La décima revelación (14 page)

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Authors: James Redfield

Tags: #Autoayuda, Aventuras, Filosofía

BOOK: La décima revelación
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Curtis terminó de empacar, me ayudó a recoger mis cosas y a diseminar hojas y ramas donde habían estado las carpas. Hacia el noroeste, oímos el ruido débil de unos vehículos.

—Yo voy para el este —dijo.

Asentí mientras él se alejaba; luego cargué la mochila en mis hombros y empecé a caminar por la pendiente rocosa hacia el sur. Atravesé varias colinas pequeñas y llegué al declive empinado del cerro principal. Más o menos cuando había llegado a la mitad, comencé a buscar una saliente entre el bosque denso, pero no había indicios de una abertura.

Después de ascender varios cientos de metros más, me detuve. Ninguna saliente a la vista, ni tampoco en la cima del cerro. No sabía por qué camino seguir; pensé que era mejor que me sentara y tratara de aumentar mi energía. A los pocos minutos me sentía mejor y estaba escuchando los sonidos de los pájaros y las ranas de los árboles entre las densas ramas que se elevaban sobre mi cabeza, cuando una gran águila dorada abandonó su nido y sobrevoló la cima del cerro hacia el este.

Sabía que la presencia del pájaro tenía un sentido, de modo que, igual que antes con el halcón, decidí seguirlo. Poco a poco, la pendiente fue volviéndose más rocosa. Crucé un pequeño manantial que brotaba de las rocas; llené mi cantimplora y me lavé la cara. Por fin, un kilómetro más adelante, me abrí paso entre una arboleda de abetos y allí, ante mí, se hallaba la majestuosa saliente. Casi un cuarto de hectárea de la pendiente estaba cubierta por enormes terrazas de una piedra caliza gruesa, y en el borde más alejado, una plataforma de unos seis metros de ancho sobresalía por lo menos doce metros del cerro, desplegando una maravillosa vista del valle de abajo. Por un momento detecté un brillo color esmeralda oscuro alrededor de la plataforma inferior.

En el borde de la roca crecía una maleza densa, de modo que me quité la mochila, la empujé fuera de la vista debajo de una pila de hojas y fui a sentarme al borde. Al concentrarme, la imagen de Wil surgió enseguida en mi mente. Respiré hondo una vez más y empecé a moverme.

La historia de un despertar

Cuando abrí los ojos, estaba en una zona de luz azul intenso y experimentaba una sensación familiar de paz y bienestar. Detecté la presencia de Wil a mi izquierda.

Como antes, se mostró muy aliviado y feliz de que hubiera regresado. Se acercó y susurró:

—Te encantará estar acá.

—¿Dónde estamos? —pregunté.

—Mira con más detenimiento. Sacudí la cabeza.

—Antes tengo que hablarte. Es imperativo que descubramos este experimento y lo detengamos. Destruyeron la cima de una colina. Quién sabe qué van a hacer ahora.

—¿Qué haremos si los encontramos? —preguntó Wil.

—No sé.

—Bueno, yo tampoco. Cuéntame qué pasó. Cerré los ojos y traté de concentrarme, luego de lo cual describí la experiencia de mi nuevo encuentro con Maya, en especial su resistencia a mi sugerencia de que ella formaba parte del grupo.

Wil asintió sin hacer comentarios. Seguí con la descripción de mi encuentro con Curtis, la comunicación con Williams y la supervivencia a los efectos del experimento.

—¿Williams les habló? —preguntó Wil.

—En realidad, no. La comunicación no era mental, como entre tú y yo. Parecía influir de alguna manera en las ideas que se nos ocurrían. Sentí que era información que yo ya conocía en algún nivel; sin embargo, los dos decíamos lo que él trataba de comunicamos. Fue extraño, pero sé que estaba ahí.

—¿Cuál fue su mensaje?

—Confirmó lo que tú y yo vimos con Maya; dijo que podíamos recordar más allá de nuestras intenciones individuales al nacer abarcando un conocimiento mayor del propósito humano y cómo podemos consumar ese propósito. En apariencia, recordar ese conocimiento aporta una energía ampliada que puede ponerle fin al Miedo… y a este experimento. Lo llamó una Visión del Mundo.

Wil guardó silencio.

—¿Qué te parece? —pregunté.

—Creo que son más conocimientos de la Décima Revelación. Comprende, por favor; comparto tu sensación de urgencia. Pero la única forma en que podemos ayudar es seguir explorando la Otra Vida hasta saber algo más sobre esta Visión que Williams trataba de transmitir. Tiene que haber un proceso exacto para recordar qué es.

A la distancia, un movimiento atrajo mi mirada. Ocho o diez seres muy distintos, sólo parcialmente fuera de foco, se movieron hasta quedar a unos quince metros. Detrás de ellos había docenas más, mezclados en la habitual mancha color ámbar. Todos exhalaban una sensación particular de emoción y nostalgia que resultaba nítidamente familiar.

—¿Sabes quiénes son esas almas? —preguntó Wil, con una gran sonrisa.

