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Authors: José Rodrigues Dos Santos

Tags: #Intriga, #Policíaco

Ira Divina (31 page)

BOOK: Ira Divina
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—Umm…, todo esto es nuevo para mí —dijo Rebecca, escéptica—. Deme otros ejemplos de cosas que no se cuentan.

—Mire, la primera gran batalla en que Mahoma participó fue la batalla de Badr, contra su propia tribu de La Meca. Los musulmanes vencieron y mataron o capturaron a todos los líderes enemigos. Uno de ellos, Uqba, suplicó por su vida y preguntó a Mahoma quien cuidaría de sus hijos si lo ejecutaban. ¿Sabe qué le respondió el Profeta? «El Infierno», le dijo, y lo mandó matar. Un musulmán mató a otro líder enemigo, Abu Jahl, y exhibió su cabeza decapitada ante Mahoma. Al ver la cabeza, y después de cerciorarse de que se trataba de Abu Jahl, el Profeta dio gracias a Dios por la muerte de su enemigo.


Jesus
! —exclamó Rebecca—. ¿Eso ocurrió de verdad?

—Está ampliamente documentado —aseveró Tomás—. De ahí que el antiguo líder de Al-Qaeda en Iraq, Al-Zarkawi, invocara este incidente cuando decapitó a un rehén norteamericano en 2004. Si no recuerdo mal, Al-Zarkawi dijo: «El Profeta, el más misericordioso, ordenó que se les cortara el cuello a algunos prisioneros en Badr. Él nos dejó así un buen ejemplo».

Rebecca se mordió el labio.

—Por eso decapitan rehenes los fundamentalistas…

—Sólo están siguiendo el ejemplo del Profeta, que es, al fin y al cabo, lo que el Corán manda.

—¿Hay más situaciones como ésas?

—¿Aún quiere más? —se sorprendió Tomás—. Entonces le contaré la historia de una tribu judía que se negó a convertirse al islam: los qurayzah. Mahoma puso sitio a la tribu durante un mes y los qurayzah acabaron por rendirse. Mahoma les pidió que escogieran a alguien que decidiera su destino. Los judíos escogieron a un musulmán llamado Mu’adh, a quien conocían y de quien esperaban que fuera clemente. Pero Mu’adh decidió que se ejecutara a los hombres y se esclavizara a las mujeres y los niños. Cuando su decisión llegó a oídos de Mahoma, éste dijo: «Has decidido conforme al juicio de Alá que habita los siete cielos». Mahoma se dirigió entonces al mercado de Medina y mandó abrir una zanja. Después mandó traer a los prisioneros y los fue decapitando en la zanja a medida que se los fueron presentando. Luego entregaron a las mujeres y a los niños a los musulmanes, salvo a aquellos que se convirtieron al islam.

—¡Qué horror! ¿Está seguro de que eso ocurrió?

—Claro que sí. Incluso hay un versículo del Corán que se refiere a este episodio.

Rebecca movió la cabeza.

—No tenía ni idea de todo eso.

—Es lo que le intentaba explicar hace un momento —insistió el historiador—. En Occidente, sólo se presenta una versión cristianizada del islam, con cuidado de eliminar siempre estos pormenores que podrían chocar o generar rechazo. ¿Se imagina usted a Jesús ordenando que se decapite a alguien, o diciéndole a los condenados que el Infierno se encargará de sus hijos, o vanagloriándose ante un enemigo decapitado? ¡Esto es chocante para nosotros y por eso no se nos explican estos detalles! Pero es importante que los conozcamos para entender mejor a Al-Qaeda, a Hamás y a toda esa gente.

—Claro, tiene razón.

—Recuerde que los fundamentalistas no se inventan nada. Se limitan a cumplir al pie de la letra las órdenes del Corán. Suelen citar profusamente los textos sagrados del islam y el gran problema es que, cuando vamos a las fuentes a comprobar que lo que dicen está realmente escrito, descubrimos que los fundamentalistas tienen razón. Lo que dicen las fuentes es lo que ellos dicen.

