse, y él dijo entonces:
—Experimenta con una forma de centralizar esta fuente de energía que encontró concentrándose en las sendas dimensionales de este valle. Por eso es tan peligroso.
Noté que Charlene miraba a Maya y sonreía. Maya le devolvió la mirada con expresión cálida.
—Cuando estaba en las cascadas —contó Charlene— pasé a la otra dimensión y todos los recuerdos me vinieron a la mente. —Me miró—. Después pude volver varias veces, incluso cuando estaba vigilada, ayer. Fue cuando te vi a ti… —me dijo.
Hizo una pausa y volvió a mirar al grupo.
—Vi que nos hallamos todos acá para detener este experimento, si podemos recordar algo. Maya la miraba con atención.
—Entendiste lo que queríamos hacer durante la batalla con los soldados y nos ayudaste —dijo—. Aun sabiendo que no podía salir bien.
La sonrisa de Charlene me reveló que recordaba.
—Hemos recordado la mayor parte de lo que pasó —comenté—. Pero hasta ahora no hemos podido recordar cómo planeamos hacerlo de otra manera esta vez. ¿Te acuerdas?
Charlene meneó la cabeza.
—Sólo algunas partes. Sé que debemos identificar nuestros sentimientos inconscientes recíprocos para poder seguir adelante. —Me miró a los ojos e hizo una pausa.
—Todo esto forma parte de la Décima Revelación… sólo que todavía no se ha escrito en ninguna parte. Va surgiendo de manera intuitiva. Asentí.
—Lo sabemos.
—Parte de la Décima es una ampliación de la Octava. Sólo un grupo que actúe siguiendo plenamente la Octava Revelación puede lograr este tipo de lucidez superior.
—No puedo seguirte —dijo Curtis.
—La Octava se refiere a saber cómo elevar a los demás —explicó—, saber cómo enviar energía concentrándonos en la belleza y la sabiduría del yo superior del otro. Este proceso puede elevar el nivel de energía y creatividad al grupo de manera exponencial. Por desgracia, a muchos grupos les cuesta elevarse entre sí de esta manera, aun cuando los individuos involucrados sean capaces de hacerlo en otros momentos. Esto ocurre sobre todo si el grupo está orientado hacia el trabajo, un grupo de empleados, por ejemplo, o gente que se reúne para crear un proyecto único de algún tipo, porque muchas veces estas personas han estado juntas antes. El problema es que surgen viejas emociones de vidas pasadas y se interponen.
»Nos toca trabajar con alguien y en forma automática nos desagrada, sin saber exactamente por qué. O puede pasar justo lo contrario; que no le agrademos a la otra persona, también por razones que no comprendemos. Las emociones que surgen pueden ser celos, irritación, envidia, resentimiento, amargura, culpa o cualesquiera otras. Lo que intuimos con claridad es que ningún grupo puede alcanzar su máximo potencial si los participantes no tratan de entender y superar estas emociones.
Maya se inclinó hacia adelante.
—Es justo lo que hemos estado haciendo: superar las emociones que aparecieron, los resentimientos de cuando estuvimos juntos antes.
—¿Te fue mostrada tu Visión del Nacimiento? —pregunté.
—Sí —respondió Charlene—. Pero no logré ir más lejos. No tenía suficiente energía. Lo único que vi es que se formaban grupos y que yo debía estar aquí, en este valle, en un grupo de siete. ¿Dónde estaban los otros?
En ese momento atrajo nuestra atención el ruido de otro vehículo, hacia el norte, a lo lejos.
—No podemos quedarnos acá —dijo Curtis—. Estamos demasiado expuestos. Regresemos a la cueva.
Charlene terminó lo que quedaba de la comida y me dio el plato. Como no tenía más agua, lo guardé sucio en mi mochila y me senté otra vez. Curtis entró por la boca de la caverna y se sentó frente a mí al lado de Maya, quien le sonrió débilmente. Charlene estaba sentada a mi izquierda. El operativo había quedado fuera de la cueva, todavía atado y amordazado.
—¿Está todo bien afuera? —le preguntó Charlene a Curtis.
Él parecía nervioso.
—Supongo que sí, pero oí más ruidos al norte. Creo que tendremos que quedamos aquí hasta que oscurezca.