Observé el grupo y experimenté una sensación de parentesco. Sabía pero no sabía. Mientras miraba el grupo de almas, la conexión emocional iba adquiriendo una intensidad que superaba todo lo que recordaba haber vivido hasta ese momento. Sin embargo, al mismo tiempo, reconocía la cercanía; yo ya había estado allí.

El grupo se hallaba ahora a unos seis metros de mí, lo cual aumentó aún más mi euforia y mi aceptación.

Me abandoné muy feliz, entregándome a la sensación, sin desear nada más que complacerme en ella, contento, quizá por primera vez en mi vida. Olas de agradecimiento y aprecio llenaron mi mente.

—¿Te has dado cuenta? —volvió a preguntar Wil. Me volví para mirarlo.

—Es mi grupo de almas, ¿no?

Con ese pensamiento me llegó un torrente de recuerdos. Francia, en el siglo XIII, un monasterio y un claustro. A mi alrededor, un grupo de monjes, risas, cercanía, luego una caminata solitaria por una senda boscosa. De pronto, dos hombres harapientos, ascetas, pidiendo ayuda, algo relacionado con la preservación de un saber secreto.

Ahuyenté la visión y miré a Wil presa, de pronto, de un miedo perverso. ¿Qué estaba a punto de ver? Traté de centrarme y mi grupo de almas se aproximó un metro más.

—¿Qué está pasando? —preguntó Wil.

—No pude entender.

Describí lo que había observado.

—Ahonda más —sugirió Wil.

Enseguida vi otra vez a los ascetas y supe, de algún modo, que eran miembros de una orden secreta de «espirituales» franciscanos, recientemente excomulgada al perder el trono el papa Celestino V.

—¿El papa Celestino? —Miré a Wil—. ¿Oíste eso? Nunca supe que hubiera un papa con ese nombre.

—Fines del siglo XIII —confirmó Wil—. Las ruinas de Perú, donde se encontró finalmente la Novena Revelación, fueron bautizadas tomando su nombre en el siglo XVI.

—¿Quiénes eran los «espirituales»?

—Eran un grupo de monjes que creían que podía alcanzarse una conciencia superior apartándose de la cultura humana y retomando a una vida contemplativa en la naturaleza. El papa Celestino apoyaba la idea y de hecho llegó a vivir en una cueva durante un tiempo. Como es obvio, fue depuesto y más tarde la mayoría de las sectas de los espirituales fueron condenadas por gnósticas y excomulgadas.

Afloraron más recuerdos. Los dos ascetas se habían acercado para pedirme ayuda y yo, con cierta renuencia, me había reunido con ellos en el bosque. Sus ojos y la temeridad de su comportamiento eran tales que no había tenido alternativa. Según me dijeron, antiguos documentos corrían peligro de perderse para siempre. Más tarde los hice entrar de contrabando en la abadía y leí los papeles a la luz de la vela en mis aposentos, con las puertas cerradas y bloqueadas.

Los documentos en cuestión eran copias latinas antiguas de las Nueve Revelaciones, y yo había accedido a copiarlas antes de que fuera demasiado tarde, empleando cada minuto de mi tiempo libre para reproducir trabajosamente docenas de los manuscritos. En un momento estaba tan subyugado por las Revelaciones que intenté convencer a los ascetas de que las dieran a conocer. Se negaron de manera categórica. Alegaron que habían mantenido los documentos durante muchos siglos, esperando que surgiera dentro de la Iglesia la correspondiente comprensión. Cuando pregunté el significado de esta última expresión, me explicaron que las revelaciones no serían aceptadas hasta que la iglesia no se aviniera con lo que denominaban el «dilema gnóstico».

Yo recordaba de manera vaga que los gnósticos eran cristianos primitivos que creían que los seguidores del Dios único no sólo veneran a Cristo sino que luchan por emularlo en el espíritu de Pentecostés. Trataron de describir esta emulación en términos filosóficos, como método de ejercicio. Cuando la Iglesia primitiva formuló sus cánones, los gnósticos fueron considerados al final herejes intencionales, contrarios a dar su vida y entregarla a Dios como materia de fe. Los primeros dirigentes de la Iglesia llegaron a la conclusión de que, para ser un verdadero creyente, era necesario renunciar a la comprensión y el análisis y contentarse con vivir la vida a través de la revelación divina, adhiriendo a la voluntad de Dios momento a momento, pero satisfecho de desconocer su plan general.

Los gnósticos acusaron de tirana a la jerarquía de la Iglesia, afirmando que sus comprensiones y sus métodos tendían a facilitar de verdad este acto de «abandonarse a la voluntad de Dios» que la Iglesia exigía, en vez de alabar la idea de dientes afuera, como lo hacían los hombres de la Iglesia.

A la larga, los gnósticos perdieron y fueron expulsados de todas las funciones y los textos eclesiásticos, luego de lo cual sus creencias se desarrollaron en forma oculta entre las distintas sectas y órdenes secretas. No obstante, el dilema era claro. Mientras la Iglesia mantuviera la visión de una conexión espiritual transformadora con lo divino, persiguiendo al mismo tiempo a quienquiera que hablara abiertamente de la experiencia específica —de qué manera se podía alcanzar realmente una conciencia, y cómo era—, el «reino interior» seguiría siendo un concepto intelectualizado dentro de la doctrina eclesiástica, y las Revelaciones serían aplastadas cada vez que aparecieran.

