Read Ernesto Guevara, también conocido como el Che Online
Authors: Paco Ignacio Taibo II
Tags: #Biografía, Ensayo
1937, Altagracia: a Ernesto se le cae la baba oyendo a su padre narrar en las sobremesas las historias familiares, en particular las historias de las aventuras de su abuelo el geógrafo cuando trabajaba marcando los límites en el Chaco, bajo calor atroz y emboscadas de indios. A las aventuras del abuelo se suman en 1937 los peligros de la narrativa de la realidad, cuando llegan exilados los hijos del doctor republicano español Aguilar y son acogidos en Villa Nydias. Con ellos, en la radio que acaba de comprar su padre y en los periódicos, entra en la vida del joven Guevara, a los nueve años, la Guerra Civil Española. Para Ernesto la victoria de la República contra los militares y los fascistas se vuelve un problema personal. Comienza a seguir el desarrollo en un mapa en el que va clavando banderitas y observando la evolución de los frentes; en los terrenos de atrás de la casa, construye con sus amigos la reproducción del cerco de Madrid, una serie de trincheras cavadas en la tierra donde se armaban tremendas peleas con hondas, piedras y cascotes, incluso tuercas; a Roberto casi le rompen una pierna y Ernesto anduvo cojo unos cuantos días, lo cual no le impidió aprenderse de memoria los nombres de todos los generales republicanos.
En la democracia de la infancia sus amigos son los hijos de los porteros de las villas de verano, a los que se suman los Figueroa y Calica Ferrer. Decenas de años después el mozo del hotel de Altagracia sigue recordando: "Ernesto era un muchacho de barrio, no andaba con los niños bien sino con nosotros." Y en los recuerdos del pueblo se mantiene un mito guevarista pre Che. Juan Mínguez, un vecino en Altagracia, dirá: "Si jugábamos fútbol y sólo éramos cinco, él quería actuar de portero contra los otros cuatro." La versión se vuelve menos heroica cuando la explica su amigo César Díaz: "Actuaba de arquero, porque con lo del asma no podía correr mucho." Lo que ha de quedar claro es que siempre fue un desarrapado al que le gustaba usar gorra, pero con la visera hacia atrás.
Lo que el asma le niega se lo dará la tenacidad: Durante meses queda segundo en todas las competencias de ping-pong en el hotel Altagracia, gana siempre el campeón local, Rodolfo Ruarte. Un día le informa al campeón que se retira temporalmente del asunto. En la clandestinidad del hogar fabrica una mesa de ping-pong y practica en solitario. Luego reaparece para retar al campeón y ganarle.
Los domingos dispara al blanco con su padre. Desde los cinco años sabe manejar una pistola y destruye ladrillos a tiros. Y lee, lee a todas horas. En los orígenes Julio Verne, Alexander Dumas, Emilio Salgari, Robert Louis Stevenson, Miguel de Cervantes.
En el 37 la familia se cambia a una nueva casa, el chalet Fuentes, y Ernesto descubre su amor por los disfraces: indio, griego, gaucho, marqués. Hace de boxeador en una obra de teatro en el colegio. En la versión de su hermana Ana María, todo iba muy bien hasta que "entraba un hada con una varita mágica y los muchachitos que estábamos estáticos, automáticamente adquiríamos movimiento. Roberto y Ernesto estaban vestidos de boxeadores y el hada preguntó:
"—¿Vosotros, muñequitos, qué sabéis hacer? —Y ellos respondieron:
"—Esperad un momento y os asombrareis —y empezaron mecánicamente a boxear, moviendo los bracitos. Ernestito le dio más duro de lo normal a Roberto y éste comenzó a fajarse de verdad", y la maestra lloraba al ver el desastre que se estaba armando porque el hada, con todo y su varita de limitada magia, no podía pararlos.
