Erixitl de Palul (18 page)

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Authors: Douglas Niles

BOOK: Erixitl de Palul
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Erix observó sin sorprenderse el brillo de codicia en los ojos de Cordell, que se pasó la lengua por los labios mientras miraba las vasijas.

——Estos regalos son un presente de amor y amistad de Naltecona, reverendo canciller de Nexal —dijo Erix, en la lengua común de los extranjeros.

En el acto, todos los legionarios que la escucharon hicieron silencio. Cordell miró como un halcón a la muchacha.

——¿Dónde has aprendido nuestra lengua? —preguntó.

——Fue..., fue un regalo que me hizo
Chitikas Coatl —
respondió Erix—. Es lo que vosotros llamáis magia.

Cordell miró a Darién, invisible bajo su capucha, que asintió con un movimiento casi imperceptible.

——¡Espléndido! —exclamó el comandante—. ¡Por favor, continúa!

——Estamos preparando una fiesta en vuestro honor. Nos complacería muchísimo que aceptarais uniros a nuestra celebración.

——¡Desde luego que sí! —Cordell echó hacia atrás la cabeza y soltó la carcajada, satisfecho. Erix deseó no tener que decir nada más, pero las instrucciones de Kalnak habían sido muy claras.

——Os debemos pedir un favor. Vuestros aliados de Kultaka deben acampar fuera del pueblo. Os lo pedimos porque son enemigos ancestrales de nuestra gente. Podrían suscitarse conflictos si se les permite entrar en Palul.

Una vez más, en los ojos de Cordell apareció una mirada suspicaz, y estudió a los guerreros que estaban detrás de Erix. Había casi un millar de hombres en el pueblo, pero ninguno iba armado, ni parecían estar desplegados en posición de ataque. El general, al igual que Erix, no sabía nada de los miles de guerreros ocultos en las casas y detrás de las tapias de los jardines. Además, había otros diez mil diseminados entre la vegetación alrededor de la aldea.

Al parecer, Cordell quedó satisfecho con su inspección y, al cabo de un momento, dio su conformidad.

——De acuerdo, dadlo por hecho —dijo—. Fray Domincus, comunicad a Tokol que, por orden mía, sus hombres acamparán fuera del pueblo.

——Sí, general —respondió el clérigo de rostro avinagrado. Domincus hizo una reverencia y se alejó, no sin antes mirar con desagrado a Erixitl y sus acompañantes. Mientras el fraile se iba, Cordell se inclinó hacia Darién. La maga elfa asintió en respuesta al murmullo del comandante y se alejó para desaparecer entre la multitud de legionarios y nativos. Por su parte, Cordell volvió su atención a Erix.

En aquel momento, apareció el capitán de barba roja, que caminaba machacando el pavimento de la plaza con sus pesadas botas de montar. Erix recordó el nombre que le había dicho Halloran: Alvarro. El hombre volvió a mirar a la muchacha, que se encogió ante la insistencia de la mirada. No era posible que la recordara. Alvarro sonrió ante el pavor de Erix mientras le volvía la espalda, pero ella estaba segura de que el jinete no la había relacionado con la víctima que le habían arrebatado de las manos en Ulatos.

——Bueno, ¿qué hay de la fiesta? —preguntó el capitán, en cuanto llegó junto a Cordell.

Darién avanzó con cuidado entre la muchedumbre agolpada en la plaza. Los legionarios se apresuraron a dejarle el paso libre. Quizá por el ejemplo de la tropa, o porque su figura pequeña y encapuchada parecía misteriosa y, por lo tanto, amenazadora, los nativos también se apartaron.

Muy pronto, encontró el lugar que buscaba: un callejón umbrío entre dos edificios, donde varios árboles muy altos ocultaban la luz del sol. En la callejuela, había un pequeño grupo de guerreros que aprovechaban para descansar del trajín de la jornada. Satisfecha, la maga se quitó la capucha; el resplandor la incomodaba, pero al menos podía descubrir la cabeza. Era necesario para poder realizar la tarea encomendada.

