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Authors: Douglas Niles

Erixitl de Palul (33 page)

BOOK: Erixitl de Palul
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Cordell miró al capitán, un tanto enfadado, y después volvió su atención a Erixitl.

——Si fue a buscarte una vez, puede que ahora haga lo mismo. Te quedarás con nosotros. Quizá sirvas de cebo para una pieza mayor.

——¡Mátala! —gritó Darién—. Él vendrá de todas maneras. No sabrá si está muerta. —Los ojos de la maga brillaron como ascuas en las profundidades de su capucha, pero Erix mantuvo la cabeza erguida y le devolvió la mirada. La hechicera disponía de una docena de encantamientos capaces de acabar con la muchacha, pero sabía que algo poderoso la protegía de su magia. La frustración sólo sirvió para aumentar su cólera.

——¡No! —contestó Cordell con voz firme—. Buscad una habitación segura y encerradla.

Halloran y Poshtli bajaron los escalones de dos en dos, y se detuvieron al llegar al túnel para escuchar los ruidos de sus perseguidores. Al parecer, ninguno de los legionarios se había atrevido a seguirlos, porque sólo se escuchaba el ruido de su respiración.

——¡Tengo que volver a buscarla! —exclamó Hal, dispuesto a lanzarse otra vez escaleras arriba.

——¡Sí, pero no ahora! —Poshtli empujó a Hal contra la pared del túnel y lo retuvo con todas sus fuerzas, mientras le susurraba las palabras a la cara—. ¡Te esperan allá arriba! ¡Lo sabes! ¿Quieres desperdiciar tu vida, o prefieres trazar un plan, pensar en algo que funcione?

Hal apretó los puños. La cólera le impedía pensar con claridad, y, por un momento, estuvo a punto de descargar un puñetazo mortal contra su amigo. Después, con un gemido, recuperó el dominio de sus emociones.

——¿Qué podemos hacer para rescatarla? —gruñó.

——Todavía tenemos el mapa —respondió Poshtli—. Hay más de una entrada al palacio de Axalt. Echemos una ojeada y veamos si podemos dar con algún otro acceso.

Los dos jóvenes pensaron en que, a estas horas, el sol ya había asomado por el horizonte. En la próxima puesta, la luna llena ascendería por el este.

—Buena idea —dijo Halloran—. En marcha.

——¿Todavía no ha vuelto? —preguntó Hoxitl, que desde hacía horas esperaba con Shatil, a la puerta de la sala del trono, el regreso de Poshtli.

El cortesano, que no se había movido de su puesto en ningún momento, estaba harto de las quejas y la impaciencia del sumo sacerdote.

——Él anunciará su presencia —respondió.

——¡Esto es un ultraje! —rugió Hoxitl. De pronto, pasó junto al cortesano y se acercó a la puerta. El hombre lo miró, dispuesto a protestar, pero algo en la mirada del patriarca lo desanimó. Con la cabeza gacha, se apartó.

Hoxitl abrió las puertas de par en par y entró en la sala seguido por Shatil, que empuñaba la Zarpa de Zaltec, si bien no esperaba encontrar a su hermana —la víctima— en el palacio.

——¡Mi señor Poshtli! ¿Mi señor, dónde estáis? Shatil no conseguía entender la angustia de Hoxitl,

quien iba de un extremo al otro de la sala y miraba por los pasillos que había detrás del trono.

——¡Esto es terrible, desastroso! —exclamó el patriarca, mientras se reunía con Shatil—. ¿Será verdad que han ido a rescatar al reverendo canciller?

El joven clérigo no escuchó las palabras de Hoxitl, porque su atención estaba en otra parte.

——¡Mirad! —gritó Shatil, al tiempo que cruzaba la sala para acercarse a una de las paredes y señalaba una línea oscura entre las piedras.

——¿Qué es? —preguntó el sumo sacerdote, entrecerrando los ojos para ver mejor.

