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Authors: Douglas Niles

Erixitl de Palul (17 page)

BOOK: Erixitl de Palul
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——¿Qué te ha dicho? ¡Vamos, habla ya! —Halloran sintió una súbita aprensión; temía que Erixitl estuviese en peligro—. ¿Adonde van?

——Se disponen a emboscar a la legión —dijo Poshtli. Se armó de valor y añadió—: ¡En Palul!

El eco de las palabras del guerrero sonó en la casa, mientras el rostro de Halloran palidecía, alarmado. ¡Erix! ¡Estaba en Palul!

——¡Voy a buscarla! —exclamó. En unos segundos, recogió sus armas, la coraza y la montura. Cuando se dirigió hacia el patio, vio a Poshtli que lo aguardaba en la puerta, con su sable de acero.

——Voy contigo —declaró el guerrero.

——¡Excelente! —siseó Zilti, sumo sacerdote del templo de Zaltec en Palul.

——La matanza será total —asintió su primer ayudante, Shatil. Se habían reunido con Hoxitl, en el santuario de Palul. Habían realizado los ritos del ocaso; el patriarca de la orden los había honrado con su visita personal, y ahora les explicaba los detalles de la emboscada preparada por Naltecona.

——Vosotros, los sacerdotes, debéis estar preparados para moveros deprisa —añadió Hoxitl—. En el momento en que hagamos cautivo a cualquiera de los extranjeros, le abriremos el pecho para arrancarle el corazón. Se lo daremos a Zaltec para que bendiga nuestros esfuerzos. Haremos lo mismo con todos, y así podremos alimentar a nuestro dios hasta que acabe la batalla. No ha de quedar ni un solo invasor vivo.

——¿Los guerreros se ocultarán en los edificios de alrededor de la plaza? —preguntó Zilti.

——Sí. La fiesta será para la gente de Palul. Habrá comida y bebida para todos. Los cazadores han matado muchísimos ciervos; se dice que los extranjeros aprecian mucho la carne.

——¿Cómo podremos estar seguros de que asistirán a la fiesta? —Zilti deseaba conocer más detalles—. Quizá no sean como nosotros, y las fiestas no les agraden.

Hoxitl alzó los hombros. Tenía preocupaciones más serias que las dudas de un sacerdote de un pueblo sin importancia. La más inmediata, saber dónde estaba la mujer, Erixitl. Se estremeció al recordar la suerte de sus dos acólitos.

——Haremos todo lo que esté a nuestro alcance —respondió el sumo sacerdote—. En realidad, sabemos muy poco o, mejor dicho, nada acerca de los extranjeros. He tenido oportunidad de ver a uno en Nexal, y parece tan humano como nosotros.

——Conozco a una persona que sí sabe cosas de ellos. ¡Hasta habla su idioma! —intervino Shatil.

——¿Quién es? —preguntaron los dos sacerdotes al unísono.

——¡Mi hermana! Conoció a los hombres blancos cuando desembarcaron en Payit, y aprendió a hablar su lengua —contestó Shatil.

——¡Espléndido! —exclamó Hoxitl—. Haz que venga al pueblo antes de que aparezcan los extranjeros. Podrá sernos de gran utilidad como intérprete.

——La llamaré de inmediato —dijo Shatil, halagado por la atención de Hoxitl—. Sé que Erixitl estará orgullosa del honor.

——¿Qué ocurre? —preguntó Zilti, alarmado ante el súbito enrojecimiento del rostro del patriarca. Hoxitl sacudió la cabeza, mientras intentaba disimular su emoción.

——No es... nada —respondió Hoxitl. Temblaba de alegría ante la inesperada noticia—. Manda a buscar a tu hermana —le dijo a Shatil—. Zaltec la recompensará por sus servicios.

