Read Ernesto Guevara, también conocido como el Che Online
Authors: Paco Ignacio Taibo II
Tags: #Biografía, Ensayo
En esa épica Ernesto se le declara formalmente a Hilda, le cuenta que ha tenido un "affaire" con una enfermera en el hospital general donde de vez en cuando hace trabajo voluntario, pero que es hombre libre y que le ofrece matrimonio. Hilda se asusta, tiene dudas de que la cosa sea en serio, le da largas.
La estancia se prolonga en lecturas, búsquedas de trabajo y relaciones con la izquierda guatemalteca. Hilda y él se suman a un paseo de fin de semana de la Juventud Democrática en Amatitlán. Fogatas, salchichas, lecturas de los jóvenes poetas Raúl Leiva y Otto René González. Ante el desconcierto de sus compañeros, cuando los paseantes retornan, Ernesto se queda en el campo con una bolsa de dormir y, el "Popul Vuh" y otro par de libros sobre la vida de los antiguos mayas. Una cura de soledad sin alimentos, sólo un termo con mate y una pila de libros.
A lo largo del mes de abril las penurias crecen. Ernesto va a vivir a la pensión de los cubanos, compartiendo suelo como cama, pero Nico se va de Guatemala y Ernesto se queda nuevamente flotando. Finalmente le informan que se ha rechazado su solicitud para trabajar en la zona del Peten.
En sus futuras memorias, tanto Ricardo Rojo como Hilda Gadea sugieren que Ernesto no consiguió el trabajo porque no aceptó afiliarse al PGT, condición que le pusieron para darle el empleo. Hilda narra que Ernesto indignado le reclamó al joven comunista Herbert Zeissig que si quisiera afiliarse al partido lo haría, pero no para conseguir un empleo. La amoralidad y el oportunismo lo sublevaban.
Su visa guatemalteca está a punto de expirar y decide salir del país para entrar de nuevo, se despide de Hilda. La peruana cree que no volverá, que el espíritu errabundo de Ernesto ha triunfado sobre su interés por Guatemala. Ernesto le deja sus cosas junto con una promesa de retorno.
Caminando va a dar a una frutera que tiene un hospital y unas ruinas cercanas. Comete la salvajada de gastarse dólar y medio en película y pedir prestada una cámara para tomar fotos de las ruinas. Mendiga comida en el hospital y termina viajando hacia Puerto Barrio donde, laboró en la descarga de toneles de alquitrán, ganando 2.63 por doce horas de laburo pesado como la gran siete, en un lugar donde hay mosquitos en picada en cantidades fabulosas. Quedé con las manos a la miseria y el lomo peor. Duerme en una casa abandonada cerca de la playa.
Viaja hacia El Salvador, medio a pata, medio a dedo. En la frontera la policía salvadoreña le secuestra algunos libros. En El Salvador, mientras espera que le den una visa hondureña, se va nuevamente a una playa. Por andar hablando de la reforma agraria y leyendo poesía a unos conocidos circunstanciales la policía lo detiene de nuevo. Afortunadamente la cosa se queda sólo en un regaño y la reconvención y sugerencia de que se dedique a la poesía amorosa y no a la política. A las autoridades hondureñas les resulta suficiente saber que tiene residencia guatemalteca para negarle la visa.
Una semana más tarde está de nuevo en Guatemala, contando a sus amigos que la situación en El Salvador era terrible, que las fincas tenían guardias blancas armadas al servicio de los latifundistas y sus incidentes con la policía.
En una carta a su madre habla con pasión de las ruinas mayas que ha visitado, sin embargo rechaza su vocación de arqueólogo: Me parece un poco paradójico hacer como norte de mi vida investigar algo que está muerto sin remedio. Reconoce que su sueño práctico es dedicarse a algo así como la genética y lo único que tiene claro es que América será el teatro de mis aventuras con carácter mucho más importante de lo que hubiera creído; realmente creo haber llegado a comprenderla y me siento americano con un carácter distintivo de cualquier otro pueblo de la tierra.
Curiosamente es en esa carta la primera vez que menciona el nombre de Hilda a su familia (¡El pudoroso Ernesto, que cuenta todo excepto sus amores!): Tomo mate cuando lo hay y desarrollo unas interminables discusiones con la compañera Hilda Gadea, una muchacha aprista a quien yo con mi característica suavidad trato de convencerla de que largue ese partido de mierda. Tiene un corazón de platino lo menos, su ayuda se siente en todos los actos de mi vida diana (empezando por la pensión).
Recibe algunas ofertas de amigos para alojarse en sus casas, pero Ernesto no quiere depender de favores y duerme en un sleeping bag en los terrenos del Country Club. Hilda recuerda: "En las mañanas llegaba a la casa de Anita de Torrielo, donde yo vivía, a que le diéramos agua caliente para tomar mate; siempre le guardábamos fruta fresca, no aceptaba otra cosa." Afortunadamente surge un empleo mal pagado en el Centro de Maestros como médico interno; se muda allí para ahorrar el dinero de la pensión.
