Ernesto Guevara, también conocido como el Che (2 page)

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Authors: Paco Ignacio Taibo II

Tags: #Biografía, Ensayo

BOOK: Ernesto Guevara, también conocido como el Che
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De la rama Lynch, irlandeses emigrantes de todas las emigraciones (¿de ahí las vocaciones de viajero permanente, la picazón en el culo que no habría de abandonarte, las alas en los pies?) a los que se puede encontrar en la Argentina desde el inicio del siglo
XVIII
.

No mucho más del lado De la Serna, fuera del abuelo Juan Martín de la Serna, dirigente de la juventud radical, militancia compartida por uno de los Lynch, el tío abuelo Guillermo, por la que ambos intervinieron en la fracasada revolución de 1890.

De cualquier manera parece que al paso del tiempo no hará guardar a Ernesto demasiada conmiseración por el personal al que calificará en bloque: "Los antepasados (...) eran miembros de la gran oligarquía vacuna argentina."

Aunque la dureza al juzgarlos debe ser cosa del futuro, porque en la primera infancia las narraciones de los abuelitos en California y la fiebre del oro, las hazañas de su abuelo agrimensor que estuvo a punto de morir de sed, le resultaban por lo menos material para una fascinante novela.

Lo mejor de su padre, un constructor civil que emprendió mil negocios y fracasó en la mayoría, es que lo expulsaron del colegio Nacional por haberle dado una bofetada a Jorge Luis Borges, después de que éste lo denunció diciéndole a un maestro: "Señor, este chico no me deja estudiar." Ernesto Guevara Lynch era un aventurero a medias, estudiante de arquitectura que había dejado la carrera para incursionar en el mundo de los pequeños empresarios y sacado la lotería, según el mismo reconocerá, al casarse en Córdoba con Celia, pretendida por todos y alcanzada por ninguno.

La madre, Celia de la Serna, católica ferviente reconvertida al liberalismo, conserva del catolicismo inicial la fuerza de sus pasiones. Una de sus sobrinas recordaría más tarde: "Fue la primera mujer (según mi mamá) que se cortó el pelo a lo
garçon
, es decir que se cortó el pelo cortitico por la nuca, fumaba y cruzaba la pierna en público, que ya era el colmo de la avanzada feminista en Buenos Aires."

Cuando se produce el noviazgo, Celia es menor de edad y rompiendo con su familia se va a casa de una tía para luego casarse con Ernesto. Cultos, un tanto bohemios, herederos vergonzantes de una oligarquía que les parecía pasiva y timorata, el matrimonio Guevara de la Serna habría de aportar a sus hijos el espíritu de aventura, la pasión por las letras, el desenfado, que Ernesto convertiría en banderas vitales años más tarde.

Pero vamos a darle forma a la historia:

Julio de 1928, Guevara padre y Celia venían descendiendo el río Paraná en barco y viaje de negocios y aprovechando para que el primero de sus hijos naciera en Buenos Aires, pero los dolores de parto se presentaron prematuramente a la altura de la ciudad de Rosario. Ernesto nacerá pues el 14 de julio en la maternidad del Hospital Centenario, anexo a la Facultad de Medicina. Los testigos del recién nacido hijo accidental de la ciudad de Rosario, serán premonitorios del futuro carácter viajero del bebé: un taxista brasileño (el hombre que los llevó al registro civil) y un marino (su tío Raúl). Habrá nacido el mismo día que Antonio Maceo, el mismo día que José Carlos Mariátegui, el más heterodoxo de los revolucionarios cubanos del fin del siglo
XIX
y el más hereje de los marxistas latinoamericanos del inicio del siglo
XX
.

La primera foto conocida del pequeño Ernesto lo muestra vestido con un horrendo ropón, contrastando en el parque de Rosario la belleza fría de su madre, con el rostro enfurruñado del personaje que mira hacia la derecha de la cámara. Muy poco después sufriría su primera enfermedad, una potente bronconeumonía que casi habría de matarlo. Sus tías Beatriz y Ercilia viajarán desde Buenos Aires para ayudar a la joven madre a cuidarlo; a partir de esto quedará enlazado amorosamente a ambas.