Y el asma proseguía. Durante años el padre de Ernesto llevó un registro de medicamentos que se le daban, las reacciones a objetos o alimentos, las condiciones climatológicas, la humedad del ambiente: "amanece bien, duerme con la ventana cerrada (...) se le dio una inyección de calcio glucal intravenosa (...) Miércoles 15, mañana seminublada. Sequedad ambiente." El padre registra: "Era tal la angustia que soportábamos a causa de esta persistente enfermedad que no abandonaba al niño, que pensando mejorarlo hacíamos toda clase de pruebas, seguíamos los consejos de médicos o profanos. Inventábamos toda clase de remedios caseros y apenas salía una propaganda en los diarios asegurando una panacea contra el asma, en seguida la adquiríamos y se la administrábamos. Cuando me recomendaban este crecimiento o aquel cocimiento de yerba o yuyos para mejorar a un asmático, apenas habían terminado de indicarme el remedio cuando ya lo estaba preparando para que lo tomara Ernesto.
"La desesperación nos llevó hasta caer en el curanderismo y aún peor: recuerdo que alguien me dijo que dormir con un gato dentro de la cama aliviaba mucho a un asmático. No lo pensé dos veces y una noche pesqué un gato vagabundo y se lo metí a Ernesto en la cama, el resultado fue que a la mañana siguiente el gato había muerto asfixiado y Ernesto seguía con su asma a cuestas.
"Cambiamos el relleno de los colchones, de las almohadas, reemplazamos las sábanas de algodón por sábanas de hilo o nylon. Quitamos de las habitaciones toda clase de cortinajes y alfombras. Limpiamos de polvo las paredes. Evitamos la presencia de perros, gatos y aves de corral. Pero todo fue inútil, el resultado fue decepcionante y desalentador. Frente a la persistencias del asma sólo podíamos saber que la desataba cualquier cosa, en cualquier época del año, con cualquier alimento, y el saldo de todo nuestro empeño fue saber a ciencia cierta que lo más conveniente para su enfermedad era el clima seco y de altura (...) y hacer ejercicios respiratorios, especialmente natación." Curiosamente el agua fría era un poderoso desencadenante de los ataques de asma.
En 1939, cuando Ernesto tiene 11 años, los Guevara se trasladan a un nuevo domicilio dentro de Altagracia, el chalet de Ripamonte. Ese año será precioso en su memoria, porque conoce al ajedrecista cubano Capablanca.
Nuevos amigos entran en su vida. A través de los Aguilar aparece Fernando Barral, un niño huérfano español, refugiado con su madre en la Argentina, solitario, retraído. Barral lo recordará bien: "Puedo confesar que en cierta medida le tenía envidia a Ernesto por su decisión, audacia y seguridad en sí mismo, y sobre todo por la temeridad que yo recuerdo como una de sus expresiones más genuinas de su carácter (...) una falta total de miedo ante el peligro, y si lo tenía no se le notaba, una gran seguridad en sí mismo y una independencia total en sus opiniones." Porque la temeridad es un rasgo distintivo del carácter del personaje, el ponerse a prueba, el saltar desde un tercer piso, de azotea en azotea, para hacer palidecer a sus amigos. Su amiga Dolores Moyano lo calará bien, encontrará lúcidamente las raíces del comportamiento adolescente del joven Guevara: "Aún así, los desafíos de Ernesto a la muerte, su coqueteo hemingwayano con el peligro, no era impetuoso ni exhibicionista. Cuando hacía algo peligroso o prohibido, como comer gis o caminar sobre una valla, lo hacía para saber si podía hacerse, y sí, cuál era la mejor manera. La actitud subyacente era intelectual, los motivos ocultos eran la experimentación."
Un año más tarde, en plena guerra mundial, su padre se afilia a Acción Argentina, una organización antifascista que simpatiza con los aliados. Ernesto tiene su credencial que a los doce años muestra orgulloso, incluso se ofrece voluntario para hacer averiguaciones sobre la presencia de infiltración nazi entre los alemanes que habitan en la zona de Altagracia.