Años más tarde, su padre rescatará entre los viejos papeles un artículo sobre Guatemala escrito en ese mes de abril: "El dilema de Guatemala", es un borrador en el que registra las tensiones de la situación guatemalteca y del que es rescatable el final, porque ilustra claramente lo que le pasaba a Ernesto por la cabeza: Es hora de que el garrote conteste al garrote si hay que morir que sea como Sandino y no como Azaña, haciendo referencia al presidente de la derrotada República española.
El 15 mayo se inicia el último capítulo de la inconclusa revolución guatemalteca. La CIA ha estado montando, apoyada por la United Fruit, un sofisticado golpe de Estado; la llegada de un barco con armas checoslovacas, las únicas que el régimen de Arbenz pudo comprar ante el bloqueo estadunidense, da pretexto para el inicio de las acciones. Un pequeño ejército de mercenarios, encabezado por el coronel Castillo Armas quien se encontraba esperando en Honduras, armado y financiado por la CIA, y los aviones que vuelan desde la Nicaragua de Somoza, comenzarán a actuar.
El 18 de junio el ejército privado de Castillo entra en Guatemala en medio de un alarde de propaganda y presiones. Ha sido precedido por bombardeos contra la población civil. Dos días más tarde Ernesto le escribe a su madre dándole seguridad sobre su situación. Cuenta que hace cinco días se iniciaron los bombardeos y hace dos días un avión ametralló los barrios bajos de la ciudad matando a una chica de dos años. El incidente ha servido para aunar a todos los guatemaltecos debajo de su gobierno y a todos los que, como yo, vinieron atraídos... Su primer visión es optimista: Arbenz es un tipo de agallas... el espíritu del pueblo es muy bueno (...) Yo ya estoy apuntado para hacer servicio de socorro médico de urgencia y me apunté en las brigadas juveniles para recibir instrucción militar e ir alo que sea.
Es cierto, un par de días antes Ernesto llega al cuartel de la brigada Augusto César Sandino, centro de reunión de izquierdistas centroamericanos, donde se encuentra con el nicaragüense Rodolfo Romero, el jefe de la brigada, y se propone para acompañarlo en una de las guardias. Romero cuenta: "Le entrego una carabina checa que usaba el ejército de Guatemala y me pregunta ¿ Y esto cómo se maneja ? Le doy instrucciones rápidas de arme y desarme de campaña y lo llevo, en esa noche sin luces, a la parte más elevada del edificio para que hiciera su primera posta, de dos a seis de la mañana."
Poco después se alistará formalmente como médico de la brigada. Los días transcurren en medio de una tensión creciente. Noche a noche se producen bombardeos en la ciudad oscurecida. Es una guerra extraña, en la que importan más los rumores y las falacias que los hechos. Una guerra de ondas, mediante la cual las columnas inmóviles del coronel Castillo "avanzan" sobre la ciudad de Guatemala, de presiones de la embajada estadunidense, del clero, de militares que no quieren combatir, de ataques a buques comerciales. Hacia finales de junio el ejército guatemalteco había parado al pequeño destacamento de mercenarios, pero los rumores decían que seguía avanzando y los bombardeos se agudizaban con absoluta impunidad.
Ernesto pensaba que si se armaba al pueblo podía detenerse a los mercenarios. Y aun si cae la capital, en las zonas montañosas. Sugería, al igual que otros jóvenes de diversas formaciones de la izquierda, la movilización de brigadas de voluntarios hacia la frontera de Honduras.
El 25 de junio Arbenz da la orden de repartir armas al pueblo, pero sus propios mandos militares se niegan. El ejército regular no quiere combatir. Entre las tropas sólo ha habido 15 muertos y 25 heridos, la mayoría de las bajas de la contrarrevolución guatemalteca fueron causadas a la población civil por los bombardeos.
Ernesto, empujado por los rumores de que el régimen se está desmoronando, se moviliza para buscar a Bauer o a Marco Antonio Villamar. Este le cuenta que fue con un grupo de obreros al arsenal y les dieron minutos para desalojar o los soldados les dispararían.
Horas más tarde, bajo presión de la embajada estadunidense, los militares guatemaltecos le exigen al presidente Arbenz su renuncia. El 27 de junio se escucha por la radio la triste voz del presidente depuesto: "Algún día serán derrotadas las fuerzas oscuras que oprimen al mundo subyugado y colonial...", al terminar el mensaje se exilia en la embajada mexicana.
Ernesto se reúne con Hilda, le informa que viajará a México y le propone matrimonio por segunda vez, Hilda no se atreve a responder. Horas más tarde la ciudad está en manos de un régimen militar de transición que en días terminará pactando y cediendo el poder a los golpistas. Por razones de seguridad ambos se cambian de casa.
