Ira Divina (35 page)

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Authors: José Rodrigues Dos Santos

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Ira Divina
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¿Y él, Ahmed? Puesto que se consideraba creyente, ¿no debía ser consecuente con sus creencias? Si se había sometido a la voluntad de Alá, ¿no debía obedecer sus órdenes? ¿Cómo podría fingir que esa orden inequívoca no estaba grabada a fuego en el Corán? ¡Lo estaba! ¡La había leído: «Combatidlos hasta que sea la religión de Dios la única»! Si era un verdadero creyente, tendría que obedecerla. No tenía alternativa. Su voluntad y su opinión personal no contaban para nada.

La voluntad de Alá era soberana.

Volvió la cabeza y encaró a Ayman con determinación: la decisión ya estaba tomada, su sumisión a Dios era finalmente completa.

—¿Qué tengo que hacer?

No recibió respuesta a su pregunta hasta dos semanas después. Ayman le explicó que tenía que consultar a los hermanos para decidir cuál era el mejor camino, por lo que Ahmed quedó a la espera de instrucciones. Por primera vez, se sentía absolutamente en paz consigo mismo. Había decidido unirse a la yihad y cumplir las órdenes divinas. Por Alá, ¿podría haber mayor placer en la vida que realizar la voluntad divina?

Pasaron los días y recibió una notificación formal del día y la hora de su puesta en libertad: sería al cabo de setenta y dos horas. Enseñó la notificación al maestro, que le pidió que tuviera paciencia. Pronto tendría novedades.

En la víspera de su liberación, cuando Ahmed estaba ya en el patio despidiéndose de sus compañeros de prisión, que ocupaban otras celdas y a los que no vería nunca más, Ayman apareció y le hizo señas de que lo siguiera a una zona apartada junto al muro.

—Los hermanos me han respondido —le anunció el maestro en un susurro, lanzando miradas a su alrededor para asegurarse de que nadie los oía—. Ya está todo arreglado.

—¿Y bien?

—Queremos que prosigas tus estudios.

La decisión dejó boquiabierto a Ahmed.

—¿Estudios? ¿Qué estudios? ¡Yo quiero combatir! ¡Yo quiero unirme a la yihad!

Ayman le lanzó una mirada de leve reprobación.

—Ten calma, hermano. Cálmate y escúchame: después del nombre de Dios, ¿sabes cuál es la segunda palabra que Alá empleó más en el Corán?

Hundido aún en la frustración, el pupilo movió la cabeza con una vehemencia provocada por una furia que a duras penas controlaba.

—No.


«Ilm
» —dijo el maestro, poniéndose el dedo índice en la sien—. Conocimiento. En trescientos versículos del Corán, Alá exhorta a los creyentes a usar la inteligencia y el conocimiento. El propio Profeta, que la paz sea con él, lo afirmó: «Lo primero que Alá creó fue el intelecto». —Se golpeó la cabeza con el dedo—. Por tanto, debemos usar la cabeza.

—Está bien, usaré la cabeza. ¡Pero quiero usarla para hacer la yihad, como Alá ordena a los creyentes!

—Y vas a hacerla —le aseguró Ayman—. Puedes estar tranquilo en cuanto a eso. Pero primero tienes que adquirir conocimientos.

—¿Qué tipo de conocimientos?

El antiguo profesor de religión volvió a mirar a su alrededor, para asegurarse de nuevo de que nadie los oía.

—Ingeniería.

Al oír la palabra, Ahmed puso una mueca.

—¿Para qué?

—Recuerdo que en la madraza, el profesor de matemáticas te elogiaba mucho. Supongo que te gusta la asignatura, ¿o me equivoco?

—No, está en lo cierto. ¿Y?

—Los hermanos dicen que necesitamos ingenieros. Tú pareces tener vocación para esa disciplina. Por tanto, queremos que termines tus estudios y te licencies en Ingeniería.

