Ernesto Guevara, también conocido como el Che (9 page)

Read Ernesto Guevara, también conocido como el Che Online

Authors: Paco Ignacio Taibo II

Tags: #Biografía, Ensayo

BOOK: Ernesto Guevara, también conocido como el Che
4.21Mb size Format: txt, pdf, ePub

Siguen el viaje hacia Guatemala, donde los hermanos piensan vender el auto, pero la plata se les acaba y van rematando el coche por partes: el gato, linternas, lo que cae. Si llegan a Guatemala llegarán con los restos.

CAPÍTULO 6

Guatemala, las horas de la verdad

Diciembre de 1953, Ernesto Guevara le escribe a su madre: El único país que vale la pena de Centroamérica es éste, aunque su capital no es más grande que Bahía Blanca y tan dormida como ella. Naturalmente todos los regímenes pierden de cerca, y aquí, para no faltar a la regla, también se cometen arbitrariedades y robos, pero hay un clima de auténtica democracia y de colaboración con toda la gente extranjera que por diversos motivos viene a anclar aquí.

¿Un lugar para anclar? ¿Finalmente? Guatemala, sacudida por los cambios del régimen liberal popular del presidente Jacobo Arbenz, en choque contra los monopolios estadunidenses, con una reforma agraria en marcha, tensada.

El 20 de diciembre, a los pocos días de haber llegado, Ernesto busca cobijo. Recomendado por Rojo va a dar con una exiliada peruana, Hilda Gadea, en medio de la "melange" de exiliados latinoamericanos que pululan por la ciudad, para que le consiga una pensión barata. Ernesto y su amigo Gualo García no tienen derecho a la pequeña ayuda oficial que se entrega a los exiliados políticos, y por tanto andan a la busca de un lugar donde dormir que no afecte sus vacíos bolsillos.

Hilda describe a los dos jóvenes en este primer encuentro: "Eran como de 25 a 26 años, delgados y altos, entre 1.76 y 1.78, para la estatura común en nuestros países. Guevara muy blanco y pálido, de cabellos castaños, ojos grandes expresivos, nariz corta, de facciones regulares, en conjunto muy bien parecido (...) con una voz un poco ronca, muy varonil, lo que no se esperaba por su aparente fragilidad; sus movimientos eran ágiles y rápidos, pero dando la sensación de estar siempre muy calmado, noté que tenía la mirada inteligente y observadora y sus comentarios eran muy agudos (...) me dio la sensación de ser un poco suficiente y vanidoso (...) después sabría que a Guevara le molestaba pedir favores y que estaba con un ataque de asma, lo que lo obligaba a levantar el tórax en una posición forzada para la respiración (...) Como muchos latinoamericanos, yo tenía desconfianza de los argentinos."

La bondadosa descripción de Hilda omite que en aquellos días Ernesto iba con los zapatos rotos y que sólo tenía una camisa, la que usaba con la mitad del faldón por fuera.

Ernesto, con Gualo y Rojo, se instala gracias a la recomendación de Hilda, en una pensión de mala muerte en la calle Quinta. Allí recibe, a los pocos días de haber llegado, la visita del agregado comercial de la embajada argentina, quien jugará un papel fundamental en su vida, pues se convertirá primero en su suministrador de yerba mate y más (arde en el hombre que le proporcionará el refugio salvador.

El asma se está cobrando las penurias del último viaje, y los ataques son inusitadamente fuertes. La enfermedad no impide que se lance casi de inmediato a la búsqueda de trabajo. A pocos días del arribo le explica en una carta a su madre: estoy en conversaciones para ver si consigo laboro en el leprosario de aquí, con 250 quetzales y la tarde libre, pero todavía no hay nada concreto al respecto; sin embargo de alguna manera me voy a arreglar porque la gente es gaucha y hay carencia de médicos.

