Read Ernesto Guevara, también conocido como el Che Online
Authors: Paco Ignacio Taibo II
Tags: #Biografía, Ensayo
La decisión produce una discusión entre El Che, quien propone que de inmediato se monte una emboscada contra uno de los camiones del ejército que entran a la sierra, y Fidel, quien piensa que hay que lanzar un ataque en serio contra un cuartel, que sea al mismo tiempo una muestra indiscutible de la presencia de la guerrilla, pues sería un impacto sicológico grande y se conocería en todo el país, cosa que no sucedería con el ataque a un camión, caso en que podían dar las noticias de unos muertos o heridos en un accidente en el camino y, aunque la gente sospechara la verdad, nunca se sabría de nuestra efectiva presencia combatiente en la sierra. Fidel tomará la decisión, pero no me convenció.
Años más tarde El Che reconocería que Fidel tenía razón y diría en su descargo que en aquel momento, las ansias de combatir de todos nosotros nos llevaban siempre a adoptar las actitudes más drásticas sin tener paciencia y, quizás, sin tener visión para ver objetivos más lejanos.
Arañando la tierra
Una campesina, rebautizada por El Che como la vieja Chana, lo cuenta mejor de lo que pudiéramos contarlo: "Fidel y El Che se ponían a hacer planos arañando la tierra con un palo. Parece que pensaban en hacer hospitales, en hacer escuelas, en hacer carreteras, porque dejaban cantidad de rayas en el fango." La versión postrevolucionaria es bella, pero quizá poco ajustada a la realidad. Las rayitas en la tierra que Fidel y El Che estaban dibujando mostraban esquemáticamente la disposición de un cuartel del ejército batistiano, el cuartel del Uvero.
Un 27 de mayo, Fidel ordenó la salida de la columna, de unos 80 hombres, a la que le tomó ocho horas de marcha nocturna recorrer los 16 kilómetros, desde el campamento temporal en que se encontraban hasta las inmediaciones del cuartel, víctimas de un exceso de precauciones extrañas.
El Uvero es, en palabras de Crescencio Pérez, "una planicie, un llano muy reducido a la costa del mar, hay un puentecito, un muellecito de cargar madera y una playa de cantos rodados."
Los trazos de los palitos en la tierra advierten del lugar donde están los centinelas, de la situación del batey del aserradero sobre el que no hay que tirar, pues había mujeres y niños, incluso la mujer del administrador que conocía del ataque pero no quiso salir de allí para evitar después cualquier suspicacia. La población civil era nuestra preocupación mayor mientras partíamos a ocupar los puestos de ataque.
Fidel se sitúa en una loma que domina el cuartel, y frente a él el pelotón de Raúl, al Che se le ha encargado que cubra un hueco al lado del pelotón de Camilo con su ametralladora. Lo acompañan dos novatos que ha reclinado como ayudantes, uno de ellos, Joel Iglesias, el casi niño, al que había puesto a prueba haciéndole cargar un saco de peines de ametralladora, el otro, Oñate, lleva el querido apodo de Cantinflas. Joel recordará más tarde: "Ni Cantinflas ni yo teníamos la menor idea de lo que era un combate, incluso ni una película de guerra habíamos visto ninguno de los dos." Los diversos pelotones tienen dificultades para ocupar sus lugares, y dada la peculiar disposición del cuartel rodeado de pequeños retenes esto resulta esencial, pero la luz avanza y a las cinco y cuarto Fidel disparad primer tiro.
Cuando Fidel abrió fuego con su mirilla telescópica, reconocimos el cuartel por el fuego de los disparos con que contestaron a los pocos segundos.
Las escuadras comienzan a avanzar. Almeida lo hacía hacia la posta que defendía la entrada del cuartelito por su sector, y a mi izquierda, se veía la gorra de Camilo con un paño en la nuca, como casquete de la Legión Extranjera, pero con las insignias del Movimiento. Fuimos avanzando en medio del tiroteo generalizado. Hasta Celia Sánchez participaba con un M-1. A la escuadra del Che se suman Manuel Acuña y Mario Leal. La resistencia se había hecho dura y habíamos llegado a la parte llana y despejada donde había que avanzar con infinitas precauciones, pues los disparos del enemigo eran continuos y precisos.
Pero El Che no frena. Acuña cuenta: "Seguimos avanzando sobre el cuartel, disparando constantemente... pero también ellos lo hacían. Sentías las balas fuii, fuii, fuii, fuii, silbando alrededor de tu cabeza y cuando golpeaban algo, una piedra, un palo, sonaban tac, tac... y nosotros avanzando con El Che."
Almeida verá pasar al Che disparando: "desafiando la balacera, en un arrojo de valentía (...) atrás van los amucionadores Joel, Oñate y Manuel Acuña, que parece viene apoyándolo con su fusil.
"—¡Arriba Che, que tú eres de los buenos!"