——¡Es una grieta! ¡Aquí hay una puerta secreta! —Shatil empuñó su daga y deslizó la punta por la rendija. Con mucho cuidado, hizo palanca y, poco a poco, la puerta se movió hacia él. Por fin, apareció ante sus ojos un hueco oscuro y una empinada escalera de piedra que se perdía en las profundidades.

——¡Salieron por aquí, y en la prisa se olvidaron de cerrar bien la puerta! —exclamó Hoxitl.

Por la mente del sumo sacerdote desfilaron un cúmulo de preocupaciones. ¡Erixitl debía morir! La muerte de Naltecona, anunciada por el Muy Anciano, marcaría el comienzo de la insurrección, y el ataque acabaría en desastre total si la mujer, la elegida de Qotal, no moría antes.

En el exterior, el culto de la Mano Viperina se mostraba cada vez más impaciente. Hoxitl necesitaba evitar a cualquier precio un ataque prematuro. La solución surgió con toda claridad.

——Tengo que encargarme del culto —informó el patriarca a Shatil—. Los fíeles ya se han reunido en la plaza, y deben ser controlados hasta que se dé la señal. ¡Tú irás a buscar a Erixitl! No desconfiará de ti. Se alegrará de ver que has sobrevivido a la batalla de Palul, ¿no crees?

Shatil asintió. Sin duda su hermana lo creía muerto junto con todos los demás sacerdotes y guerreros en la pirámide. No podía imaginar que él hubiera conseguido escapar.

——¿Podrás acercarte lo suficiente para emplear la Zarpa de Zaltec? —añadió el patriarca, consciente de que, si la muchacha estaba en compañía de Halloran y Poshtli, ningún desconocido conseguiría realizar el ataque.

——Cumpliré con la voluntad de Zaltec —afirmó Shatil. De inmediato, recogió varias antorchas de juncos y encendió una. Tenía la sensación de que su mente observaba los movimientos del cuerpo desde el exterior. Se vio a sí mismo entrar en el túnel para ir en busca de su hermana y asesinarla, al tiempo que renunciaba a su propia vida. Le pareció el destino adecuado para quien se había convertido en un instrumento de los dioses.

Darién citó a Alvarro a través de una nota. Requirió su presencia a mediodía, mientras Cordell hacía su ronda de inspección por los puestos de guardia del palacio.

——¿Sí, mi señora hechicera? —preguntó el capitán pelirrojo al entrar en la habitación casi a oscuras. Darién le señaló una estera, y Alvarro se sentó torpemente.

——Esa bruja, la que tú llamas mujer de Halloran, me ha insultado.

Alvarro asintió. Si bien no lo había visto, sí había escuchado los comentarios acerca de que Erixitl era invulnerable a la magia de Darién. Los soldados supervivientes del ataque al trío habían contado cosas increíbles de la capacidad combativa de Halloran y del fracaso de la bola de fuego y los proyectiles ígneos.

——Tengo la impresión de que tienes un interés personal en ella —añadió la maga con un tono indiferente. Su piel de alabastro parecía brillar en la penumbra del cuarto, y sus ojos tentaban a Alvarro. Se cubría con un vestido de seda roja, que resaltaba las curvas de su cuerpo, y el capitán se estremeció de lujuria.

——Te daré la oportunidad de que puedas verla, y el tiempo suficiente para que hagas con ella lo que te plazca. Nadie fuera de la habitación escuchará nada. A cambio, cuando acabes con ella, la matarás.

——¿Cuándo quiere que lo haga?

——Ahora. Hoy mismo —respondió Darién con voz entrecortada—. Debe morir... —Se interrumpió por un momento—. Debe morir antes del anochecer.

Alvarro parpadeó, su mente convertida en un torbellino. Pensar en Erix, sola y en su poder, era como una droga poderosa. Sin embargo, él no era un vulgar recluta. Cordell había ordenado mantener a la mujer como prisionera. Dirigió una mirada de sospecha a la maga.

——¿Que pasará con el general?

