Read Exilio: Diario de una invasión zombie Online
Authors: J. L. Bourne
A las 2.15 horas, la señal ha sido reemplazada por: «... al habla Gator Dos en misión de búsqueda y rescate en Sunny Side, Texas, cambio"...».
Le he respondido con el código Libélula y me ha saludado el cabo Ramírez, del Cuerpo de Marines de Estados Unidos.
—Cuánto me alegro de oír su voz, señor. Captamos su señal pidiendo socorro el día 9 y partimos al día siguiente en dirección a las coordenadas que usted nos transmitió. Hemos avanzado con lentitud, porque nos hemos encontrado con grupos muy grandes de las cosas esas y había chatarra por toda la carretera. ¿En qué posición se encuentra?
Después de darle mi posición a Ramírez, me ha comunicado instrucciones de no moverme mientras él planeaba una ruta para venir en mi busca con un convoy de dos vehículos. Le he pedido que me informase por radio sobre la situación en el Hotel 23. El cabo me ha respondido que no sería muy buena idea informarme por radio y que habían sucedido cosas que prefería contarme en persona.
Después de un rato en el que la radio ha estado en silencio, el cabo Ramírez ha vuelto a hablarnos por la emisora:
—Es hora de que salde mi deuda para con usted, señor. Ahora tengo que sacar de apuros a un oficial, igual que hacía antes de que el mundo se fuera a la mierda. El punto de encuentro que le recomiendo es San Felipe, que no está muy lejos de su posición. Le propongo que nos encontremos en el extremo norte de la ciudad, a la entrada del puente 1458. Allí hay un campo a trescientos metros al sureste del puente. La población es pequeña y la presencia de posibles enemigos debería de ser mínima.
He consultado los mapas y he comunicado por radio, sin bromear, que estaba de acuerdo en que ése fuera nuestro punto de encuentro.
12:00 h.
Nos hemos encontrado con el cabo Ramírez a las 10.00 horas. Después de un breve tiroteo con lo que debía de ser una docena de esas cosas, hemos establecido un perímetro de seguridad de reducidas dimensiones y hemos reportado brevemente en un espacio seguro garantizado por el LAV. Mientras la ametralladora quedaba al cuidado del artillero, Ramírez me ha hablado de las cosas raras que ocurren en casa. Ha sacado del vehículo blindado un pequeño clasificador con informes por escrito y unas pocas fotografías. He reconocido la letra de John. Ramírez me ha explicado que hace unas pocas semanas un avión empezó a sobrevolar de manera habitual el Hotel 23. Lo he identificado en seguida como un avión no tripulado Global Hawk. En la foto se leía que la habían tomado con una cámara digital portátil provista de una lente de 180-200 milímetros, y he distinguido a duras penas que el aparato llevaba un objeto montado bajo el fuselaje. La imagen no era lo bastante nítida como para identificar en qué consistía la carga, y no recuerdo que el Global Hawk lleve armas de serie.
Hemos proseguido con la información general y he presentado a Saien a los marines, y les he contado que me había salvado la vida en más de una ocasión desde que nos conocimos. Los marines han tenido una actitud muy amistosa con Saien, pero a él se le veía nervioso, por motivos que ahora no tengo tiempo para investigar. También he advertido a los marines de que circulaba una masa de muertos vivientes como ninguno de ellos había visto jamás, a unos ciento treinta kilómetros al noreste de donde nos encontrábamos. Habíamos destruido una sección del puente y, siempre que nos había sido posible, habíamos montado barricadas de vehículos en las carreteras por donde pasábamos. Estas medidas los retrasarían, pero no los detendrían. Les he hablado del C-130 que nos arrojaba paquetes, y del inusual equipamiento que me había proporcionado una organización que tan sólo conocía por el críptico nombre de Remoto Seis.
Al saberlo, todo el mundo se ha puesto en marcha, y hemos decidido que, antes que nada, bloquearíamos el puente 1458 con coches abandonados. Hemos remolcado cuatro coches con el LAV y los hemos aplastado entre sí. La barrera resultante frenaría a cualquier masa de muertos vivientes que se acercara y pondría mayor distancia entre ellos y nosotros. Ese puente estaba demasiado cerca del Hotel 23 como para destruirlo, porque en el futuro podría tener valor logístico. He visto una valla publicitaria a unos pocos cientos de metros de nosotros, le he pasado los prismáticos a Saien y le he pedido que se encaramara a la valla y observase el área. Uno de los marines ha ido con él para cubrirle.
He pedido a todo el mundo que se alejaran del puente unos pocos cientos de metros hacia el sur. Después de volver, Saien me ha dicho que había divisado una nube de polvo en el horizonte septentrional. Hemos llegado a la conclusión de que tanto podía tratarse de la masa de muertos vivientes como de un fenómeno atmosférico. De acuerdo con el mapa del LAV, nos hallábamos a unos quince kilómetros del aeródromo del lago Eagle. Casualmente, también estábamos cerca de la Interestatal 10. Antes del crepúsculo, trataremos de cruzar la I-10 y nos desplazaremos unos pocos kilómetros más hacia el sur, para tener una zona de seguridad que nos separe de la Interestatal.