Los nativos se apartaron mientras la hechicera pasaba entre ellos. Ella sonrió, contemplándolos con sus blancos ojos. Cuando sonreía, era una mujer hermosísima, y su belleza no pasó inadvertida para los guerreros.

——Ven —le dijo a uno, hablando en la lengua de Nexal, que había aprendido gracias a un hechizo muy sencillo.

El hombre, un lancero alto y delgaducho, con una coraza de algodón y un tocado de plumas verdes, se apresuró a obedecerla.

Darién lo condujo por el callejón hasta llegar a un punto donde los demás no podían oírlos. En un primer momento, los compañeros habían intentado acompañarlos, pero esta vez la mirada de la maga los había hecho retroceder.

La hechicera acercó sus largos dedos blancos a una oreja y comenzó a retorcer uno de sus mechones. Su mirada buscó la del lancero, y entonces se pasó la mano por delante de la cara.

——
Ghirrina.
—Darién susurró la palabra mágica, y en el acto la expresión en el rostro del guerrero reflejó su absoluta confianza en la persona que tenía delante. Veía a la hechicera como un amigo leal.

Ella comenzó a hacerle preguntas, y el lancero respondió sin vacilar.

De las crónicas de Coton:

En busca de un señor digno entre los dioses.

La presencia de Zaltec —omnipresente, voraz— comienza a transformarse en una fuerza dispuesta a destrozar el Mundo Verdadero. El culto de la Mano Viperina, por el cual los jóvenes guerreros —e incluso algunas mujeres y adolescentes— juran entregarse en cuerpo y alma al dios de la guerra, crece como un tumor en Nexal.

El dios de los extranjeros, Helm, también es una presencia que puedo percibir. Alerta y vigilante, pretende reclamar para sí la nación maztica, en un abierto desafío a Zaltec.

Ahora también percibo una nueva esencia, una diosa de la oscuridad y el mal tan terrible que, en comparación, hasta Zaltec parece un dios benigno y juguetón. Se llama Lolth. Este ser está vinculado a los Muy Ancianos. Nos observa desde muy lejos, pero su interés es cada vez más grande.

Pero también está relacionada de alguna manera con los extranjeros. Es una vinculación que no consigo identificar, aunque la percibo como algo muy real. Esto me causa un profundo temor.

Ya es bastante peligrosa de por sí una vinculación entre el Mundo Verdadero y la tierra de los extranjeros, que va más allá de los límites de las culturas humanas. Una vinculación que está personificada en la oscuridad de esta reina araña anticipa unas consecuencias catastróficas, imposibles de imaginar.

8
Un festín para los buitres

Halloran y Poshtli montaron en la yegua, y le dieron rienda suelta. Alegre por encontrarse otra vez en el campo, después de tantas semanas en la ciudad,
Tormenta
galopó con el entusiasmo de una bestia salvaje que ha conseguido escapar de una jaula.

Los dos hombres llevaban sus espadas de acero. Halloran vestía su coraza, y Poshtli, la cota de algodón de los guerreros nexalas. Las otras posesiones de Hal —las pócimas, el libro de hechizos y la cuerda de piel de víbora— se encontraban enterradas en el jardín de su casa de Nexal.

Cabalgaron en silencio a través del valle de Nexal, pasaron por Cordotl y comenzaron el ascenso por el camino de la montaña. Sus rostros —uno pálido y barbado, enmarcado por la cabellera castaña; el otro, cobrizo, facciones aquilinas y cabellos negros— reflejaban su tumulto interior.

Los dos tenían miedo por el destino de Erixitl.

Palul quedaba a sólo dos días de marcha a pie desde Nexal, y, por lo tanto, sabían que los guerreros enviados por Naltecona para tender la emboscada habían arribado a su destino. La pregunta decisiva era saber si podrían o no llegar antes que Cordell.