La larga columna cruzó las alturas arboladas y los ubérrimos valles. Tal como había prometido Tokol, el agua y la comida eran abundantes. Gracias al menor peso de las armaduras de algodón, los legionarios marchaban a buen paso. El sol brillaba en un cielo sin una sola nube, como lo había hecho desde su partida de Kultaka.

——Mañana llegaremos a Palul —le dijo Tokol a Cordell, mientras contemplaban el desfile de la tropa desde una cresta.

——En estos momentos, Darién ya se ocupa de observar el pueblo —respondió el general, señalando los riscos que tenían delante. Los kultakas le habían informado que todavía quedaban por atravesar dos o tres valles antes de llegar a Palul. El joven cacique se estremeció, mientras miraba hacia el oeste e intentaba comprender el poder de la mujer que podía volar, hacerse invisible, o matar a un gran hombre como su padre con sólo levantar una mano.

Detrás de ellos, la columna se extendía por el fondo del valle que acababan de atravesar. Los quinientos hombres de la Legión Dorada iban a la cabeza, seguidos por los veinte mil guerreros kultakas y los cinco mil payitas. Cordell pensó, orgulloso, que jamás había tenido tantas tropas bajo su mando.

Tampoco había tenido la oportunidad en un botín tan increíble. La fantasía de enormes cantidades de oro y plata bailaba en su mente, estimulada por los muchos relatos que había escuchado referentes a las riquezas de la fabulosa Nexal. Las historias de las pirámides, el tamaño de la ciudad, y las riquezas que habían acumulado a lo largo de los siglos con el cobro de tributos a los pueblos sometidos, le aceleraban el pulso.

Tokol soltó una exclamación y, sorprendido, dio un paso atrás. Cordell miró a su costado y vio que la maga elfa se había unido a ellos, bien arrebujada en su túnica para protegerse del sol.

——He visto el pueblo —dijo Darién—. En realidad, es casi una ciudad, para lo que es habitual en Faerun. Calculo que hay casi mil casas en la zona urbana, y muchas más en las colinas y el valle.

——¿Alguna actividad militar?

——No. En cambio, parece que preparan una fiesta. Las mujeres colocan flores y mantas de plumas en la plaza mayor. Creo que tienen la intención de recibirnos en son de paz.

——Quizá no tengamos que pelear en cada una de nuestras etapas —comentó Cordell, muy complacido con el informe de la maga—. Si quieren recibirnos con una fiesta, no los hagamos esperar.

——¡No! ¡No quiero hablar con los invasores! —Erix intentó no alzar la voz, aunque no podía disimular la tensión.

——Tienes que hacerlo. Es importante, mucho más de lo que piensas —argumentó Shatil. Los hermanos se encontraban en el pequeño patio delante de la casa de su padre. Lotil estaba en el interior, dedicado a su trabajo.

——¡Tú eres la única que puedes comprenderles! —insistió el joven.

Erix evitó mirar por encima del hombro en dirección a la ciudad. En su visión, cada día se volvía más oscura. Para ella, la gran plaza de Palul era un gran agujero negro, una sombra impenetrable y ominosa.

Pero, cuando miró la cumbre del risco detrás de la casa de su padre, la inquietó otra visión. Ya no se trataba sólo de las sombras, sino también del recuerdo de lo que había ocurrido allí, la última vez que había subido, cuando la había raptado un Caballero Jaguar para venderla como esclava. Desde que había vuelto a su hogar, había sido incapaz de ascender a la cima.

Shatil le dio la espalda, irritado. La negativa de su hermana lo sorprendía. A la vista de su mala disposición, había decidido no revelarle el auténtico fin de la fiesta. No sabía cómo reaccionaría; si le decía la verdad, corría el riesgo de enfrentarse a un rechazo total.

——Tú misma me has hablado de la terrible batalla de Ulatos —dijo Shatil, tratando de enfocar el tema desde otra perspectiva—. Quizá si tratas con los extranjeros, si consigues razonar con ellos, se podría evitar que ocurra lo mismo.

——¿Cómo podría hacerlo? —preguntó Erix.