Tres días después del primer encuentro, los argentinos agradecidos visitan a Hilda en su pensión Guevara está afectado por un fuerte ataque de asma. Hilda, en justa reprocidad, no debe haberle causado a Ernesto una notable primera impresión, a sus 27 años, dos mayor que él, es una intelectual chaparrita, regordeta, de ojo achinado que proviene de su abuela indígena, con una interesante formación política; exiliada por culpa de la dictadura del general Odría, a causa de sus actividades dentro del APRA, trabaja en la ciudad de Guatemala dentro del Instituto del Fomento a la Producción, una agencia oficial que colabora con el estímulo a cooperativas y pequeños productores agrarios. Parece que en estos primeros encuentros el desinterés es mutuo. No lo es en cambio para una compañera de trabajo de Hilda, Myrna Torres, quien anota en su diario el 27 de diciembre: "conocí a un muchacho argentino muy atractivo."

El grupo de amigos se amplía en el circuito de los exiliados, primero será el estadunidense Harold White, un profesor de filosofía de unos cincuenta años, alto, flaco, de pelo canoso (Intercambio ignorancias con un gringo que no habla papa de castellano, ya tenemos idioma propio y nos entendemos a las mil maravillas. De este gringo se dice que se exilió en Guatemala porque el FBI lo persigue y otros dicen que es del FBI, el asunto es que escribe unos artículos furibundos antiyankis y lee a Hegel, y yo no sé para qué lado patea), más tarde el cubano Nico López, flaco, desgarbado, con el pelo rizado y alborotado, cuatro años más joven que Ernesto, hijo de inmigrantes españoles, prófugo de la escuela, fundador de un grupo rebelde en su juventud llamado "los de abajo", y que participó en las acciones del 26 de julio en Cuba atacando el cuartel de Bayamo el mismo día del ataque al Moncada. Acogido en la embajada de Guatemala en La Habana logra exiliarse. Nico causa en Ernesto una potente impresión: Cuando oía a los cubanos hacer afirmaciones grandilocuentes con absoluta serenidad me sentía chiquito. Puedo hacer un discurso diez veces más objetivo y sin lugares comunes, puedo leerlo mejor y puedo convencer al auditorio de que digo algo cierto, pero no me convenzo yo y los cubanos sí. Nico dejaba su alma en el micrófono y por eso entusiasmaba a un escéptico como yo.

A los pocos días se sumarán al circuito algunos cubanos exiliados, porque en su carencia de fondos tienen que apelar a Ernesto para que los atienda profesionalmente gratis.

En el cocktail lingüístico de los muchos castellanos que se hablan en el exilio, Ernesto se ve obligado a defenderse de los argentinismos, su amigo Gualo lo llama "querido" en una conversación con Hilda y el doctor Guevara respinga:

—¿Por qué me decís querido, Gualo? Sabés que no me gusta; da que pensar cosas extrañas a la gente que no conoce nuestro modo de hablar.

Intercambios de lecturas y de debates: por culpa de White, cuyas primeras conversaciones se producen con Myrna como traductora y luego en una interlengua extraña, Ernesto defiende a Freud y termina leyendo a Pavlov; con Hilda el tema es Sartre, del que ambos se confiesan admiradores; Hilda le presta las obras de Mao Tse Tung. Primeras discusiones: Ernesto choca con Rojo, porque le parece moderado. Para él, el cambio en América Latina no pasa por las tibias reformas, la revolución será violenta. Hilda trata de calmarlo y Ernesto salta: ¡No quiero que nadie me calme!; luego se disculpa: El Gordo me saca de quicio...

Iniciando el mes de enero, un primer balance en una carta a su tía Beatriz: Éste es un país donde uno puede dilatar los pulmones y henchirlos de democracia. Hay cada diario que mantiene la United Fruit que si yo fuera Arbenz lo cierro en cinco minutos, porque son una vergüenza y sin embargo dicen lo que les da la gana y contribuyen a formar el ambiente que quiere Norteamérica, mostrando esto como una cueva de comunistas, ladrones, traidores, etc. No te diré que es un país que respire abundancia ni mucho menos, pero hay posibilidades de trabajar honradamente y si consigo salvar cierto burocratismo un poco incómodo, me voy a quedar un tiempo por aquí.

