Ernesto Guevara, también conocido como el Che (6 page)

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Authors: Paco Ignacio Taibo II

Tags: #Biografía, Ensayo

BOOK: Ernesto Guevara, también conocido como el Che
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De Buenos Aires a Miramar, un pequeño balneario donde veraneaba Chichina con su familia. Hacia la tercera de las despedidas anunciadas. Los dos días programados sé estiraron como goma hasta hacerse ocho y con el sabor agridulce de la despedida mezclándose a mi inverterada halitosis...

Alberto veía el peligro y ya se imaginaba solitario por los caminos de América, pero no levantaba la voz. La puja era entre ella y yo.

No le resulta fácil a Ernesto la salida, que prevé como una ruptura. ¿Cuántos meses estarán separados? En la parte trasera de un buick se consuma el adiós. Ella le entrega una pulsera de oro, él le deja a Comeback. Todo fue una miel continua, con ese sabor amargo de la próxima despedida que se estiraba día a día hasta llegar a 8. Cada vez me gusta más o la quiero más a mi cara mitad. La despedida fue larga ya que duró dos días y bastante cerca de lo ideal. A Comeback también lo siento mucho.

Finalmente se separan (después de babear abundantemente mi compañero Alberto Granado me arrancó...) Chichina le presta 15 dólares al salir de Miramar. Eran para comprar un traje de baño, Ernesto jura que no se lo gastará en otra cosa, que primero pasará hambre, y que al llegar a Estados Unidos lo compraría.

El 16 de enero los motociclistas están en Bahía Blanca. Una caída, en las afueras de la ciudad, le quema el pie a Ernesto con el cilindro y la herida no acaba de cicatrizar. Vagan varios días por los pueblos de la costa y son demorados por una enfermedad de Ernesto en Benjamín Zorrilla. Carreteras, dormir en estaciones de policía, hospitales, medio comer, paisajes...

Finalmente cruzan la frontera con Chile el 14 febrero, pactando con el patrón del "Esmeralda" que les cruce la moto en el lanchón que remolca el barco a cambio de trabajar achicando la sentina. Ernesto se encuentra con un ataque de asma. Pagábamos el pasaje y el de la "Poderosa" con el sudor de nuestras frentes.

El 16 rumbo a Osorno haciendo un trabajo divertido, transportar una camioneta. Ernesto va descubriendo en el Chile indígena, algo totalmente diferente a lo nuestro y algo típicamente americano, impermeable al exotismo que invadió nuestras pampas. Al día siguiente duermen en una estancia donde hablan con un peón de la reforma agraria, el campesino no quiere saber nada de esas modernidades. La moto va dando problemas. En Temuco un periodista les hace un reportaje para el periódico "Austral." Ahí revelan uno de sus planes: "Dos expertos argentinos en leprología van hacia la Isla de Pascua", desean visitar Rapa Nui. El reportaje los sube de categoría, son "los expertos" y mejora el trato que ya de por sí es bueno. En su diario Ernesto no se aburre de alabar la generosidad chilena: lo que no mejoran son las condiciones del viaje: en la vestimenta de cama y la del día, la diferencia la hacían los zapatos.

Al salir de Temuco sufren un accidente grave: sin que nada nos lo anunciara la moto dio un corcovo de costado y van al suelo, están indemnes de milagro; se ha roto el cuadro y el chasis de aluminio que protege la caja de velocidades.

Soldar el cuadro de la "Poderosa", a la que ya para estas alturas Ernesto llama "la debilucha", les consume el resto del dinero que les queda.

Mientras la moto se repara, en Lautaro se cruzan con un grupo de chilenos y terminan bebiendo vino con ellos. Ernesto cuenta: resolvimos tirar una cana al aire en compañía de unos ocasionales amigos que nos convidaron a tomar unas copas. El vino chileno es riquísimo y yo tomaba con una velocidad extraordinaria, de modo que, al ir al baile del pueblo me sentía capaz de las más grandes historias (...) uno de los mecánicos del taller que era particularmente amable me pidió que bailara con la mujer porque a él le había sentado mal la mezcla, y la mujer estaba calientita y palpitante y tenía vino chileno y la tomé de la mano para llevarla afuera; me siguió mansamente pero se dio cuenta de que el marido la miraba y me dijo que ella se quedaba; yo ya no estaba en situación de entender razones e iniciamos en medio del salón una puja que dio como resultado llevarla a una de las puertas, cuando ya toda la gente nos miraba, en ese momento intentó tirarme una patada y como yo seguía arrastrándola le hice perder el equilibrio y cayó estrepitosamente. Mientras corríamos hacia el pueblo, perseguidos por un enjambre de bailarines enfurecidos, Alberto se lamentaba de todos los vinos que le hubiera hecho pagar al marido.

Granado habrá de recordar más tarde que el Furibundo Serna, el Fuser, dijo entonces muy serio: Debemos prometernos no conquistar en el futuro mujeres en bailes populares. Pagarán el pecado, porque a causa de la resaca embestirán al salir del pueblo una manada de vacas (formaciones semejantes a vacunos) con la moto sin frenos.