Sin embargo, el razonamiento de su hermano había conseguido su propósito. Tal vez era cierto que no podía hacer nada —una ojeada a la plaza le demostró que la oscuridad no había disminuido—, pero era verdad que era la única en Palul que podía hablar y entender el idioma de los extranjeros.

——Ven al pueblo por la mañana —contestó Shatil—. Nuestros exploradores han informado que los hombres peludos acamparán esta noche al este. Llegarán a Palul sobre el mediodía, ¡a tiempo para la fiesta! Por favor, tú también tienes que venir.

Erixitl recordó la visión que había tenido la noche que habían encontrado el oasis. La imagen de Nexal en ruinas volvió a su mente tan fresca como cuando había despertado de la pesadilla. Tal vez, después de todo, su presencia podía servir de algo.

——De acuerdo. Iré y ya veremos si ellos están dispuestos a hablar.

——Es una decisión muy atinada —dijo Shatil, abrazándola—. Debo volver al templo para los ritos de la tarde. Esta noche dormiré allí; nos veremos cuando llegues.

Shatil se fue montaña abajo a paso rápido, y Erix lo observó marchar. Le pareció que la túnica negra de su hermano se confundía con la negrura del fondo y, muy pronto, lo perdió de vista. Por fin, advirtió la caída del crepúsculo y se dirigió hacia la casa, agradecida de que la oscuridad natural la aliviara de sus sombras personales.

——¿Qué ocurre? —preguntó Lotil, al oírla entrar.

——Tengo miedo de lo que ocurrirá mañana... y en el futuro —respondió Erix.

Le contó a su padre el pedido de Shatil.

——Pero, padre, debes prometerme una cosa —añadió—. Mañana, no bajes al pueblo. Quédate aquí, y espera a que yo regrese por la tarde.

——¿Qué es esto? —protestó el anciano, muy erguido en su taburete—. ¿Mi propia hija me da órdenes?

——Por favor, padre. ¡Es muy importante!

——Puedes ver cosas, hija mía, ¿no es así? —inquirió el padre de improviso—. Dime, Erixitl, ¿puedes ver lo que ocurrirá mañana? —El hombre miró con sus ciegos ojos el rostro de la muchacha, y Erix sintió que él podía ver las profundidades de su alma. Se removió, inquieta.

Erix no le había mencionado las visiones a su padre. Sabía que hablarle de las tinieblas, de la desgracia inminente, sería una carga intolerable para el viejo. Por lo tanto, había decidido no decir nada.

Pero él había adivinado el dilema de su hija, y Erix sintió un alivio enorme. De una tirada, con un torrente de palabras, le habló de las sombras que había visto extenderse sobre Nexal, y de las otras sombras aún más oscuras que cubrían Palul.

——Esto es obra de los dioses, pequeña —concluyó Lotil, con sus manos cogidas a las de Erix, sentada a su lado—. Y, gracias a ello, puedes ver el equilibrio de todas las cosas. A mí me han arrebatado la vista, pero tus ojos se han abierto a un mundo que muy pocos pueden ver. Has sido bendecida con una ventana que te permite ver al futuro. Quizás, a través de esta ventana, podrás ver lo suficiente para hacer grandes cambios. Tu hermano tiene razón, Erixitl. Es importante que mañana vayas al pueblo.

»De la misma manera que mi desgracia no es tan mala como crees (ahora puedo escuchar el canto de los pájaros como nunca habría imaginado, y mi olfato se ha abierto a un mundo de nuevos olores), lo mismo ocurre con tu don, que, en algunos sentidos, es también una maldición.

»Sin embargo, puedes hablar con los extranjeros —añadió—. Y, lo que probablemente es más importante, puedes comprenderles. El regalo del
coatl
puede ser una carga, aunque sin duda lo hizo por alguna razón. No debes tener miedo a enfrentar tu destino.