Y para poder quedarse, prosigue a la caza de un empleo. Un médico exiliado venezolano le consigue una entrevista con el ministro de Salud Pública (Le pedí un puesto, pero le exigí una respuesta categórica, por sí o por no. El hombre me recibió muy amable, tomó todos los datos y me citó para dos o tres días después. Los días se cumplieron ayer y el ministro no me defraudó, porque me dio una respuesta categórica, N0). El ministro le plantea que si quiere conseguir empleo como doctor en Guatemala se verá obligado a cursar una revalidación de sus estudios en la Universidad local ¡durante un año!

La picaresca de los cubanos ofrece una salida. Nico le propone a Ernesto un negocio extraño, la venta callejera, al contado y en abonos, de la imagen de latón de un Cristo milagrosísimo, montado en una cajita de madera y con luces que se transparentan a través de la estampita (Por ahora vendo en las calles una preciosa imagen del señor de Esquipulas, un Cristo negro que hace cada milagro bárbaro (...) ya tengo un riquísimo anecdotario de milagros del Cristo y constantemente lo aumentó).

Sin embargo, la venta callejera, para la pequeña banda de ateos, no parece ser un negocio potente, que vaya más allá de la supervivencia, porque sueña con comida mientras en la pensión lo matan de hambre. Como le diría en una carta a su hermano: los bifes argentinos son un pálido y bien ponderado sueño.

Durante su segundo mes en Guatemala la situación política se va tensando, la posibilidad de un golpe de estado crece, se descubren conspiraciones militares apadrinadas por la United Fruit. Ernesto comienza a relacionarse con la izquierda guatemalteca. El segundo sábado de febrero se entrevista en su chalet con Alfonso Bauer, presidente del Banco Nacional Agrario y miembro de la comisión política de la coalición partidaria que sostiene a Arbenz. Se lían en una de aquellas interminables discusiones sobre política latinoamericana y se va la noche. Ernesto criticaba los choques y el sectarismo entre los partidos del frente que apoyaba a Arbenz, pensaba que había exceso de confianza y no se estaba organizando una verdadera resistencia popular.

Días más tarde participa en el Primer Festival de la Alianza de la Juventud Democrática, una fiesta donde la comida al aire libre, las competencias deportivas y los actos político-culturales se mezclan. Conoce allí al diputado del Partido Guatemalteco del Trabajo (el partido comunista) Carlos Manuel Pellecer. La impresión es nefasta: Es un típico representante de una burocracia que domina.

Frecuenta la Casa de la Cultura, un centro social manejado por un frente de intelectuales de izquierda, conoce a Edilberto Torres, el hermano de Myrta, quien es uno de los cuadros, con el que juega frecuentemente al ajedrez.

El 15 de febrero le escribe a su tía Beatriz: Mi posición no es de ninguna manera la de un diletanti hablador y nada más; he tomado posición decidida junto al gobierno guatemalteco y, dentro de él, en el grupo del pgt que es además comunista, relacionándome además con intelectuales de esa tendencia que editan aquí una revista y trabajando como médico en los sindicatos, lo que me ha colocado en pugna con el colegio médico que es absolutamente reaccionario...

Los deseos se confunden con las intenciones, probablemente simpatice con la izquierda guatemalteca, pero su relación no pasa de ser la de un observador exterior al proceso, quizá con muchas intenciones de ir más allá, pero sólo eso. Por otro lado, el trabajo como médico en los sindicatos no será más que una oferta que le han hecho y que finalmente no se concretará; ciertamente, está en pugna con el colegio médico, que es sin duda reaccionario y corporativista, y que le ha cerrado y le cerrará varias posibilidades de empleo, pero es de dudarse que esa burocrática institución se sienta afectada por los odios del joven doctor Guevara. A pesar de sus buenas intenciones, Ernesto sigue siendo ajeno; América Latina, Argentina incluida, es escenario y paisaje.