Hay una foto que me resulta todavía más atractiva, tomada en Entre Ríos en 1929, el mini-Ernesto, con pelusa y orejón, vestido con una camiseta, un ropón; se está chupando con gesto concentrado los dedos índice y corazón de la mano izquierda, con los dedos sobrantes pareciera estarle haciendo un gesto obsceno a los observadores.

Los dos primeros años de vida de Ernesto transcurrirán entre Caraguatay, en la provincia de Misiones, en una zona donde su padre tiene una plantación de yerba mate. No conservará memoria de aquellos tiempos aunque más tarde le contarán frecuentemente historias del "territorio salvaje", de la "selva misionera" y Buenos Aires, donde la familia renta un pequeño departamento en la calle Santa Fe. Movidos por los negocios desafortunados del padre, que ha de sufrir en aquellos años el robo de toda la producción de su plantación, vivirán una vida errabunda. En Buenos Aires nacerá hacia el final de 1929 su hermana Celia y allí será reclutada su nana Carmen, una gallega, robusta, pequeña y muy pecosa que lo acompañará hasta los ocho años.

Cuando casi tiene dos años su padre se traslada a San Isidro, sobre el Paraná, casi en la frontera con Paraguay, donde es socio de un astillero que anda mal económicamente y que quiere levantar.

Sabido es que las biografías se escriben del presente hacia el pasado remoto, de atrás hacia adelante, como una escritura exótica; y en ese quehacer se corre siempre el riesgo de rastrear el pasado a la busca en la infancia de la anécdota que se ajusta al personaje muerto, de olvidar lo que no corresponde en el escenario futuro y mostrar con obstinación aquello que produce concordancia, borrando púdicamente lo que genera disonancia. En las memorias de su padre, la tentación aparece con frecuencia:

En aquellos años "Ernestito comenzaba a caminar. Como a nosotros nos gustaba tomar mate, lo mandábamos hasta la cocina, distante unos veinte metros de la casa, para que nos lo cebara. Entre la cocina y la casa, una pequeña zanjita ocultaba un caño. Allí tropezaba siempre el chico y caía con el mate entre sus manitas. Se levantaba siempre enojado y cuando volvía con una nueva cebada de nuevo se volvía a caer. Empecinado siguió trayendo el mate una y otra vez hasta que aprendió a saltar la zanja."

El salto de la zanja como un loop cinematográfico que repetirá a lo largo de los años la escena, recontando a Ernesto y su terquedad, su futura y proverbial terquedad, su idea de que la llave de la vida era la voluntad y el resorte que la ponía en movimiento la tenacidad. Y uno se pregunta: ¿es prefiguración ese niño de menos de dos años que tropieza una y otra vez en la zanja?, ¿o es un recuerdo acoplado?

En mayo del 31, el pequeño Ernesto sale del agua tras haberse bañado en el río con su madre y comienza a toser. La tos lo acompaña de una manera persistente, angustiante. Un primer médico le diagnostica una bronquitis; más tarde, cuando la enfermedad no cede, otros doctores hablan de una bronquitis asmática perseverante. Finalmente, un doctor dice que se trata de un ataque de asma y lo relaciona con la neumonía que sufrió Ernesto a los pocos días de nacer. Todos los médicos coinciden que nunca han visto a un niño con ataques de asma tan agudos. Años más tarde su hermana Ana María rescata un recuerdo de la mitología familiar: "Era tan terrible el asma que mis padres, desesperanzados, pensaron que se iba a morir." Permanecen horas, días y noches al lado de la cama mientras el enfermo abre desesperadamente la boca y agita las manos buscando el aire que le falta. De su pecho escapa un sonido ronco. Don Ernesto recordará años más tarde: "Nunca pude acostumbrarme a oírlo respirar con ese ruido particular de maullidos de gato que tienen los asmáticos."