»Utilízalo para un buen fin, Erixitl, hija de Lotil. Utilízalo bien, y haz que me sienta orgulloso de ti.

»En cuanto a mañana —concluyó el viejo—, haré lo que me pides y me quedaré en casa.

La Legión Dorada entró en Palul en una formación impecable; el ritmo de los tambores marcaba la cadencia del paso de los soldados. Una gran multitud se había reunido en las afueras de la ciudad. Los mazticas se apiñaban a los lados del camino, y los contemplaban asombrados.

Erix se encontraba en la plaza, en compañía de Shatil, Zilti y algunos jefes de los Caballeros Águilas y Jaguares llegados de Nexal para recibir a los extranjeros. Vestía la capa de plumas de colores brillantes que resaltaba su tez bronceada y su larga cabellera oscura. Los legionarios la miraban al pasar, cautivados por su belleza. La joven, al estar entre las autoridades, no comprendió que era la destinataria de las miradas de los hombres.

Juntos, saludaron a las tropas, a medida que los soldados entraban en la plaza. La luz del sol alumbraba la escena, y Erix no ocultó su alivio al ver que, por ahora, las sombras habían desaparecido.

Los jinetes —cuarenta en total— siguieron a la primera compañía de infantes. Hacían caracolear y encabritarse a sus caballos, para gran espanto y asombro de los nativos. Los sabuesos ladraban y amenazaban con morder a los espectadores, que retrocedían ante el aspecto feroz de los perros.

El jefe de lanceros hizo marchar a su caballo al paso hasta el lugar donde se encontraba Erix, y allí le hizo dar media vuelta, encarado hacia la joven. Las cintas negras enganchadas al yelmo del hombre flotaron en el aire al seguir el movimiento, y arrancaron un murmullo de admiración de los presentes.

De pronto, las cintas despertaron los recuerdos de Erix, que estudió al hombre y comprendió que se trataba de la misma persona.

Su memoria volvió al campo de Ulatos, cubierto de payitas muertos o moribundos. Los jinetes de la legión galopaban a placer, matando y pisoteando a los payitas que intentaban defenderse de la matanza. El soldado de las cintas negras la había descubierto y cargado contra ella, mientras Erix esperaba inmóvil morir ensartada en la lanza. Entonces había aparecido Halloran para salvarle la vida.

La mirada del jinete se cruzó por un instante con la de Erix, que miró en otra dirección. Sintió que el hombre se demoraba en su contemplación, pero después el capitán se alejó. Nuevas compañías de infantes desfilaron por la plaza.

Poco después, apareció la impresionante figura de Cordell. Todo el mundo reconoció de inmediato al hombre montado en el corcel negro. El general mantenía la cabeza erguida y sus oscuros ojos miraban al frente por encima de la muchedumbre. Su coraza de acero resplandecía como un espejo, pero era su arrogancia y su apostura de suprema confianza lo que lo marcaba como jefe de los legionarios.

Detrás de Cordell venían otras dos personas de las que Erix había escuchado hablar en muchas ocasiones: la maga elfa Darién, envuelta en su albornoz oscuro, y el fraile Domincus.

A continuación, aparecieron más filas de infantes, hasta que casi todos los extranjeros quedaron formados en la plaza. Mientras tanto, las columnas de guerreros kultakas y payitas, aliados de los invasores, se acercaban a las afueras de la ciudad.

Kalnak y Chical se adelantaron para saludar con una profunda reverencia a Cordell, en el momento en que desmontaba. Batieron palmas, y aparecieron los esclavos cargados con paquetes de regalos, que depositaron en el suelo delante del capitán general.

Los esclavos abrieron los paquetes llenos de plumas multicolores, capas de
pluma,
hermosas conchas, y objetos hechos de jade y coral. Todo esto fue recibido con un interés cortés. Entonces, por fin, quitaron las telas que tapaban dos grandes vasijas para dejar al descubierto su contenido: una llena del más fino polvo de oro, la otra con plata.

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