——Me ocuparé de que nunca averigüe quién es el culpable —replicó Darién, confiada.

Quizá podía resultar, pensó Alvarro. Recordó a Erix tendida en el campo de Palul, y le ardió la sangre ante la perspectiva de poder satisfacer sus deseos.

——¿Por qué tenéis tanto interés en la muerte de esa mujer? —preguntó.

Darién se echó un poco hacia atrás, para aumentar la provocación de su cuerpo.

——Me pone furiosa. Se resiste a mi magia y desvía la atención de los hombres, especialmente la de Cordell —contestó la hechicera. Su voz era como un viento helado. Alvarro se dijo que la maga albina no parecía furiosa, pero después volvió a pensar en Erix y se despreocupó de los motivos de Darién.

La figura vestida de negro esperaba a Hoxitl en el tenebroso interior del templo edificado junto a la Gran Pirámide.

——Salud, sacerdote —susurró el Muy Anciano.

El patriarca se quedó de una pieza, e instintivamente pensó en si sería éste el asesino enviado a poner fin a su vida. Pero la figura avanzó, y sus próximas palabras fueron dichas en un tono sosegado.

——La muerte de Naltecona ocurrirá esta noche, en cuanto salga la luna —anunció el drow.

Hoxitl no se movió mientras se debatía entre el entusiasmo y la preocupación. Pensó en Erixitl y en Shatil que la buscaba por los túneles de la plaza sagrada. ¿La encontraría a tiempo?

——En estos momentos, mi clérigo busca a la muchacha, Erixitl de Palul. ¡La matará tan pronto dé con ella! —Hoxitl se apresuró a dar la explicación, preocupado por salvar la vida. Quizás el Muy Anciano ya daba por muerta a la muchacha.

——Magnífico —dijo la figura encapuchada, sin mucho interés. El sumo sacerdote lo miró extrañado al no percibir en su voz la pasión con la que los Muy Ancianos habían reclamado siempre la muerte de Erixitl.

——¿Pero..., pero qué ocurrirá si no la encuentra? ¿No habíais dicho que el ataque sería un desastre si comenzaba antes de su muerte?

——No te preocupes por lo que no te concierne, sacerdote. —Esta vez el tono fue duro—. ¿Está todo listo?

——Acompañadme y lo veréis con vuestros propios ojos —lo invitó Hoxitl—. Voy a hablarles desde la pirámide.

——¡Responde a mi pregunta! —siseó el Muy Anciano, apartando su mirada de la luz de la tarde que se filtraba a través del portal. Hoxitl observó el gesto y recordó a los otros encapuchados que recorrían la ciudad durante la noche, y su madriguera en las entrañas del volcán. Resultaba obvio que la naturaleza de los Muy Ancianos no les permitía soportar la luz del sol.

——De acuerdo. El culto esta reunido en la plaza sagrada. Lo componen veinticinco mil fieles —contestó el patriarca, orgulloso—. A la señal, nos lanzaremos sobre los kultakas y payitas acampados delante del palacio. En cuanto acabemos con ellos, atacaremos a los extranjeros. Estamos listos y dispuestos a todo.

——Espléndido. ¿Tienes tropas suficientes para la tarea?

——Estoy convencido de que el resto del ejército nexala se sumará a nuestro ataque —afirmó Hoxitl, confiado. Sabía muy bien que los Caballeros Jaguares y Águilas rechazaban la tregua y ansiaban la guerra. Serían incapaces de mantenerse apartados en cuanto comenzara el ataque—. Sólo necesitan un motivo, y el culto de la Mano Viperina será la chispa que iniciará la hoguera. Dentro de unas horas, cien mil guerreros irán al combate.

»¡Y el fuego de su cólera echará a los invasores del Mundo Verdadero!

El Muy Anciano asintió, al parecer complacido. Después, con una celeridad que asombró al sumo sacerdote, desapareció en las sombras.