Halloran no dejaba de reprocharse amargamente por su comportamiento con la muchacha. ¿Por qué la había dejado marchar? Preocupado solamente por su orgullo herido, había cometido un acto de negligencia imperdonable con la mujer que amaba.

¡Y cuánto la amaba!. Su amor por Erix convertía en insoportable el miedo de que ella pudiera sufrir cualquier daño.

——Le pregunté si quería ser mi esposa —dijo Poshtli, en un momento en que la yegua avanzaba al trote. Halloran se irguió en la montura, avergonzado al recordar que había sido testigo oculto del encuentro.

——Eres un hombre muy afortunado —comentó el legionario.

——Me rechazó —añadió el guerrero con toda franqueza y rió forzado—. Un honor que cualquier familia de Nexal habría recibido con agrado, pero ella dijo no.

Asombrado, Halloran no se atrevió a hablar. Su incomodidad se transformó en vergüenza al comprender que se había dejado arrastrar por una suposición equivocada. Poco a poco, fue consciente de que su estupidez había obligado a Erix a apartarse, empujándola a la decisión de regresar a su pueblo, donde ahora se avecinaba una terrible tragedia.

Furioso, clavó los talones en los flancos de la yegua, que aceleró el paso. A pesar de llevar una carga doble, el animal mantuvo el ritmo hora tras hora.

——Oscurecerá antes de que lleguemos al pueblo —dijo Poshtli.

——Lo importante es estar allí antes que Cordell, y lo conseguiremos. —Halloran intentó demostrar una confianza que no sentía. En realidad, no sabía cuánto tardaría la legión en llegar a Palul, o si la emboscada se demoraría.

Ninguno de los dos quería pensar en la otra posibilidad —que la batalla de Palul ya hubiese comenzado—, pero no podían evitarlo. Una y otra vez aparecía en sus mentes, aumentando su nerviosismo.

¿Qué pasaría si llegaban demasiado tarde?

Para Erixitl, la fiesta era un éxito. Comieron melones, cítricos, venado, maíz, alubias y chocolate. A los extranjeros parecían gustarles las viandas. Comían haciendo mucho ruido, y no dejaban de hacer comentarios y bromas y soltar carcajadas estentóreas. Podía ver la plaza iluminada por la luz del sol, sin el ominoso manto de sombras como había ocurrido antes. No obstante, no conseguía olvidar del todo la amenaza de aquellas sombras.

Erix estaba sentada en una gran manta de plumas en compañía de Cordell, fray Domincus, el Caballero Jaguar Kalnak y el Caballero Águila Chical. El malhumorado clérigo de Helm permanecía en silencio, pero los tres guerreros parecían disfrutar con el intercambio de relatos de batallas, que Erix se encargaba de traducir. Los nexalas mostraron un interés muy grande por el equipo de Cordell, y el general les permitió examinar el filo de su espada.

A poco de comenzada la fiesta, la maga elfa se unió a ellos. Al contemplar su delgada figura —Darién era más baja que Erix, y mucho más pequeña que los legionarios humanos—, la nativa sintió curiosidad por saber qué se ocultaba debajo de la capucha. Erix podía comprender la inquietud de Halloran cuando se encontraba en presencia de la hechicera.

Darién se sentó junto a Cordell y se inclinó hacia el general; si bien Erix no escuchó nada, le parecía que la hechicera transmitía un mensaje silencioso al comandante. No se había equivocado, porque de pronto Cordell se mostró alerta. Sus ojos se convirtieron en dos puntos negros y, con los párpados entornados, observó a Kalnak y Chical y después a Erix. La muchacha se removió inquieta ante la fuerza de la mirada, animada ahora por la ira y una amenaza repentina.

Pero no tuvo mucho tiempo para pensar en el súbito cambio de humor del general, porque Kalnak y Chical querían decir muchas cosas y necesitaban sus servicios de intérprete.

