—¿Sabe a qué me recuerdan las Azores? —preguntó Tomás al norteamericano, con la mirada presa en las fachadas de las casas que desfilaban por los paseos.
—¿A qué,
sir
?
—A una película de Disney que vi en el cine cuando era pequeño.
—¿Cenicienta?
—No, no. Era una de aquellas películas con gente de verdad, de carne y hueso.
—Como
Mary Poppins
…
—Algo así. Sólo que ésta contaba un viaje al Ártico. Sin saber cómo, los viajeros se encontraban de repente en una tierra perdida en medio de la nieve, donde todo era verde y había volcanes, bosques con árboles altísimos y animales ya extintos —dijo señalando el paisaje de fuera—. Me parece que las Azores es esa tierra perdida.
El teniente Anderson miró a su alrededor y asintió.
—Sí, de hecho este paisaje tiene algo de ficticio. Le confieso que a mí me recuerda a Suiza.
El Humvee recorrió la maraña de arterias del lugar y aparcó bruscamente en una calle estrecha, al lado de un hotel. El norteamericano hizo una señal al invitado para que saliera.
—Es aquí,
sir
.
Tomás se bajó del todoterreno y se sorprendió al ver que el teniente Anderson no se movía de su asiento.
—¿Usted no viene?
—
Nope
—contestó moviendo la cabeza—. Su encuentro con
Eagle One
será a solas,
sir
. No olvide que se trata de un asunto confidencial. Yo no soy más que un correo.
Hizo un gesto con la mano despidiéndose.
—
Bye-bye
.
El Humvee arrancó con un rugido y dejó atrás al pasajero. Tomás respiró hondo y se dirigió a la entrada del hotel. No sentía especial simpatía por el hombre con el que iba a encontrarse, pero su curiosidad podía más. Cruzó el vestíbulo y, de inmediato, oyó la voz ronca que lo llamaba.
—
Hell
, llega tarde.
Tomás se volvió y vio la figura hirsuta y envejecida de Frank Bellamy con un vaso de whisky en la mano. Conservaba el porte militar y las mismas arrugas que rasgaban la comisura de sus ojos glaciales y crueles, pero su pelo era ahora canoso. El norteamericano dio un paso adelante y extendió la mano para saludarlo.
—Hola,
mister
Bellamy —dijo Tomás devolviendo el saludo—. ¿Qué le trae por aquí?
El hombre de la CIA dejó el vaso de whisky sobre la mesa y señaló el restaurante del hotel.
—La gastronomía, Tomás. La gastronomía.
—¿Qué tiene de especial?
—He oído decir que es
fucking delicious
.
El salón del restaurante, espacioso y aireado, rebosaba animación. Los camareros se afanaban de mesa en mesa con bandejas anchas, humeantes y olorosas, llenas de embutidos, coles, zanahorias, cebollas, arroz, nabos y, sobre todo, muchas patatas. Uno de ellos se acercó a la mesa de los recién llegados y comenzó a servirlos.
—¿Cómo se llama este plato? —quiso saber Bellamy, mientras se ponía la servilleta en el regazo.
—Cocido de Furnas —aclaró Tomás—. Está inspirado en un plato típico de la gastronomía portuguesa, originario de una región del norte de Portugal llamada Tras-os-Montes.
—Pero convendrá conmigo en que este de las Azores es especial —le cortó el norteamericano—. No todos los días se come un plato cocinado en la tierra.
—¿Ha visto cómo se cocina?
—No.
—Se hace aquí cerca, en el lago de Furnas. La actividad geotérmica hace que la tierra esté muy caliente. Allí, hay unas estructuras donde se meten las ollas con todos los ingredientes. Una vez dentro, se tapa la estructura y se deja que el calor de la tierra cueza la comida durante cinco horas. A mediodía van a buscar las ollas y las traen directamente al restaurante.
—¿Ha visto esas estructuras?
—Sí, claro. Están en un rincón apartado, al lado del lago.
Frank Bellamy probó una morcilla con arroz y entornó los ojos de placer.
—¡Umm…, es una maravilla!
El portugués también la probó.
—Es el mejor cocido a la portuguesa —dijo—. De hecho, el cocido de Furnas es una de las maravillas de la gastronomía mundial. Al cocinarse muy lentamente en la tierra, la comida adquiere este sabor especial… Es difícil explicarlo. Ha sido una gran elección. Le felicito.
—Esta mañana, al llegar, me lo han recomendado mucho.
El camarero se acercó y sirvió vino tinto en las copas de los comensales. Tomás se fue relajando. Era realmente maravilloso estar de vuelta en Furnas y deleitarse con uno de aquellos cocidos. Aunque tal vez sería bueno conocer el resto de la carta, sobre todo los ingredientes con los que su interlocutor aderezaría la conversación.
—Además de la gastronomía, ¿que le trae por aquí? —preguntó, muerto de curiosidad por conocer los detalles—. ¿Qué hace que la CIA se interese por mí?