Una de las primeras palabras que aprende a decir el niño es: "inyección"; es lo que pide cuando siente que el ataque se le viene encima. Guevara padre contará: "El asma es una enfermedad caprichosa y todos los asmáticos tienen características diferentes. Lo que a uno le hace mal a otro le puede hacer bien; es cuestión de sensibilización." Los padres tardan en aprender esta lección, los médicos no encuentran respuestas, se limitan a insistir en que el clima húmedo de Misiones le afecta profundamente y le provoca los ataques, los periodos "más bravos."

El asma de Ernesto y los extraños negocios de Don Ernesto siguen siendo el motor familiar. En 1932 la familia se muda a Buenos Aires, nace allí el tercer hijo, Roberto.

Pero la cosa no funciona. Su madre recuerda: "Ernesto no resistía el clima capitalino. Guevara Lynch se acostumbró a dormir sentado en la cabecera del primogénito para que éste, recostado sobre su pecho, soportará mejor el asma", y su padre completa la imagen: "Celia pasaba las noches espiando su respiración. Yo lo recostaba sobre mi abdomen para que pudiera respirar mejor, y por consiguiente yo dormía poco o nada."

En 1933, buscando huir del asma, viven por un tiempo en Arguello, Córdoba. El asma retorna. Siguiendo consejos médicos deciden buscar un clima seco de montaña y en junio van a dar a Altagracia, una pequeña población en la provincia de Córdoba. Ernesto parece mejorar en ese clima, pero aunque las condiciones no serán tan terribles como en Misiones o Buenos Aires, la enfermedad no habrá de abandonarlo nunca más. Tiene cinco años, vivirá en Altagracia hasta los 17.

Su padre reseña con rabia: "Cada día imponía nuevas restricciones a nuestra libertad de movimientos y cada día quedábamos más a merced de aquella maldita enfermedad." Los Guevara viven en Altagracia en el Hotel la Gruta, ahí Ernesto hace sus primeras amistades que habrán de acompañarlo los años de juventud, en particular Carlos Ferrer, conocido como Cauca, hijo de un doctor que atiende a Ernesto durante sus ataques de asma.

Celia lo enseña a leer porque no puede ir al colegio de manera regular a causa de la enfermedad. De esa época data el primer testimonio escrito del joven Guevara: una postal a su tía Beatriz dictada a un adulto que él firma de su puño y letra Teté, el apodo que le ha puesto su nodriza.

En enero de 1934 nace su hermana Ana María, que cinco años más tarde le servirá de apoyo: "Yo le servía de bastón cuando íbamos a pasear. El apoyaba su brazo en mi hombro y recorríamos varias cuadras de ese modo; era cuando se encontraba fatigado por el asma. En esos paseos conversábamos mucho y me contaba bellas historias." Se mudan a un chalet más barato, dentro del pueblo, Villa Nydia. Para darle sentido a las muchas horas que pasa en cama reposando, su padre le enseña los movimientos de las piezas de ajedrez, Ernesto se enfada cuando lo dejan ganar. Así no juego. A los nueve años se le presenta una grave complicación a su asma, los médicos diagnostican "tos convulsa."

Guevara padre cuenta: "Al sentir que le venían los ataques se quedaba quieto en la cama y comenzaba a aguantar el ahogo que se produce en los asmáticos durante los accesos de tos. Por consejo médico yo tenía a mano un gran balón de oxígeno para, llegado el momento álgido de los accesos de tos, insuflarle al chico un chorro de aire oxigenado. El no quería acostumbrarse a esta panacea y aguantaba todo lo que podía, pero cuando ya no podía más, morado a causa de la asfixia, empezaba a dar saltos en la cama y con el dedo me señalaba su boca para indicar que le diera aire. El oxígeno lo calmaba inmediatamente."

¿Cómo es el personaje que va forjando la enfermedad? A los diez años no basta con resistir y leer en cama. Comienza entonces su personal guerra contra las limitaciones del asma: paseos sin permiso, juegos violentos... desarrolla una cierta fascinación por el peligro.