En aquel entonces, escuché con preocupación a los ascetas y no dije nada, pero en mi interior estaba en desacuerdo. Tenía la certeza de que la orden benedictina de la cual formaba parte se interesaría en esos escritos, en especial en el nivel del monje individual. Más tarde, sin decir nada a los espirituales, le pasé una copia a un amigo que era el consejero más cercano al cardenal Nicolás en mi distrito. La reacción no se hizo esperar. Me llegaron rumores de que el cardenal se hallaba fuera del país pero se me pidió que cesara toda discusión del tema y partiera de inmediato hacia Nápoles para informar acerca de mis hallazgos a los superiores del cardenal. Sentí pánico y de inmediato repartí los manuscritos en toda la orden, con la esperanza de ganar el apoyo de otros hermanos interesados.

Para posponer mi convocación, fingí una lesión grave en el tobillo y escribí una serie de cartas en las que explicaba mi impedimento, con lo cual logré postergar el viaje durante meses mientras copiaba todos los manuscritos que podía en mi aislamiento. Por último, una noche de luna nueva, unos soldados derribaron mi puerta, me golpearon y me llevaron con los ojos vendados al castillo del noble local, donde más tarde languidecí en el cepo durante días antes de ser decapitado.

El shock de recordar mi muerte volvió a darme mucho miedo y provocó una fuerte palpitación en mi tobillo lastimado. El grupo de almas siguió acercándose varios metros más hasta que pude centrarme. No obstante, me quedó cierto grado de confusión. Wil hizo un gesto con la cabeza, como diciéndome que había visto toda la historia.

—Ése fue el comienzo de mi problema en el tobillo, ¿no? —pregunté.

—Sí —replicó Wil. Lo miré fijo.

—¿Y todos los demás recuerdos? ¿Entendiste el dilema gnóstico?

Asintió y se acomodó para quedar justo frente a mí.

—¿Por qué creó la Iglesia un dilema así? —pregunté.

—Porque la Iglesia primitiva temía salir a decir que Cristo encamaba una forma de vida a la que cada uno de nosotros podía aspirar, si bien era lo que se decía con claridad en las Escrituras. Temían que esta posición diera demasiado poder a los individuos; de ahí que perpetuaran la contradicción. Por un lado, los hombres de la Iglesia impulsaban al creyente a buscar el reino místico de Dios en su interior, a intuir la voluntad de Dios y a llenarse del Espíritu Santo. Pero por el otro, condenaban por blasfema toda discusión referida a la manera en que una persona podía ir alcanzando esos estados, llegando a recurrir con frecuencia al asesinato liso y llano para proteger su poder.

—O sea que yo fui un tonto al tratar de hacer circular las Revelaciones.

—No diría un tonto —musitó Wil—, sino más bien poco diplomático. Te mataron porque trataste de introducir una comprensión en la cultura antes de tiempo.

Miré un instante más los ojos de Wil; luego retomé al conocimiento del grupo y me encontré en la escena de las guerras del siglo XIX. Me hallaba otra vez en la reunión de jefes del valle, sosteniendo el mismo caballo de carga, al parecer justo antes de partir. Hombre de montaña y trampero, yo era amigo tanto de los nativos como de los colonizadores. Casi todos los indios querían luchar pero Maya había conquistado los corazones de algunos con su búsqueda de la paz. En silencio, escuché a las dos partes y luego observé cómo se iban la mayoría de los jefes. En un momento, Maya se me acercó.

—Supongo que usted también se va.

Asentí y le expliqué que si esos hechiceros nativos no comprendían lo que ella hacía, yo sin duda tampoco.

Me miró como si estuviera bromeando; luego se dio vuelta y dirigió su atención a otra persona. ¡Charlene! De pronto recordé que había estado ahí; era una india de gran poder, pero ignorada en general por los jefes, envidiosos debido a su sexo. Parecía saber algo importante sobre el papel de los ancestros, pero su voz caía en oídos sordos.

Me vi a mí mismo queriendo quedarme, queriendo apoyar a Maya y revelar mis sentimientos por Charlene, pero a la larga me iba, ya que el recuerdo inconsciente de mi error en el siglo XIII todavía estaba demasiado cerca de la superficie. Lo único que deseaba era escapar, eludir toda responsabilidad. Mi esquema de vida estaba establecido: ponía trampas para conseguir pieles, me las arreglaba y no corría riesgos por nadie. Tal vez en otra oportunidad fuera mejor.

¿Otra oportunidad? Mi mente avanzó velozmente y me vi mirando hacia la Tierra, contemplando mi actual encamación. Observaba mi propia Visión del Nacimiento y veía la posibilidad de resolver mi renuencia a actuar o tomar posición. Imaginaba cómo podía utilizar todo el potencial de mi familia original asimilando la sensibilidad de mi madre y la integridad y la diversión de mi padre. Un abuelo aportaría una conexión con la vida silvestre, un tío y una tía serían modelos de cumplimiento y disciplina.

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