Mi visión pasó al mar de Galilea y allí vi que la idea de un Dios que transformaría a la larga las culturas occidentales evolucionaba pasando de la noción de una deidad fuera de nosotros, patriarcal y juzgadora, hacia la posición mantenida en Oriente, hacia la idea de un Dios interno, un Dios cuyo reino está en el interior humano. Vi llegar a la dimensión terrena a una persona que recordaba casi toda su Visión del Nacimiento.
Sabía que se encontraba aquí para traer una nueva energía al mundo, una nueva cultura basada en el amor. Su mensaje fue éste: el único Dios era un Espíritu Santo, una energía divina, cuya existencia podía sentirse y probarse en forma vivencial. Llegar a una conciencia espiritual significaba mucho más que rituales, sacrificios y plegarias públicas. Implicaba un arrepentimiento de naturaleza más profunda; un arrepentimiento que era un cambio psicológico interno basado en la anulación de las adicciones del yo, y un «abandonarse» trascendente, que aseguraba los verdaderos frutos de la vida espiritual. Cuando este mensaje empezó a difundirse, vi que el más influyente de los imperios, el romano, abrazó la nueva religión y difundió la idea del Dios interior único en gran parte de Europa. Más adelante, cuando los bárbaros atacaron desde el norte y desmembraron el imperio, la idea sobrevivió en la organización feudal de la cristiandad que vino a continuación.
En ese momento volví a ver los llamados de los gnósticos instando a la Iglesia a concentrarse de manera más plena en la experiencia interna y transformadora y a usar la vida de Cristo como ejemplo de lo que cada uno de nosotros puede alcanzar. Vi que la Iglesia caía en el Miedo, que sus líderes sentían una pérdida de control y edificaban la doctrina en tomo de la poderosa jerarquía de los hombres de la Iglesia, que se convertían a sí mismos en mediadores, dispensadores del espíritu al pueblo. Por último, todos los textos relacionados con el gnosticismo fueron considerados blasfemos y excluidos de la Biblia.
Aunque muchos individuos venían de la dimensión de la Otra Vida con la intención de ampliar y democratizar la nueva religión, fue un tiempo de gran temor y los esfuerzos por llegar a otras culturas se distorsionaron de nuevo, convirtiéndose en una necesidad de dominar y controlar.
Aquí volví a ver las sectas secretas de benedictinos y franciscanos, que trataron de incluir una veneración por la naturaleza y un retomo a la experiencia interior de lo divino. Estos individuos habían venido a la dimensión terrenal intuyendo que la contradicción gnóstica al fin se resolvería y decididos a preservar los viejos textos y manuscritos hasta ese momento. Nuevamente vi mi intento fallido por dar a conocer la información demasiado pronto, y mi partida inoportuna.
No obstante, vi con claridad que en Occidente se desplegaba una nueva era. El poder de la Iglesia era desafiado por otra unidad social: el Estado-nación. Cuando los pueblos de la Tierra tomaron conciencia unos de otros, los grandes imperios llegaron a su fin. Surgieron nuevas generaciones, capaces de intuir nuestro destino de unificación, que trabajaron por promover una conciencia de origen nacional basada en lenguajes comunes y vinculada de modo más estrecho con un área de tierra soberana. Estos Estados todavía se hallaban dominados por líderes autocráticos, de los cuales se pensaba en muchos casos que gobernaban por derecho divino, pero una nueva civilización humana empezaba a desarrollarse con fronteras reconocidas, monedas establecidas y rutas de comercio.
Por último, en Europa, al difundirse la riqueza y el alfabetismo, se produjo un amplio renacimiento. Aparecieron entonces ante mis ojos las Visiones del Nacimiento de muchos de los participantes. Sabían que el destino humano debía desarrollar una democracia habilitada y llegaron con la esperanza de darle vida. Se descubrieron los escritos de los griegos y romanos, que estimularon sus recuerdos. Se establecieron los primeros parlamentos democráticos y se lanzaron llamados tendientes a terminar con el derecho divino de los reyes y el reinado sangriento de los hombres de la Iglesia sobre la realidad espiritual y social. Muy pronto sobrevino la Reforma protestante con la promesa de que los individuos podían recurrir directamente a las Escrituras y concebir una conexión directa con la divinidad. Al mismo tiempo, individuos que buscaban mayor libertad y expansión exploraron el continente americano, una masa de tierra ubicada simbólicamente entre las culturas de Oriente y Occidente. Mientras observaba cómo entraban en este nuevo mundo las Visiones del Nacimiento de europeos inspirados, vi que llegaban sabiendo que esta tierra ya estaba habitada, conscientes de que la comunicación y la inmigración debían emprenderse sólo por invitación. En lo más hondo de sí mismos, sabían que los americanos habrían de ser el fundamento, el camino de regreso para una Europa que perdía con rapidez su sentido de intimidad sagrada con el medio ambiente natural y se encaminaba a un secularismo peligroso. Pese a no ser perfectas, las culturas de los americanos nativos constituyeron un modelo perfecto a partir del cual la mentalidad europea podía recobrar sus raíces.