Durante un momento nos limitamos a miramos, mientras cada uno trataba de elevar su energía. Al fin, los miré a todos y les hablé del proceso de llegar a la Visión Global que había visto con el grupo de almas de Feyman. Al terminar, miré a Charlene y le pregunté:
—¿Qué más recibiste respecto de ese proceso de esclarecimiento?
—Lo único que entendí —respondió Charlene— es que el proceso no puede empezar hasta no retomar por completo al amor.
—Es fácil decirlo —objetó Curtis—. La cuestión es hacerlo.
Nos miramos y simultáneamente nos dimos cuenta de que la energía se trasladaba a Maya.
—La clave reside en reconocer la emoción, tomar plena conciencia del sentimiento y luego comunicarlo con honestidad, por torpes que puedan resultar nuestros intentos. Esto trae toda la emoción a la conciencia presente y a la larga permite relegarla al pasado, que es el lugar al cual pertenece. Por eso, pasar por el a veces largo proceso de decirlo, discutirlo, ponerlo sobre el tapete, nos ilumina, de modo que podemos retomar a un estado de amor, que es la emoción más elevada.
Durante un instante todos nos miramos; me di cuenta de que la mayor parte de la emoción negativa se había disipado.
—Espera un momento —dije—. ¿Y Charlene? Tiene que haber emociones residuales hacia ella. —Miré a Maya —. Sé que usted sintió algo.
—Sí —respondió Maya—. Pero sólo cosas positivas, un sentimiento de gratitud. Ella se quedó y trató de ayudar… —Maya hizo una pausa para estudiar la cara de Charlene—. Trataste de decimos algo, algo sobre los ancestros. Pero no hicimos caso.
Me adelanté hacia Charlene.
—¿A ti también te mataron? Maya respondió por ella:
—No, no la mataron. Había ido a tratar de llamar a los soldados una vez más.
—Así es. Pero las tropas se habían ido. Maya preguntó:
—¿Quién más siente algo hacia Charlene?
—Yo no siento nada —dijo Curtis.
—¿Y tú, Charlene? —pregunté—. ¿Qué sientes hacia nosotros?
Durante un momento su mirada recorrió a cada integrante del grupo.
—No me parece que exista ningún sentimiento residual hacia Curtis —dijo—. Y hacia Maya todo es positivo.
—Sus ojos se fijaron en los míos. —Hacia ti creo que siento un poco de rencor.
—¿Por qué? —pregunté.
—Porque eras tan práctico e indiferente, eras un hombre independiente que no estaba dispuesto a comprometerse si la sincronicidad no era perfecta.
—Charlene —dije—. Ya me había sacrificado por esas revelaciones como un monje. Sentía que habría sido inútil. Mis protestas la irritaron; miró para otra parte. Maya me tocó el brazo.
—Su comentario fue defensivo. Si usted responde de esa manera, la otra persona no se siente escuchada.
La emoción que alberga queda en su mente porque sigue pensando maneras de hacerlo entender, de convencerlo. O pasa a ser inconsciente y entonces lo que ensombrece la energía entre los dos es un malestar.
Sea como fuere, la emoción sigue siendo un problema que se interpone en el camino. Le sugiero que reconozca cómo podía estar sintiéndose ella.
Miré a Charlene.
—Ah, comprendo. Ojalá hubiera podido ayudar. Tal vez podría haber hecho algo si hubiera tenido el coraje.
Charlene asintió y sonrió.
—¿Y usted? —preguntó Maya, mirándome—. ¿Qué siente por Charlene?
—Supongo que siento un poco de culpa —respondí—. No tanta culpa por la guerra, sino por el presente, por esta situación. Me había mantenido alejado durante varios meses. Creo que si hubiera hablado contigo inmediatamente después de llegar de Perú, tal vez podríamos haber frenado antes el experimento y nada de esto estaría pasando.
Nadie respondió.
—¿Hay algún otro sentimiento? —preguntó Maya.
Nos miramos.
En ese momento, bajo la dirección de Maya, cada uno se concentró en su conexión interior para reunir toda la energía posible. Al enfocar la belleza que me rodeaba, una oleada de amor me recorrió el cuerpo. El color apagado de las paredes de la cueva y el suelo empezaron a encenderse y brillar. La cara de cada una de las personas adquirió más energía. Un estremecimiento hizo vibrar mi espina dorsal.