Ahmed respiró hondo, resignado.

—Muy bien, si ésa es la voluntad…

—Ésa es la voluntad de los hermanos, sí.

—Pero ¿me garantiza que tomaré parte en la yihad?

—A su debido tiempo, recibirás instrucciones al respecto,
inch’Allah
. Pero será sólo cuando acabes la carrera de Ingeniería.

—Está bien.

—Y ya hemos escogido el sitio donde estudiarás.

A pesar de la frustración, Ahmed casi se rio.

—¡Por Alá, eso sí que es organización! —exclamó—. ¿Adónde me mandan? Espero que al menos sea en El Cairo…

El maestro negó con la cabeza.

—Nuestro país es demasiado peligroso, hay muchos policías en las universidades que vigilan a los estudiantes. Además, no olvides que tienes antecedentes. Tendrás que dejar Egipto.

—¿Qué?

—Aquí te cogerían pronto.

—Entonces quiero ir a la Tierra de las Mezquitas Sagradas —dijo en tono perentorio—. Es el único país que aplica la mayor parte de la
sharia
.

Ayman volvió a negar con la cabeza.

—No —repitió—. No vas a ir a Arabia Saudí. Allí ya tenemos mucha gente. Te queremos totalmente fuera de los circuitos habituales. Tenemos otro destino para ti.

—¿Cuál?

—Europa.

La noticia desconcertó al pupilo.

—¿Yo? ¿A Europa? —No podía creer lo que estaba oyendo—. Pero ¿se han vuelto locos? ¿Quieren mandarme a vivir junto a los
kafirun
?

—Cálmate, hermano —le pidió Ayman, poniéndole la mano en el hombro para serenarlo—. Queremos mandarte a un sitio donde nadie te vigilará y donde te sentirás a gusto. El mundo islámico está lleno de gobiernos
jahili
que sólo hacen lo que los
kafirun
quieren. Aquí no estarías seguro. Necesitamos enviarte a un sitio donde pases absolutamente desapercibido.

Ahmed se frotó la barbilla, pensativo.

—Ir a Europa es un gran sacrificio —dijo—. Si realmente me quieren en la tierra de los
kafirun
, tengo una condición: necesito que me proporcionen medios para casarme.

Ayman se quedó boquiabierto.

—Por Alá, ¿tienes novia?

—Estamos prometidos desde los doce años.

—Eres una caja de sorpresas, hermano —exclamó el maestro—. Puedes contar con la ayuda de Al-Jama’a, no te preocupes. Además, el matrimonio es la forma ideal de pasar desapercibido. ¡Es… perfecto!

Ahmed respiró hondo, satisfecho por la evolución de los acontecimientos.

—Entonces estamos de acuerdo —dijo—. ¿Adónde quieren que vaya? Hay muchos hermanos que van a Londres…

—Justamente, ése es el problema. En Londres ya hay demasiados hermanos y los
kafirun
comienzan a desconfiar. No podemos mandarte allí. Tienes que ir a un sitio más tranquilo, donde pases inadvertido.

—¿Qué es lo que Al-Jama’a tiene en la mente?

—Al-Ándalus —anunció el maestro—. Queremos que vayas a una de las grandes ciudades del califato de Al-Ándalus.

—¿El califato de Córdoba?

—Sí.

—¿Quieren que vaya a Córdoba?

Con una sonrisa que dejó entrever los dientes podridos, Ayman negó una última vez con la cabeza y anunció el destino que habían reservado para su protegido.

—Al-Lushbuna.

—¿Cómo?

El maestro sacó del bolsillo una hoja muy arrugada y la abrió, y se la mostró a su pupilo: era un pequeño mapa de Europa. Señaló con el dedo deforme y sucio una ciudad en el extremo occidental de la península Ibérica.

—Los
kafirun
la llaman «Lisboa».