En esa misma carta comenta que comienza a trabajar en un libro sobre la función del médico en América Latina y anuncia que el proyecto le tomará un par de años. Parece ser que ha logrado escribir los dos primeros capítulos. Mezcla de reflexión y acumulación de experiencias logradas durante los últimos años de viajes por el continente, Ernesto siente que tiene un material útil en la cabeza. Mis actividades futuras son un misterio hasta para el mismo tata Dios; por ahora me gustaría tener un poco de tranquilidad pues estoy ordenando material para un libro... pero la lucha por el sustento diario no me permite dedicarle mucho tiempo a la cosa.

La tensión crece en Guatemala, Ernesto decide abrirse una puerta de salida por si acaso, y le pide a su padre la dirección en México de un viejo amigo suyo, el cineasta Petit de Murat. A fines de febrero consigna su precaria situación económica: Un peso diario por dar clases de inglés (castellano, digo) a un gringo, y 30 pesos al mes por ayudar en un libro de geografía que está haciendo un economista aquí. Ayudar quiere decir escribirá máquina y pasar datos. Total 50, si se considera que la pensión vale 45, que no voy al cine y que no necesito remedios es un sueldazo. Con el "sueldazo" se ha ido atrasando y ya debe dos meses de renta en la pensión. Anda consiguiendo un trabajo de pintor de brocha gorda para hacer anuncios callejeros. Mientras tanto, la más linda de las oportunidades parece que fracasará, porque los cooperativistas tienen pocas ganas de pagarle a un doctor.

Las relaciones con Hilda Gadea van creciendo, sustentadas fundamentalmente en la curiosidad intelectual. Descubren su mutuo interés por la poesía, ella le presta a César Vallejo y Ernesto le regala un libro de Juana de Ibarbouru. Ella le descubre a León Felipe y Walt Whitman. Ambos se reconocerán como amantes del "If" de Kipling. Ernesto aporta en la prosa y le descubre "La piel" de Curzio Malaparte, y "Mamita Yunai" de Fallas. Ella lo ayuda a traducir el libro de White y le presta su máquina de escribir. Se suceden largas y laboriosas discusiones sobre el marxismo, Ernesto le reclama su militancia en un partido liberal-popular como el APRA, cuyo dirigente, Haya de la Torre, ha pasado por Guatemala y al doctor Guevara le ha causado una impresión más bien negativa.

De una u otra manera están embarcándose en algo parecido a un noviazgo "intelectual." Se suceden las charlas, los paseos por el campo. Un día viajan con White a Sacatepéquez, para ver una fiesta popular, se les hace tarde y no encuentran transporte de regreso. Hilda está muy preocupada si se tiene que quedar allí, "¿qué van a pensar en la pensión en la que vivo?." Ernesto hace malabarismos para regresarla a Guatemala a dormir... Un noviazgo intelectual y bastante conservador, por lo visto.

Ernesto no desespera en la búsqueda de un trabajo de médico en Guatemala y multiplica las gestiones. En marzo parece que podrá trabajar en la zona del Petén, no como médico sino como enfermero, con un salario de 120 quetzales, dinero que le servirá para pagar sus deudas en la pensión (me recomienda el patrono, pero hay un conflicto con los sindicatos y voy a tratar de convencerlos). El asunto se queda en el aire. Más tarde, una oferta de una compañía bananera se ve obstaculizada por el colegio médico. En marzo, en una carta a Tita Infante, incluye una críptica frase a modo de consejo: Hay que ser fatalista en sentido positivo y no preocuparse por el correr inútil de los días.

Other books

Against All Odds by DePrima, Thomas
The Soprano Wore Falsettos by Schweizer, Mark
From Here to Maternity by Sinead Moriarty
Eagle by Jack Hight
Sylvie's Cowboy by Iris Chacon
Hidden Meanings by Carolyn Keene
The Enemy's Lair by Max Chase
The Winter Guest by Pam Jenoff