Sin embargo, de nuevo debido al Miedo, estos individuos fueron capaces de intuir sólo el impulso de trasladarse a esta tierra al sentir una nueva libertad y apertura del espíritu, pero trajeron consigo la necesidad de dominar, conquistar y buscar su propia seguridad. Las verdades importantes de las culturas nativas se perdieron en la carrera por explotar los vastos recursos naturales de la región.
Mientras tanto, en Europa, el renacimiento continuó y yo empecé a ver todo el alcance de la Segunda Revelación. El poder de la Iglesia para definir la realidad iba disminuyendo y los europeos sentían que despertaban para ver la vida de otra manera. Gracias al coraje de innumerables individuos, todos inspirados por sus memorias intuitivas, se adoptó el método científico como proceso democrático para explorar y llegar a entender el mundo en el cual se encontraban los seres humanos. Este método —explorar algún aspecto del mundo natural, sacar conclusiones y luego presentar esta opinión a otros— fue tomado como un proceso de creación de consenso a través del cual al fin todos podríamos comprender la situación real de la humanidad en este planeta, incluida nuestra naturaleza espiritual.
Pero la gente de la Iglesia, acantonada en el Miedo, trató de cercenar esta nueva ciencia. Como las fuerzas políticas estaban alineadas de ambos lados, por último se llegó a una negociación. La ciencia sería libre de explorar el mundo material y exterior, pero debía dejar los fenómenos espirituales a los dictados de los todavía influyentes hombres de la Iglesia. Todo el mundo interior de la experiencia —nuestros estados perceptivos superiores de la belleza y el amor, las intuiciones, las coincidencias, los fenómenos interpersonales, hasta los sueños— quedó al principio fuera de los límites de la ciencia nueva.
Pese a estas restricciones, la ciencia empezó a rastrear y describir el funcionamiento del mundo físico, dando abundante información sobre las maneras de incrementar el comercio y utilizar los recursos naturales. La seguridad económica humana aumentó y lentamente empezamos a perder nuestro sentido del misterio y nuestros interrogantes esenciales referidos al propósito de la vida. Decidimos que ya era bastante útil sobrevivir y construir un mundo mejor y más seguro para nosotros y nuestros hijos. Poco a poco, fuimos entrando en un trance del consenso que negó la realidad de la muerte y creó la ilusión de que el mundo era explicable, común y desprovisto de sentido.
A pesar de nuestra retórica, nuestra otrora fuerte intuición de un origen divino quedaba cada vez más relegada al fondo. En este materialismo ascendente. Dios no podía ser más que un Dios de Abandono, un Dios que simplemente ponía en movimiento al mundo y después se quedaba a un lado para dejarlo marchar con un criterio mecánico, como una máquina predecible, donde cada efecto tenía una causa y ocurrían hechos inconexos al azar, sólo por casualidad.
Sin embargo, aquí vi la Intención del Nacimiento de muchos de los individuos de esta época. Llegaron sabiendo que el desarrollo de la tecnología y la producción era importante porque al fin podía resultar no contaminante y sostenible y podía liberar a la humanidad más allá de lo imaginable. Pero al comienzo, al nacer en el ambiente de su época, lo único que lograron recordar fue la intuición general de construir, producir y trabajar, aferrándose con firmeza al ideal democrático.
La visión cambió y vi que en ningún lugar la intuición fue tan fuerte como en la creación de los Estados Unidos, con su constitución democrática y su sistema de equilibrio de poderes. Como un gran experimento.
Estados Unidos se fundó para el rápido intercambio de ideas que caracterizaría al futuro. Sin embargo, debajo de la superficie, los mensajes de los americanos nativos y los afroestadounidenses, y de otros pueblos sobre cuyas espaldas se inició el experimento de ese país, gritaron para ser oídos, para ser integrados a la mentalidad europea.
En el siglo XIX estuvimos al borde de una segunda gran transformación de la cultura humana, una transformación que se edificaría sobre la base de las nuevas fuentes de energía del petróleo, el vapor y la electricidad. La economía humana había llegado a ser un campo de esfuerzo vasto y complicado que ofrecía más productos que nunca gracias a una explosión de nuevas técnicas. En grandes números, la gente se trasladaba de las comunidades rurales a los grandes centros urbanos de producción, pasando de la vida en la granja a participar en la nueva revolución industrial especializada.