—¡Pero eso es muy grave! —exclamó Rebecca—. Si efectivamente es así, entonces…

—¡Señores!

—… no veo cómo podremos…

—¡Señores!

Esta vez, el tono fue más perentorio y consiguió sacarlos de la conversación en la que estaban inmersos. Rebecca y Tomás dejaron de hablar y se volvieron hacia el asiento delantero y vieron a Sam inclinado hacia atrás, mirándolos.

—¿Qué pasa, Sam?

—Odio interrumpir la conversación. Parecen tan entusiasmados que, realmente, me disgusta…

—Está bien. ¿Qué quieres? ¿Pasa algo?

El agente volvió el brazo hacia ellos y les mostró el reloj dando golpecitos en la esfera.

—Es casi la hora.

30

S
iempre que Ahmed se unía al grupo de presos de Al-Jama’a al Islamiyya que rodeaba a Ayman, escuchaba atentamente las conversaciones. Hablaban de teología, política y filosofía. Pero en esas conversaciones —unas serenas, otras apasionadas—, todos empleaban a cada paso la misma palabra: «yihad».

Como buen conocedor del árabe y buen musulmán, Ahmed sabía muy bien el significado. El término procedía de
juhd
, una palabra que quería decir «esfuerzo, lucha, tentativa o acto de batallar». Su significado preciso dependía del contexto. Pero, también por conocer bien el árabe y ser un buen musulmán, no se le escapaba que, en aquellas discusiones, la palabra significaba sobre todo «guerra santa», el combate por el camino de Alá.

Esa mañana, mientras esperaba que Ayman estuviera disponible para explicarle nuevas cuestiones teológicas, Ahmed notó que uno de los miembros de Al-Jama’a lo miraba. El hombre tenía una cicatriz que le cruzaba la cara y unos ojos negros penetrantes como dagas. Se decía que ya había matado a dos policías.

—Hermano, ¿por qué no te unes a la yihad? —le preguntó el hombre, en un tono entre desafiante y provocador—. ¿Acaso no quieres agradar a Alá?

—Claro que quiero.

—Entonces la yihad es el camino.

—Hay muchas maneras de hacer la yihad —argumentó Ahmed, repitiendo como un papagayo lo que el jeque Saad le había enseñado años atrás.

El hombre de Al-Jama’a se rio, socarrón, y movió la cabeza con una nota de desprecio.

—Ésa es la disculpa de los que no quieren hacer la yihad y prestar servicio a Alá. Así no vas por buen camino, hermano.

El comentario perturbó a Ahmed. ¿Eso es una disculpa? ¿Qué quería decir? ¿Era o no verdad que había varias maneras de llevar a cabo la yihad? El tono irónico implícito en la observación del recluso de Al-Jama’a le incomodó, no sólo por la importancia de la cuestión, sino porque admiraba a aquellos hombres. ¡Por Alá, se habían enfrentado al Gobierno y habían matado al faraón! ¡Lo habían hecho a sabiendas de que serían perseguidos, torturados y ejecutados, pero lo habían hecho! ¡Qué valentía! ¡Lo hicieron porque ponían el servicio de Alá por encima de sus propias vidas! ¡Qué fe! ¡Eran realmente dignos de admiración! ¡Y uno de esos hombres, uno de esos valientes, uno de esos héroes a los que tanto admiraba…, se había burlado de su respuesta!

¡Por Alá, tenía que conseguir aclarar todo aquello!

Cuando Ayman estuvo por fin libre para explicarle la cuestión por la que quería verlo, Ahmed cambió de opinión y prefirió preguntarle sobre la guerra santa.

—¿Qué sabes de la yihad? —le preguntó Ayman cuando su pupilo le mencionó el asunto.

—Sé lo que el jeque Saad me enseñó en las lecciones privadas y lo que él mismo decía en la mezquita.

—¡Ah, el sufí! —exclamó Ayman, con desprecio—. ¿Y qué te enseñó, hermano?

—Me dijo que la yihad alude a varios tipos de lucha, no sólo a la lucha militar, y que puede ser la batalla moral de una persona para resistir frente al pecado y la tentación.