Desde mi posición, apenas a unos 50 o 60 metros de la avanzada enemiga, vi cómo de la trinchera que estaba delante salían dos soldados a toda carrera y a ambos les tiré, pero se refugiaron en las casas del batey que eran sagradas fiara nosotros. Seguimos avanzando aunque ya no quedaba nada más que un pequeño terreno, sin la más mínima yerba para ocultarse y las balas silbaban peligrosamente cerca de nosotros. En ese momento escuché cerca de mí un gemido y unos gritos en medio del combate pensé que sería algún soldado enemigo herido y avancé arrastrándome, mientras le intimaba rendición, en realidad, era el compañero Leal, herido en la cabeza. Hice una corta inspección, de la herida, con entrada y salida en la región parietal; Leal estaba desmayándose, mientras empezaba la parálisis de los miembros de un costado del cuerpo, no recuerdo exactamente cuál. El único vendaje que tenía a mano era un pedazo de papel que coloqué sobre las heridas.
Los compañeros contaron después cómo Eligió Mendoza, el práctico, tomó su fusil y se lanzó al combate; hombre supersticioso, tenía un "santo" que lo protegía, y cuando le dijeron que se cuidara, él contestó despectivo que su "santo" lo defendía de todo; pocos minutos después caía atravesado por un balazo que literalmente le destrozó el tronco. Las tropas enemigas, bien atrincheradas, nos rechazaban con varias bajas y era muy difícil avanzar por la zona central; por el sector del camino de Peladero, Jorge Sotús trató de flanquear la posición con un ayudante llamado El Policía, pero este último fue muerto inmediatamente por el enemigo y Sotús debió tirarse al mar para evitar una muerte segura, quedando desde ese momento prácticamente anulada su participación en el combate. Otros miembros de su pelotón trataron de avanzar, pero igualmente fueron rechazados; un compañero campesino, de apellido Vega, me parece, fue muerto; Manals, herido en un pulmón; Quike Escalona resultó con tres heridas en un brazo, la nalga y la mano al tratar de avanzar. La posta, atrincherada tras una fuerte protección de bolos de madera, hacía fuego de fusil ametralladora y fusiles semiautomáticos, devastando nuestra pequeña tropa.
Fidel le ordenó entonces a Almeida que con su escuadra fuera por todo, pues sabía que, como dice Sergio Pérez: "De no tomar el cuartel, aparte del golpe moral que significaba aquello, nos quedábamos sin parque para los fusiles." Y gritando se alza y avanza hacia el enemigo, poco después su pelotón tiene cuatro heridos y el propio Almeida ha recibido dos disparos en el cuerpo. Tantas veces en los últimos días le han dicho que si sigue combatiendo así lo van a matar que se dio por muerto. Luego reaccionó. Una de las balas ha rebotado en el bolsillo en el que traía una cuchara y una lata de leche antes de entrar en el hombro. Guillermo García cuenta: "Almeida sacó la lata y empezó a tomar lecha manchada de sangre."
Al oír gritos de que Almeida está herido El Che se pone en pie y avanza tirando. Grita varias veces: ¡Tenemos que ganar! mientras el pequeño Joel lo sigue con las balas. Acuña cae herido.
Este empujón dominó la posta y se abrió el camino del cuartel. Por el otro lado, el certero tiro de ametralladora de Guillermo García había liquidado a tres de los defensores, el cuarto salió corriendo, siendo muerto al huir. Raúl, con su pelotón dividido en dos partes, fue avanzando rápidamente sobre el cuartel. Fue la acción de los dos capitanes, Guillermo García y Almeida, la que decidió el combate; cada uno liquidó a la posta asignada y permitió el asalto final (como siempre El Che minimizará su intervención en el combate).
En la comandancia reciben la noticia de que El Che está herido. Acuña, el viejo, dice que aunque trae dos balas encima va a por él. La noticia se desmiente.
A mi izquierda, algunos compañeros de la vanguardia (...) tomaban prisioneros a varios soldados que hacían la última resistencia y, de la trinchera de palos, enfrente nuestro, emergió un soldado haciendo ademán de entregar su arma; por todos lados empezaron a surgir gritos de rendición; avanzamos rápidamente sobre el cuartel y se escuchó una última ráfaga de ametralladora que, después supe, había segado la vida del teniente Nano Díaz.
En el cuartel había 14 soldados muertos y además 3 de 5 pericos que tenían los guardias en el cuartel, fueron muertos. Hay que pensar en el tamaño diminuto de este animalito para hacerse una idea de lo que le cayó al edificio de tablas.
Todo esto se ha contado en pocos minutos, pero duró aproximadamente dos horas y 45 minutos desde el primer disparo hasta que logramos tomar el cuartel.