33

Z
acarias había entrado por la puerta Alamgiri, lo que significaba que el muchacho ya debía llevar un rato dentro del fuerte a la espera de su antiguo profesor. Con las comunicaciones restablecidas, Tomás apretó el paso y se acercó a él. El muchacho intercambió una mirada fugaz con el historiador y siguió andando, como si no fuera con él, atravesando la plaza entre el fuerte y la mezquita.

—¡Se está marchando! —comunicó Tomás por el aparato que Jarogniew le había instalado en la ropa.

—Bluebird, ¿Charlie ha entablado contacto?

—Bueno…, me ha visto, sí.

—¿Y le ha hecho alguna señal?

Tomás dudó, con la mirada fija en la figura vestida con
shalwar kameez
que caminaba delante de él.

—No estoy seguro —dijo—. Me ha mirado y me ha reconocido, eso es seguro. Pero no sé si me ha hecho una señal o no. Tal vez. No lo sé.

—Sígalo.

El historiador obedeció las órdenes de Jarogniew y siguió a Zacarias. Miró a su alrededor buscando a Rebecca y a Sam, pero no los vio. La plaza no estaba tan concurrida como diez minutos antes, aunque seguía habiendo movimiento.

—Bluebird —volvió a llamar Jarogniew—, ¿cuál es la situación?

—Va camino de una gran puerta, situada al otro lado de la plaza. Es un paso estrecho.

—Es la puerta de Roshnai —identificó la voz del auricular—. Continúe tras él.

Zacarias se aproximó a la puerta y agachó la cabeza para pasar a través de la abertura angosta al otro lado. Tomás siguió su ejemplo y, al salir a la calle, vio que el antiguo alumno miraba hacia atrás, como si quisiera asegurarse de que el hombre con el que había ido a encontrarse iba tras sus pasos. Ese intercambio de miradas dio valor al historiador: era una señal clara de que debía seguir a su antiguo alumno, por lo que apretó el paso y se acercó más a él.

Caminaban ahora por las calles estrechas de la ciudad vieja de Lahore. Acostumbrado al
souq
de El Cairo, Tomás esperaba que esta zona fuera más pintoresca, con puestos por todas partes y cierto encanto exótico en las callejuelas. Pero allí no había nada de eso. La ciudad vieja era sucia y parecía caerse a pedazos, con edificios en ruinas y cables de electricidad que colgaban por todas partes. Las calles estaban embarradas por las tuberías de agua rotas y las cloacas a cielo abierto. Las recorrían motos, mulas, burros, carros, motocarros y algún automóvil ocasional, en una cacofonía de bocinas y radios a todo volumen. Allí, no había elegancia alguna, sólo suciedad por todas partes.

Su ex alumno se metió por una callejuela a la derecha, tan inmunda como las demás, y entró en lo que parecía una tetería improvisada. No tenía paredes en el exterior, sólo unas sillas de plástico y una enorme vasija en la que fermentaba leche. Zacarias se sentó en una silla y miró en todas direcciones. Daba la impresión de sentirse acosado.

—Bluebird, ¿cuál es la situación?

—¡Ahora no! ¡Silencio en las comunicaciones!

Crrrrrr
.

Tomás aflojó el paso, entró en el establecimiento y se sentó dos sillas más allá. Vio al muchacho pedir un
lassi
, una bebida a base de la leche que fermentaba en la vasija y, siguiendo su ejemplo, pidió otro. Después se quedó sentado en silencio, esperando a ver qué pasaba
.

—Esto está complicado, profesor.

Fue lo primero que dijo Zacarias. Su antiguo alumno habló en portugués, pero casi sin mover los labios y mirando a la calle, como si quisiera disimular. Visto desde lejos, alguien podría pensar que estaba canturreando o murmurando una oración.

Al ver su preocupación por esconder que habían entablado conversación, Tomás apoyó el codo en la mesa y dejó caer la cabeza sobre la mano de manera que la palma le tapara la boca y nadie le viera mover los labios.