—¿Y qué versículo del Santo Corán citó para sustentar esa observación tan interesante?

La pregunta, inequívocamente irónica, desconcertó a Ahmed.

—Bueno, a ver…, no citó el Libro Sagrado…

—Entonces, ¿qué citó?

—Un
hadith
.

—¿Qué
hadith
es ése? Cuéntamelo.

—Es un
hadith
que relata que, al volver de una batalla, Mahoma dijo a sus amigos que regresaba de una pequeña yihad y que se encaminaba a una yihad mayor. Cuando los amigos le preguntaron qué quería decir con eso, el apóstol de Alá respondió que la pequeña yihad era la batalla que le había enfrentado a los enemigos del islam y que la gran yihad era la lucha espiritual de la vida musulmana.

Ayman se rascó la barba con los dedos deformados, con una mirada sibilina.

—Dime, hermano, ¿dónde se recoge ese
hadith
?

—Bueno…, eso no lo sé.

—Yo sí que lo sé —lo interrumpió el maestro, con un tono repentinamente perentorio y ahora más elevado—. Ese episodio lo relató Al-Ghazali, que vivió cinco siglos después del Profeta, que la paz sea con él. Sabes quién fue Al-Ghazali, supongo…

Ahmed agachó la cabeza, casi avergonzando por su ignorancia.

—El fundador del sufismo.

—¡No me sorprende que tu mulá te llenara la cabeza con esos disparates cristianos! ¿La batalla en nombre de Alá es una pequeña yihad? ¡Hay que tener poca vergüenza! —Señaló a su pupilo—. Para que lo sepas, Al-Ghazali menciona ese
hadith
sin citar la fuente. Ese
hadith
no consta en las compilaciones de
ahadith
fiables, ni en la
Sahih Bujari
ni en la
Sahih Muslim
. Por tanto, es un
hadith
falso, inventado por los sufíes para restar importancia a la espada a ojos de los creyentes. Es más, basta con leer el Santo Corán y todos los
ahadith
que gozan de credibilidad para darse cuenta de que esa historia es disparatada e incoherente con la palabra de Alá o la sunna del Profeta, que la paz sea con él. En ninguna parte del Libro Sagrado se describe así la yihad, ni Mahoma, que la paz sea con él, lo hizo en ninguno de los
ahadith
citados por Al-Bujari o Al-Muslim, las dos compilaciones de
ahadith
más fiables. Olvida, pues, esa historia disparatada que te contó el jeque.

Ahmed mantuvo la cabeza gacha, como si estuviera arrepentido y quisiera hacer penitencia.

—Sí, hermano.

—¿Qué más disparates te contó el mulá sobre la yihad?

—Me explicó que existen tres categorías de yihad: la yihad del alma, la yihad contra Satanás y la yihad contra los
kafirun
y los hipócritas. Me dijo que se debe completar cada yihad antes de pasar a la siguiente.

—¡Umm! —murmuró Ayman, ponderando la exposición que acababa de oír—. Tu mulá es hábil, usó la verdad para engañarte: es verdad que esas tres yihads existen y es verdad que son categorías. El problema es que tu mulá, aunque reconoce explícitamente que son categorías, las trata como si fueran etapas. ¡No son etapas! Si fueran etapas, tendríamos que dejar de luchar contra Satanás mientras lucháramos por nuestra alma. Ahora bien, eso no tiene ningún sentido, ¿no? ¡Lo cierto es que esas tres categorías corren paralelas, de la mano! Yo hago la yihad del alma al mismo tiempo que la yihad contra Satanás y la yihad contra los
kafirun
y los hipócritas. ¡Una yihad no excluye las demás, más bien las complementa y las apoya! ¿Lo has entendido?

—Sí, hermano.