En ese entonces la mayoría creía que un capitalismo fundado en forma democrática, no obstaculizado por regulaciones estatales, constituía el método deseado del comercio humano. No obstante, una vez más, al captar Visiones del Nacimiento individuales, vi que la mayoría de los individuos nacidos en este período habían llegado con la esperanza de llevar al capitalismo hacia una forma más perfecta. Por desgracia, el nivel de Miedo fue tal que lo único que lograron intuir fue un deseo de edificar una seguridad individual, explotar a otros trabajadores y maximizar las ganancias en toda ocasión, participando a veces en acuerdos que entraban en conflicto con competidores y gobiernos. Ésta fue la gran era de los barones Robber y de la banca secreta y los carteles industriales.
No obstante, a comienzos del siglo XX, debido a los abusos de este capitalismo desenfrenado, aparecieron como alternativa otros dos sistemas económicos. Anteriormente, en Inglaterra, dos hombres habían formulado un «manifiesto» alternativo que apelaba a un nuevo sistema manejado por los trabajadores que a la larga crearía una utopía económica, donde los recursos de la humanidad en su totalidad estarían disponibles para cada persona de acuerdo con sus necesidades, sin codicia o competencia.
Con las espantosas condiciones de trabajo de la época, la idea ganó muchos adherentes. Pero vi en seguida que el «manifiesto» materialista de los trabajadores había sido una corrupción de la intención original. Cuando tuve ante mis ojos las Visiones del Nacimiento de los dos hombres, me di cuenta de que intuían que el destino humano a la larga alcanzaría dicha utopía. Por desgracia, no pudieron recordar que esta utopía sólo podría concretarse a través de la participación democrática, nacida de la voluntad libre y desarrollada con lentitud.
Luego los iniciadores de este sistema comunista, desde la primera revolución en Rusia a todos los eventuales países satélites, pensaron erróneamente que este sistema podía crearse mediante la fuerza y la dictadura, un enfoque que falló de manera miserable y costó millones de vidas. En su impaciencia, los individuos implicados habían imaginado una utopía, pero crearon el comunismo y décadas de tragedia.
La escena pasó a la otra alternativa del capitalismo democrático: la lacra del fascismo. Este sistema fue pensado para aumentar los beneficios y el control de los integrantes de una elite gobernante que se consideraban líderes privilegiados de la sociedad humana. Creían que sólo a través del abandono de la democracia y la unión del Estado con la nueva dirigencia industrial, una nación podía alcanzar su máximo potencial y su posición óptima en el mundo.
Vi con claridad que al crear semejante sistema, los participantes eran casi totalmente inconscientes de sus Visiones del Nacimiento. Habían llegado aquí deseando promover con exclusividad la idea de que la civilización evolucionaba hacia la perfección y que una nación formada por un pueblo plenamente unificado en términos de propósito y voluntad, que luchara por alcanzar su máximo potencial, podía obtener grandes niveles de energía y eficacia. Lo que se creó fue una visión temerosa y egoísta que proclamaba en forma errónea la superioridad de ciertas razas y naciones y la posibilidad de desarrollar una supernación cuyo destino era gobernar el mundo. De nuevo, la intuición de que todos los humanos evolucionaban hacia la perfección fue distorsionada por hombres débiles y temerosos que la convirtieron en el mortífero Tercer Reich.
Vi que otros —que también habían imaginado la perfectibilidad de la humanidad, pero que tenían más contacto con la importancia de una democracia delegada— intuían que debían oponer a ambas alternativas una economía expresada con libertad. La primera postura derivó en una guerra mundial sangrienta contra la distorsión fascista, ganada al fin a un costo extremo. La segunda derivó en una guerra fría larga y amarga contra el bloque comunista.
De pronto me vi concentrado en los Estados Unidos durante los primeros años de esta guerra fría, en la década de los 50. En ese momento el país se hallaba en la cima de lo que había sido una preocupación de 400 años por el materialismo secular. La riqueza y la seguridad se habían difundido hasta incluir a una clase media grande y ascendente, y en medio de este éxito material nació una inmensa generación nueva, una generación cuyas intuiciones conducirían a la humanidad a una tercera gran transformación.
Esta generación creció escuchando sin cesar que vivía en el país más grande del mundo, la tierra de la libertad, con independencia y justicia para todos sus ciudadanos. Sin embargo, al madurar, los miembros de dicha generación encontraron una disparidad perturbadora entre esta imagen popular y la realidad.
Descubrieron que en esta tierra había muchos —algunas minorías raciales y las mujeres— que, por la ley y la costumbre, no eran libres. En de década de los 60, la nueva generación se dedicó a analizar más de cerca y descubrió otros aspectos inquietantes de la imagen de los Estados Unidos, por ejemplo, el patriotismo ciego que esperaba que los jóvenes fueran a una tierra extranjera a librar una guerra política sin un propósito claramente enunciado y sin perspectivas de victoria.