De cierta manera la ha heredado de su madre, buscar el riesgo, la situación límite. Hay decenas de anécdotas sobre las muchas veces que Celia ha estado a punto de ahogarse. Guevara padre registra impotente: "Había que acostumbrase a estas temeridades de mi mujer." Ernesto mismo ha sido testigo de aquella vez en que se lanzó al Paraná y comenzó a ser arrastrada por la corriente. Sentado en el banco de un yate contempló cómo su madre, a la que una faja de goma le cortaba la respiración, estaba a punto de morir ahogada; o aquella otra vez en el Río de La Plata cuando desde la arena de la rivera la veía ser arrastrada. Celia, una excelente nadadora, se sentía atraída por el peligro. Guevara padre, mucho más pacífico, atestigua: "Esta misma manera de enfrentarse heredó Ernesto, pero con una gran diferencia: calculaba bien cuál era el peligro."

En el 36 Celia recibe una circular del Ministerio de Educación preguntando por qué el niño no asiste a la escuela, deciden que dado que está pasando cortas temporadas sin ataques ha llegado el momento de enviarlo a estudiar. Hasta ese momento Celia le enseñaba a leer y escribir en casa. Entra a estudiar en la escuela pública, rodeado de niños de padres sin recursos económicos, su hermano Roberto recordará: "Las relaciones de mis padres eran las de los ricos, y las nuestras, las de la gente pobre, que eran los que vivían permanentemente en la zona. Nuestros amigos fueron los hijos de los campesinos y de los caseros."

El asma impedirá que Ernesto sea un alumno normal, según su madre: "Sólo cursó regularmente segundo y tercero, cuarto, quinto y sexto los hizo yendo como podía. Sus hermanos copiaban los deberes y él estudiaba en casa."

Gracias a las memorias de su padre queda el registro de los juegos de infancia de Ernesto; algunos se han vuelto casi eternos, otros ya lo eran entonces y son reconocibles: fútbol, indios, policías y ladrones, rayuela; un par de ellos conservan nombres exóticos que hoy no dirán nada al historiador: "la mancha venenosa", "piedra libre", pero contienen el atractivo del enigma. Parece ser que a pesar de la enfermedad Ernesto se convierte en el jefe de un pequeño grupo de niños que se reúne en los terrenos del fondo de su casa. La hazaña mayor del grupo es haber quemado un cañaveral por andar jugando a "las comidas."

El padre se encuentra desgraciado en Altagracia, confiesa: "Me sentía anulado y preso. No podía aguantar aquella vida entre la gente enferma o entre los que acompañan a los enfermos"; comienza a sufrir frecuentes neurosis e irritaciones. Celia se muestra más fuerte ante la adversidad, reacciona abandonando lentamente su fuerte formación católica. Ernesto padre trabaja en la construcción de un campo de golf. La economía familiar naufraga, sin caer en la miseria, pero pasan penurias. Clase media en crisis permanente, viven de las rentas de un par de tierras, una de él y otra de Celia; tienen que pagar una niñera, pues Celia no se da abasto con cuatro hijos. Gastos por todos lados: colegios, ropa, gastos exorbitantes en medicinas para Ernesto.

La familia veranea en una playa de Mar del Plata. Hay un cierto patetismo en las fotos, una pequeña tragedia: Ernesto, con pantalones y descamisado, sin duda con un ataque de asma, rodeado de niños en traje de baño, fotos de grupo con Ernesto con camisa, fotos de Celia tironeando de su brazo mientras él tiene los pies en el agua a la que no puede entrar. Un amigo recuerda que, en ese verano del 36, a la gente se le ocurrían sugerencias infalibles contra el asma y Ernesto disciplinado aceptaba por decisión de sus padres los más absurdos consejos, como dormir con gatos, bolsas de arena, tomar todo tipo de tés, ser atosigado por fumigaciones e inhalaciones.

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