Bellamy cogió la servilleta, se limpió la boca, tomó un trago de vino y encaró a su interlocutor.
—No es la CIA —dijo—. Es el NEST.
—¿El qué?
—NEST —repitió—. Es una unidad de respuesta rápida creada en Estados Unidos a mediados de la década de los setenta para tratar con contingencias especiales.
—¿El NEST ha dicho? ¿Qué significan las siglas?
—Nuclear Emergency Search Team.
—¿Nuclear? ¿Es un laboratorio de física nuclear?
—No. Es una unidad especial que se ocupa de situaciones de emergencias relativas a armas nucleares.
Desconcertado, Tomás dejó de masticar y miró fijamente a Frank Bellamy.
—¡Caramba! ¡En buena se ha metido usted! —dijo, tratando de digerir la confidencia y de tragarse la comida que tenía aún en la boca—. ¿Ha dejado la CIA?
—No, no. Todavía sigo en la CIA. Estoy en la jefatura del Directorate of Science and Technology. Por eso mismo pertenezco al NEST. Nuestra unidad del NEST está compuesta por especialistas en armamento relacionado con el DOE, la NNSA y los laboratorios nacionales, o sea, las organizaciones responsables del desarrollo, mantenimiento y producción de armas nucleares norteamericanas.
—Ah, el NEST controla las armas nucleares estadounidenses.
—No. El NEST es una unidad creada para localizar, identificar y eliminar material nuclear.
La cara del portugués reflejaba su intriga.
—¿Qué material nuclear?
—Bombas atómicas, por ejemplo. En realidad, todo tipo de material nuclear que pueda usarse contra Estados Unidos por parte de países u organizaciones terroristas. Contamos en total con más de setecientas personas preparadas para responder ante una amenaza nuclear, aunque normalmente actuamos con equipos pequeños. En sólo cuatro horas, por ejemplo, podemos situar un
Search Response Team
en cualquier lugar donde se produzca una amenaza.
—Vaya, parece un argumento de película norteamericana.
—Me temo que se trata de algo muy real.
Tomás se comió una patata cocida, casi con miedo de formular la siguiente pregunta.
—¿Y ha habido amenazas de ese tipo?
—Algunas.
—¿En serio?
—Sin ir más lejos, un mes después del 11-S, la CIA recibió un informe de un agente con nombre en clave Dragonfire que indicaba que unos terroristas disponían de un arma nuclear de diez kilotoneladas, que se encontraba en Nueva York. Como puede imaginar, el informe sembró el pánico en la Administración. El vicepresidente, Dick Cheney, fue evacuado de forma inmediata de Washington y el presidente Bush mandó al NEST a Nueva York con la misión de encontrar la bomba.
—¿Y la encontraron?
Bellamy emitió un ruido aspirado con la comisura de la boca, como si intentara quitarse un trozo de comida de entre los dientes.
—Resultó ser una falsa alarma.
—Ah, bueno. Lo que quiero saber es si hay amenazas que resultan ser ciertas.
—Todos los días.
Esta vez fue Tomás quien emitió un chasquido con la lengua y esbozó una expresión de impaciencia.
—Vamos, en serio.
—Estoy hablando en serio —insistió Bellamy—. Todos los días hay amenazas de ataques nucleares contra nosotros.
—No puede ser.
—No me cree. Mire, Pakistán desarrolló armas nucleares con la tecnología que su jefe de proyecto, un hombre llamado Abdul Qadeer Khan, robó a Occidente. Y luego vendió la tecnología a otros países…, al menos a Irán, Libia y Corea del Norte.
—Ya estamos con el cuento de siempre —se burló Tomás—. Dijeron lo mismo de Iraq y después ya se vio lo que había.
—Iraq fue un disparate de Bush hijo, y la historia de las armas de destrucción masiva no fue más que un pretexto para empezar una guerra por el petróleo y para ampliar el dominio norteamericano en Oriente Medio. En cambio, en el caso de las exportaciones de la red de Khan, me temo que estamos hablando de algo muy serio.
—¿Tienen pruebas de todo esto?
—Claro que sí.
—No me refiero a pruebas del estilo de aquellas que su secretario de Estado presentó en la ONU contra Iraq…
—No tenga la menor duda de que disponemos de pruebas. Mire, en 2003 recibimos una denuncia relativa a un barco alemán con destino a Libia llamado
BBC China
. Interceptamos el barco en el Mediterráneo y, cuando lo inspeccionamos, descubrimos que transportaba miles de piezas para centrifugadoras. Descubierta in fraganti, Libia confesó que el remitente era el señor Khan y reveló que éste había prometido equipar el país con armas nucleares a cambio de la nada despreciable cantidad de cien millones de dólares. Esto lo dijo Libia, no yo. El propio señor Khan viajó al menos en trece ocasiones a Corea del Norte. ¿Para qué cree que fue allí? ¿Para ver si las coreanas tienen las tetas grandes? También hay registros de viajes de este caballero a Irán, y sospechas de que negocia con un cuarto país, aunque no sabemos con certeza de cuál se trata. Será Siria o Arabia Saudí. ¿Quiere más pruebas?