—¿Y? —preguntó—. ¿Qué pasa?

—Creía que los había despistado, pero cuando estaba esperándolo en el fuerte vi a uno de ellos. Casi sentí pánico.

Tomás echó una mirada a la calle, intentando vislumbrar alguna figura sospechosa, pero no vio nada fuera de lo normal. Había personas yendo de un lado para otro y motos que pasaban con gran ruido y mucho humo, pero todos parecían ir a lo suyo.

—¿Te están vigilando?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque sé demasiado y porque les he dicho que no estaba de acuerdo con lo que están haciendo. —Se mordió los labios y entornó los ojos, como si se estuviera reprendiendo—. ¡Yo y mi bocaza! ¡Nunca aprenderé a estar callado! …

—Pero ¿sabes exactamente lo que están haciendo?

—Sé que va a haber un gran atentado. Será algo terrible, peor que el 11-S.

—¿Peor aún? —preguntó el historiador, sorprendido—. ¿Dónde?

—En Occidente.

—Sí, pero ¿dónde?

Zacarias movió la cabeza.

—No lo sé.

—¿En Europa o en América?

—Sólo sé que será en Occidente.

—¿Y cuándo será eso?

—Es algo inminente.

—¿Qué quiere decir eso? Va a ser hoy, mañana, la próxima semana, dentro de un mes…, ¿cuándo?

—«Inminente» quiere decir inminente.

El empleado del establecimiento se acercó y ambos se callaron. El hombre puso un vaso de aluminio frente a Zacarias, dejó otro frente a Tomás y regresó junto a la gran vasija de leche fermentada.

El historiador se llevó el vaso a los labios y probó el
lassi
: tenía el sabor fresco del yogur. Dejó el vaso de aluminio sobre la mesa y se limpió el líquido blanco que le coloreaba la comisura de los labios.

—Ya he entendido que el atentado puede ocurrir en cualquier momento —siguió Tomás—. Pero ¿quién va a llevarlo a cabo?

—Un musulmán portugués.

—¿Qué?

—En serio. Un tipo de Lisboa.

—¿Cómo se llama?

—Ibn Taymiyyah.

El profesor hizo una mueca de incredulidad.

—Ese nombre no suena muy portugués…

—¿Qué quiere que le diga? Es como se llama el tipo.

—¿Y va a cometer un atentado así por las buenas? ¿Él solito?

—Claro que no está sólo.

—Entonces, ¿con quién está?

—Con Al-Qaeda.

Al oír ese nombre, Tomás sintió que se le erizaba el vello y tuvo que tomar otro sorbo de
lassi
para calmarse e intentar ordenar sus pensamientos. Todo aquello empezaba a adquirir proporciones demasiado grandes. ¿Al-Qaeda? ¡Caramba, en qué estaba metido! Tuvo ganas de hablar con Rebecca o con cualquiera de los otros dos norteamericanos para que le dieran algún consejo, pero sabía que no podía hacerlo. Tendría que arreglárselas solo en aquel momento.

—A ver, ¿cómo sabes todo eso?

—Al-Qaeda pidió ayuda a los tipos con los que estoy. Necesitaban pasar por Pakistán material que consiguieron en Afganistán. Como estábamos sin personal, me pidieron que les echara una mano. Así me enteré de lo que estaba pasando.

—¿Y cómo sabes que hay un portugués involucrado?

—¿Ibn Taymiyyah? Porque hablé con él.

—¿En serio?

—Sí. Estuve sólo diez minutos con el tipo, pero lo reconocí de Lisboa y entablé conversación con él.

—¿Lo conocías?

—Sí. Lo había visto algunas veces en la mezquita y en la facultad.

—¿En qué facultad?

Zacarias lanzó una mirada fugaz a su antiguo profesor.

—En la nuestra —dijo apartando de nuevo la cabeza—. La Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Lisboa.

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