Los siguientes días se irán en kilómetros de carretera y remiendos a la moto que en palabras de Granado, "pide clemencia." En el pueblo de Los Angeles y gracias a la oportuna intervención de dos señoritas, podrán dormir en el cuartel de bomberos y participar en la lucha contra un incendio. No sólo descubren el liberalismo de las chilenas, sino que salvan a un gato, lo cual provoca los aplausos del público (Ernesto dirá que fue Granado el salvador, Granado narrará cómo a Ernesto se debe la sobrevivencia del animal).

Llegan a Santiago gracias a un camionero que los contrata para hacer una mudanza.

—Estáte quieto, José, deja a estos porteños que se las arreglen...

Y Ernesto levanta un ropero anchísimo y pesado diez centímetros del suelo y lo lleva a lo largo de todo el pasillo, y retorna ante los estupefactos camioneros y Granado.

—Yo ya terminé —y los deja acabar con la mudanza.

En Santiago descubrirán que está de paso un equipo de waterpolo argentino y se arriman a ellos. La moto ha pasado a mejor vida... "el cadáver de una vieja amiga" dirá Granado como despedida. La pérdida de la moto significa una pérdida de status, Ernesto lo precisa: hasta cierto punto éramos los caballeros del camino, pertenecíamos a la rancia aristocracia "vagueril" y traíamos la tarjeta de presentación de nuestros títulos que impresionaba inmejorablemente. Ahora ya no éramos más que dos linyeras... que viajan con la ayuda del dedo a Valparaíso.

Gracias a la benevolencia del dueño de un restaurantito que vende pescado (llamado La Gioconda, lo cual da oportunidad a hablar a Ernesto de la sonrisa de la...) subsisten unos días mientras esperan un barco que los lleve a la Isla de Pascua. Un viaje imposible porque no encuentran transporte. En las próximas semanas la Isla se va desvaneciendo.

El 8 de marzo, a bordo del "San Antonio", viajarán de polizontes rumbo a Antofagasta. Las versiones difieren: Granado dirá que estaba pactado con el oficial; Ernesto que se metieron de polizontes, se escondieron en los baños (permanecimos día y medio en los baños. Cuando alguien se acercaba a abrir la puerta, una voz cavernosa le decía: "ocupado", al siguiente una meliflua vocecilla: "no se puede"; y cuando no había moros en la costa pasábamos al baño vecino para repetir alternadamente la contestación) y luego confesaron. Una u otra, terminan limpiando los baños y pelando cebollas, lo que Ernesto aprovecha para tomarle una foto a Granado llorando.

En el trayecto un marino les hace esta sabia reflexión, que sin duda debe haberles sido útil a esta altura del viaje:

—Compañeros, están a la hueva de puro huevones, ¿por qué no se dejan de huevadas y se van a huevas a su huevona tierra?

En Antofagasta se mueven hacia las zonas mineras. Granado envidia la capacidad de Ernesto para dormir en las peores condiciones. Allí los sacuden las condiciones de la explotación de los mineros en las compañías inglesas (la grandeza de la planta minera está basada sobre los 10 mil cadáveres que contiene el cementerio). En el correr de los días conocen a un minero comunista. Resulta interesante la opinión de Ernesto sobre el personaje: Realmente apena que se tomen medidas de represión para personas como éstas. Dejando de lado el peligro que puede ser o no para la vida sana de una colectividad, el gusano comunista que había hecho eclosión en él no era más que un natural anhelo de algo mejor.

De Antofagasta hacia las salitreras de Iquique. Ernesto recita a Pablo Neruda de memoria por los caminos, suelen ser versos de 'Tercera residencia." De repente Ernesto sorprende a Granado con unos versos que éste no identifica y que hablan de los arroyos de la sierra. ¿Neruda? No, José Martí. Llegan a Arica durmiendo en estaciones de tren, visitando hospitales, haciendo prácticas. Se despiden de Chile con un baño en el mar, con todo y jabón, antes de viajar a Perú.

El 23 de marzo dejan Chile, han recorrido 3500 kilómetros de sur a norte.

Las primeras sensaciones de Perú están asociadas con el cansancio: ya las mochilas nos pesaban como si hubiéramos centuplicado la carga. Llegarán caminando a mitad de la noche a una casa campesina. Presentándose como doctores y argentinos tienen las puertas abiertas. "De la tierra de Perón y Evita, donde no joden a los indios como aquí", dirá el campesino.

Del 24 al 31 de marzo van avanzando lentamente hacia Cuzco tras recorrer el lago Titicaca. Comiendo a veces, viajando en camiones de carga junto con indios y animales, constatando el racismo y el maltrato a los indígenas.

En Juliaca se ven envueltos en una discusión de cantina con un sargento de la guardia civil que insiste en que Alberto se ponga frente a él para que pueda encenderle el cigarrillo de un tiro de pistola.

Como Granado no está por la labor, va ofreciendo dinero, y va aumentando su apuesta. Cuando iba por los doscientos soles —puestos sobre la mesa— los ojos de Alberto echaban chispas, pero el instinto de conservación pudo más fuerte y no se movió. Todo termina cuando el policía dispara a su propia gorra, fallando, claro.