Pero seguirá siendo la lectura su gran pasión de la primera adolescencia, obligado por el reposo de los ataques de asma a la pasividad física. El viejo Guevara cuenta: "Cuando Ernesto llegó a los doce años, poseía una cultura correspondiente a un muchacho de 18. Su biblioteca estaba atiborrada de toda clase de libros de aventuras, de novelas de viajes." Años más tarde, en busca del orden perdido, llenó uno de sus múltiples cuadernos con la lista de los libros leídos, algunos de ellos comentados, y lo llamó "Cuaderno Alfabético de lecturas generales." En el apartado dedicado a Verne anota 23 novelas (el historiador, que sólo llegó a 21, no puede dejar de identificarse con el personaje).
Ernesto trabajará por primera vez a los trece años. Un día se le aparece a su padre, junto con su hermano Roberto, para pedirle permiso para cosechar uvas en uno de los raros viñedos que existían en la región. En aquel mes de febrero sé encontraba de vacaciones de la escuela secundaria Manuel Solares de Altagracia donde estudiaba. Les pagarían 40 centavos por día y todas las uvas que pudieran comer. Trabajan tres días, al cuarto reaparecen en la casa familiar indignados. Ernesto había tenido un ataque de asma y trató de seguir a pesar del ahogo, pero me fue imposible. Cuando le pedí que nos pagara lo que nos debía, el muy sinvergüenza nos dio sólo la mitad porque según él, no habíamos cumplido con el contrato. Es un hijo de la gran puta y yo quiero que vengas con nosotros a romperle el alma.
En 1942, a los 14 años, se inscribe en el liceo Dean Funes en Córdoba, una escuela pública y liberal, en lugar de ir a la Monserrate, que era donde estudiaba la aristocracia; viaja todos los días 35 km. en tren desde Altagracia. En Córdoba conoce a los hermanos Granado, Tomás, su compañero de escuela, y Alberto, seis años mayor.
Tomás, quien resulta cautivado por su compañero de pelo rapado muy corto y una agresividad fuera de lo común en el deporte, a pesar del asma, se lo presenta a su hermano mayor para que lo incorpore al equipo de rugby, el "Estudiantes." Alberto lo observa no muy convencido, está estudiando medicina y la primera impresión no es favorable, porque le notaba "un respirar anhelante que indicaba un mal funcionamiento."
Le hacen una prueba que consiste en saltar sobre un palo de escoba colocado sobre dos sillas a 1.20 de altura y caer sobre el hombro. El "Pelado" Guevara comienza a saltar, tienen que pararlo porque va a hacer un agujero en el piso del patio.
Pocos días más tarde comienza a entrenarse, y poco después a jugar, a veces a mitad de partido tiene que salir a la banda y usar el inhalador antiasmático.
Corría por la cancha aullando: ¡Apártense aquí va el Furibundo Serna! Fu-Ser, su futuro apodo. Juega como si le fuera la vida, pero no dedica la vida al juego. Sigue siendo un adolescente sorprendente, que alterna la guerra contra el asma por el método de poner el cuerpo por delante, de arriesgarse, de ir a los límites, con la pasión por la lectura. En los ratos libres, antes de iniciar un entrenamiento, sus compañeros lo observan frecuentemente abrir un libro y ponerse a leer. En cualquier lugar, bajo un poste de alumbrado, en el borde de la cancha mientras otros la desocupan, Ernesto saca de su chaqueta un libro y desaparece del mundo.
Y lee de una manera intensiva, caótica, pero indudablemente con un método, con una extraña guía. Literatura de aventuras y acción, libros de viajes, América Latina: Quiroga, Ingenieros, Neruda, London... Celia le enseña francés y lee a Baudelaire en su idioma original. Y "El Decamerón" de Boccacio. Le interesa particularmente la sicología, lee a Jung y Adler. El padre de José Aguilar, un médico exiliado español se sorprende de verlo leer a Freud, y lo comenta con sus hijos, sugiere que quizá es una lectura "antes de tiempo." Alberto Granado, quien le lleva varios años, no acaba de creerse que haya leído tanto; discuten sobre Steinbeck, Zola, se apasionan con "Santuario" de Faulkner. ¿A qué horas lee el Furibundo?