Al entrar al cuartel los rebeldes comienzan a hacerse cargo de los heridos. El médico del ejército de Batista, un hombre canoso y reposado, está tan nervioso que no sabe qué hacer. Mis conocimientos de medicina nunca fueron demasiado grandes, la cantidad de heridos que estaban llegando era enorme y mi vocación en ese momento no era la de dedicarme a la sanidad; sin embargo, cuando fui a entregarle los heridos al médico militar, me preguntó cuántos años tenía y acto seguido, cuándo me había recibido. Le expliqué que hacía algunos años y entonces me dijo francamente: "Mira, chico, hazte cargo de todo esto, porque yo me acabo de recibir y tengo muy poca experiencia. "El hombre, entre su inexperiencia y el temor lógico de la situación, al verse prisionero se había olvidado hasta la última palabra de medicina. Desde aquel momento tuve que cambiar una vez más el fusil por mi uniforme de médico que, en realidad, era un lavado de manos. El Che empezó por orden de gravedad, sin importarle si el que curaba era amigo o enemigo.
Fidel recordará años más tarde que: "Mientras nosotros estamos atendiendo a sus heridos y soltábamos 16 prisioneros, ellos asesinaban a sangre fría a los expedicionarios del Corinthia."
Los rebeldes habían tenido 15 heridos, las fuerzas batistianas 19 heridos, 14 muertos, otros 14 prisioneros y habían escapado 6. Si se considera que nuestros combatientes eran unos 80 hombres y los de ellos 53, se tiene un total de 133 hombres aproximadamente, de los cuales 38, es decir, más de la cuarta parte, quedaron fuera de combate en poco más de dos horas y media de combate. Fue un ataque por asalto de hombres que avanzaban a pecho descubierto contra otros que se defendían con pocas posibilidades de protección. Debe reconocerse fue por ambos lados se hizo derroche de coraje.
El Che tendrá un segundo para felicitar a su joven ayudante: Te has portado muy bien, te has ganado el uniforme verde olivo. Joel Iglesias está a punto de abandonarlo, le van a dar sólo un uniforme y él lo que quiere es un arma. Y desde luego para despedirse de Cilleros al que tiene que dejar atrás a causa de su gravedad, apenas si me fue posible darle algún calmante y ceñirle apretadamente el tórax para que respirara mejor. Tratamos de salvarlo en la única forma posible en esos momentos; llevándonos los catorce Soldados prisioneros con nosotros y dejando a dos heridos: Leal y Cilleros, en poder del enemigo y con la garantía del honor del médico del puesto. Cuando se lo comuniqué a Cilleros, diciéndole las palabras reconfortantes de rigor, me Saludó con una sonrisa triste que podía decir más que todas las palabras en ese momento y que expresaba su convicción de que todo había acabado. Lo Sabíamos también y estuve tentado en aquel momento de depositar en su frente Un beso de despedida pero, en mí más que en nadie, significaba la sentencia de muerte para el compañero y el deber me indicaba que no debía amargar más sus últimos momentos con la confirmación de algo de lo que él ya tenía casi absoluta certeza.
A lo largo del día la columna comenzará a ascender de nuevo la sierra y enterrará a sus muertos. En la brevísima ceremonia Fidel señalará que se avecinan días difíciles porque el ejército lanzará a sus fuerzas en persecución de la guerrilla. Mientras el cuerpo principal a cargo de Fidel tratará de alejarse lo más rápidamente de la zona, El Che se quedará a cargo de una pequeña fuerza con los heridos. En la mañana vimos partir la tropa vencedora que nos despedía con tristeza. Conmigo quedaron mis ayudantes Joel Iglesias y Oñate, un práctico llamado Sinecio Torres y Vilo Acuña, que se quedó para acompañar a su tío herido, Manuel, y siete heridos, de ellos cuatro graves que no podían caminar.
Curiosamente el mismo día del combate del 28 las redes urbanas del movimiento tenían armado un intento insurreccional en Camagüey para atacar la base naval y luego con las armas replegarse hacia el macizo del Escambray, en el centro de la isla, y un sabotaje en La Habana. El primero fracasa por una delación y 35 hombres son detenidos y torturados; el segundo es un éxito al explotar una gran bomba a las 2 de la madrugada en La Habana, que produce un apagón general que afecta buena parte de la ciudad.
Los aviones sobrevuelan la zona mientras las dos columnas se separan. Con la ayuda de dos obreros del aserradero, El Che y su grupo logran trasladarse a un bohío abandonado distante unos cuatro kilómetros, donde tras un día descanso, después de comer abundantemente y liquidar una buena ración de pollos, se ven obligados a salir de estampida. Almeida, con dos heridas graves en el cuerpo se quejará amargamente de que la sopa preparada por El Che debía estar buenísima, pero que por las prisas nunca pudo comprobarlo. Con nuestra poca gente disponible iniciamos una jornada corta, pero muy difícil; consistía en bajar hasta el fondo del arroyo llamado Del Indio y subir por un estrecho sendero hasta una vara en tierra donde vivía un campesino llamado Israel con su señora y un cuñado. Fue realmente penoso el trasladar los compañeros por zonas tan abruptas, en hamacas tres de ellos, pero lo hicimos.
Al tener que transportar a los heridos se han visto obligados a ir abandonando tras de sí armas defectuosas y bagaje. El Che ha aprendido de su experiencia y recorre el camino a la inversa aprovechando para borrar huellas y con la idea de recuperar las armas, aunque no sean operativas. No está dispuesto a que Fidel lo crucifique por segunda vez.