21:00 h.
Han pasado siete meses desde la última vez que anduve a pie por esta zona del lago Eagle. No ha cambiado mucho. La luna iluminaba la carretera, y los coches abandonados, y la torre del aeropuerto, y también cosas más temibles que moraban en la oscuridad. Hoy mismo, cuando hemos visto a lo lejos el paso a desnivel de la I-10, hemos acelerado, siempre en zigzag para esquivar los restos de coches. El LAV iba más adelante, a 95 por hora, y hemos logrado no quedarnos atrás. Al pasar a toda marcha bajo el paso a desnivel, he oído que algo chocaba contra la camioneta y me he vuelto para mirar. Una de esas criaturas se había caído del paso elevado, se había estrellado contra la cola de la camioneta y había rodado hasta la cuneta. No me he detenido, y otras criaturas han caído también del paso a desnivel. Algunos se han puesto en pie, y otros no.
En cuanto hemos dejado atrás la I-10, todo se ha vuelto un poco más fácil. Hemos circulado por la provincial 3013 hasta los alrededores del lago Eagle, muy cerca del aeródromo. Tras consultar las notas que tenía sobre esa zona, nos hemos decidido a entrar en convoy en el aeródromo, establecer un perímetro de seguridad para un par de horas y planear el resto del breve viaje de regreso a casa. Al llegar al aeródromo, hemos hecho un reconocimiento en el hangar y he visto los manchones negros a que habían quedado reducidos los restos de las criaturas a las que maté hace varios meses. Todavía estaban en el rincón bajo la lona azul. El calor veraniego había maltratado de verdad a los cadáveres. A la luz de la linterna he visto las balas revestidas de cobre que yo mismo disparé, sobre el mazacote putrefacto en el que se habían convertido.
Mi propio diario me ha recordado que tengo que estar atento a los enemigos humanos que puedan encontrarse por esta zona. Recuerdo las grandes cruces que descubrí hace meses, en el curso de mi último viaje a esta zona, con criaturas crucificadas. Iluminados por la luz filtrada en rojo del M-4, planeamos la vuelta a casa.
16 de Noviembre
4:30 h.
Hemos viajado hasta el Hotel 23 desde el lago Eagle, ocultándonos en la oscuridad. Ahora que la barrera de hormigón que cierra el perímetro está terminada, este lugar tiene un aspecto totalmente distinto. Los civiles y militares han sabido trabajar juntos y se han llevado barreras de hormigón de la carretera en cantidad suficiente para erigir una formidable muralla. Creo que ni siquiera el tanque que mandé al fondo del río podría derribar este muro sin quedar trabado. Proseguiré con mi historia en cuanto haya hablado con John, y sobre todo con Tara.
17 de Noviembre
5:00 h
Mis pautas de sueño se han alterado por culpa de las transformaciones en mi entorno. Tara duerme a mi lado. Me avergüenzo de haberla expulsado de mis pensamientos durante todo este largo período que ha durado este exilio provocado por un fallo mecánico. Hay veces en que, al empezar una misión, y mientras ésta no llega a su término, sentimos la necesidad de desvincularnos de nuestros seres queridos, para no sentir tanto dolor.
Con las anotaciones de mi diario en la mano, he pasado el día entero descansando, prehidratándome e informando a John, a los marines, a Tara y a todo el que quisiera oírme. Saien escuchaba en silencio, y me atrevería a decir que su propósito era absorber la información que yo les daba. John no había estado ocioso en mi ausencia y había entrado en diversas redes de la estructura militar. También me ha confirmado lo que los marines me insinuaron cuando nos encontramos en el punto de reunión. Aunque Ramírez me lo hubiese contado en versión resumida, me ha quedado muy claro que alguien interfería en mi receptor. John me ha dicho que sí recibía mis transmisiones, y que de hecho recibió con mucha nitidez mi señal de socorro del 11 de octubre, así como la del 9 de noviembre.
Aún estoy con el síndrome de fatiga de combate y no tengo palabras para expresar cuánto me he alegrado de verlos a todos ellos. Laura me ha preguntado qué tal me han ido las vacaciones, y yo le he dicho que muy bien y le he dado las gracias por su interés. Me ha preguntado si le traía algún recuerdo y le he respondido que no habían sido vacaciones por ocio, sino un viaje de trabajo. Laura entiende lo que me ocurrió... lo he visto en sus ojos. Sus padres hicieron una buena obra al ocultarle la verdad, pero no les funcionó. Danny se ha presentado, me ha dado con el puño en el brazo y me ha dicho: «¡Me alegro de verte!» Y entonces me ha abrazado. Incluso la pequeña
Annabelle
me ha ladrado y se ha lamido el morro para darme a entender que me había echado de menos, o por lo menos que se había percatado de mi regreso. Dean ha tratado de hacerme comer desde el primer momento en el que me ha visto y me ha dicho que había perdido unos cuantos kilos. Supongo que tiene razón. El hombre que he visto en el espejo recordaba a uno esos tíos que salían en los reality shows de televisión después de un par de semanas de supervivencia en territorio deshabitado. Multiplicadlo por diez y os imaginaréis la pinta que tenía... con ojos de loco y cubierto de pelo hirsuto.