——Los kultakas son una pandilla de viejas comadres —dijo Kalnak—. No es de extrañar que pudierais derrotarlos. ¿Os sirven bien como esclavos?

——Son mis aliados, no mis esclavos —replicó Cordell, recalcando las palabras. Su tono era duro—. En mi opinión, lucharon como auténticos hombres: en el campo de batalla, en una lucha entre ejércitos.

Chical se agitó incómodo junto a Erix. La muchacha percibió que el Caballero Águila deseaba poder estar en alguna otra parte. En cambio, Kalnak no hizo caso de la observación.

——Quizá los kultakas sepan luchar —admitió Kalnak, sin mucho entusiasmo. Después, en un tono cargado de desprecio añadió—: Pero son bárbaros y salvajes comparados con la cultura de Nexal.

Erix tradujo las palabras en una versión poco fiel, en un intento de disimular la arrogancia del Caballero Jaguar. Constituía una grave falta de etiqueta hablar a un invitado con tanta grosería, y no conseguía entender los motivos de Kalnak para obrar así. De todas maneras, Cordell no pareció molestarse. En realidad, el general parecía pensar en otra cosa.

——Con vuestro permiso, tengo que atender a la comodidad de mis hombres. Volveré en unos instantes. Fraile, Darién, venid conmigo, por favor —manifestó Cordell. Se levantó, saludó con una reverencia a sus anfitriones, y se marchó para mezclarse con la tropa.

La plaza de Palul estaba abarrotada. Los quinientos hombres de la Legión Dorada se habían separado en varios grupos, cada uno rodeado por nexalas que les servían las fuentes cargadas de comida y jarras de
octal.
También había varios millares de nativos que participaban de la fiesta; los niños corrían entre los mayores, y sus madres intentaban vigilar los movimientos de sus retoños.

Los caballos eran la principal atracción de los pequeños, que se amontonaban junto a las bestias. Con el permiso de los jinetes, algunos de los críos más animosos se adelantaban para ofrecerles zanahorias, mazorcas y otros bocados. Erix vio a un niño alto y desgarbado que llevaba un tocado de plumas de guacamayo a imitación de los guerreros, que se atrevió a tocar el hocico de uno de los animales.

Un poco más allá, los grandes mastines dormitaban sobre las piedras. Sus lenguas asomaban por las mandíbulas abiertas, mientras jadeaban por el intenso calor.

Erix observó al fraile acercarse a los jinetes y hablar con ellos. Alvarro, un tanto borracho y con una jarra de
octal
en la mano, escuchó las palabras de Domincus y frunció el entrecejo. Por su parte, Cordell fue de grupo en grupo, para conversar con sus tropas. Darién había desaparecido una vez más, y su ausencia inquietó a Erix tanto como su súbita aparición. Mientras tanto, Kalnak y Chical mantenían una discusión en voz baja, a sus espaldas.

Entonces, cuando miró las flores y las plumas, la comida y los asistentes, una nube oscura pareció extenderse ante sus ojos.

Otra vez, la plaza quedó oculta por una sombra monstruosa.

——Ya casi es la hora —susurró Zilti, al ver a Shatil cerca de la base de la pirámide. El edificio, que dominaba la plaza, sería el punto central del ataque.

——Todo está preparado —respondió el joven—. ¿Qué hay de los kultakas?

——Tenemos a diez mil guerreros nexalas ocultos en las alturas. En el momento en que comience el ataque, se lanzarán sobre nuestros viejos enemigos y los mantendrán ocupados. Después, cuando hayamos ganado la batalla de la ciudad, nuestros guerreros irán al campo para completar la liquidación de los kultakas. —Inquieto, Zilti le volvió la espalda, mientras pasaba inconscientemente los dedos sobre uno de los muchos cortes frescos en su antebrazo.

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