—Si las tiene…
—Entonces, aquí van —pontificó Bellamy, embalado—. Sobre las mismas fechas de la intercepción del
BBC China
, los laboratorios del señor Khan distribuyeron en una feria internacional de armamento un folleto en el que ofrecían, a quien la quisiera adquirir, distintos tipos de tecnología nuclear. Presionamos a Pakistán por las actividades ilícitas del jefe de su proyecto nuclear. En 2004, lo detuvieron y lo confesó todo en una aparición en la televisión pakistaní.
—¿Confesó?
—En directo. Dijo que había actuado solo.
—¡Ah! Lo había hecho todo él solito…
Impacientándose por la ingenuidad implícita en la observación de Tomás, Bellamy entornó los ojos.
—A ver, ¿las cucarachas se tiran pedos en francés? No, ¿verdad? Pues la probabilidad de que el señor Khan actuara solo, sin que los militares paquistaníes lo supieran, es la misma de que una cucaracha se tire pedos en francés. —Dibujó un cero con el pulgar y el índice—. O sea, un cero grande como una casa.
Tomó un trago de vino tinto y continuó:
—El tipo despacha centrifugadoras a Libia, distribuye folletos ofreciendo armamento nuclear a Irán y a Corea del Norte, y resulta que los militares pakistaníes no se enteran de nada. ¿Puede haber alguien que se crea una historia así? Claro que el señor Khan es sólo la cabeza visible del problema. Claro que los pakistaníes están metidos hasta el cuello en toda esta porquería. ¿Cómo no iban a estarlo? Ellos son los mentores de la proliferación nuclear en todo el mundo. El jefe de los servicios secretos pakistaníes, el ISI, era el general Hamid Gul. ¿Sabe qué dijo? Afirmó en público que Pakistán tenía el deber de desarrollar la infraestructura nuclear islámica y, a continuación, sin más, añadió que los Estados Unidos no tienen forma de parar los atentados suicidas musulmanes. Esto es, relacionó en público la cuestión nuclear con los suicidios. ¡Y si eso es lo que dice en público, imagínese qué dirá en privado! Basta con ver que el ISI mantiene vínculos estrechos con grupos terroristas islámicos, como, por ejemplo, el Lashkar-e-Taiba, que perpetró los grandes atentados en Mumbai, y tiene filiación con Al-Qaeda. ¿No le parece que esta vinculación entre un estado islámico y los terroristas es un polvorín a punto de explotar?
—Claro que sí. Sin embargo, creía que Pakistán era su aliado. Si así están las cosas, ¿por qué no hacen nada?
Bellamy movió la cabeza, frustrado.
—Por culpa del
fucking
Afganistán —dijo, desahogándose—. Tras el 11-S era esencial conseguir la colaboración de Pakistán en la lucha contra los talibanes y Al-Qaeda, por lo que se decidió hacer la vista gorda ante lo que los militares estaban haciendo con las armas nucleares. Pero, claro, todo es una gran patochada. Pakistán declara en público que está en contra de los fundamentalistas islámicos, pero en privado los ayuda, los arma y los protege. ¿Sabe cuál es el problema? El problema es que hay muchos poderes en Pakistán, y el mayor de ellos es el ISI y los militares. Su poder es tal que la fallecida antigua primera ministro del país, Benazir Bhutto, reveló que la primera vez que vio la bomba atómica de su país fue en una maqueta que un antiguo director de la CIA le mostró. Eso quiere decir que sus propios militares se negaron a enseñarle la bomba del país que supuestamente gobernaba, fíjese. Y cuando la apartaron del poder, la señora Bhutto dijo que había sido víctima de un golpe nuclear montado por los militares que buscaban impedirle tomar el control de esas armas. Es con este tipo de gente con la que tenemos que tratar. Con los militares, que forman un estado dentro de Pakistán, y con sus vínculos con los fundamentalistas islámicos, todo es posible. De ahí que las armas nucleares pakistaníes lleguen a manos de los terroristas, querido amigo, hay un paso pequeño y terrible. ¿Me he explicado con claridad?
—Con claridad meridiana.
—Por eso, y en respuesta a su pregunta, sólo le puedo decir que todos los días se cierne sobre nosotros la amenaza de un atentado nuclear. De hecho, la cuestión no es saber si va a ocurrir o no, porque ocurrirá. La cuestión es saber cuándo. —Suspiró y dejó que la palabra resonara—. Cuándo.
Tomás se movió en su asiento, un tanto incómodo. Para intentar relajarse, deslizó la mirada hacia el vasto jardín que rodeaba el restaurante, concentrando su atención en la flora exuberante, sobre todo en los hibiscos y las hidrangeas que llenaban el lugar. Todo allí era sereno y lento, en contraste con las palabras tensas de su interlocutor.
—Oiga,
mister
Bellamy —dijo—. Entonces ¿qué es lo que quiere de mí?