Durante horas, Halloran y Poshtli recorrieron los túneles que comunicaban entre sí los palacios de la plaza sagrada. Sin perder el punto de referencia del primer pasadizo que conducía hasta el jardín del palacio de Axalt, exploraron el laberinto subterráneo.

Encontraron varias escaleras, pero todas tenían su salida a la plaza. Podían escuchar con toda claridad las voces y pisadas de los guerreros en la superficie. Al otro lado de las losas que tapaban las salidas, no había más que tropas kultakas o nexalas.

Pero no dieron con ningún túnel que les permitiera llegar a Erixitl.

La luz mágica de Halloran les alumbró el camino hasta que disminuyó el poder del hechizo, y tuvieron que arreglárselas con el resplandor de la espada del joven, aunque era tan pobre que sólo les evitaba los obstáculos del suelo, o llevarse por delante una pared.

Por fin, cansados y sin ánimos, abandonaron la búsqueda. Halloran intentó no pensar en Erixitl mientras descansaba, pero a cada segundo la imaginaba, sola e indefensa, entre gente desalmada como Alvarro, Darién, Domincus y el propio Cordell. ¿Qué no sería capaz de hacer el general, enfurecido por el ataque y la muerte de varios de sus hombres a manos de un renegado?

El enorme vigor que había desplegado en el encuentro le hizo recordar las pulseras. Las miró, consciente de la agradable sensación que producía el roce del cuero y las plumas contra la piel. Al parecer, la magia de los objetos lo afectaba sólo cuando él llegaba al límite de sus fuerzas.

De pronto escucharon un ruido, el sonido de unos pies que se arrastraban al caminar.

——Mira —susurró Hal, al divisar en la distancia el resplandor de una luz trémula que salía de un túnel lateral.

Puso su espada a un costado para ocultar su brillo, al ver que la luz y la persona que la llevaba se aproximaban a la salida. Un segundo más tarde, el fuego de la antorcha alumbró el túnel cuando el hombre salió del pasadizo, sin advertir la presencia de los jóvenes.

——¿Quién eres? —preguntó Poshtli. Vio que se trataba de un sacerdote de Zaltec, armado con una daga de piedra, y tan delgado que su cuerpo era puro hueso y pellejo.

——Yo... —El clérigo se volvió hacia ellos, sorprendido pero sin miedo—. Busco a mi hermana. Creo que se ha perdido en estos túneles.

——¿Estás loco? —exclamó Poshtli.

——¿Cómo se llama tu hermana? —preguntó Halloran.

——Se llama Erixitl, y es de Palul.

——Entonces, tú eres Shatil —afirmó Hal, y el sacerdote asintió. Erix le había hablado mucho de su hermano, al que daba por muerto en la pirámide de Palul. El incendio provocado por los legionarios había calcinado los cadáveres, y nadie había podido identificarlos.

——¿Dónde está? —preguntó Shatil de improviso—. ¿Corre peligro?

Halloran estudió al sacerdote. Todo en el hombre le hacía recordar el sacrificio de Martine y todos los demás ritos del brutal culto a Zaltec. Se estremeció, sin poder dominar del todo la repulsión por lo que representaba la persona que tenía delante.

No obstante, Erix se había referido a su hermano con bondad, y Halloran sabía que ella lo quería. Sin duda, el clérigo también la quería.

——Así es —respondió al fin—. Intentamos rescatarla. Ha caído en manos de la legión.

El rostro de Shatil mostró una genuina expresión de asombro y desconsuelo.

——¿Qué haces aquí? —lo interrogó Poshtli—. ¿Por qué la buscas?

Shatil no eludió la mirada de Poshtli, y los ojos oscuros de los dos hombres brillaron a la luz de la antorcha.

——Porque tenía miedo por su suerte. Zaltec me ha advertido que está en peligro y me dijo dónde podía encontrarla, y así prestarle mi ayuda. —El tono del clérigo denunciaba su angustia.

»¡Por favor, dejad que os ayude! —pidió Shatil, mientras con la mano acariciaba la Zarpa de Zaltec.

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