Existe una leyenda guevarista, que le atribuye a Ernesto durante la semana siguiente a la caída de Arbenz una frenética actividad, colaborando a buscar refugio en embajadas a exiliados o junto con jóvenes del movimiento democrático escondiendo depósitos de armas. Dolores Moyano contará más tarde que Ernesto pasó tres días sin dormir en plena actividad en brigadas urbanas, y otros autores elaboran la imagen de que existía un loco argentino organizando la resistencia. Sin duda Ernesto en aquellos días terribles, de "sálvese quien pueda", colaboró en algunas tareas menores, junto a una serie de militantes que más allá del caos de sus partidos en plena descomposición comenzaban a pensar en alguna forma de resistencia, pero era evidente que todo, entonces, parecía inútil, y que no quedaba gran cosa que hacer. Aún así, estas actividades parecen interesar a soplones y policías.
Finalmente, y sabiendo que los extranjeros serán pasados bajo la lupa de los represores y los militares golpistas, acepta a instancias de su amigo y suministrador de mate Sánchez Toranzo, exiliarse en la embajada argentina.
Poco después Hilda es detenida por la policía cuando trata de sacar ropa de su vieja casa. En el primer interrogatorio le preguntan por el doctor Ernesto Guevara.
Hilda va a dar a la cárcel de mujeres. Ernesto se entera de la historia y quiere entregarse para que la suelten, pero sus amigos se lo impiden.
El 4 de julio Ernesto le escribe a su madre: Vieja, todo ha pasado como un sueño lindo (...) la traición sigue siendo patrimonio del ejército (...) Arbenz no supo estar a la altura de las circunstancia, los militares se cagaron en las patas. Le informa, con una cierta vergüenza, que no pagó sus deudas en la pensión y que por razones de fuerza mayor decide darlas por canceladas y termina con una confesión íntima, que se vuelve sin querer un retrato del aventurero-observador que era: Con un poco de vergüenza te comunico que me divertí como mono durante estos días. Esa sensación mágica de invulnerabilidad (...) me hacía relamer de gusto cuando veía a la gente correr como loca apenas venían los aviones o, en la noche, cuando en los apagones se llenaba la ciudad de balazos. De paso te diré que los bombardeos livianos tienen su imponencia.
En una de esas cartas deja un breve retrato del nuevo régimen: Si querés tener una idea de la orientación de este gobierno, te daré un par de datos: uno de los primeros pueblos que tomaron los invasores fue una propiedad de la frutera donde los empleados estaban de huelga. Al llegar declararon immediatamente terminada la huelga, llevaron a los líderes al cementerio y los mataron arrojándoles granadas en el pecho.
A pesar de que sabe que la policía tiene interés en él, frecuentemente deja el refugio de la embajada y una noche colabora a sacar del recinto diplomático a Humberto Pineda, el novio de Myrna, en la cajuela de un coche, porque éste quiere quedarse a combatir en la clandestinidad.
El 28 de julio Hilda es dejada en libertad, y aunque no puede entrar en la embajada argentina, comienza a intercambiar mensajes con Ernesto. En los últimos días de agosto llegan aviones a recoger a los asilados argentinos y la familia de Ernesto aprovecha para enviarle ropa y dinero. Escribe a su madre: Encuentro que me mandaste demasiada ropa y gastaron demasiado en mí, será medio cursi pero creo que no me lo merezco (...) mi último lema es poco equipaje, piernas fuertes y estómago de faquir. Del dinero que le llega le entrega al cubano Dalmau cinco dólares y rechaza la invitación para retornar a la Argentina.
Aunque sabe que existe contra los partidarios del viejo régimen un acoso policial en las calles, un día Ernesto sale intempestivamente de la embajada y se presenta en el restaurante en el que desayuna Hilda. La gente que los conoce los mira atemorizados cuando pasean por la ciudad. Le cuenta que dejó su pasaporte en la embajada mexicana para solicitar una visa y que se va por tres días al lago Atitlán. Como siempre, resulta sorprendente su desprecio por los peligros y su extraña capacidad para hacer turismo en días como aquellos. Sin embargo todo funciona, pasa tres días en la plácida provincia guatemalteca, probablemente poniendo en orden sus ideas, hace un paquete con sus libros y se los envía a la tía Beatriz por correo; tan sólo dejará una huella de la tensión en una carta escrita un mes más tarde a su amiga Tita Infante, ya desde México, donde hace referencia a un artículo que no pude mandar por correo porque me corrían de cerca. Se trata de un texto de unas 14 páginas titulado "Yo vi la caída de Jacobo Arbenz", un escrito que desaparecerá en la vorágine de aquellos días.
Hacia el final de la tercera semana de septiembre, nueve meses después de haber llegado a Guatemala, Ernesto Guevara toma otro tren más, uno más en su larga vida de viajero. Hilda lo acompaña un rato en el tren hacia la frontera mexicana, luego desciende y regresa a la ciudad de Guatemala; ambos sienten que la despedida es para siempre, aunque Ernesto le diga que la espera en México. En el tren el doctor Guevara conoce a otro joven que huye de la dictadura militar, Julio Cáceres, El Patojo, quien, era varios años menor que yo, pero en seguida entablamos una amistad que fue duradera. Juntos van hacia el norte. Detrás queda una historia que le pesará en la sangre a Ernesto Guevara, una historia que fue y no pudo ser, una revolución que se quedó a mitad de camino y un personaje, él mismo, que también se quedó a mitad de camino. ¿Condenado eternamente a ser un observador?