—Oye, Mial (de Mi Alberto), cada vez que el asma me ataca, o que tengo que quedarme en casa tratándome con los sahumerios que me han recetado, aprovecho esas dos o tres horas para leer todo lo posible.
El asma no sólo lo recluye, cuando comienzan los ataques desaparece el apetito. Sin embargo el viejo Guevara registra: "A Ernesto le encantaba comer bien cuando su enfermedad se lo permitía. Al regresar de la escuela, lo primero que hacía era meterse en la cocina y allí se tragaba todo lo que estuviera a mano (...) Cuando estaba bien se desquitaba con verdaderos atracones de sus ayunos obligados por los ataques de asma."
Prueba caminos. Se inscribe en un curso de dibujo por correspondencia en la Academia Oliva de Buenos Aires. Es un curso mediocre, cuesta dinero, la familia no anda muy bien de plata y Ernesto no tiene talento. Acaba desertando.
En 1943, cuando tiene 15 años, su hermana Celia entra en el Liceo de Señoritas de Córdoba. Con los dos hijos mayores estudiando allí, al iniciarse el año, Guevara Lynch se asocia con un arquitecto cordobés y alquila una oficina en el centro de la ciudad. La familia se muda, viven en el número 2288 de la calle Chile, una casa en la periferia, grande, al borde de un gran parque y en la cercanía de una villa miseria; chalets de clase media en decadencia mezclados con casas baratas que se estaban derrumbando.
La literatura lo persigue y él a ella. Lee "Las viñas de la ira" de Steinbeck. Lee a Mallarmé, Baudelaire, Engels, Marx, Lorca, Verlaine, Antonio Machado. Descubre a Gandhi, que lo emociona profundamente. Sus amigos lo recuerdan recitando. A Neruda, desde luego, pero también a poetas españoles. Una cuarteta lo persigue: "Era mentira/ y mentira convertida en verdad triste,/ que sus pisadas se oyeron/ en un Madrid que ya no existe."
Ernesto será un argentino atípico por muchos motivos, pero quizá el esencial es su incapacidad para distinguir el tango de otras músicas populares. Su primer biógrafo, el cubano Aldo Isidrón, lo deja claro: "Su oído resiste al mensaje sonoro. A tal extremo que no es capaz de identificar siquiera un tango. Para bailar memoriza los pasos." Y por tanto necesita para poder bailar, aunque sea de vez en cuando, que sus amigos le digan de qué pieza se trata: ¿un fox, un tango? Su prima La Negrita cuenta: "Cuando íbamos a los bailes, sacaba a bailar a las más feas, para que no se quedaran sin bailar, aunque él era sordo para la música."
La Negrita es no sólo su compañera de bailes, probablemente sea también su primer amor adolescente. Cuenta: "En plena adolescencia Ernestito y yo fuimos un poco más que amigos, un día (...) me preguntó si yo ya era una mujer y hubo una especie de idilio amoroso (...) Se sabía los 'veinte poemas de amor y una canción desesperada' de Pablo Neruda y comenzaba a recitarlos uno a uno y no terminaba hasta el final. Tenía una gran memoria."
El 18 de mayo nace Juan Martín, el último de los hermanos de Ernesto. Refiriéndose a su propia entrada en escena dice: "No es que mis viejos tuvieran mucho ingenio para poner los nombres. A Ernesto se lo pusieron por mi padre; a Celia, que era la que seguía, por mi madre. A Roberto le tocó el nombre de mi abuelo y a Ana el de mi abuela. Yo fui el último, quedaban dos abuelos y me tocó llamarme Juan Martín, por nacer varón." Al paso del tiempo Ernesto también tendrá cinco hijos y repetirá la falta de imaginación de sus padres en materia de nombres.