11:00 h.
Después de ducharme y afeitarme (la primera vez que me lavo de verdad en más de un mes), me he sentido mucho mejor. Tenía un horrible sarpullido en la cintura y las piernas por todas las veces que he dormido sin quitarme la ropa. Creo que la última vez que la lavé fue en ese velero, hace varios milenios. Tara me ha dicho que tenía que hablar conmigo hoy mismo, cuando hubiéramos terminado el intercambio de información con John. Algo iba mal. Algo que no había notado hasta esta mañana. Dean me ha visitado hacia las 6.30 horas y me ha obligado a dejarme cortar el cabello. Cuando ha terminado, me he visto bastante presentable. La única prueba evidente de mis tribulaciones eran los cortes menores, cicatrices, moretones, pérdida de peso y una leve cojera, consecuencia de un severo dolor en las espinillas que me ha quedado tras el viaje.
Esta mañana he estado con John, Saien y los marines de más alto rango. He pasado una y otra vez las páginas del diario y he repasado incidentes clave que me acontecieron durante mi ausencia. Con el grado de exactitud que me ha sido posible, les he explicado dónde se había estrellado el helicóptero, así como la ruta que Saien y yo habíamos seguido hasta el Hotel 23.
Entonces nos hemos puesto a discutir la cuestión de Remoto Seis. Les he enseñado todo el material que había obtenido desde que contacté con dicha organización, así como toda la documentación que lo acompañaba y que había conservado. Los materiales que les he enseñado han sido: los mapas del este de Texas donde figuraban las ubicaciones de las entregas de equipamiento y otra simbología, el M-4 con sus complementos, los manuales de las Gatling automatizadas, el teléfono por satélite de Iridio, el líquido experimental para tratamiento de combustible y otras cosas varias. Hemos pasado la mañana entera en deliberaciones acerca de esos materiales, los documentos y las notas que tomé de todas mis comunicaciones con Remoto Seis vía teléfono por satélite.
Una de las ideas que se nos han ocurrido es que Remoto Seis podría ser una especie de gobierno secundario, establecido previamente por si el gobierno principal dejaba de funcionar. También salió en la conversación el término «Quinta Columna», porque a la vista de los datos podía ser pertinente. John ha abierto el ordenador en una de las pantallas planas del Centro de Información Confidencial Compartimentada en el que nos encontrábamos. Ha abierto un sistema de archivos en red en el que había logrado colarse poco antes, el cual daba referencias de un gran número de instalaciones gubernamentales en un mapa que indicaba «estatus VERDE». Entre las muchas instalaciones activas a las que hacía referencia, la única ubicación que he reconocido ha sido un vibrante punto verde cercano a Las Vegas, Nevada.
Al cabo de una hora de reunión, cuando estaba concentrado en la conversación, he notado una mano que me tocaba el hombro por detrás. Me he levantado de un salto y me he golpeado el pecho en un intento por desenfundar la pistola. Pero en ese momento no llevaba el chaleco con la funda.
Era Tara. Mi mano abierta temblaba sin control y no he encontrado la manera de explicar lo que experimentaba. Mi mente aún estaba ahí fuera, en el vacío. Perdida. No habría podido sostener una pistola con la mano, aunque hubiese querido. Tara ha traído café para el grupo entero. Me he disculpado y le he explicado que aún estoy muy tenso por todo el tiempo que he pasado en terreno abierto. Ha asentido, por supuesto, y me ha dicho que lo comprendía, me ha dado un beso en la mejilla y se ha marchado.
He resumido brevemente los principales puntos de la reunión y he ido tras ella. Le he dado alcance en el pasillo y entonces, al instante, me ha abrazado.
—Pensaba de verdad que no ibas a volver jamás.
—Yo también lo creía. Hubo momentos en los que...
—No me hables de eso. Disfrutemos del tiempo que tenemos ahora. Del tiempo que nos ha sido concedido.
—Creo que tienes razón. Intentémoslo.
En ese momento, John ha doblado la esquina con un comentario del tipo «todavía queda un asunto por hablar», y Tara se ha reído y le ha dicho a John que podía tomarme prestado, pero que tenía que devolverme de una sola pieza.
John se ha reído también y le ha contestado que haría lo posible.
John ha descubierto un programa en red, alojado en el sistema de imágenes que había descubierto previamente. Aunque muchos de los satélites artificiales ya no funcionen y probablemente hayan reentrado en la atmósfera, una parte de los satélites multifunción todavía están en activo. Al parecer, los sensores de radiación todavía se pueden emplear, y la retransmisión por satélite indicaba las zonas irradiadas en el mapa de Estados Unidos. Ese sistema nos revelaría por fin la localización de la mayoría, si no de todas las áreas radiactivas, así como indicios intermitentes de la localización de enjambres de muertos vivientes en el caso de que estuvieran irradiados, o de que procediesen de áreas irradiadas.