—Para entender la yihad y el mandato de Alá de hacerla, tienes que entender antes otra cosa —dijo el maestro—. La revelación de la
sharia
fue gradual. El Profeta, que la paz sea con él, no recibió todas las revelaciones de una vez. Alá prefirió desvelar la Ley Divina por etapas, a lo largo de muchos años. Primero nombró a su mensajero, que la paz sea con él, y le mandó convertir a su familia y a las tribus, sin combatir ni imponer el pago del
jizyah
, el impuesto que los
kafirun
tienen que pagar para poder vivir entre los creyentes. Por orden de Alá, el Profeta, que la paz sea con él, dedicó treces años en La Meca a predicar. Después Alá le ordenó emigrar a Medina y predicar a las tribus que vivían allí. Más tarde, Dios le autorizó a combatir, pero sólo a aquellos que lo combatían. El Profeta, que la paz sea con él, no recibió autorización divina para combatir a aquellos que no lo atacaban previamente. Luego, Alá mandó combatir a los politeístas hasta que la Ley Divina fuera impuesta por completo. Cuando se dio este mandato de yihad, los
kafirun
se dividieron en tres categorías: los que estaban en paz con los creyentes, los que estaban en guerra con los creyentes y los
dhimmies
, aquellos que vivían entre nosotros pagando el
jizyah
, por lo que gozaban de nuestra protección. Finalmente, llegó el mandato de hacer la guerra contra las Gentes del Libro que no fueran hostiles, guerra que sólo debía parar cuando se convirtieran al islam o cuando, como alternativa, aceptaran pagar el
jizyah
y convertirse así en
dhimmies
.

—Por tanto, sólo quedaron dos categorías de
kafirun

—Así es: los que estaban en guerra con los creyentes y los
dhimmies
. Ésa fue la etapa final, que continúa porque no hay nada en el Santo Corán o en la sunna del Profeta, que la paz sea con él, que la haya dado por terminada. —Se inclinó hacia Ahmed—. Y ahora yo te pregunto: ¿por qué motivo es importante entender estas fases?

—Por la
nasikh
, la abrogación.

—¡Exactamente! La revelación de la voluntad de Alá se produjo en etapas, y cada etapa anuló la anterior. Ahora, dime: cuando tu antiguo mulá, ese
kafir
sufí que te enseñaba, hablaba de yihad, ¿a qué etapas se refería?

—A las primeras.

—¿Por qué?

Ahmed recibió la pregunta con un gesto inquisitivo.

—No lo sé.

—¡Porque eran las que le convenían! —exclamó Ayman con gran vehemencia—. ¡Porque eran las que le permitían presentar un islam en paz con los
kafirun
! ¡Porque eran las que no chocaban con los
kafirun
cristianos! ¡Ese maldito mulá prefirió ignorar que la yihad es el principal tema del Santo Corán! ¡Ese mulá hereje prefirió ignorar que la expresión «
jihad fi sabilillah
», o «la guerra es el camino de Alá», se usa veintiséis veces en el Santo Corán! ¡Ese mulá apóstata prefirió ignorar que el Santo Corán contiene suras enteras dedicadas exclusivamente a la guerra y que algunas de ellas llevan el nombre de batallas, como la sura Ahzaab, la sura Qital, la sura Fath y la sura Saff! ¿Qué dice la sura 8, versículo 66? «¡Profeta! ¡Incita a los creyentes al combate!». ¿Y qué dice la sura 9, versículo 14? «¡Combatidlos! Dios los atormentará en vuestras manos, los sonrojará y os auxiliará contra ellos». ¿Cómo podemos ignorar esas órdenes directas de Dios? ¡Y por si no bastara con eso, hay cientos de
ahadith
que ilustran la sunna del Profeta, que la paz sea con él, en relación con la guerra! ¡Sólo el
Sahih Bujari
contiene más de doscientos capítulos con el título de yihad, y el
Sahih Muslim
contiene unos cien del mismo título! No olvides que el Profeta, que la paz sea con él, dijo: «He descendido con la espada en la mano y mi riqueza surgirá de la sombra de mi espada. Y aquel que esté en desacuerdo conmigo será humillado y perseguido». —Se inclinó en dirección a Ahmed, con los ojos encendidos y la voz alterada—. ¿Sabes por qué tu mulá prefirió ignorar todo eso? ¿Lo sabes?

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