En Cuzco, Ernesto queda rendido ante el mundo inca. Se le enloquece el lenguaje, se le desatan las metáforas, vuelan las imágenes en su notas de diario. Cuzco es evocación. Un impalpable polvo de otras eras sedimenta entre sus calles. Hay sin duda un arqueólogo escondido en el futuro doctor Guevara. En su diario describe con precisión y fascinación la ciudad. Pero si Cuzco lo cautiva, Machu Pichu lo conmoverá. El viaje se vuelve de estudio y recopilación de datos que curiosamente utilizará un par de años más tarde para escribrir un artículo.

El 6 de abril abandonan la zona arqueológica para viajar hacia el hospital de leprosos de Huambo, uno de los objetivos del viaje. En el trayecto Ernesto sufre un terrible ataque de asma y a pesar de dos inyecciones de adrenalina, al caer la noche en una estación de policía, se le recrudece, metiéndole un susto tremendo a Granado, quien cree que está ante un espasmo tetánico porque no se lavaron bien las agujas y piensa que Ernesto se puede morir allí. Una segunda dosis hace ceder el asma. Arropado en una manta del policía encargado del puesto, miraba llover mientras fumaba, uno tras otro, cigarros negros que aliviaban algo mi fatiga; recién de madrugada pegué los ojos recostado contra la columna de la galería.

El 14 de abril llegan a Huambo y descienden a los infiernos. Con un solo médico que va cada dos meses y un grupo de personas que se desviven para mantener las precarias instalaciones, Huambo es más un campo de reclusión que un hospital. Durante algunos días se dedican a la medicina. Ernesto continúa con un ataque de asma. Al abandonar Huambo se recrudece, al grado que Granado tiene que tratarlo en Andahuaylas, donde hay un pequeño hospital. Un médico aristócrata termina expulsándolos del sanatorio y duermen en una comisaría policiaca.

Hasta finales de abril deambularán por el país, haciendo un poco de médicos, viendo y observando el racismo brutal de la sociedad peruana. Finalmente el 1º de mayo llegan a Lima. Estábamos en el final de una de las más importantes etapas del viaje, sin un centavo, sin mayores perspectivas de conseguirlo a corto plazo, pero contentos.

En Lima van a ver al doctor Hugo Pesce, cuya fama le ha precedido, uno de los cuadros de la investigación sobre la lepra, marxista y hospitalario, vinculado a la atención y la investigación de las enfermedades de los pobres, estudios de malaria y lepra. Pesce los recibe con cariño, muy interesado en los dos doctores vagabundos preocupados como él en la lepra. A través suyo y de su asistente, Zoraida Boluarte, les consigue alojamiento en el leprosario Guía, que es regentado por rígidas monjas salesianas.

Ernesto y Granado durante aquellos días suelen saltar la tapia frecuentemente para evadir los horarios de clausura a los que las monjas los someten y pasar veladas en casa del doctor Pesce, quien se hace responsable de alimentarlos, o visitar a la familia Boluarte en la calle de Leoncio Prado.

Si Pesce ofrece cobijo, comida y conversación, Zoraida se vuelve el hada madrina de los dos argentinos. Les lava la ropa, les completa la dieta con panes y mermelada y les pone tangos en su radiola. Una periodista cubana que entrevistó a la enfermera Boluarte años más tarde, piensa que la relación entre Ernesto y Zoraida fue mucho más que amistosa; que en aquellos días en Lima mantuvieron una relación amorosa. Por el tono de las cartas que Ernesto le escribirá a lo largo de los siguientes años, esto parece posible.

Diez días más tarde dejarán Lima. En la despedida Pesce insiste en que le comenten su libro "Latitudes del silencio." Ernesto no resiste y lo crucifica, lo acusa de ser un mal descriptor del paisaje y pesimista en el análisis de los indios. Granado se encrespa: cómo se atreve, se ha portado de maravilla con ellos. Y Ernesto remata explicando que la verdad es así, dura. Pesce asumirá las críticas con humildad. Los dos argentinos llevarán de él un gran recuerdo y además un par de trajes que el doctor le regala a Ernesto, que ya anda harapiento.

Emprenderán ahora el camino hacia la Amazonia. En una carta a sus padres, a Ernesto no se le ocurre más que decirles: Si dentro de un año no tienen noticias nuestras, busquen nuestras cabezas reducidas en algún museo yanqui, porque atravesaremos la zona de los jíbaros... causando desazones familiares.

Después de recorrer carreteras infames donde hacen algo de medicina curando a un accidentado o diagnosticando una neumonía a un chofer, llegan a Pucallpa, en la amazonia peruana, y se trepan a un barquito llamado La Cenepa. A lo largo del viaje mantiene relaciones ambos y "sin interferimos", como diría Granado, con una muchacha medio liviana (putita, diría Guevara, que es bastante radical en materia de lenguaje) que gusta de las narraciones de los raidistas. Días interminables, noches de mosquitos.

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